martes, 18 de septiembre de 2018

Sepamos detenernos ante tantos cortejos que pasan junto a nosotros en los caminos de la vida y tender nuestra mano; detenernos y mirar al corazón


Sepamos detenernos ante tantos cortejos que pasan junto a nosotros en los caminos de la vida y tender nuestra mano; detenernos y mirar al corazón

1Corintios 12,12-14.27-31ª; Sal 99;  Lucas 7,11-17

Cuántas veces parece que estamos esperando que llegue alguien a nuestro lado para sentirnos distintos, para que se nos levante el ánimo y nos sintamos como renovados. Hay ocasiones en que parece que vamos como muertos por la vida, se nos acaban las ganas, todo nos parece oscuro, perdemos la ilusión pero llegará alguien a nuestro lado que con una palabra nos despierta, algo así como que nos remueve para que despertemos de ese letargo en que nos hemos metido y del que parece que no queremos salir.
Siempre hay quien tiene esa palabra acertada, que nos anima con su presencia, que nos hace mirar las cosas con otros ojos y los densos nubarrones de las preocupaciones y las desesperanzas desaparecen llenando de luz nuestra vida. Parece como si volviéramos a renacer, es en cierto modo un resucitar.
Eso que quizá hemos experimentado nosotros cuando hemos tenido la suerte de tener ese buen amigo que sabe en el momento oportuno poner su mano sobre nuestro hombro, creo que tenemos que darnos cuenta que hemos de saber hacerlo con los demás.
Algunas veces vamos tan ensimismados en nosotros mismos, pensando quizás solo en nuestros problemas que no somos sensibles para ver el llanto de tantos a nuestro alrededor en sus soledades, en su abandono porque se abandonan a si mismos o porque se sienten abandonados de los demás. ¿No tendríamos que ser sensibles a esas lagrimas que calladamente surcan los rostros de tantos alrededor nuestro?
Hay muchos que están necesitando esa mano nuestra sobre el hombro, esa mirada que llegue al alma, esa sonrisa que suaviza la tensión de nuestros rostros, esa palabra que se puede convertir en luz, en despertador de nuestras conciencias. Hoy que tanto utilizamos las redes sociales para estar conectados sepamos aprovecharlas para lo bueno y siempre hay mensaje ilusionante que podemos trasmitir. Serán mensajes que hacemos llegar directamente a nuestros amigos pensando en ellos, pensado en su vida, o pueden ser mensajes que dejemos ahí en la red y que alguien puede en un momento determinado leer y puede ayudarle a salir de las sombras en que quizá se vea envuelto.
Me ha surgido toda esta reflexión a partir de lo que escuchamos en el evangelio de hoy. Llegó Jesús a Naim y en ese momento sacaban a enterrar a un muchacho hijo único de una madre que era viuda. El silencio roto por los llantos y lamentos de aquella madre desconsolada y que ahora tan abandonada se veía era lo que se palpaba en aquella comitiva de muerte. Jesús se detiene y hace detener el cortejo, se acerca junto al féretro mientras seguramente la mirada se posaba sobre el corazón atormentado de aquella madre. Pero allí no podían seguir reinando las sombras. Es la mano tendida hacia el cuerpo difunto de aquel muchacho y la palabra de Jesús que lo levanta. ‘Muchacho, a ti te lo digo, levántate’. Y el joven se levantó y se lo entregó a su madre.
Detenernos ante tantos cortejos que pasan junto a nosotros en los caminos de la vida. Detenernos y tender nuestra mano; detenernos y mirar al corazón para descubrir la pena y el dolor; detenernos para tener la palabra de vida, el gesto que nos acerca, la presencia que acompaña de una forma distinta. Pasamos tan rápido por los caminos de la vida y aun aceleramos el paso cuando sospechamos que puede haber un sufrimiento. No es lo que nos enseña Jesús. No tiene que ser ese nuestro estilo y nuestra manera de actuar. Dejemos de tener tantas prisas en la vida, que ni nos enteramos de quien está junto a nosotros.

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