jueves, 1 de noviembre de 2018

En la Sangre del Cordero hemos sido consagrados y nuestra vida ha de ser entonces sagrada, una vida santa, porque hemos de significar para siempre esa presencia de Dios


En la Sangre del Cordero hemos sido consagrados y nuestra vida ha de ser entonces sagrada, una vida santa, porque hemos de significar para siempre esa presencia de Dios

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a

‘Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero…’ y anteriormente se nos había hablado de ‘una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos’.
Es la imagen que aparece ante nuestros ojos en la solemnidad que hoy estamos celebrando, la fiesta de Todos los Santos. Una imagen que nos habla del cielo, de la gloria de Dios, y de cuantos en Dios están alabándole y bendiciéndole siempre por toda la eternidad. Lavaron y blanquearon sus vestiduras en la Sangre del Cordero. Un primer pensamiento nos lleva a los mártires, que derramaron su sangre, que dieron su vida, por eso los contemplamos con las palmas de la victoria en sus manos.
Pero si ahondamos en esta imagen y captamos que nos dice que lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero, tenemos que pensar en algo más, en cuantos han sido bautizados, que con la sangre de Cristo fuimos redimidos, por la sangre de Cristo alcanzamos vida, la vida de la gracia, la vida de Dios y que por eso mismo estamos llamados a ser santos, llamados a la santidad.
En la Sangre del Cordero hemos sido consagrados, la unción del Bautismo eso ha venido a significar, siendo consagrados somos como separados para Dios, seremos para siempre para Dios. Si decimos que una iglesia ha sido consagrada y desde ese momento es un lugar santo, un lugar sagrado que viene a significar como una presencia especial de Dios en aquel lugar, de la misma manera nosotros, hemos sido consagrados en la Sangre del Cordero, nuestra vida ha de ser entonces sagrada, nuestra vida ha de ser santa, porque hemos de significar para siempre esa presencia de Dios.
Cuando decimos santos muchos se quedan en las imágenes sagradas, son los santos decimos; pero esas imágenes sagradas son eso imágenes, unas imágenes que nos hablan de los santos. Claro que en esa forma tan elemental de ver las cosas para muchos los santos son los que hacen milagros, o los que nos consiguen de Dios aquellas cosas que necesitamos y a ellos pedimos, y pensamos en los santos solo como unos intercesores poderosos que están en el cielo junto a Dios para conseguirnos aquello que le pedimos diciendo entonces que unos santos son más milagrosos que otros. Nos quedamos bien pobres en nuestra imagen de los santos.
¿Por qué son santos? Porque lavaron sus vestiduras en la Sangre del Cordero, porque consagraron su vida para vivir en una fidelidad total a Dios para no volver a manchar sus vidas con el pecado. Los que es santo y sagrado lo queremos mantener sin mancha porque la dignidad de su ser sagrado así lo exige. Pero somos santos y consagrados y no es ya una mancha externa la que tenemos que evitar en virtud de esa dignidad sagrada de nuestra vida, sino que lo hemos de ser desde lo más hondo de nosotros mismos porque viviendo en esa fidelidad – fe – vivimos para Dios y nos alejamos de cuanto nos pueda alejar de Dios. Y eso vivieron los santos, también con sus luchas y con sus debilidades como todos nosotros pero manteniéndose en esa fidelidad.
Estamos pensando, pues, en los santos quienes ya recorrieron el camino de la vida y por su fidelidad ahora gozan ya de la gloria de Dios en el cielo. La Iglesia reconoce la santidad de sus mejores hijos y así lo proclama además poniéndolos como ejemplo de ese camino que nosotros hemos de hacer; contemplar a los santos es para nosotros también como un estímulo, porque nos sentimos débiles y pecadores tantas veces, pero estamos contemplando quienes siendo humanos como nosotros – no fueron hechos de una materia distinta que los hiciera santos - vivieron en esa fidelidad de amor a Dios con una vida santa. Es para nosotros posible, pues, esa santidad a la que somos todos llamados.
Hoy cuando la Iglesia nos propone esta celebración de todos los santos no es que solo vayamos a celebrar a quienes la Iglesia ha reconocido – canonizado, decimos – como tales proponiéndonoslos como ejemplo y al mismo tiempo como intercesores, sino que hoy queremos celebrar a todos, aunque los desconozcamos, los que han vivido su vida de forma santa en su fidelidad al Señor.
Santos que han caminado a nuestro lado, con quienes hemos convivido también, que vivieron nuestras mismas luchas y nuestros mismos problemas, de quienes un día recibimos una palabra o un ejemplo que nos edificó en nuestra vida, muchos que no supimos quizá ver y reconocer lo bueno que hacían y que vivían pero que podemos tener la certeza de que también están junto a Dios alabándole por toda la eternidad.
Es la fiesta de todos los santos, de todos los santos de los que aspiramos un día nosotros también formar parte en esa corte celestial. Porque con esa esperanza vive el cristiano, es la trascendencia que queremos darle a nuestra vida; es lo que queremos hacer en nuestra fidelidad y en la rectitud con que queremos vivir nuestra vida; es lo que queremos expresar con nuestro amor, con nuestro compromiso, con nuestra lucha por el bien y la justicia, en todo eso bueno que queremos hacer para de verdad construir el Reino de Dios entre nosotros cuando vivimos el espíritu de las bienaventuranzas que nos propone hoy Jesús en el Evangelio; es lo que venimos a celebrar cuando vivimos los sacramentos para así sentir esa fuerza de la gracia de Dios; es a lo que queremos unirnos, como decimos y expresamos en nuestras celebraciones, con los Ángeles y los santos y todos los coros celestiales, para cantar para siempre la gloria y la santidad de Dios.
Es la fiesta de Todos los Santos, nuestra fiesta, de nuestros hermanos que nos precedieron y están en el cielo, de los que caminan a nuestro lado en una vida de fidelidad y de nosotros mismos porque llamados estamos a ser santos por nuestra consagración bautismal.

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