lunes, 20 de agosto de 2018

Necesitamos despojarnos de muchas cosas pero sobre todo de nuestro yo engreído para poder irnos a seguir de verdad a Jesús


Necesitamos despojarnos de muchas cosas pero sobre todo de nuestro yo engreído para poder irnos a seguir de verdad a Jesús

Ezequiel 24,15-24; Sal.: Dt 32,18-19.20.21; Mateo 19,16-22

¿Qué es lo que tengo que hacer? es una pregunta o una expresión que nos puede salir de forma espontánea. Queremos algo ¿cómo lo conseguimos? ¿Cuánto cuesta? ¿Qué tengo que hacer para conseguirlo? Así andamos en la vida, le ponemos un valor a las cosas, pero esos valores los cuantificamos, los materializamos, en lo que tenemos que pagar, en lo que tenemos que hacer, en los ardides que tengo que emplear para conseguirme quizá el favor de alguien, con quien tendría que hablar que tiene influencia para que me concedan tal cosa, tal puesto, tal ascenso… y queremos hacer méritos, o vamos a ver cómo más fácil lo conseguimos. Por ahí van los tiros también, por los méritos.
¿No habremos cuantificado de alguna manera también las cosas de Dios? Queremos hacer méritos, quizá nos lo hayan dicho demasiadas veces que ahora andamos con confusiones en nuestra mente o en nuestro corazón. Y vamos sumando rosarios, y misas, y cosas buenas que hacemos, y favores que les prestamos a los demás… y así no se cuántas cosas, porque no pueden quedar sin recompensa. Recordamos que ya Pedro le preguntaba a Jesús qué les iba a tocar a ellos que lo habían dejado todo por seguirle.
Quizá habría que revisar alguna percepción de las cosas, algunos conceptos o ideas que se nos hayan metido. Porque nos tendríamos que preguntar si somos cristianos para tener meritos y garantizarnos algo al final, o somos cristianos como una respuesta de amor a todo el amor que Dios nos tiene. Porque, ¡ojo, cuidado!, que podemos decir que estamos haciendo meritos porque ‘cumplimos’ no se cuantas cosas, pero no estemos poniendo amor, nuestro deseo no sea de verdad un seguimiento de Jesús por vivir y construir el Reino de Dios.
Esa expresión que nos dio pie a la reflexión que nos venimos haciendo fue lo que aquel joven un día le planteó a Jesús. Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?’ Era un joven cumplidor porque cuando Jesús le responde que cumpla los mandamientos, responderá que eso lo ha cumplido siempre desde su infancia. ‘Todo eso lo he cumplido, ¿qué me falta?’
Los evangelistas que nos relatan ese episodio nos dicen que Jesús se le quedó mirando. Una mirada de Jesús, ¡cuánto dice! Aquel joven era bueno, era cumplidor, los mandamientos han sido la norma de su vida, pero le falta algo. ‘¿Qué me falta?’ se pregunta él también. ¿Ha ido acumulando méritos, pero siente que le falta algo más que méritos? Un poco por donde veníamos antes con la reflexión. ¿En eso centraremos lo que es ser cristiano, que nos preguntábamos?
‘Una cosa te falta’ le dice Jesús. Despójate de lo que tienes. Despójate de lo que tienes, de tus riquezas, de tus posesiones, o de esas cosas que realmente te poseen a ti, vende todo esto que tienes, compártelo, repártelo, dalo a los pobres… Despójate de ese yo engreído que parece que quiere llenar tu vida, despójate también de todas esas cosas buenas que parece que has hecho para acumularlas, para hacer meritos, eso no lo necesitas. ‘Vente conmigo’.
Aquí está la clave. Seguir a Jesús, creer en El. ¿No era eso lo que pedía la voz del cielo en el Tabor? ‘Este es mi Hijo amado, escuchadle’. Escucharle no es solo aprender cosas, escucharle es ponernos a hacer su camino, escucharle es hacernos sus discípulos, escucharle es seguirle, irse con Jesús. Y nos iremos con Jesús porque nos sentimos cautivados por su amor, nos sentimos amados y nos damos cuenta de que ahora no podemos hacer otra cosa sino amar como El.
Lo importante es que amemos y porque amamos lo damos todo por Dios; porque amamos no nos importan las cuentas de lo que sea que acumulemos, sino sentirnos amados y amar de la misma manera. Y cuando se ama así entramos en una comunión de plenitud, una comunión eterna con Dios. Y nos sentimos llenos de Dios, porque nos sentiremos habitados por su amor, y en ese amor sentimos que habitamos en Dios, que vivimos su misma vida con todo lo que eso significa en actitudes nuevas, en posturas nuevas, en una vida nueva.
Pero eso no es tan fácil como hacer cosas o cumplir con unas normas. A aquel joven le costó y dio marcha atrás. El evangelista dice que era muy rico y le costaba desprenderse de sus riquezas. Pero ahí podemos entender muchas cosas en el sentido de lo que era ese desposeerse de todo. Porque algunas veces nos puede resultar fácil despojarnos de cosas, pero no nos es tan fácil despojarnos de nuestro yo engreído y orgulloso; en ese yo metemos tantas cosas... Miremos con sinceridad de que nos tenemos que despojar para irnos con Jesús, para ser de verdad sus discípulos.

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