domingo, 12 de agosto de 2018

Le comemos cuando le escuchamos, le comemos cuando abrimos nuestro corazón y dejamos que El se posesione de nosotros, le comemos y nos alimentamos de su Sabiduría y de su vida


Le comemos cuando le escuchamos, le comemos cuando abrimos nuestro corazón y dejamos que El se posesione de nosotros, le comemos y nos alimentamos de su Sabiduría y de su vida

1Reyes 19, 4-8; Sal. 33; Efesios 4, 30–5, 2; Juan 6, 41-52
Tengo un amigo que de repente un día desaparece y no sabemos de él durante todo el día y cuando lo volvemos a encontrar le preguntamos qué le ha pasado, dónde ha estado y simplemente nos dice ‘me fui a caminar’. Busca estar solo, poner en orden quizá sus cosas en su interior, una válvula de escape tras alguna tensión que ha vivido por el trabajo o por sus problemas, pero quizás a la vuelta lo encontramos mas relajado, no asoman por ningún lado los signos de tensión que haya podido estar viviendo, o tiene más claras sus ideas. Ese salirse de su rutina, de la tensión del día a día le hace quizá encontrar fuerzas para volver a empezar o para continuar con la tarea que había emprendido.
Nos puede pasar a todos en muchas ocasiones, los agobios de la vida nos hacen estar en tensión y nos sentimos cansados, no tanto físicamente pero que algunas veces aparece también, sino emocionalmente necesitando una fuerza interior que nos haga encontrar de nuevo serenidad y paz para la tarea de cada día. Nos encontramos como sin fuerzas para seguir luchando y necesitamos encontrar un apoyo, una energía interior, algo que nos haga reaccionar para poder enfrentarnos mejor a los problemas y las luchas que continuamente tenemos que sostener. Es un desconectar pero no para olvidarlo todo sino para recargar baterías y poder sentirnos luego como nuevos.
Son experiencias que tenemos en la vida de las que tenemos que sacar siempre lecciones provechosas. Es la experiencia de la que se nos habla en lo sucedido con el profeta Elías. Se puso en camino, quería morir, se fue al desierto donde no esperaba ningún alimento que le diera fuerza para seguir el camino. Era difícil su misión en medio del pueblo de Israel que idolatraba a los baales, pero donde El tenía que anunciar al Dios único y verdadero que había sido siempre el que le había liberado. Echado bajo una retama esperaba la muerte pero allí el ángel del Señor le dejaba pan y agua para que prosiguiese el camino; así una y otra vez, hasta que finalmente tuvo la experiencia de la presencia de Dios en la que encontró fuerzas para seguir con su misión. Aquel pan del desierto fue todo un signo profético de lo que Jesús luego nos dará en el evangelio.
Tras la experiencia del pan multiplicado milagrosamente allá en el desierto donde todos habían comido hasta saciarse, vinieron en búsqueda de Jesús pero El quiere hacerles comprender qué es lo que realmente han de buscar en El. No es el Jesús taumatúrgico que con sus milagros les resuelva los problemas. Ya en el mismo hecho del milagro Jesús había querido contar con la colaboración de los discípulos y de todos; quiere siempre Jesús contar con nosotros. El milagro no se realizó sin la colaboración de los discípulos y de quien puso a disposición los cinco panes y dos peces. Nos dice mucho.
Pero ya en la sinagoga de Cafarnaún cuando de nuevo se han encontrado con El les pide fe. Es el enviado de Dios en quien han de creer. Como ya había aparecido en lo alto del Tabor es Jesús el Hijo amado del Padre a quien tenemos que escuchar y a quien hemos de seguir. El es la Palabra de vida que nos llena de la Sabiduría de Dios. Es en El en quien hemos de poner toda nuestra confianza porque en El siempre vamos a encontrar la verdad de Dios y la verdad del hombre. De qué forma más hermosa nos lo decía san Juan Pablo II. En Jesús encontramos la revelación del misterio de la vida.
Igual que en la vida necesitamos esa luz que nos ilumine para que podamos descubrir el camino – ya nos repetirá que El es la luz del mundo y que quien le sigue no camina en tinieblas –, necesitamos quien nos ge y nos conduzca para que encontremos ese alimento de vida – y nos dirá que el Padre es el que mueve nuestro corazón para que vayamos hasta El -, igualmente necesitamos también esa fuerza, esa energía interior para realizar el camino. En el desierto Moisés les había dado un pan del cielo, pero ahora es Jesús quien nos dice que El es el verdadero pan del cielo y que quien lo coma vivirá para siempre.
Es la gran revelación que nos hace Jesús hoy. Andamos desorientados, desalentados y sin fuerzas tantas veces, nos echamos el camino sin saber bien a donde vamos porque queremos encontrarnos con nosotros mismos y con la verdad y el sentido de nuestra existencia, estamos buscando esa fuerza que nos dé seguridad y paz interior, pero bien sabemos a donde tenemos que ir, con quien tenemos que encontrarnos, quien va a ser esa luz y esa fuerza para nuestro caminar.
Dios puede valerse de muchas cosas para llevarnos de la mano a ese camino bueno que hemos de emprender; serán esos silencios con esos interrogantes interiores, serán esos caminos que nos parece que se hacen sin rumbo ni destino, serán momentos de soledad y de silencio interior, como también pueda ser la palabra amiga de alguien que quiere caminar a nuestro lado o el testimonio que descubramos en otras personas. Pero ahí están también los caminos de Dios que nos atrae hacia sí. No nos ceguemos ni nos hagamos oídos sordos; esté nuestro espíritu abierto a esa novedad que puede llegar a nuestra vida que puede ser para nosotros buena nueva de Salvación, evangelio de salvación.
Jesús nos dice que El es ese pan de vida y que comiéndole tendremos vida para siempre. Le comemos cuando le escuchamos, le comemos cuando abrimos nuestro corazón y dejamos que El se posesione de nosotros, le comemos y nos alimentamos de su Sabiduría y de su vida.

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