sábado, 27 de enero de 2018

El que cree en Jesús mantiene siempre un corazón joven, vivo e inquieto para abrir caminos nuevos con la novedad del evangelio a pesar de las oscuras tempestades que nos da la vida


El que cree en Jesús mantiene siempre un corazón joven, vivo e inquieto para abrir caminos nuevos con la novedad del evangelio a pesar de las oscuras tempestades que nos da la vida

2Samuel 12,1-7a.10-17; Sal 50; Marcos 4,35-41

Aventurarnos a lanzarnos a descubrir caminos nuevos en la vida nos da miedo, nos resulta costoso tomar la decisión. Es algo nuevo y desconocido y queremos asegurarnos muy bien con lo que nos vamos a encontrar. Por mucho espíritu de aventura que tengamos sentimos cierto temor, y si en los primeros pasos que vamos dando  nos aparecen las dificultades y contratiempos sentimos la tentación de volvernos atrás.
Pero creo que es necesario arriesgarnos a algo nuevo; no nos podemos quedar en conservadurismos que nos atan al pasado y no nos dejan avanzar. Encontraremos dificultades pero sabemos que también encontraremos caminos, aunque las tormentas puedan ser fuertes. Es la aventura, podríamos decir, del crecer y es lo que nos hará más maduros en la vida; es el espíritu joven e inquieto que no tendríamos que perder porque entonces se nos envejecería el corazón.
Es la forma de salir de rutinas que nos adormecen, que anquilosan nuestra vida. Es el corazón que se tiene que sentir siempre joven y que es capaz de superar cansancios y desalientos. Es como en verdad podemos ir logrando un mundo nuevo y mejor, que creo que tendría que ser la aspiración de todos.
Vamos a la otra orilla’, les dice Jesús hoy a los discípulos. Pero tendrían que atravesar el lago. Sí, también en el camino de nuestra fe, en lo que es vivir nuestra vida cristiana tenemos que escuchar también esa invitación de Jesús. Seguir a Jesús es estar en camino que eso viene a significar la palabra discípulo. Como lo hacían los discípulos que iban de un lado para otro a donde Jesús les llevara, que se ponían en camino o se subían a la barca para ir a la otra orilla.
Esta vez se encontraron una tempestad en el lago. Sucedía muchas veces por la situación geográfica en la que estaba situado, pero es como nos sucede a nosotros también tantas veces. Les entró miedo y pensaban que se hundían, aunque Jesús estaba con ellos pero estaba dormido en un rincón de la barca. Nos sucede tantas veces en la vida y por eso en tantas ocasiones nos da miedo a arriesgarnos, a emprender cosas nuevas, a abrir caminos para llevar el evangelio a otras partes, o abrir nuevos surcos donde sembrar una y otra vez la semilla.
Tempestades, temores que nos vienen de nosotros mismos porque no tenemos confianza o  nos confiamos demasiado solo en nuestras fuerzas; temores ante lo que nos vamos a encontrar porque no siempre lo que nos rodea nos es favorable; temores por nuestra propia debilidad, la debilidad también en muchas ocasiones de nuestra fe, y tememos no saber como confrontar nuestra fe con ese mundo en el que vivimos y donde incluso podemos encontrar rechazo.
Tempestades y temores porque las tentaciones nos acosan y somos tan ciegos que no nos damos cuenta que con nosotros está siempre el Señor. Aunque en medio de esa tempestad nos parezca sentir el silencio de Dios tenemos la certeza de que El está ahí, la fuerza de su Espíritu no nos va a fallar.
‘¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?’ nos dice también el señor a nosotros. No nos acobardemos, arriesguémonos a emprender el camino, a cruzar al otro lado, a llegar allá donde parece que nadie llega, a ir a ese mundo desconocido o adverso, allí tenemos que dar testimonio de nuestra fe. Que la rutina nunca adormezca nuestra fe. Que el miedo no nos paralice y nos encierre en lo de siempre. Que no se nos anquilose el corazón sino que siempre nos manteamos con espíritu joven e inquieto.
La novedad del evangelio siempre ha de encontrar caminos nuevos que nos lleven a los demás. Con nosotros está el señor. Nada nos separará del amor de Dios.

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