sábado, 31 de marzo de 2018

Hoy es día de silencio junto al sepulcro en la espera de la resurrección que queremos vivir con María, la Madre, a nuestro lado y con su misma fe y esperanza



Hoy es día de silencio junto al sepulcro en la espera de la resurrección que queremos vivir con María, la Madre, a nuestro lado y con su misma fe y esperanza


Hoy es día de silencio. Tras el grito de Jesús en la cruz en la tarde del viernes entregando su espíritu al Padre, tras rasgarse el velo del templo y al temblar la tierra resquebrajarse las piedras, la tierra quedó en silencio. La Iglesia quedó en silencio. Nosotros quedamos también en silencio, en contemplación, en oración.
Es el tiempo del silencio y de la espera. Es el tiempo, sí, del dolor y del duelo, pero no lo es el de la amargura sin esperanza porque creemos en la Palabra de Jesús. en los momentos de duelo no queremos que nadie nos hable, preferimos el silencio; en silencio queremos rumiar muchas cosas, muchos recuerdos, las palabras que escuchamos, el amor que vivimos, la vida que compartimos, las luchas y sufrimientos que pasamos junto al ser querido, pero también revivimos los momentos de paz, de amor, de alegría, de convivencia. No hagamos ruido, no convirtamos este día de duelo en lo que muchas veces convertimos los duelos de nuestros tanatorios llenos de demasiado bullicio, demasiadas palabras y demasiados ruidos.
Lo queremos hacer en este día de duelo que hoy vive la Iglesia, pero con la esperanza puesta en las palabras de Jesús. Recordamos lo más inmediato como la pasión y muerte que vivimos en la tarde de ayer, pero seguimos ahondando en la vida y serán muchos los recuerdos, las experiencias profundas, los gozos del alma que nos ha dado nuestra fe en Jesús y que hemos revivido y compartido en tantas celebraciones, las más inmediatas en el tiempo o las que han sido en los años o tiempos pasados. Hay tantas experiencias que revivir, cada uno ha de tener su recuerdo, hacer memoria.
Y junto a nosotros hoy tenemos a María. Ya estaba en silencio al pie de la cruz, solo escuchamos las palabras que le dirigió Jesús confiándole nuevos hijos. En silencio caminaría hasta el sepulcro y volvería con los discípulos al cenáculo o donde ella habitaría en esos días. En silencio la sentimos nosotros en este día de soledad, pero que no, repito, de amargura, aunque tantas veces la hayamos mencionado a ella con ese calificativo.
En María no faltó nunca ni el amor ni la esperanza. Ella había plantado la Palabra en su corazón y sabía hacer para hacerla fructificar. Aunque el evangelio no nos diga nada, allí estaría con los discípulos cuando además Jesús se la había confiado a Juan. Así está María hoy con la Iglesia en este día de silencio, pero en este día de espera. Con nosotros quiere llegar a la mañana gloriosa de la resurrección; ella nos enseñará a recorrer ese camino.
No decimos mas, no queremos ahora sino pensar y reflexionar y cada uno tiene que hacerlo en su propio interior. En silencio, con fe, con confianza, con esperanza ya nos preparamos el momento de gozo de la resurrección. La Iglesia espera en silencio, pero no dejamos que el dolor nos abrume. Tenemos la certeza de que Cristo resucitará. Así lo cantaremos esta noche. Así lo proclamaremos mañana en esa alborada gozosa del día de la Resurrección. Va tener culminación la Pascua.

viernes, 30 de marzo de 2018

Quiero hoy ponerme al pie de la cruz para bajar del Calvario hecho ahora un hombre nuevo para el amor con el compromiso también de hacer un mundo nuevo muy lleno de amor


Quiero hoy ponerme al pie de la cruz para bajar del Calvario hecho ahora un hombre nuevo para el amor con el compromiso también de hacer un mundo nuevo muy lleno de amor

Isaías 52, 13-53, 12; Sal 30; Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9; Juan 18, 1 - 19, 42

Quiero hoy ponerme al pie de la cruz. No es fácil. No es fácil subir hasta el calvario sobre todo si tenemos que ir cargando también con nuestra cruz. No es fácil ponerse ante la cruz si hay algo de sensibilidad en el corazón. Es signo de suplicio, de tormento, de sufrimiento, de muerte. Nos duele enfrentarnos con el dolor. Quisiéramos mirar para otro lado. No nos gusta ver sufrir a nadie. Se nos revuelven las entrañas. Queremos no tener que enfrentarnos a esa situación.
Pero aquí estamos ante la cruz que no es una cruz cualquiera. Estamos ante la cruz en la que muere Jesús. Llegar hasta lo alto del calvario siguiendo sus pasos nos ha costado también sufrimiento por ver tanto dolor, tanta ignominia, tanta violencia, tantas traiciones y negaciones. Sabemos bien todo lo que hubo detrás de la pasión de Jesús en quienes maquinaban su muerte, en quienes buscaban delaciones, en quienes se aprovecharon de las cobardías o de las ambiciones de algunos. Cuando somos conscientes de todo eso se nos revuelve el corazón y quisiéramos rebelarnos.
Aquí en silencio ante la cruz da tiempo para pensar mucho, para meditar mucho, para repasar también nuestra vida. Y el silencio que ahora nos envuelve quizás nos recuerdes nuestros silencios por cobardía cuando no supimos dar la cara; podíamos haber hecho y no hicimos; pudimos defender a quien se veía oprimido y quizás volvimos el rostro para decir que no nos enterábamos; preferimos nuestras comodidades antes de complicarnos la vida.
El silencio al pie de la cruz nos da para pensar mucho. Nos hace pasar la vida ante los ojos de nuestro corazón como una película y nos damos cuenta de cuantas veces negamos también; prometíamos y no sabíamos lo que prometíamos o pronto lo olvidábamos. Podía más en nosotros la pasión o la ambición; podía más en nosotros aquel momento en que queríamos pasarlo bien a costa de lo que fuera; podía más en nosotros el hacernos los olvidadizos de nuestros compromisos dejando quizá para otro momento – ya habrá tiempo nos decíamos –, un momento que nunca llegaba para cumplir con unas responsabilidades que un día habíamos asumido; podían más tantas cosas en nuestra vida y seguíamos bajando por la pendiente de las negaciones o de las traiciones.
Aquí seguimos en silencio ante la cruz de Jesús. Traspasado por tantas violencias que como había dicho el profeta ya no parecía que tuviera figura humana. Nos es fácil decir que si los guardias del templo que se lo pasaron bien aquella noche en el patio de Caifás, que si los soldados en el Pretorio con sus escarnios y sus burlas después de haberlo azotado y coronado de espinas; que si el camino del calvario bajo el peso de la cruz y arrastrado por los verdugos que querían llegar pronto a la cima para dejarlo allí traspasado por los clavos…
Pero ¿serán solo esas las violencias que sufre Jesús en la cruz del Gólgota? Un día nos dijo que todo lo que le hiciéramos de bien o de mal a cualquiera de los otros a El se lo estábamos haciendo. Y pienso en este silencio en tantas violencias que nos envuelven en la vida, me envuelven también en mi vida. Reacciones airadas, palabras hirientes, momentos llenos de orgullo que se convirtieron en desprecio de los demás, omisiones de socorro o de ayuda a los que nos tendían la mano pidiéndonos un pedazo de pan, soledades que no supimos compartir con tantos que pasaban el frío del desamor… son violencias que nos envuelven, son violencias que hacen daño, son violencias que llevan a Jesús también hasta la cruz.
Este silencio al pie de la cruz de Jesús da para pensar tantas cosas. Nos sentimos abrumados, sentimos la culpa sobre nuestra conciencia, nos parece que no merecemos tener ningún perdón, pero estamos escuchando una palabra de Jesús. Una palabra que ofrece perdón y hasta nos quiere disculpar. No saben lo que hacen. Levantamos nuestros ojos hasta donde está Jesús traspasado en la cruz y a pesar de tantas oscuridades parece que está comenzándonos a llegar un rayo de luz y de esperanza a nuestro corazón.
La mirada de Jesús es una mirada que nos quiere envolver en la paz. El rostro sereno de Jesús en medio de todo el tormento de la cruz parece que nos quiere hablar de amor y de misericordia. No estamos contemplando a un vencido sino a un vencedor. Con su mirada nos está diciendo que nos levantemos, que podemos levantarnos; como a aquellos inválidos del evangelio nos dice que nos levantemos y comencemos a caminar de nuevo.
No es tiempo de amarguras sino de esperanza; nos es tiempo para hundirnos sino para levantarnos triunfadores porque la muerte de Jesús en la cruz no es un fracaso sino una victoria; victoria sobre la muerte, sobre la oscuridad, sobre el odio y el desamor; es la victoria de la vida, es la victoria del amor. Aunque todavía nos parece que siguen envolviendo las tinieblas sabemos que pronta está la victoria de la resurrección. Es tiempo de pascua, es tiempo del paso salvador de Dios sobre nuestra vida que nos trae el perdón, que nos hará caminar en una vida nueva.
Quiere Jesús que estemos de pie junto a su cruz. Como lo estuvo María, que en medio de tanto dolor de madre no le faltó nunca la esperanza; nos la da como madre, como la madre que nos va a acompañar en nuestro camino para ayudarnos a levantarnos, ayudarnos a caminar por esos caminos nuevos donde haremos desaparecer las violencias y el desamor que tantas veces ha envuelto nuestra vida.
Ella nos va a decir también que confiemos, que cuando Jesús entregue su espíritu al Padre a nosotros nos estará dando la fuerza de su Espíritu para que podamos emprender ese camino nuevo de resurrección en nuestra vida. Es lo que tenemos que emprender. Es la manera cómo bajaremos del Calvario, de estar junto a la cruz de Jesús, pero hechos ahora unos hombres nuevos para el amor con el compromiso también de hacer un mundo nuevo muy lleno de amor.



jueves, 29 de marzo de 2018

Es la hora en que encontremos un sentido para la vida en la entrega de Jesús y aprendamos a ceñirnos la toalla para amar y entregarnos como Jesús



Es la hora en que encontremos un sentido para la vida en la entrega de Jesús y aprendamos a ceñirnos la toalla para amar y entregarnos como Jesús

Éxodo 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Corintios 11, 23-26; Juan 13, 1-15

‘Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo… Estaban cenando, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido…’
Es la hora. Había llegado su hora. Es la hora del amor, de la entrega, del dar la vida. Ahora todo son signos; mañana lo veremos en la más hermosa entrega, ‘los amó hasta el extremo’.
No son unos signos cualesquiera. Cada detalle tiene un profundo significado. Ya es hermoso que todo se realice en medio de una cena, una comida. Es fraternidad y comunión de los que se sientan a una misma mesa. Es memoria y es celebración porque era la cena pascual que recordaba el paso de Dios por su historia, por la historia del pueblo de Israel, por la historia de cada uno. Es celebración porque tiene el sabor del encuentro y de la despedida; es la última cena, así la llamamos siempre.
Pero es celebración porque es mucho más, aquella cena ha de prolongarse para siempre y cada vez que se celebre será celebrar su presencia y su vida, su amor y su entrega. Pero es celebración que es anuncio de futuro, tiene la trascendencia de la eternidad, de las bodas eternas, de la pascua eterna junto a Dios para siempre.
Y es importante este primer signo de la cena. Jesús se despojó de su manto pero se ciñó. El manto puede ser abrigo y adorno, pero cuando se va a realizar algo grande no necesitamos el manto, nos liberamos de él. Pero Jesús se ciñó, y en este caso una toalla. Se ciñe el que se dispone a salir, el que va a comenzar un trabajo, el que va a emprender algo grande. Por eso en otro momento nos dirá que estemos con la cintura ceñida como los servidores que esperan a que su señor llegue para servirle. Si están ceñidos es porque están despiertos, están vigilantes para el servicio y para la entrega.
Y Jesús se ciño porque iba a realizar algo inaudito. Inaudito era que quien era el señor se pusiera a servir. Lavar los pies a los invitados era tarea de otros, de los servidores. ‘Me llamáis el Maestro y el Señor y decís bien’, le dice Jesús. Pues si El que es el Maestro y el Señor se ha puesto de servidor a lavar los pies nos está diciendo lo que hemos de hacer.
Por eso ese gesto de Jesús significa mucho, significa su entrega. Era inaudito lo que iba a pasar, que Jesús fuera entregado a la muerte y una muerte de cruz. Pero es que no era que otros lo entregaran, era El mismo el que se estaba entregando y eso sí que era inaudito. Por eso es tan grande, tan importante este signo que realiza Jesús.
Se ciñó porque estaba dispuesto, preparado para la entrega. ‘Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo’, ya nos había dicho el evangelista como prólogo a este episodio. Todo lo que viene a continuación es una consecuencia. Juan no nos hablará de la Eucaristía en la cena pascual, como lo hacen los otros evangelistas, porque de alguna manera estaba ya incluido en este signo con el que Jesús comienza la cena. Será como una continuidad. Quien así se entregaba era para que nosotros tuviéramos vida. Cuando vamos a comer a Jesús en la Eucaristía estamos comiéndole en su entrega, porque así queremos entrar en comunión con El, con su amor para vivir en su mismo amor.
Más adelante en la cena nos dirá que nos deja un solo mandamiento. Nos dirá que tenemos que amar con un amor como el que El nos amó. Ese será nuestro distintivo. Pero el distintivo está en lo profundo; no es cuestión de palabras bonitas que nos digamos los unos a los otros; no es solo unos gestos esporádicos que hagamos en un momento de entusiasmo o de fervor. Tiene que ser el sentido de la vida, tiene que ser nuestro vivir. Y nuestro vivir es en la misma entrega de Jesús.
Tenemos que aprender a ceñirnos como Jesús para estar siempre dispuestos; siempre vigilantes para ir allí donde se necesita que pongamos amor. Y aunque hoy en nuestro mundo es quizá la palabra mas repetida, sin embargo bien sabemos que es el ansia mas profundo que sienten los hombres y mujeres a nuestro lado. Habrá muchas palabras de amor pero hay muchas ansias de amor, porque no siempre todos se sienten queridos, acompañados. Muchas soledades con hambre de amor podemos descubrir en nuestro entorno.
Vivimos en un mundo de muchas comunicaciones, pero también de muchas soledades. Buscamos y no sabemos como ni donde. Y entonces queremos satisfacernos con superficialidades, con muchas banalidades de la vida, con amores efímeros que no son el verdadero amor. Recorramos las redes sociales y si nos fijamos bien detrás de muchas cosas que se dicen o se comunican hay muchas soledades que no han encontrado un verdadero sentido para sus vidas. Y porque no hay una comunicación profunda los encuentros son efímeros, las amistades pronto se acaban, aparecen las huidas por miedo al compromiso, las soledades perviven, las angustias siguen ensombreciendo los corazones.
Nosotros los que creemos en Jesús y en este día del Jueves Santo le vemos ceñirse para darse y entregarse hemos de aprender de Jesús lo que es el amor verdadero y el amor que tenemos entonces que comunicar a los demás. Hoy queremos entrar en comunión con Cristo y por eso con tanta intensidad queremos vivir la Eucaristía para así llenarnos de ese amor que nos lleve a los demás, que nos lleve a hacer un mundo donde de verdad nos encontremos para ser más felices.
Comulgando a Cristo y entrando en comunión con El rompamos los círculos cerrados para ir a un encuentro verdadero con los demás. En Cristo tenemos el ejemplo, el estimulo y la fuerza para realizar esa reconstrucción del amor en nuestro mundo. Encontremos ese sentido en la entrega de Jesús y aprendamos a ceñirnos la toalla para amar y entregarnos como Jesús.



miércoles, 28 de marzo de 2018

Vamos a celebrar la cena de pascua, pero sigamos el camino que nos señala Jesús para preparar de verdad nuestro corazón y haya pascua en nuestra vida


Vamos a celebrar la cena de pascua, pero sigamos el camino que nos señala Jesús para preparar de verdad nuestro corazón y haya pascua en nuestra vida

Isaías 50,4-9ª; Sal 68; Mateo 26, 14-25

‘Maestro, ¿dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?’ preguntan los discípulos a Jesús. Pero hay una pregunta que frecuentemente escuchamos en estos días muchos se hacen también, ¿dónde vas a pasar la semana santa?
La pregunta que nos relata el evangelio es cierto que va acompañada previamente por la postura de Judas que va a preguntar a los sumos sacerdotes ¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?’ y ya sabemos como se sucedieron las cosas a partir de aquel momento. Por su parte Jesús indica con toda precisión lo que han de hacer los discípulos para encontrar en la ciudad la casa de aquel amigo de Jesús que le ofrecería una sala para celebrar la pascua.
A la pregunta que escuchamos o se hacen muchos en estos días, como decíamos, encontraremos variadas respuestas que muchas de ellas parece que nada tienen que ver con ‘eso’ de la semana santa. Que si vacaciones, que si aprovechamos estos días para irnos de viaje, que si descanso en la playa porque andamos muy estresados y necesitamos un relax, que si vamos a no sé que sitio a ver las procesiones porque son muy bonitas y quizá la que más tímidamente se pronuncie por parte de otros es que van a ir a su parroquia a las celebraciones litúrgicas de la semana santa. Probablemente esta última respuesta produzca sorpresa para algunos porque para ellos eso significa ya poco en su vida.
No entramos en juicios sobre lo que cada uno quiere hacer de estos días y cuáles sean sus personales convicciones – ahí está la realidad de la vida -, pero quienes se acercan a esta página quizá puedan tener distintas motivaciones y realmente se estén preguntando, como me lo hago yo a mí mismo ¿cómo es que voy a preparar la celebración de la pascua? ¿Estaré ya preparado para poder participar en la cena de Pascua?
Quienes queremos vivir nuestra fe de forma sincera y estamos intentando hacerlo de forma comprometida estos momentos de las celebraciones del misterio pascual de Cristo son muy importantes. No es que tengamos necesariamente que cubrir estos días nuestra vida de tintes lúgubres y tristes, porque nunca nuestra fe puede estar envuelta en esos mantos de negrura y de tristeza. La negrura la dejamos para el corazón de Judas que ya simbólicamente nos dice el evangelio que cuando salio del cenáculo para perpetrar su traición era de noche; no solo eran las tinieblas y la oscuridad de la noche, sino que eran las tinieblas de su corazón.
Es cierto que al disponernos a celebrar la pascua sentimos en nuestro corazón el peso de nuestros pecados pero al mismo tiempo está resplandeciendo sobre nosotros la misericordia del Señor. Todo nos habla en estos días del amor misericordioso de Dios. Contemplar a Cristo en su entrega es contemplar la inmensidad del amor de Dios. No lo merecemos porque somos pecadores. Pero así se manifiesta la grandeza del amor de Dios. No nos ama porque seamos justos, nos ama y se entrega por nosotros a pesar de que somos pecadores, porque quiere inundarnos de su gracia, de su luz, de su amor misericordioso invitándonos una vez más a vivir santamente nuestra vida.
Sí, vamos a preparar la pascua, vamos a preparar nuestro corazón, vamos a purificarnos con la gracia de Dios en los sacramentos, vamos querer llenarnos de luz y sentir la alegría del amor en nuestro corazón. Hay esperanza para nuestra vida llena de tinieblas porque por encima de todo resplandece la luz del amor del Señor. El Señor como a aquellos discípulos nos señala claramente el camino para encontrarnos con El en la cena de pascua.


martes, 27 de marzo de 2018

Queremos poner amor, aunque sabemos que nuestro amor tantas veces está viciado con nuestro pecado, pero ahí queremos decirle nosotros a Jesús que iremos con El


Queremos poner amor, aunque sabemos que nuestro amor tantas veces está viciado con nuestro pecado, pero ahí queremos decirle nosotros a Jesús que iremos con El

Isaías 49, 1-6; Sal 70;  Juan 13, 21-33. 36-38

Comienzo  hoy haciéndome una reflexión de cómo se sienten aquellos que se ven traicionados quizá por sus mas cercanos o por aquellos en los que se había puesto mucha confianza. tiene que ser una experiencia dura y amarga; habías puesto amor y confianza y ahora ves que aquellos por los que quizá hiciste mucho bien sin embargo te dan la espalda o peor te apuñalan por la espalda haciéndote daño con sus actuaciones o sus criticas. Se siente uno como impotente y quizá puedan ocurrírsele muchas reacciones incluso violentas si no se tiene la suficiente serenidad y madurez para afrontarlo.
En estos momentos previos a la pascua y sabiendo Jesús todo lo iba a suceder comienza a desvelarles a sus discípulos más cercanos la tragedia que se acerca. ‘Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar’. Aquellas palabras surtirían el efecto de un jarro de agua fría echada sobre sus vidas cuando tanto le querían aunque no terminaran de entender todo su misterio. Sutilmente Jesús señala quien es el traidor con las palabras que Jesús le dirige a Judas Iscariote, pero aun ellos siguen sin sospechar todo lo que habría de pasar.
Pero Jesús les habla de su glorificación; palabras que podrían ser confusas para ellos dado las esperanzas que habían puesto en su futuro Mesías que sospechaban que era Jesús y según la manera que tenían de entender lo que significaba el Mesías. Pero bien entendemos nosotros que Jesús se estaba refiriendo a su muerte. Ahí en la cruz se iba a manifestar la gloria de Dios. No era a la manera del Tabor, o de la experiencia que alguno habría vivido allá con el Bautista en el desierto cuando el Bautismo de Jesús.
La gloria del Señor se iba a manifestar en su entrega, en su dolor y en su sufrimiento de una muerte en Cruz que era el signo del mayor amor. Jesús era consciente de ello y para eso  había subido a Jerusalén sabiendo que había llegado su hora. Ahora en la cena pascual todo eran signos que anticipaban ese momento de gloria, aunque la tristeza comenzaba a abrumarles en lo que estaban presintiendo que iba a suceder.
Pero los discípulos están dispuestos a todo. Allí está Pedro prometiendo lo que no iba a ser capaz de cumplir en aquel momento. `Aunque todos, yo’, decía. ‘Daré mi vida por ti’, protesta Pedro. Pero Jesús le anuncia que él también va a fallar; habrá un traidor que lo entregará por treinta monedad, pero él lo negará por el miedo y la cobardía de ser descubierto como discípulo de aquel que estarían juzgando y condenando entonces ante el Sanedrín. ¿Con que darás tu vida por mí?, le dice Jesús. Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces’.
Traiciones, negaciones, abandonos todo se va a ir sucediendo. Es la tragedia que comienza. Pero es el momento grande de la glorificación. Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: "Donde yo voy, vosotros no podéis ir’.
Y aquí estamos nosotros ante el comienzo de la pasión. Aquí estamos  nosotros también con nuestro lado oscuro muy lleno de negaciones, de miedos, de cobardía, de traiciones, de abandonos. Aquí estamos nosotros con nuestras sombras, las sombras de nuestros pecados, pero que estamos buscando la luz, la vida, el perdón, la gracia, el amor de Dios que se derrocha sobre nosotros.
Queremos poner amor, aunque sabemos que nuestro amor tantas veces está viciado con nuestro pecado, pero ahí queremos decirle nosotros a Jesús que iremos con El, que estaremos con El, que queremos dejarnos lavar por su sangre, por su gracia, que queremos llenarnos de su vida, que queremos vivir intentadamente su pascua que tiene que ser nuestra pascua, el paso salvador de Dios por nuestra vida.
 

lunes, 26 de marzo de 2018

Con una fragancia de suave olor tenemos que perfumar nuestro mundo derrochando amor, repartiendo sonrisas y abriendo nuestro corazón para acoger a los demás


Con una fragancia de suave olor tenemos que perfumar nuestro mundo derrochando amor, repartiendo sonrisas y abriendo nuestro corazón para acoger a los demás

Isaías 42, 1-7; Sal 26; Juan 12,1-11

¿Habrá alguien que sea alérgico o que no le agrade un suave perfume? Qué agradable sensación cuando pasas al lado de una persona que va dejando a su paso un halo de limpieza y de perfume. Como agradable es llegar a un lugar embellecido con unas flores, pero perfumada por el suave olor de las flores. Agradable es aun más cuando sentimos una sensación de paz y de serenidad en el encuentro con las personas que trasmiten no ya un perfume que nos llegue por el olfato sino por su presencia acogedora y llena de amor. Podemos decir, entonces, que hay perfumes y perfumes.
Hay personas que no dan olor y no es ya porque no usen esos perfumes de los que normalmente hablamos sino que su presencia es aséptica al no trasmitir nada en su vida porque les falte esa capacidad de acogida y de empatía para trasmitirnos algo de lo que lleven en su corazón. Ni fríos ni calientes, encerrados en su torre de marfil se manifiestan hieráticos y distantes con lo que ya no nos sentimos a gusto y casi espontáneamente rehuimos su presencia.
Hoy el evangelio nos ha hablado de perfumes. Nos detalla el amor de María de Betania que gastó su dinero en aquel vaso de oloroso y costoso perfume para derramarlo a los pies de Jesús. La fragancia del perfume inundó toda la casa, nos dice el evangelista. Era habitual en ella el derrochar sus perfumes para acoger y recibir a Jesús porque aunque entonces no era de nardo purísimo como ahora ese perfume había también derramado cuando sentándoles a los pies de Jesús le recibió en su casa. Aquel hogar de Betania derramaba torrentes de perfume en la acogida y en el amor con que recibían y atendían a Jesús cuando allí llegaba.
En la narración un tanto cronológica de los últimos momentos de Jesús la liturgia nos ofrece este evangelio cuando ya hemos iniciado esta semana de pasión como acontecimiento cercano a la pasión y a la muerte de Jesús. Después de la resurrección de Lázaro en Betania habían preparado un banquete para Jesús. Allí estaba con sus discípulos, allí está Lázaro el que había vuelto a la vida, Marta como siempre estaba con el servicio a la mesa, pero María ‘se había salido’ como ahora se dice derrochando todo aquel perfume a los pies de Jesús. ‘Lo tenia preparado para mi sepultura’, aclarará Jesús cuando incluso en alguno de los discípulos surgen comentarios interesados y no muy bien intencionados.
Quiero centrar mi pensamiento en ese perfume derrochado a los pies de Jesús. Era un buen perfume que nos habla de amor y de acogida, de sentimientos de gratitud y de muestras de amistad frente a otro mal perfume que quería por allá aparecer en los malos sentimientos e interesados juicios y pensamientos. Por eso la pregunta que me hago es con cuál perfume me estoy yo hoy, lunes santo, acercando a Jesús para celebrar su Pascua.
Desgraciadamente tantas veces en la vida he sido alérgico al perfume del amor y de la acogida cuando he dejado meter la maldad y la insolidaridad en mi corazón; maleamos nuestro corazón desde intereses egoístas, desde juicios maliciosos, desde la frialdad y la insensibilidad con que tantas veces vamos por la vida. Parece que fuéramos alérgicos al amor.
Como nos dirá san Pablo tenemos que dar el buen olor de Cristo y lo haremos cuando pongamos sensibilidad y amor en nuestro corazón, cuando aprendamos a mirar con ojos nuevos a los que nos rodean y seamos capaces de entrar en una nueva sintonía de amor con cuantos nos vamos cruzando por los caminos de la vida. Es la fragancia que tenemos que saber ir dejando a nuestro paso; es la cercanía y el cariño con que sabemos acercarnos a los demás; es la sonrisa que regalamos a todo aquel con quien nos encontremos. Mira con mirada nueva a todo aquel que se cruza en tu camino como si con Cristo mismo te encontraras y harás sentir a todos el perfume del amor cristiano.



domingo, 25 de marzo de 2018

Es domingo de ramos pero será bueno que nos preguntemos si al celebrar la pascua este año vamos a terminar por ser un poquito mejores y nuestro mundo será mejor


Es domingo de ramos pero será bueno que nos preguntemos si al celebrar la pascua este año vamos a terminar por ser un poquito mejores y nuestro mundo será mejor

Isaías 50, 4-7; Sal. 21; Filipenses 2, 6-11; Marcos 14, 1–15, 47

‘Mirad que subimos a Jerusalén…’ les había anunciado repetidamente Jesús a los discípulos. Ellos no habían sabido entender. Subir a Jerusalén era normal sobre todo por la fiesta de la Pascua para los judíos o también alguna de las otras fiestas establecidas en la ley mosaica. Menos aun entendían lo que Jesús les decía que el Hijo del Hombre iba a ser entregado en manos de los gentiles y que sufriría muerte de cruz. Habían intentado incluso quitárselo de la cabeza.
Ahora estaban ya a las puertas de la ciudad bajando por la ladera de enfrente, por el monte de los olivos y en la cercanía ya de la fiesta de la pascua eran muchos ya los que entre cantos de alegría por llegar a contemplar la ciudad de Jerusalén bajaban también en aquellos momentos. Entre los que bajaban habría muchos galileos, porque aquel era el camino normal para acercarse a Jerusalén por el valle del Jordán subiendo luego desde Jericó que habían escuchado las enseñanzas de Jesús por toda Galilea y contemplado sus signos y milagros.
Pero estaba también reciente un signo muy especial como había sido la resurrección de Lázaro, después de cuatro días enterrado, en la cercana Betania. Entre los cánticos entusiasmados por la llegada a Jerusalén, el entusiasmo de los galileos por Jesús y las noticias de la reciente resurrección de Lázaro habían caldeado el ambiente y ahora era a Jesús al que aclamaban. El había tomado prestado en una cercana aldea un borrico sobre el que iba montado y todo hizo que las gentes comenzaran a aclamar a Jesús como el que venia en nombre del Señor, alfombrando los caminos con sus mantos y cogiendo ramas de los árboles para expresar así su alegría por la llegada de Jesús a Jerusalén.
Para los discípulos cercanos todo sería asombro y entusiasmo, porque además no veían lo que Jesús había anunciado de entregas y de muerte sino los signos eran todo lo contrario de victoria. ‘¡Hosanna al Hijo de David!’, aclamaban niños y mayores con todo entusiasmo. Eran cánticos de victoria lo que se oían y que provocarían cierta reacción de los fariseos y los sumos sacerdotes porque ahora si parecía que todo se les iba de las manos.
‘Si callan los niños, gritarán las piedras’, había dicho Jesús cuando alguien se había acercado a decirle que los hiciera callar porque aquello quizá no parecía conveniente. Jesús acepta aquellas aclamaciones aunque sabe que a los pocos días aquellas aclamaciones cambiarían. Pero es su entrada para la Pascua y aquella iba a ser una pascua especial porque sería la pascua definitiva, la pascua nueva y definitiva que traería el paso salvador de Dios en medio de los hombres para siempre.
Los cristianos también en este domingo conmemoramos y celebramos también esa entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. También nosotros nos unimos a los niños hebreos en este día para aclamar al Señor y también con palmas y ramos de olivo queremos salir al encuentro del Señor que viene a nuestra Jerusalén, a nuestra vidalol. Queremos entender bien todo el sentido que tienen esas aclamaciones porque son un anticipo de los Aleluyas que vamos a cantar en la mañana de Pascua.
Queremos entender, sí, el anuncio de Jesús sobre el sentido de su subida a Jerusalén y por eso en estos días vamos a celebrar todo el misterio pascual de Cristo, vamos a celebrar y conmemorar su pasión y su muerte pero nosotros si entendemos lo que El también había anunciado – y tanto le costaba entender a los discípulos – de que al tercer día resucitaría.
Y todo esto no lo queremos vivir de cualquiera manera, no lo queremos vivir de una manera superficial, no queremos ser meros espectadores que contemplamos un espectáculo. Demasiado espectáculo estamos haciendo de nuestra semana santa hasta convertirla en una fiesta de interés turístico. Las imágenes que tendrían que servirnos para contemplar y meditar toda la crudeza de la pasión de Cristo, que fue una pasión de amor, demasiado se han convertido desde una devoción no siempre bien entendida en ostentación de joyas y de riquezas que están bien lejos del verdadero sentido de la pasión y muerte de Jesús.
Tenemos que saber interiorizar bien todo el sentido de nuestras celebraciones y aunque es bueno que también proclamemos ante todos en la vía publica lo que es nuestra fe, hagámoslo desde el verdadero sentido que tiene que tener para nosotros la celebración de la pascua. ¿Sentiremos en verdad ese paso salvador de Dios por nuestra vida que nos transforma y nos hace vivir en un nuevo sentido de amor?
Cuando terminemos todas nuestras celebraciones ¿vamos a ser mejores y hemos logrado que el mundo sea un poquito mejor? ¿Qué anuncio de Buena Nueva salvadora estaremos haciendo en estos días? ¿Llegará el evangelio a los corazones de nuestros hermanos – y también a nuestro corazón – no porque veamos unas imágenes que desfilan en unas procesiones sino porque cala hondo el mensaje de Jesús que interroga nuestra vida para hacer un mundo mejor?
Amigo que lees estas páginas de mi blogspot te invito a que tomes en tus manos estos días la Biblia y la abras por los relatos de la pasión en los distintos evangelistas. Este año en el Domingo de Ramos leemos la pasión según el evangelista Marcos. Detente un poco en tus actividades, encuentra momentos de sosiego y de silencio y escucha a Dios en tu corazón, déjate interrogar por el relato de la pasión de Jesús y deja que el Espíritu del Señor vaya transformando tu vida. Seguro que inspirará muchas cosas en tu corazón. Será una forma hermosa de hacer pascua. Subamos también nosotros con Jesús a Jerusalén para celebrar la Pascua.