domingo, 1 de julio de 2018

Necesitamos llegar a atrevernos a tocar el manto de Jesús siquiera fuera por detrás, tomar la mano que nos tiende y escuchar la palabra que despierta nuestra fe




Necesitamos llegar a atrevernos a tocar el manto de Jesús siquiera fuera por detrás, tomar la mano que nos tiende y escuchar la palabra que despierta nuestra fe

Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-25; Sal. 29;  2Corintios 8, 7-9. 13-15; Marcos 5, 21-43

Si hiciéramos como una lluvia de ideas sobre aspectos, detalles, mensajes que podemos encontrar en el evangelio de hoy nos encontraríamos como un torrente inmenso de cosas que tendríamos que resaltar. Nos habla de sanar y de curar, nos habla de dar vida o de arrancar de la muerte, nos habla de miedos y desconfianzas mientras al mismo tiempo aparece la fe y el atrevimiento que se mueve desde esa fe y que provoca confianza, nos habla de lágrimas y sufrimientos como nos habla también de desencantos y de cosas que parece que ya no se van a resolver, pero  nos entra también en detalles que nos manifiestan la atención de Jesús para quien no pasa nada desapercibo pero de la escucha y atención que presta Jesús a quien lleva el sufrimiento en el corazón porque a cada persona la mira en su realidad, nos habla de esperanzas y de vida. Un torrente inmenso aunque no somos exhaustivos en lo que hemos mencionado.
Todo se desarrolla en el corto trayecto que Jesús va a realizar desde el lugar donde la gente se arremolinaba en torno a El hasta la casa de aquel hombre que con fe y confianza ha venido a decirle que su hija está en las ultimas y le pide que vaya e imponga su mano sobre ella. Van apareciendo como claroscuros porque unas veces parece que brilla fuerte la fe mientras van rondando las sombras de muerte de las que parece que no podemos salir.
Como nos sucede en la vida. Momentos brillantes y momentos de sombras, momentos de ver florecer la vida y momentos en que ronda el sufrimiento y la muerte, momentos brillantes de entusiasmo donde caminamos con ilusión, pero momentos en que nos vemos hundidos en la impotencia, en la sensación de fracaso, en la pérdida de confianza incluso en nosotros mismos.
Ante la petición angustiosa, pero llena de fe y confianza de aquel hombre Jesús se pone en camino. Habrá que llegar pronto, pero la gente sigue arremolinada en torno a Jesús y casi no lo dejan caminar, aprietan por todos lados. Es el momento que aprovechará aquella mujer de las incontenibles hemorragias. Ocultándose entre la multitud porque nadie ha de enterarse de lo que le pasa porque su misma enfermedad era causa de impureza legal pero con una fe grande en Jesús se acerca por detrás porque piensa que son solo rozarle el manto será suficiente para curarse.
Pero ahí está el detalle de lo que antes mencionábamos de cómo Jesús está atento a la necesidad concreta de cada persona. ‘¿Quién me ha tocado?’ exclama Jesús mirando a su alrededor. Parece una pregunta innecesaria cuando va apretujado entre tanta gente, como le quiere hacer ver uno de los discípulos. Pero la salud y la vida han de resplandecer, aquella fe tiene que aparecer como un faro de luz en medio de cuantos les rodean. Temerosa aquella mujer se adelante para reconocerlo, pero solo merecerá las alabanzas de Jesús. ‘No temas, has tenido fe y te has curado’, le dirá Jesús.
Pero las sombras siguen apareciendo; quizá los empujones de la gente que impedían ir más deprisa, el haberse detenido ante aquella mujer, ha hecho que ya se llegue tarde a la casa de Jairo. Llega la noticia de que la niña ha muerto; vienen las sombras de las desilusiones y de la sensación de fracaso que tantas veces nos invaden. ‘¿Para qué molestar al maestro?’, escucha que le dicen al jefe de la Sinagoga.
Ya se escucha el llanto de las plañideras y se siente el aire de duelo que se ha apoderado de todos e invadido aquella casa. Pero la luz no se puede apagar. Hay que mantener encendida la lámpara, la lámpara de la fe. Y allí está quien puede alimentarla. ‘Te he dicho que basta con que tengas fe’, anima Jesús al padre de la niña. Y al llegar a la casa dirá que la niña no está muerta sino dormida.
Jesús escucha a todos y para todos tiene una palabra de luz y de vida. Con su mano levantará a la niña, ‘talita qumí (niña, levántate)’ le dice. Y como comentará el evangelista se quedaron todos viendo visiones, para expresar el asombro que sentían ante lo que había sucedido.
¿Necesitaremos nosotros llegar hasta Jesús para atrevernos a tocar su manto siquiera fuera por detrás? ¿Necesitaremos esa mano tendida de Jesús que nos invita a levantarnos porque nos dice que seguimos teniendo vida a pesar de las sombras que nos puedan rodear? ¿Necesitaremos esas palabras de ánimo cuando no viene la desilusión y el desencanto, que nos llegan lo cansancios y los miedos, cuando nos aparecen los miedos y temores, cuando tantas veces cobardes nos encerramos en nosotros mismos y no queremos ver por ninguna parte destellos de luz?
Sigue habiendo sombras en nuestra vida. Siguen habiendo sombras en la vida de cuantos nos rodean pero quizá no sabemos tener el detalle de pararnos junto a esa persona para ofrecerle una palabra de luz, una mano tendida, una mirada de ánimo, un gesto o un detalle de confianza para quitar temores y miedos, un caminar a su lado para estimularles a que encuentren también la luz.
En muchas cosas concretas podríamos traducir el mensaje del evangelio para que lleguemos al encuentro con Jesús, pero también para que nosotros seamos signos de luz para cuantos nos rodean. Miremos con sinceridad cada uno de los que van haciendo esta reflexión qué nos pide el Señor en nuestra vida persona y qué es lo podremos hacer en medio de ese mundo en el que vivimos inmerso también en tantas sombras.

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