miércoles, 18 de julio de 2018

Vaciemos nuestro corazón de vanidades y ambiciones de grandezas para sintonizar mejor con el misterio de Dios que se nos manifiesta en Jesús


Vaciemos nuestro corazón de vanidades y ambiciones de grandezas para sintonizar mejor con el misterio de Dios que se nos manifiesta en Jesús

Isaías 10,5-7.13-16; Sal. 93; Mateo 11,25-27

Cuánta sabiduría nos encontramos muchas veces en la gente sencilla, que quizá por su apariencia nos puedan parecer personas incultas que no tienen grandes estudios ni títulos universitarios, pero en lo que han ido aprendiendo de la vida, rumiando en su interior nos enseñan maravillosas lecciones con sentencias que en pocas palabras nos dan la clave de vivencias hermosas. No nos ofrecerán sesudas reflexiones alimentadas en corrientes de pensamiento filosófico o ideológico, pero nos enseñan cosas vividas, cosas de la vida que han experimentado en si mismos y que han rumiado en su interior plasmando así no solo su pensamiento sino su corazón.
Y es que el verdadero sabio de la vida lo aprende de la vida misma, pero de ese mascar en silencio una y otra vez los hechos o acontecimientos vividos y son capaces de expresarlo en pocas palabras, pero si muy llenas de sabiduría. No digo que no tengamos que iluminar nuestra vida e ir adquiriendo una formación a través de estudios y enseñanzas de quienes han desarrollado su vida por los derroteros de la filosofía o de estudios superiores. Pero ellos también tendrían que saber trasmitirnos en la sencillez ese su saber para que en verdad puedan ayudarnos.
Pero serán los sencillos y los limpios de corazón los que podrán saborear mejor el valor y la importancia de las cosas sencillas; serán los que tendrán un corazón más disponible, más abierto para recibir y captar todo aquello que les trasciende y les eleva. Por eso serán también los de corazón humilde y sencillo los que más abiertos estén a Dios y a su misterio de amor, porque son los que mejor saben sintonizar con el amor verdadero.
Un corazón orgulloso se encierra en su yo y se cree bastarse a si mismo; la vanidad y el orgullo nos encandilan y ciegan para no dejarnos ver las cosas que son verdaderamente bellas. Por eso el orgulloso no podrá saborear de verdad la vida a partir de las cosas sencillas; su aspiración a las grandezas y vanidades le hace olvidar lo que verdaderamente le puede hacer feliz; aunque dé apariencias de felicidad, al final sentirá que su corazón está frío y vacío.
Hoy escuchamos a Jesús decir que da gracias al Padre porque ha revelado los misterios de Dios a la gente sencilla y humilde. Eran los que de verdad estaban abiertos a Dios, y porque su corazón lo habían vaciado de ambiciones y deseos de grandezas humanas podían tener mejor esperanza y sintonizar mejor con el misterio de Dios. Que tengamos nosotros un corazón así, que nos vaciemos de esas vanidades, que busquemos lo que de verdad nos llena, que en nuestra pobreza tengamos puesto nuestro corazón siempre en las manos de Dios.
‘Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’, termina diciéndonos hoy Jesús en el evangelio. El se nos quiere revelar, El quiere meternos en el misterio de Dios, pero solo sintonizaremos con Jesús y con su amor cuando tengamos ese corazón humilde y sencillo, ese corazón puro del que hayamos desterrado vanidades y orgullos.

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