miércoles, 16 de mayo de 2018

No somos del mundo aunque vivimos en el mundo porque no nos queremos dejar influir por los intereses o por las ideas del mundo y tenemos que dar nuestro testimonio


No somos del mundo aunque vivimos en el mundo porque no nos queremos dejar influir por los intereses o por las ideas del mundo y tenemos que dar nuestro testimonio

 Hechos 20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19

Qué ganas tengo de que se acabe esta vida es una frase que hayamos escuchado alguna vez o quizá hasta nosotros mismos hemos pensado o dicho. Puede ser por una parte en un deseo piadoso de querer vivir con Dios para siempre como expresaba tan maravillosamente santa Teresa en sus arrobos místicos pero puede sucedernos también quizás mas habitualmente desde el agobio con que vivimos la vida con sus problemas, sus luchas, sus oscuridades en lo que ya nos sentimos cansados y con el deseo de que todo termine.
Son cosas que surgen espontáneas del corazón desde uno u otro sentido y que de alguna manera quieren hacernos huir de la situación en la que vivimos en un deseo de algo mejor. Pero la realidad es la que es y tenemos que vivir el momento presente y vivirlo con toda intensidad, aunque sea con deseos de tener un día algo mejor. La lucha y el esfuerzo en ocasiones se nos hace doloroso porque estamos sometidos a la tentación, porque no llegamos a encontrar en este mundo y en esta vida lo que mejor deseamos en lo más hondo de nosotros mismos, porque lo adverso que encontramos en nuestro entorno nos hace dudar muchas veces, o porque quisiéramos una vida sin luchas deseando un cierto conformismo pero que al final tampoco nos satisface.
Estamos escuchando y meditando en estos días, como hemos dicho anteriormente, la oración sacerdotal de Jesús en la última cena. Oración de acción de gracias y glorificación al Padre en el momento cumbre de su entrega – es la ofrenda del sacerdote ante el sacrificio, de ahí el nombre de oración sacerdotal – pero es el momento en que Jesús pide por los suyos, por aquellos que han creído en su nombre.
Pero fijémonos bien en la parte de la oración que hoy estamos meditando. Jesús ruega por los suyos pero no pide al Padre que los saque de este mundo, sino que los libre del mal. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad’.
El mundo nos odiará porque no somos del mundo aunque vivimos en el mundo. No somos del mundo porque no nos queremos dejar influir por los intereses o por las ideas del mundo. Por eso el mundo es un peligro para nosotros y nuestro testimonio en medio de ese mundo de una vida distinta, nos hará sentir en nuestra carne ese odio y ese rechazo del mundo. Son las luchas, las dificultades, los problemas, la tensión y el esfuerzo que hemos de mantener, como veníamos reflexionando. Pero ahí en medio del mundo hemos de estar, porque es ahí donde es necesario ese testimonio que se convierte en anuncio.
Queríamos que todo se acabara, desearíamos una vida mejor, tenemos ansias de poder llegar al cielo, pero mientras hemos de seguir haciendo este camino aunque cueste esfuerzo, lucha, lagrimas, sangre. Pero tenemos el apoyo de la oración de Jesús que pide al Padre que nos dé la fuerza de su Espíritu para que no nos venza el mal. No olvidemos que somos los enviados de Jesús y vamos siempre con la fuerza y la asistencia de su Espíritu.

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