miércoles, 21 de noviembre de 2018

Quien sigue a Jesús no puede andar dormido en la vida, en planos de comodidad y desidia, con falta de compromiso con su vida y con su mundo



Quien sigue a Jesús no puede andar dormido en la vida, en planos de comodidad y desidia, con falta de compromiso con su vida y con su mundo

Apocalipsis 4, 1-11; Sal 150; Lucas 19, 11-28

‘Te tenía miedo, porque eres hombre exigente…’ Miedos y exigencias. Quizás van unidos más de la cuenta. Las exigencias nos aturden. Y nos encontramos con mucha gente exigente. Provocan miedos y huidas. No nos gusta que nos exijan, nos hemos acostumbrado demasiado a hacer las cosas a nuestra bola, como dicen algunos. Queremos ir a nuestro ritmo o hacer simplemente lo que nos plazca.
Claro que vemos gentes que son exigentes, pero lo son primero que nada consigo mismo. Quieren crecer, quieren ir a más, se trazan metas y no cejan hasta que las consiguen; entonces consigo mismo no se permiten debilidades, aunque las tienen como todos, tratan siempre de superarse, de mejorar en la vida corrigiendo aquello que ven torcido en si mismos, porque quieren avanzar y actuar con autentica rectitud.
Pero cuando nosotros somos flojos, no nos gusta el esfuerzo, nos preocupamos poco de nuestra superación personal, personas así con esa rectitud y con esos deseos a nuestro lado nos cuesta aceptarlos, de alguna manera los rechazamos o huimos de ellos. Y es que nos estamos creando un mundo de mucha comodidad y de poco esfuerzo. Claro que no todos son así. Para unos sirve de estimulo, aunque a otros les cueste aceptar esas exigencias en su propia vida.
Tampoco nos sirve ir por la vida con miedos. Los miedos nos anulan, nos impiden sacar lo mejor de nosotros mismos que llevamos dentro. Porque tenemos miedo no lo intentamos. Porque tenemos miedo a que nos podamos equivocar o incluso a fracasar no nos atrevemos a arriesgarnos y queriendo medirlo todo tanto antes de comenzar, no terminamos nunca de comenzar. Y es que tenemos que probar de lo que somos capaces, porque somos capaces de mucho más de lo que pensamos. Pero hay que decidirse, no temer al que dirán, no esperar simplemente aplausos al primer paso que vayamos a dar. Claro que tenemos que sentir estimulo de los que nos rodean, porque eso nos ayudará, pero tenemos que creer en nosotros mismos.
Hoy nos quiere hablar Jesús en el evangelio de esas exigencias de nuestra vida. Serán esos deseos de superación que tiene que haber en nuestra vida, o sean esos miedos que tenemos que quitar. Nos ofrece el mensaje en esa parábola que tiene su paralelismo en la parábola de los talentos que se nos ofrece en otro lugar. Aquel hombre que había ido a buscar algo más para su vida, mientras va de viaje confía sus tesoros a sus empleados. Unos responden negociándolos bien para que produzcan sus frutos, pero el otro se deja llevar por el miedo y entierra su tesoro para no perderlo, pero  no lo hará fructificar.
Nos pasa tantas veces en la vida. Hay valores, cualidades en nosotros que tenemos encerradas, no nos atrevemos a desarrollar, por cobardía quizás, por esos miedos que nos aturden, por esos pocos deseos que tenemos de crecer y de mejor en la vida. Cada uno ha de mirar cuales son esas cosas que nos encierran en si mismos. Esas cosas que no desarrollamos ni en nuestra vida personal, ni en la vida familiar – cuantas más cosas podríamos hacer si tuviéramos más creatividad -, ni en el plano de la vida laboral o social y dejamos así de enriquecer a nuestro mundo.
Quien sigue a Jesús no puede andar dormido en la vida, en planos de comodidad y desidia, con falta de compromiso dándole igual una cosa que otra. El que sigue a Jesús quiere vivir, vivir con intensidad, y desarrolla sus valores, y hace no solo por si mismo sino también por los demás comprometido con el mundo en el que vive. Tenemos que despertar.

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