viernes, 24 de agosto de 2018

La tibieza de nuestra vida espiritual y de nuestro compromiso cristiano es quizás consecuencia de la falta de un encuentro vivo con Jesús



La tibieza de nuestra vida espiritual y de nuestro compromiso cristiano es quizás consecuencia de la falta de un encuentro vivo con Jesús

Apocalipsis 21,9b-14; Sal 144; Juan 1,45-51

Quizá no haya mejor manera de cerciorarnos de la certeza de una cosa que averiguarlo por nosotros mismos. No es que no confiemos en lo que nos dicen, pero aunque digamos sí en el fondo no nos sentimos totalmente seguros.
Es cierto que en la vida por así decirlo vamos haciendo continuamente actos de fe, porque nos confiamos en lo que nos dicen, en lo que nos cuentan, porque es necesario tener esa disponibilidad para aceptar, porque no todo lo podemos comprobar por nosotros mismos, porque nos supera el peso y el paso de la historia, porque son hechos o acontecimientos que no nos suceden al lado nuestro ni en el tiempo nuestro, o porque ese margen de confianza que nos damos unos a otros  es base de amistad y consecuencia de ella y nos facilita la convivencia de cada día.
Es importante en todos los aspectos de la vida el testimonio que recibamos de los otros porque confiamos en ellos y las obras que realizan y las palabras que dicen las veremos siempre dentro de la racionalidad y de la credibilidad de las personas. Es importante, entonces, que nosotros en la autenticidad de nuestra vida nos hagamos verdaderamente creíbles y así nacerá esa confianza mutua que unos y otros hemos de tenernos. Con la autenticidad de nuestras obras de alguna manera estaremos diciéndole al otro ‘ven y lo verás’, confía en la autenticidad de mis palabras y de mis obras.
Es el primer diálogo que nos encontramos en el pasaje del evangelio que se nos propone en la fiesta de san Bartolomé apóstol que hoy celebramos. Felipe que había estado con Jesús al que había seguido en su primera llamada, cuando se encuentro con su amigo y convecino Natanael enseguida le cuenta lo que él ha vivido. Parece que no termina creer Natanael, pero no pone en duda sus palabras, sino el hecho de que Jesús sea de Nazaret; aparecen las divergencias y rivalidades que tantas veces surgen entre pueblos limítrofes por las cosas más simples las mayorías de las veces. Que si las campanas de mi pueblo suenan mejor que las del tuyo, que es mejor el agua que nosotros bebemos que la de las fuentes del pueblo vecino y así muchas veces no se cuantas cosas que llevan enfrentamientos digamos pueriles.
Felipe había estado con Jesús y se había sentido verdaderamente convencido. Es lo que ahora quiere que compruebe su amigo Natanael. ‘Ven y lo verás’, le dice. Y fue y lo vio y  lo sintió de manera que hará una hermosa confesión. Rabí, Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.
¿No lo necesitaremos nosotros también? Tenemos que aprender a dejarnos conducir para llegar a vivir ese vivo y profundo encuentro. Serán los necesarios encuentros llenos de confianza que hemos de tener los unos con los otros en la vida, pero será también ese encuentro vivo con el Señor. Aceptamos el testimonio y nos dejamos conducir, pero necesitamos vivir la profundidad de ese encuentro de verdad que muchas veces nos falta en la vida.
La tibieza con que vivimos muchas veces nuestra vida espiritual y todo nuestro compromiso cristiano es quizás consecuencia de esa falta de ese encuentro vivo con Jesús. Podemos saber muchas cosas y hasta enseñar a los demás, pero necesitamos vivencias profundas que nos hagan crecer de verdad por dentro y que harán creíbles nuestras palabras y nuestro testimonio. Mucho de todo eso  nos está faltando a los cristianos de nuestro tiempo en que nos falta esa espiritualidad honda, que solo se puede tener desde encuentros vivos y profundos.
Es el testigo que está poniendo en nuestras manos hoy san Bartolomé en el día de su fiesta.

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