sábado, 27 de enero de 2018

El que cree en Jesús mantiene siempre un corazón joven, vivo e inquieto para abrir caminos nuevos con la novedad del evangelio a pesar de las oscuras tempestades que nos da la vida


El que cree en Jesús mantiene siempre un corazón joven, vivo e inquieto para abrir caminos nuevos con la novedad del evangelio a pesar de las oscuras tempestades que nos da la vida

2Samuel 12,1-7a.10-17; Sal 50; Marcos 4,35-41

Aventurarnos a lanzarnos a descubrir caminos nuevos en la vida nos da miedo, nos resulta costoso tomar la decisión. Es algo nuevo y desconocido y queremos asegurarnos muy bien con lo que nos vamos a encontrar. Por mucho espíritu de aventura que tengamos sentimos cierto temor, y si en los primeros pasos que vamos dando  nos aparecen las dificultades y contratiempos sentimos la tentación de volvernos atrás.
Pero creo que es necesario arriesgarnos a algo nuevo; no nos podemos quedar en conservadurismos que nos atan al pasado y no nos dejan avanzar. Encontraremos dificultades pero sabemos que también encontraremos caminos, aunque las tormentas puedan ser fuertes. Es la aventura, podríamos decir, del crecer y es lo que nos hará más maduros en la vida; es el espíritu joven e inquieto que no tendríamos que perder porque entonces se nos envejecería el corazón.
Es la forma de salir de rutinas que nos adormecen, que anquilosan nuestra vida. Es el corazón que se tiene que sentir siempre joven y que es capaz de superar cansancios y desalientos. Es como en verdad podemos ir logrando un mundo nuevo y mejor, que creo que tendría que ser la aspiración de todos.
Vamos a la otra orilla’, les dice Jesús hoy a los discípulos. Pero tendrían que atravesar el lago. Sí, también en el camino de nuestra fe, en lo que es vivir nuestra vida cristiana tenemos que escuchar también esa invitación de Jesús. Seguir a Jesús es estar en camino que eso viene a significar la palabra discípulo. Como lo hacían los discípulos que iban de un lado para otro a donde Jesús les llevara, que se ponían en camino o se subían a la barca para ir a la otra orilla.
Esta vez se encontraron una tempestad en el lago. Sucedía muchas veces por la situación geográfica en la que estaba situado, pero es como nos sucede a nosotros también tantas veces. Les entró miedo y pensaban que se hundían, aunque Jesús estaba con ellos pero estaba dormido en un rincón de la barca. Nos sucede tantas veces en la vida y por eso en tantas ocasiones nos da miedo a arriesgarnos, a emprender cosas nuevas, a abrir caminos para llevar el evangelio a otras partes, o abrir nuevos surcos donde sembrar una y otra vez la semilla.
Tempestades, temores que nos vienen de nosotros mismos porque no tenemos confianza o  nos confiamos demasiado solo en nuestras fuerzas; temores ante lo que nos vamos a encontrar porque no siempre lo que nos rodea nos es favorable; temores por nuestra propia debilidad, la debilidad también en muchas ocasiones de nuestra fe, y tememos no saber como confrontar nuestra fe con ese mundo en el que vivimos y donde incluso podemos encontrar rechazo.
Tempestades y temores porque las tentaciones nos acosan y somos tan ciegos que no nos damos cuenta que con nosotros está siempre el Señor. Aunque en medio de esa tempestad nos parezca sentir el silencio de Dios tenemos la certeza de que El está ahí, la fuerza de su Espíritu no nos va a fallar.
‘¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?’ nos dice también el señor a nosotros. No nos acobardemos, arriesguémonos a emprender el camino, a cruzar al otro lado, a llegar allá donde parece que nadie llega, a ir a ese mundo desconocido o adverso, allí tenemos que dar testimonio de nuestra fe. Que la rutina nunca adormezca nuestra fe. Que el miedo no nos paralice y nos encierre en lo de siempre. Que no se nos anquilose el corazón sino que siempre nos manteamos con espíritu joven e inquieto.
La novedad del evangelio siempre ha de encontrar caminos nuevos que nos lleven a los demás. Con nosotros está el señor. Nada nos separará del amor de Dios.

viernes, 26 de enero de 2018

No olvidemos nunca que siempre hemos de ser sembradores de la buena semilla del Reino de Dios, constructores con nuestra vida del Reino de Dios en nuestro mundo

No olvidemos nunca que siempre hemos de ser sembradores de la buena semilla del Reino de Dios, constructores con nuestra vida del Reino de Dios en nuestro mundo

2Timoteo 1, 1-8; Sal 95;  Marcos 4,26-34

Qué hermoso y maravilloso contemplar el misterio de la vida, como se va desarrollando día a día en las personas y en la propia naturaleza. Nacer, crecer, madurar, dar frutos es camino de toda vida que misteriosamente se va desarrollando delante de nuestros ojos aunque casi  no nos demos cuenta. Es la vida del niño que crece, que madura en sus pensamientos y en sus actitudes y comportamientos; es la persona que encierra en si todo un misterio en la fuerza que lleva en su interior y que luego se va a ir manifestando en lo que va haciendo de su vida y en la vida.
Como la planta que crece en nuestra huerta, en el jardín o en el campo que la vemos brotar pequeña e insignificante pero que crece y crece y nos pueda dar un frondoso árbol lleno de apetitosos frutos. Es esa semilla que nos parece encerrada en una concha pero de la que un día brotará una planta de hermosas flores y jugosos frutos. Y así podemos pensar en tantas y tantas cosas llenas de vida, como tenemos que pensar, por supuesto en las personas, en nosotros con todo el misterio que en nuestro interior guardamos.
Hoy nos habla Jesús de una semilla plantada y que germina y que va creciendo ante los ojos del agricultor que la sembró y que espera un día recoger abundante cosecha de ella. Pero es una semilla pequeña e insignificante – luego nos hablará también de la insignificante semilla de la mostaza – que puede darnos una hermosa planta. Pero Jesús nos habla de esa semilla plantada y que así crece para comparárnosla con el Reino de Dios. Son varias las parábolas en las que nos hace esa comparación con la semilla.
Esa semilla del Reino de Dios que tenemos que saber ir plantando en la vida. Con el riesgo, si queremos pensar así, de que no sabemos si prenderá o no y si un día va a dar fruto o no, pero que tenemos la obligación de plantar. Y no tenemos que pensar en espectaculares cosas a realizar para plantar esa semilla del Reino. Muchas veces nos ponemos a cavilar y a programar grandes acciones o cosas extraordinarias pensando que así tendrá más efectividad. Sin embargo con la más absoluta naturalidad tenemos que ir dejando caer por los caminos de la vida esa semilla que tendría que brotar de forma espontánea de nosotros en nuestros gestos, actitudes y comportamientos de la normalidad de cada día de nuestra vida.
Si en verdad nosotros estamos impregnados del espíritu del Reino de Dios, todo eso tendría que brotar de nosotros como esas semillas que se desprenden de forma espontánea de las plantas y de las flores y son llevadas por el viento o las aves esparciéndolas por todas partes haciendo brotar nuevas plantas del Reino de Dios en la frondosidad de al vida; como el perfume que desprenden las flores sin hacer ninguna cosa especial nosotros tenemos que hacer desprender de nuestra vida ese perfume del Reino de Dios que envuelva y contagie todo cuanto nos rodea.
No olvidemos nunca que siempre tenemos que ser sembradores, constructores con nuestra vida del Reino de Dios en nuestro mundo. No desistamos en nuestra tarea.

jueves, 25 de enero de 2018

Ayudemos a los demás en su camino de Damasco – cada uno tiene su propio camino de Damasco – a un encuentro vivo con el Señor, como también nosotros dejémonos ayudar

Ayudemos a los demás en su camino de Damasco – cada uno tiene su propio camino de Damasco – a un encuentro vivo con el Señor, como también nosotros dejémonos ayudar

Conversión de san Pablo

Hechos de los Apóstoles 22,3-16; Sal. 116; Marcos 16,15-18

Nos cuesta aceptar que la gente pueda cambiar. Algunas veces nos parece que está justificada esa desconfianza, porque hemos visto a las personas tan encerradas en si mismos y en sus ideas, con un cierto fanatismo en sus actuaciones, que nos parece imposible que esas personas puedan cambiar de pensamiento, de actitudes y de lo que hacen en su vida.
En un buen pensamiento por nuestra parte podríamos quizá pensar que actúan ajustándose a su manera de ver las cosas y son fieles a si mismos y por eso actúan así, pero eso no nos quita la desconfianza que podamos sentir cuando les vemos que han cambiado y que ahora actúan de otra manera. Pienso que si van con verdadera sinceridad por la vida podríamos deducir que no han visto otra cosa, o que las influencias que han recibido o la misma educación les haya podido llevar a esas posturas porque no han descubierto otra luz.
Por eso, digo, que si con sinceridad van por la vida y con una cierta postura abierta para descubrir algo nuevo, en un momento pueden sentirse iluminados para darle una vuelta a su vida. Quizá nosotros también tengamos que saber ir con disponibilidad y una apertura de corazón para no encerrarnos quizá en los prejuicios que tengamos hacia los demás.
Hoy estamos celebrando a alguien que supo darle la vuelta a su vida y cambió. También había desconfianza en torno a él. La fama de lo que hacia en Jerusalén persiguiendo a los que confesaban el nombre de Jesús llegaba también a otros sitios; si ahora iba a Damasco era precisamente desde esas ideas con intención de apresar a todos lo que creían y confesaban el nombre de Jesús para llevarlos presos a Jerusalén. No nos ha de extrañar entonces la respuesta llena de desconfianza de Ananías a la visión que estaba recibiendo del Señor; él sabía a lo que venia Saulo a Damasco.
Pero Saulo no se había encontrado nunca con Jesús. Educado en el fanatismo de los fariseos, como el mismo mas tarde confesaría, quería borrar el nombre de Jesús de Jerusalén y de allí donde fuera confesado. Ya joven aun había estado siendo testigo de la muerte de Esteban guardando los mantos de los que apedreaban al que iba a ser el primer mártir por Jesús.
Pero el camino de Damasco había sido muy grande para él. Había sido el lugar y el momento del encuentro. Jesús le salía al paso. Con la luz de Jesús resucitado se habían cegado incluso sus ojos corporales, pero esa misma luz le iba a abrir los ojos del corazón. Había sido elegido como instrumento de salvación, se le diría a Ananías en la visión que había recibido del Señor. Y Saulo ciego de sus ojos corporales se había dejado conducir hasta Damasco donde terminaría de encontrar la luz.
Hoy estamos celebrando su conversión. No vamos ahora a extender en todo lo que fue el actuar de Saulo, luego cambiado el nombre a Pablo, porque bien lo conocemos. Pero sí podemos deducir muchas cosas para nosotros, mucho mensaje para nuestra vida.
¿Necesitaremos dejarnos encontrarnos, con un encuentro vivo, por Jesús? aunque sepamos muchas cosas, aunque tratemos de ser buenos y hasta vivir ciertos compromisos en nuestra vida desde la fe que tenemos, quizá pudiera faltarnos un encuentro mas profundo, más vivo, en que en verdad nos sintamos transformados por su luz. Todavía quedan tantas cosas ciegas en nuestra vida, tantas oscuridades que necesitamos iluminar.
Pero también al hilo de lo que fue el comienzo de nuestra reflexión tendríamos que aprender a mirar con ojos nuevos, con mirada limpia y nueva a los demás para ir desterrando de nosotros tantas desconfianzas. Aprendamos a confiar en la sinceridad de las personas; aprendamos a confiar en que las personas pueden cambiar, darle una vuelta a su vida, como nosotros también podemos y tenemos que cambiar quizás en muchas cosas.
Ayudemos a los demás en ese camino de Damasco de sus vidas – cada uno tiene su propio camino de Damasco – a ese encuentro vivo con el Señor, como también nosotros dejémonos ayudar. 

miércoles, 24 de enero de 2018

No nos cansemos de sembrar la semilla, de hacer el bien, de trabajar por los demás, de comprometernos seriamente en la vida, algún día esa semilla puede brotar y llegar a dar fruto

No nos cansemos de sembrar la semilla, de hacer el bien, de trabajar por los demás, de comprometernos seriamente en la vida, algún día esa semilla puede brotar y llegar a dar fruto

2Samuel 7,4-17; Sal 88; Marcos 4,1-20

Es un poco la tentación de desánimo que muchas veces sienten los que trabajan por los demás, quieren hacer cosas buenas, se preocupan de esa sociedad en que viven o tienen un compromiso social en alguna actividad en su entorno. Es el desánimo que se puede sentir cuando no vemos el fruto pronto de aquello que hacemos.
O que nos puede pasar en nuestra vida personal, que queremos superarnos, avanzar en la consecución personal de algunos valores, pero parece que vamos a rastras porque no avanzamos, porque no logramos superar aquellos escollos que la vida nos va poniendo, no logramos mejorar nuestro carácter, no conseguir dominar aquellos impulsos, seguimos con nuestra rabias y violencias aunque solo sean en nuestro interior.
Creo que no podemos idealizar la vida, nuestras luchas o nuestro trabajo por los demás, pensando que todo será fácil y maravilloso y que pronto conseguiremos aquello que perseguimos; son muchas las circunstancias que nos rodean, influencias que recibimos nosotros de todo tipo o también aquellas personas para las que trabajos o con quienes queremos conseguir algo.
Ahí anda nuestra vida con nuestros cansancios y con nuestras inconstancias, ahí están esas raíces profundas que hay en nosotros y que tanto nos cuesta arrancar, y eso les puede pasar a los demás también, ahí está que nuestra visión algunas veces se vuelva turbia y no terminemos de ver las cosas y a los otros también les sucede, ahí están esas desconfianzas que se nos meten en el alma y que nos debilitan y los demás también pueden tener esa tentación.
Nos sentimos desalentados, pero tenemos que ser realistas, que no significa que dejemos de luchar, de buscar lo bueno, de entregarnos, de querer seguir sembrando la semilla aunque sepamos que no siempre va a dar fruto al ciento por uno; hemos de tener confianza, hemos de mantenernos en camino, hemos de seguir adelante.
Me ha venido todo este pensamiento y reflexión escuchando la parábola que Jesús nos propone hoy. Había mucha gente a su alrededor y nos dice el evangelista que se sentó y se puso a hablar en parábolas. Y la primera parábola que les propone es la del sembrador que yo todos bien conocemos porque muchas veces la hemos escuchado y meditado y nos hemos visto bien reflejados en ella.
Jesús, es cierto, está queriendo enseñarnos con la parábola que tenemos que preparar la tierra de nuestra vida y quitar abrojos y pedruscos, ablandar la dureza de la tierra del camino y ser buena tierra. Pero Jesús está siendo muy realista porque eso le está pasando con su predicación. No todos aquellos que allí están ahora escuchándole van a dar el mismo fruto, van a tener la misma respuesta. Pero Jesús no deja de sembrar, y como dice la parábola, saldrá por todos los caminos y por todos los rincones lanzando la semilla a voleo. En algún lugar, en algunas personas aquella semilla va a caer y echar raíces y hasta que crezca la planta y dé fruto.
¿No nos estará diciendo algo Jesús para nuestros desalientos y cansancios a la hora de nosotros sembrar? Es que aquí no se puede hacer nada, nos decimos algunas veces y dejamos de sembrar, de trabajar, de hacer por los demás. Jesús era consciente de que algunas de aquellas semillas iban a caer entre abrojos y sin embargo lanzó la semilla. ¿No será lo que nosotros tenemos que hacer? 
No nos cansemos de sembrar la semilla, de hacer el bien, de trabajar por los demás, de comprometernos seriamente en la vida. Algún día esa semilla, que a nosotros ahora nos parece que no brota, sin embargo puede brotar y llegar a dar fruto. Es la esperanza que siempre tiene que animar nuestra vida. Si no la sembramos seguro que no dará fruto. No digamos nunca que aquí no se puede hacer nada. Eso significaría que no estamos confianza en la fuerza que en si misma tiene la Palabra de Dios.

martes, 23 de enero de 2018

No echemos en el saco del olvido la Palabra de Dios sino guardémosla en nuestro corazón haciendo memoria continuamente de ella para que nos ayude e ilumine en nuestro caminar

No echemos en el saco del olvido la Palabra de Dios sino guardémosla en nuestro corazón haciendo memoria continuamente de ella para que nos ayude e ilumine en nuestro caminar

2Samuel 6,12b-15.17-19; Sal 23; Marcos 3,31-35
A lo largo del día, como a lo largo de la vida vamos escuchando muchas cosas interesantes, bellos mensajes, palabras que en un momento dado nos pueden servir de luz en situaciones adversas o momentos difíciles, palabras que nos trasmiten hermosos pensamientos que nos recrean el alma, pero nos sucede muchas veces son como un carrusel de imágenes o de ideas que van pasando delante de nosotros pero que la mayoría van quedando en el olvido; quizá aquellas cosas que mas nos impactan en un momento determinado las escuchamos con admiración y tratamos de grabarlas en nuestro interior para que sigan siendo una luz y un estimulo para la vida.
Algunas cosas merecerían ser grabadas en piedra, como se suele decir, para que permanezcan en nosotros de forma permanente y sigan siendo fuente de energía y de vida para siempre. Es una lástima que muchas de esas cosas hermosas las desaprovechemos y pronto queden en el olvido y ya no produzcan fruto en nosotros.
Quizás esto que estamos reflexionando nos lo tendríamos que aplicar a la manera cómo nosotros acogemos la Palabra de Dios en nuestra vida. Muchas veces, aun con toda la belleza y la vida que trata de trasmitirnos, se nos quedan en palabras que vuelan, pasan delante de nosotros pero  no terminamos de asumirla para nuestra vida para que sea en verdad esa luz que necesitamos en nuestro camino. Una semilla echada al viento que el viento se lleva y no llega a enraizar de verdad en nuestra vida. No siempre somos esa tierra preparada, cultivada para recibir la semilla y haga brotar esa nueva vida en nosotros.
A ello nos está invitando continuamente Jesús en el evangelio a través de sus parábolas que tantas veces hemos escuchado. Y ante nuestros ojos hay una bella imagen en la propia Madre de Jesús que plantó hondamente esa Palabra en su corazón para que fructificara en vida. La que supo poner ante Dios como su humilde esclava y dejar que la Palabra se realizara en ella. La que escuchaba y rumiaba en su interior cuanto de Dios recibía sintiendo incluso como Dios le iba hablando en los acontecimientos  en los que se veía envuelta, por eso como dice el evangelista ‘guardaba todo en su corazón’.
Es el mensaje que hoy se nos quiere trasmitir en el evangelio. María y los parientes de Jesús acuden para verle y le pasan la noticia. Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan’. Nos parecería que lo más inmediato que hiciera Jesús es salir al encuentro de su madre y sus familiares que le buscan. Sin embargo con sus gestos Jesús quiere decirnos mucho más. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’, les responde. ‘Y, paseando la mirada por el corro, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.
Nos está diciendo Jesús cómo podemos ser nosotros su familia. Es escuchar la Palabra de Dios, pero no escucharla como una palabra que se lleva el viento, sino plantándola en nuestro corazón, como hizo María. Y plantarla en el corazón es hacer que se haga vida en nosotros, es cumplir, es realizar en nosotros lo que es el designio de Dios.
Es esa palabra que siempre es luz para nuestra vida que nos hace salir de nuestras oscuridades; es esa semilla que tenemos que plantar en nosotros para hacer fructificar una nueva vida; es la que va a dar color a nuestra vida haciéndola bella porque nos enseñará a caminar por los caminos del amor y de la solidaridad. No la echemos en el saco del olvido, guardémosla en nuestro corazón y hagamos memoria continuamente de ella para que nos ayude e ilumine en nuestro caminar.

lunes, 22 de enero de 2018

Una mirada turbia se convierte en destructiva de todo lo bueno que hay a nuestro alrededor corroyendo el bien y la bondad de los demás cuando sembramos desconfianza


Una mirada turbia se convierte en destructiva de todo lo bueno que hay a nuestro alrededor corroyendo el bien y la bondad de los demás cuando sembramos desconfianza

2Samuel 5,1-7.10; Sal 88; Marcos 3,22-30

Tenemos tristemente que reconocer que hay gente que por donde quiera que vaya es generadora de desconfianza y sembradora de discordias.  Nunca miran con ojos limpios, siempre quieren ver detrás de lo bueno que ve todo el mundo alguna malévola intención, porque quizá sus ojos son malévolos y su corazón es retorcido en la maldad. No solo lo piensan o lo sienten por dentro sino que sabrán tener la palabrita oportuna que genere esa desconfianza en los demás para hacer que todos duden, para quitar prestigio a quien hace el bien, para hacer prevalecer lo que llevan en sus mentes retorcidas.
Es una triste realidad. Siembra desconfianza y hará corroer los cimientos del buen pensamiento que los demás puedan tener y destruirán amistades, romperán la armonía de los hogares, Irán descomponiendo ese mundo bueno que con buena voluntad y hasta con sacrificio queremos otros construir. Y una vez que con nuestras palabras corrosivas hayamos maleado la visión de los demás que difícil será recomponer la buena fama de aquellos que hemos querido desprestigiar.
Cuánto cuidado hemos de tener con esas cosas. Cómo hemos de cuidar nuestras palabras para que en referencia a los demás nunca creen desconfianzas. Qué colirio de pureza hemos de poner en nuestros ojos para que siempre tengamos una mirada clara y limpia y así podamos apreciar lo bueno de los demás.
Cómo tenemos que desterrar de nosotros esas envidias que nos hacen mirar torcidamente a los otros para solo ver malas intenciones en lo bueno que hacen y cómo hemos de curarnos de esa lepra de nuestros orgullos, amor propio o ambiciones que tanto daño nos hacen desde lo hondo de nosotros mismos. Somos como esa fruta maleada que aparentemente puede parecer de agradable presencia, bonito color y aromático olor, pero que en su interior ya lleva la podredumbre con la que contagiará las buenas frutas que pueda haber a su lado.
Me vengo haciendo esta reflexión tratando de leer en nuestra vida lo que hoy nos narra el evangelio. Habían bajado de Jerusalén unos escribas que comenzaron a hablar más de Jesús y de los signos que realizaba. Venían a desprestigiar y a crear desconfianza en Jesús para que las gentes no le siguieran. Lo mejor era atribuir todos aquellos signos que Jesús realizaba al poder del maligno. Reino dividido, como les echará en cara Jesús. Es lo que tratan de hacer.
Era toda una blasfemia contra la gloria de Dios, un horrible pecado. Y cuando no queremos reconocer por un lado nuestro mal, pero tal mismo tampoco queremos reconocer el poder y la fuerza de la gracia del Señor no podremos hacernos beneficiarios de la salvación que Jesús nos ofrece. Por eso les dice Jesús que su pecado no tiene perdón. El Señor sí quiere perdonarnos, somos nosotros los que con nuestra cerrazón los que no queremos recibir ese perdón de Dios.
Aprendamos la lección. No vayamos por la vida sembrando desconfianzas, con mirada turbia para solo ver el mal. Que cambien nuestras actitudes hacia los demás, que se abra nuestro corazón a la gracia de Dios.

domingo, 21 de enero de 2018

Lo necesitamos y el mundo que nos rodea en las circunstancias concretas en que vivimos también lo necesita, escuchar la Buena Noticia de Jesús

Lo necesitamos y el mundo que nos rodea en las circunstancias concretas en que vivimos también lo necesita, escuchar la Buena Noticia de Jesús

Jonás 3, 1-5. 10; Sal 24; Corintios 7, 29-31; Marcos 1, 14-20

‘Tengo una noticia para ti’, viene alguien a decirnos; y nos ponemos en prevención porque enseguida pensamos que algo malo ha pasado. Parece como si lo único que recibiéramos son malas noticias. Pero si el que viene con la buena nueva nos dice que no nos preocupemos que no sea nada malo, que es una buena noticia, parece que hasta la cara nos cambia. Si antes nos interesábamos porque podía ser algo malo que nos afectara a nosotros o a quienes queremos, ahora parece que el deseo se hace más grande, porque no estamos acostumbrados a buenas noticias. Ojalá lo que trasmitamos sean siempre buenas noticias, algo que alegre nuestros corazones, algo que nos haga mirar la vida, el mundo, las cosas con otro color porque son demasiados tintes ensombresedores los que nos envuelven.
Por eso la aparición de aquel nuevo profeta de Galilea despertó inquietudes y esperanzas, era algo nuevo lo que se escuchaba y la forma de presentarse también era distinta y por los signos que le comenzar a ver realizar pensaban que quizá mereciera escucharle.
Es una Buena Noticia lo que Jesús anuncia. Ya aquel profeta aparecido allá en el Jordán había hablado de que llegaba el tiempo de la plenitud – era ya inminente la llegada del Mesías -, pero para algunos quizá los tintes parecían un tanto sombríos por la austeridad de vida con que se presentaba aunque él anunciaba que llegaba quien traería una buena nueva. Pero ahora cuando arrestaron a Juan y parecía que su voz se acallaba aparecía Jesús anunciando que llegaba ya ese tiempo de plenitud, el Reino de Dios, y había que convertirse y creer en la Buena Nueva que se anunciaba.
Es el primer anuncio que hace Jesús. Una invitación a la conversión que no era simplemente una invitación a la penitencia porque él ni siquiera bautizaba a nadie como lo había hecho Juan en el Jordán. Aquella invitación a la conversión significaba mucho más, porque era una invitación a un cambio, a un darle la vuelta a la vida, a tener una nueva mentalidad.
Sus discípulos no ayunarían como los de Juan o como hacían también los de los fariseos, pero a sus discípulos Jesús les enseñaba una nuevas actitudes, una nueva manera de vivir, una autenticidad de vida alejada de vanidades y de orgullos, una sinceridad nacida desde lo más hondo del corazón.
Eso es realmente la conversión, no simplemente hacer penitencia por lo mal que se haya hecho, sino comenzar a vivir de una forma nueva; el que venia traería el perdón para quien hubiera caminado por derroteros del pecado y en las oscuridades que conducían a la muerte – así lo manifestaba con sus signos -, y lo que Jesús quería era que nada atara el corazón del hombre para esclavizarlo sino que era un nuevo sentido de vivir desde el amor en la autentica libertad que hace sentir la verdadera paz en el corazón.
La conversión no era un cambio a algo nuevo y desconocido sino que implicaba creer en esa Buena Noticia que se anunciaba. Y lo que se anunciaba era la llegada del Reino de Dios. No era un reino de esclavitud y de mentira sino de libertad y de verdad. Por eso los signos que Jesús comenzaba a realizar manifestaban esa nueva libertad que tendría que haber en el corazón del hombre.
El profeta había anunciado, como nos diría san Lucas en su evangelio, que llegaba el venia inundado del Espíritu de Dios para traer a los oprimidos la libertad, para anunciar una buena noticia a los pobres porque, como diría María en su cántico, los poderosos serian derribados de sus tronos mientras serian enaltecidos los humildes y los pobres, los hambrientos se verían llenos de bienes mientras los que querían acabaran riquezas en su corazón se encontrarían vacíos y sin sentido de nada.
Esas palabras eran de verdad buena noticia para quienes se sentían oprimidos, para quienes carecían de libertad, para quienes veían sus vidas envueltas en el sufrimiento. Dios visitaba a su pueblo y les traía la paz, iluminaría los corazones de quienes se sentían en tinieblas y algo nuevo comenzaba a sentirse en lo hondo del corazón de manera que los pobres y los que nada tenían comenzaban a sentirse dichosos porque para ellos era el Reino de Dios.
‘Venid conmigo…’ les dice primero a Simón y a Andrés, más adelante también a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, que lo dejarán todo, redes barcas, familias… para seguir a Jesús. Irse con Jesús ante aquella invitación que les hacia no era simplemente que creyeran y se quedaran haciendo las mismas cosas. En ellos habría un cambio total que ahora lo dejan todo lo material, podríamos decir, pero luego poco a poco se irán desprendiendo de mucho más en lo hondo de su corazón.
Ya sabemos cuanto les costó ese cambio y transformación porque en su interior seguían estando sus ambiciones, en su interior quedaba el resquemor de aquellas cosas que les costaba perdonar, en su interior seguía manteniéndose su amor propio y sus pasiones y violencias que les costaba controlar. Ahora fue un primer paso al dejar las redes y las barcas, más tarde sería la conversión total de su corazón para llegar a entender que el servicio y el amor desde la humildad seria la mayor grandeza que podrían alcanzar.
Nos queda una última palabra que decir. Contemplamos la llegada de esa Buena Nueva a los contemporáneos en la historia de Jesús. ¿Pero escucharemos nosotros hoy, en pleno siglo XXI, que se nos sigue anunciando una Buena Noticia que ha de repercutir también en nuestras vidas? Sería triste que no escucháramos nosotros hoy el evangelio como esa Buena Noticia, ni siquiera como noticia, porque nos pudiera parecer cosa pasada, cosa ya que no nos dice nada en estos tiempos.
¿No tendremos necesidad de escuchar esa Buena Noticia? Sí, lo necesitamos y el mundo en el que vivimos también lo necesita. Tratemos de repasar este evangelio y esta reflexión que nos hemos venido haciendo pero queriendo reflejarlo en nuestra vida, en nuestras oscuridades y nuestras dudas, en las esclavitudes con que nos vamos atando en tantas cosas y en tantas situaciones, en nuestros sufrimientos y el sufrimiento que vemos en tantos a nuestro alrededor…
Tratemos de descubrir esa Buena Noticia de Jesús hoy para mí y para el mundo que me rodea y en el que vivimos. Hagamos vivo el evangelio.