lunes, 16 de julio de 2018

Vestirnos de María es mucho más que un escapulario o un hábito que nos vistamos sino que es un desprender de nosotros el perfume de las virtudes de María


Vestirnos de María es mucho más que un escapulario o un hábito que nos vistamos sino que es un desprender de nosotros el perfume de las virtudes de María


Al norte de las llanuras de Galilea surge una cadena montañosa que se extiende en sus estribaciones hasta las orillas mismas del Mediterráneo. Son los montes del Carmelo de singular importancia en diferentes momentos de la antigua historia de Israel. Entre muchas cosas destaca la referencia que estos montes tuvieron para el profeta Elías pues allí se refugió en momentos difíciles de idolatría a los baales del reino del Norte, o reino de Israel. Como su mismo nombre indica en el significado de la palabra son montes de especial belleza, como un jardín florido que se levanta desde las llanuras del Esdrelón, y que nos pueden servir muy bien como una hermosa referencia a la belleza de la santidad de Maria.
Hacemos esta referencia histórica porque de ahí surgió el que en los tiempos de las Cruzadas, a finales del siglo XII muchos cruzados que habían ido hasta Palestina para liberar la tierra donde nació y vivió Jesús del dominio de los otomanos, al tiempo que también muchos peregrinos que iban a la tierra de Jesús optaron por quedarse para vivir como anacoretas escogiendo precisamente por su referencia Elías estos montes del Carmelo.
Poco a poco fueron surgiendo grupos y comunidades de vida eremitita en las laderas del Carmelo hasta que posteriormente se les diera una regla de vida que dio origen a lo que llamamos los monjes del Carmelo, los Carmelitas. Pronto en la devoción mariana de aquellos monjes colocaron una imagen de la Virgen en alguna de aquellas grutas que les servían de oratorios, y fue el origen por así decirlo de la Virgen del Monte Carmelo. El Carmelo, pues, se convirtió en el huerto florido de María, en el jardín donde íbamos a aprender de sus virtudes y de su santidad.
En su nombre más femenino pronto se le comenzaría a decir Carmen, mientras el nombre masculino de Carmelo era que el que se daba a los varones que querían llevar esta advocación mariana en su nombre. Devoción a María con esta advocación que pronto con la multiplicación de los monjes y su extensión por otros lugares hizo que también se propagara, siendo una de las advocaciones de María más queridas y más, por así decirlo, celebradas.
Esta devoción a la Virgen del Carmen tiene como una característica muy principal la imitación a María. Imitar a María es vestirse de María, significativamente en el hábito o en el escapulario, pero que bien entendemos que ha de tener una mayor profundidad al copiar las virtudes de María en nuestra vida. Es el hábito o el escapulario, porque aunque hoy se nos haya quedado reducido a un pequeño trozo de tela con la imagen de María que ponemos sobre nuestro pecho su origen era algo mucho más amplio.
El escapulario en su origen era como un sobrevestido que se ponía sobre la ropa habitual y que si en principio era como una prevención para no manchar los ropajes que se llevaban a causa de los trabajos que se realizasen, como ese era el escapulario, el delantal diríamos hoy, que se ponían los monjes del Carmelo en sus trabajos conventuales quienes querían vivir una vida semejante a la de aquellos monjes imitando a María lo imponían sobre sus vestimentas, convirtiéndose así en el hábito del Carmen.
Por eso como decíamos la devoción a la Virgen del Carmen es sobre todo de imitación de María. ¿A quien mejor podemos imitar en su fe y en su amor, en la escucha de la Palabra y en el amor a Dios como verdadero centro de su vida, en la generosidad y en el servicio, en el desprendimiento y vaciamiento interior y en la santidad? Vestidos de María, pues, queremos prevenirnos de las manchas que más dañan nuestra vida, los vicios y pecados.
Sí, nos queremos vestir de la belleza de María, de sus virtudes y de su santidad. Y es que quienes nos decimos sus hijos, llevamos al cuelo su medalla o su escapulario, o una imagen suya en nuestra cartera, tenemos que pensar que hemos de hacerlo con dignidad. No podemos mezclar esa imagen de María con nuestro vicio y nuestro pecado, sino que esa imagen tiene que ser para nosotros siempre un recuerdo y una exigencia de una vida más santa. Vestirnos de María es desprender el olor de María en sus virtudes en nosotros.
En la devoción a María se nos habla muchas veces de cómo María no va a permitir que quien lleve su escapulario pueda morir en pecado y ella le dará la gracia de arrepentirse antes de su muerte. Clásico es el cuadro de la Virgen del Carmen que está en nuestra Iglesias donde vemos a María queriendo sacar a las almas del purgatorio para llevarlas a la presencia de Dios en el cielo. Y es que quien con sinceridad de corazón lleva esa imagen de la virgen consigo de una forma o de otra, seguro que en su corazón sentirá el movimiento de la gracia que le impulsa a la conversión, a volver su vida a la gracia del Señor.
Escuchemos en nuestro corazón la palabra de María que siempre nos estará diciendo como a los sirvientes de las bodas de Caná, ‘haced lo que El os diga’; María siempre nos conducirá hasta Jesús para que le escuchemos, para que nos dejemos inundar por su gracia y su perdón. No nos hagamos sordos a la palabra de María, ‘haced lo que El os diga’. Desprendamos de nosotros ese perfume del jardín de María adornándonos con todas sus virtudes.


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