sábado, 16 de diciembre de 2017

Irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar, para inculcar una sabiduría nueva, y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto

Irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar, para inculcar una sabiduría nueva,  y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto

Eclesiástico 48,1-4.9-11; Sal 79; Mateo 17,10-13

‘Irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos, para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los hijos, y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’. Así le había anunciado el ángel a Zacarías en el templo el nacimiento de Juan y su misión.
Ahora Jesús les dirá a los discípulos ante sus preguntas que ‘Elias ya ha venido y no lo reconocieron sino que lo trataron a su antojo’, y los discípulos que le habían preguntado por qué los escribas decían que primero tendría que venir Elías comprenden que Jesús se estaba refiriendo al Bautista.
Todos habían admirado a Juan y habían acudido al desierto y a la orilla del Jordán para escuchar su predicación. Juan les anunciaba la venida inminente del Mesías para lo que habían de prepararse. ‘Para preparar un pueblo bien dispuesto’, que le había dicho el ángel a Zacarías. Por eso, como el mismo se presenta, es la voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor.
No todos le querrán escuchar, sus palabras resultarán incomodas para algunos, como siempre sucede; de Jerusalén vendrán embajadas para preguntarle si él es el Mesías y con que autoridad se presenta como profeta y bautiza; los de siempre que quieren manipular, que no quieren que nada se haga sin su consentimiento, que no permiten que surja nada nuevo que pueda perturbar su situación, el estatus establecido y en el que se sienten tan a gusto.
Sucede siempre y seguirá sucediendo. Cuando surge alguien con actitudes y gestos proféticos, con palabras valientes que hablan claro, que denuncian lo que está mal y hay que corregir, aparecerán resistencias, intentos de desprestigio, maneras de querer acallar a los que quieren un orden nuevo.
Es también la lucha interior que surge dentro de nosotros cuando se nos ha encendido una luz que nos hace ver las cosas de forma distinta y que radicalmente tendríamos que cambiar muchas cosas en nuestra vida; nos resistimos, nos decimos que tenemos que pensárnoslo bien, que no es necesario ir tan deprisa ni de forma tan radical; son las múltiples tentaciones que sentimos en nuestro interior.
Tenemos que aprender a dejarnos conducir por el espíritu del Señor que va suscitando tantas cosas buenas en nuestro interior. No podemos acallar esa voz del espíritu, pero sin embargo tantas veces nos hacemos oídos sordos. Dejémonos transformar para que haya ese camino nuevo en nosotros y llegue a nuestra vida el Emmanuel, el Dios que quiere aposentarse en nuestro corazón. No tengamos miedo a las cosas que tengamos que cambiar porque lo nuevo que nos trae el espíritu del Señor superará todo lo que hayamos podido tener y nos hará entrar en caminos de plenitud y de la más hermosa felicidad cuando nos demos enteramente por los demás.
Es el espíritu con que hemos de ir haciendo este camino del Adviento, ese camino que en navidad nos lleve de verdad a una vida nueva en nosotros que haga un mundo mejor. Así será verdadera navidad porque Dios va a nacer en nuestro corazón para hacer de nosotros un hombre nuevo. Formaremos parte así de ese pueblo bien dispuesto.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Que el camino del Adviento que hacemos, camino de ir al encuentro con Jesús que viene, abra en nosotros caminos nuevos, abra nuestro corazón a actitudes y posturas nuevas

Que el camino del Adviento que hacemos, camino de ir al encuentro con Jesús que viene, abra en nosotros caminos nuevos, abra nuestro corazón a actitudes y posturas nuevas

Isaías 41,13-20; Sal 144; Mateo 11,11-15

Seguramente lo hemos comentado más de una vez. La gente que nunca está de acuerdo con nada; tú dices blanco y ellos inmediatamente dicen negro; tú quieres tener una mirada positiva y que se constructiva, ellos estarán destruyendo porque todo lo ven negro, todo lo quieren cambiar, todo tiene que ser de otra manera. Es buena la diversidad de opiniones, cada uno podemos pensar y expresar nuestra opinión, eso es enriquecedor, pero cuando se hace de una forma positiva, cuando queremos aportar algo más, o algo nuevo que enriquezca y mejore lo que ya tenemos. Pero hay quienes porque las cosas no son como ellos desean, lo que quieren es destruir, y corroen con su conversación creando desconfianzas, suspicacias, miedos.
Tendríamos que aprender a ser positivos en la vida creadores de puentes no de barrancos, vallas o distanciamientos. Nos cuesta acercarnos, pero si encima ponemos dificultades solo por el hecho de llevar la contraria nada lograremos. Nos puede pasar a todos. Pero cuando uno ve a los que dirigen los destinos de la sociedad, de la que tendrían que sentirse verdaderos servidores, que no son capaces de llegar a un acuerdo, de ver algo positivo en lo que el otro hace, sino porque es oponente ya todo lo ven negativo, negro, inservible y cuando tienen la oportunidad lo que hacen es destruir, se siente uno desalentado porque así realmente no podemos avanzar para mejorar, porque ya no son solo las cosas que se hacen o se destruyen sino los sentimientos de revancha que hay en los corazones, que crean resentimientos y rencores, que provocan odios y violencias a la larga.
Me hago esta reflexión mirando lo que sucede en nuestra sociedad con deseos de que las cosas mejores y lo hago desde lo que hoy nos ofrece el evangelio. Es que en esa situación de nuestro mundo tenemos que ser luz y anuncio de buena nueva.  Es la actitud que tenían con o contra Jesús muchos de su tiempo. No aceptaban a Juan el Bautista porque era duro y exigente, invitaba a la penitencia y a la conversión, pero ahora no aceptan a Jesús porque come con todos, a todos se acerca y está al lado de los pecadores y de los que sufren. Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios’, les dice Jesús.
En relación a lo que es nuestra vida cristiana algunas veces también nos creamos confusiones porque no nos dejamos conducir por el Espíritu de Dios, que es Espíritu de Sabiduría. Ya sea muchas veces en nuestro interior, o en actitudes y posturas que vemos en el ámbito eclesial también nos encontramos con quienes crean esas confusiones. Gentes que viven de añoranzas de otros tiempos sin darse cuenta que vamos avanzando guiados por el Espíritu que nos va abriendo a cosas nuevas y siempre el Evangelio nos ofrece esa Buena Nueva que nos conduce a actitudes nuevas, a posturas nuevas, a compromisos más intensos. Soñamos quizá con una iglesia de cristiandad donde parecía que todos era muy cristianos y muy creyentes, pero tenemos que resaltar eso de que parecía porque quizá en el fondo no lo era tanto.
Hoy nos enfrentamos a un mundo distinto donde nos encontraremos muchas posturas, muchas maneras de ver las cosas distintas y distantes. Nuestra vivencia cristiana, nuestro anuncio del evangelio tendrá que tomar quizá otras características y el Espíritu pondrá junto a nosotros a quienes nos abran caminos, nos abran los ojos y el corazón para ver y comprender que hay cosas fundamentales que no podemos descuidar.
El Espíritu del Señor nos ayuda a descubrir cosas importantes que quizás habíamos descuidado y que es necesario rescatar para nuestra vida. Nuestra iglesia, por ejemplo, tiene que ser en verdad la Iglesia que evangeliza a los pobres porque en verdad nos encarnemos en ese mundo donde tenemos que dar un testimonio muy claro, muy convincente que nos exigirá actitudes y posturas nuevas. Es que no tenemos que hacer otra cosa que copiar en nosotros aquella cercanía de Jesús – que vemos que no gustaba a ciertos sectores de su tiempo como nos sigue sucediendo ahora - a los pobres, a los desheredados de la vida, a los marginados y despreciados, a todos los que sufren, como le vemos hacer continuamente en el evangelio.
Que este camino del Adviento, camino de ir al encuentro con Jesús que viene, nos abra en nosotros esos caminos, abra nuestro corazón a esas actitudes y posturas nuevas.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Cuidado que llenemos nuestra navidad de muchas luces falsas que nada alumbran porque seguimos con las mismas oscuridades en el corazón

Cuidado que llenemos nuestra navidad de muchas luces falsas que nada alumbran porque seguimos con las mismas oscuridades en el corazón

Isaías 41,13-20; Sal 144; Mateo 11,11-15

Hermosa presentación que nos hace el evangelio de hoy de Juan el Bautista en palabras de Jesús. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista’. Grande era su misión, profeta y más que profeta, como diría en otro momento; era el que venia, ya anunciado también por los profetas, para preparar el camino del Señor; el Precursor del Mesías, el que venía delante, pero que sabia que después de él vendría Alguien más grande, del que no sería digno de desatar la correa de sus sandalias; el que llegaría a dar testimonio porque lo vio y el Espíritu del Señor se lo había señalado en su corazón ‘ese es el Cordero de Dios, el que viene a quitar el pecado del mundo’; el que en su humildad no le importaba menguar, ocultarse, desaparecer, porque el que venía era el que había de crecer, porque sería el Hijo del Altísimo del que él solamente era su profeta, ‘el profeta del Altísimo’ que habría de señalarle.
‘No ha nacido de mujer uno más grande que Juan’. Una grandeza que daría paso a un nuevo Reino, a un nuevo mundo. El lo anunciaría y nos ayudará a prepararnos para recibirlo. Nos invitará a la conversión para creer en esa Buena Noticia que llega con Jesús. El es solamente la voz que anuncia la Palabra que ha de venir y que va a establecer ese Reino nuevo. Un Reino donde se van a descubrir las verdaderas grandezas.
Es por ese camino de la pequeñez, del saber hacernos pequeños y los últimos, ese camino de la humildad, del ser capaces de desaparecer para que brillen los demás por donde aprendemos a entrar en el Reino Nuevo de Dios. Por eso tenemos que aprender a despojarnos que será quitarnos los vestidos de las vanidades para reconocer la realidad de nuestra vida, aprender a vaciarnos de nosotros mismos para hacer desaparecer orgullos y autosuficiencias, a olvidarnos de nuestras apetencias y ambiciones para descubrir cuál es la verdadera riqueza.
Juan, vivirá una vida austera; vestido solo con piel de camello y alimentándose de los saltamontes del desierto y de la miel de la abejas; es la penitencia que nos purifica aprendiendo a decirnos ‘no’ a nuestros egoísmos y autocomplacencias; es la mortificación de buscar lo que verdaderamente es importante porque llenamos nuestra vida de demasiadas cosas vacías que no nos dan sentido. Por eso invita a sumergirse en el agua del Jordán; es un signo de la purificación, de cómo queremos lavarnos y purificarnos de todas esas cosas que nos perjudican y que nos impiden llenarnos de luz; es un signo del cambio que queremos dar a nuestra vida, porque no se trata de hacer acomodos para seguir siendo o viviendo de la misma manera.
Es el verdadero camino del adviento que tendríamos que ir haciendo para llegar a vivir una navidad de verdad. Hemos llenado nuestra navidad de muchas luces falsas que nada alumbran, porque quizás en nuestro corazón seguimos con las mismas oscuridades. De cuantas cosas nos preocupamos en estos días en nombre de la navidad pero que de alguna manera nos impiden vivir la verdadera navidad.
Pensemos con toda sinceridad cuales son las principales preocupaciones que tenemos en nuestros días y vemos como el consumismo nos domina, el hacer como todos hacen sin pensar si verdaderamente ese es el sentido que tendríamos que darle a la navidad. Muchas cosas son incluso buenas, pero a las que quizá tenemos el peligro de despojarlas de su verdadero sentido. Muchas cosas que hacemos y que son luces de un día, pero que al siguiente se quedan opacas.
Miremos y escuchemos a Juan el Bautista y nos daremos cuenta que muchas cosas tendríamos que revisar. Seguiremos con estos pensamientos y reflexión. 

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Con nuestra mansedumbre y humildad, con nuestra acogida y nuestra presencia seamos signos de Jesús que se acerca y acoge a todo corazón atormentado

Con nuestra mansedumbre y humildad, con nuestra acogida y nuestra presencia seamos signos de Jesús que se acerca y acoge a todo corazón atormentado

Isaías 40,25-31; Sal 102; Mateo 11,28-30

Todos necesitamos en la vida un apoyo. Por más fuertes que nos sintamos o que queramos aparecer. Algunas veces no nos gusta reconocerlo, pero hay ocasiones en que nos sentimos cansados, derrotados, sin ánimos para seguir adelante, porque parece que los problemas se acumulan, nos sentimos solos, no sabemos por donde caminar porque nos encontramos desorientados. Necesitaríamos detenernos pero no sabemos como hacerlo o  no encontramos ese amigo que nos cobije, esa mano amiga que nos coja fuerte para sentir sus fuerzas y no temer en el camino que estamos haciendo.
Qué gozo y qué paz sentimos cuando aparece esa alma compasiva, esa persona que nos escucha, ese ser que sentimos a nuestro lado aunque no nos diga nada, pero su presencia ya en si misma es fuerza para nosotros. No nos sentimos solos, parece que amanece de nuevo la luz en nuestra vida, sentimos descanso dentro de nosotros y con un nuevo ánimo reemprendemos el camino. Todos necesitamos en la vida un apoyo, decíamos, ese amigo o esa persona que nos escucha y que nos comprende, y aunque no entienda lo que nos pasa o no nos dé soluciones sin embargo su presencia a nuestro lado nos hace sentir de nuevo fuertes.
Humanamente sentimos esa necesidad. Espiritualmente necesitamos saber donde vamos a encontrar esa fuerza de nuestra vida y lo que va a ser la raíz de nuestra espiritualidad. Siempre tenemos que mirar a lo alto y saber que no nos faltará esa luz, esa fuerza porque Cristo está con nosotros y nos da la fuerza de su Espíritu.
Hoy nos invita a ir hasta El. No importa como nos encontremos porque El comprende mejor que nadie todo lo que nos puede pasar en nuestro interior. Aunque no solo hemos de ir a El desde nuestros agobios, aunque siempre tenemos que hacerlo, en todo momento hemos de aprender a gustar la paz en nuestro corazón con su presencia, disfrutar de su presencia y de su amor que nunca nos falla. Pero hoy nos dice que desde nuestros cansancios y nuestros agobios vayamos a El porque en El vamos a tener la seguridad de encontrar esa paz que necesitamos, ese descanso para nuestro espíritu.
Y estando con El aprendamos de El para que no nos falte nunca esa paz. Por eso hemos de llenar de mansedumbre nuestra vida, aprender a ser humildes y sencillos porque así nos quitaríamos de encima tantos agobios que nos pueden aparecer en la vida. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso’. 
Humanamente algunas veces nos podrán faltar esos apoyos, nos podremos sentir solos y sin esa mano amiga que se pone sobre nuestro hombro para hacernos sentir su presencia. Pero sabemos que nunca estamos solos. Cristo está a nuestro lado. Nos espera en el sagrario, nos ofrece continuamente el alimento de su Palabra, nos regala su gracia en los sacramentos, pero también pone a nuestro lado a tantas personas que pueden ser signos de su presencia también para nosotros. Sepamos descubrir en esa persona de buena voluntad que camina a nuestro lado y a veces quizás ni notamos su presencia que Jesús llega a nosotros a través de ella.
Pero nos dice Jesús que aprendamos de El. Aprendamos de El a ser esa mano amiga para el hermano que sufre a nuestro lado, sepamos abrir nuestro corazón porque habrá muchos que estarán deseando ese corazón acogedor y amigo que les escuche, convirtámonos por nuestra humildad y mansedumbre en signos también para los que caminan a nuestro lado de esa presencia de Dios que no les abandona. Es también una misión que nos confía a nosotros y con lo que podemos ayudar a tantos. Descubramos esas soledades y esos sufrimientos y seamos un bálsamo de paz y amor con nuestra compañía.

martes, 12 de diciembre de 2017

Aprendamos a tener ese gesto sencillo, esa mano tendida, ese acercamiento sincero para con el otro dando siempre esa segunda oportunidad como el Buen Pastor hace con nosotros

Aprendamos a tener ese gesto sencillo, esa mano tendida, ese acercamiento sincero para con el otro dando siempre esa segunda oportunidad como el Buen Pastor hace con nosotros

Isaías 40,1-11; Sal 95; Mateo 18,12-14

‘¡Qué se le va a hacer! El se lo ha buscado, ha escogido su camino y así anda…’ cosas así pensamos algunas veces cuando vemos a una persona que ha tomado caminos no buenos y negativamente nos quedamos en una pasividad, lamentándonos quizá, pero sin hacer algo positivo por ayudar a aquella persona. Demasiado nos desatendemos unos de otros en la vida. Que cada uno se las arregle como pueda, pensamos, porque ya nosotros tenemos nuestros problemas.
¿Es esto humano? ¿Es justo que dejemos marchar a uno por caminos del mal, sin haber tenido una palabra, un gesto de acercamiento, de tenderle una mano para ayudarle? Decimos que respetamos su libertad, y eso está bien, pero tenemos que saber sentirnos de alguna manera responsables unos de otros, y al menos sentir en nuestro interior la inquietud de lo que podríamos hacer.
Es, si, el que escoge el camino del mal, pero son también tantos los que vamos excluyendo de nuestra vida, y poca preocupación sentimos por los que se sienten solos, por los que vemos quizá atormentados por sufrimientos o por enfermedades, los que se sienten débiles quizá por el paso de los años sin tener a su lado alguien que les anime, les acompañe.
Son tantos también los que se sienten desplazados en la vida porque en su desorientación no han sabido o no han podido encontrar un camino, a los que no hemos sabido dar una segunda oportunidad; lo intentaron quizá, no supieron hacerlo en aquel primer momento, y ya los dimos por perdidos, no creímos en sus posibilidades, no damos una segunda oportunidad.
Tantas veces decimos o pensamos que queremos un mundo mejor y quizás soñamos con grandes realizaciones que se tendrían que hacer para que las cosas marchen mejor, pero quizá muchas veces lo hace falta es un gesto pequeño de atención, una palabra de ánimo, una compañía para una soledad aunque solo fuera en silencio, darles esa segunda oportunidad o tercera o lo que haga falta.
Hoy Jesús nos está enseñando cómo debemos buscar siempre al otro, aunque él por si mismo haya escogido esos caminos de perdición. Nos habla del buen pastor que busca la oveja perdida. Pensamos siempre cuando escuchamos esta pequeña parábola en el pecador a quien Jesús siempre busca. Es cierto. Pero creo que tendríamos que pensar en algo más; tendríamos que pensar en lo que yo hago o en lo que yo podría hacer por los demás, en esa mano siempre tendida que tendría que saber ofrecer al otro una y otra vez para ayudarle, para caminar con él, para hacerle encontrar esa orientación que necesita, esa segunda oportunidad.
De la misma manera que el Señor siempre espera nuestra vuelta desde nuestras negruras y nuestros pecados, así tenemos que aprender a hacer nosotros por los demás. Es toda esa ayuda humana que tenemos que saber ofrecer en todo momento al otro; es ese anuncio nuevo del evangelio que tengo que realizar no solo con mis palabras, sino con mis actitudes, con mis gestos, con mi compromiso por los demás.
No nos valen pasividades; no podemos quedarnos cruzados de brazos; no podemos de ninguna manera llegar a la condena del que haya podido errar en la vida, que nosotros también cometemos muchos errores. Son las actitudes y valores nuevos del evangelio que he de vivir.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Los milagros de Jesús son siempre un signo de esa salvación que El nos ofrece, de ese perdón que nos regala, de ese amor con que envuelve nuestra vida

Los milagros de Jesús son siempre un signo de esa salvación que El nos ofrece, de ese perdón que nos regala, de ese amor con que envuelve nuestra vida

Isaías 35,1-10; Sal 84; Lucas 5,17-26

‘¿Qué estáis pesando en vuestros corazones?’ pregunta Jesús, aunque El bien conocía el corazón del hombre y todo cuanto nos sucede o pensamos en nuestro interior. Pero quizá sea una buena pregunta que nos hagamos a nosotros mismos. ¿Qué es lo que realmente estamos pensando en nuestro interior?
Claramente no siempre lo manifestamos con palabras, pero sí se nos refleja en ocasiones sin querer en nuestras posturas y actitudes. Sospechamos tantas veces en nuestro interior y vienen las desconfianzas, las posturas distantes, distanciamientos o también enfrentamientos, encerrarnos en nosotros mismos o comenzar a hacer la guerra. Cuántas veces por eso sospecha que tenemos en nuestro interior ya calificamos o descalificamos a la otra persona, lo que dice o lo que hace, lo que nosotros sospechamos son sus intenciones sin saber lo que verdaderamente piensa, sino solo quizás desde nuestra malicia.
Qué bueno sería que hubiera sinceridad en nuestra vida y no estuviéramos con esas sospechas y desconfianzas. Pero quizás haya mucha malicia en nuestro corazón que tratamos de disimular endulzándole esa malicia a la otra persona. Y nosotros queremos aparecer como los buenos o los que poseemos toda la verdad.
Muchas mas cosas podríamos seguir analizando desde esa pregunta que nos hagamos si la hacemos y queremos responder a ella con sinceridad. Tratemos de quitar todos esos pensamientos turbios que  nos empequeñecen, que nos llenan de negatividad; tratemos de ser positivos, de ver las cosas con claridad y tratando de llenar de luz la vida, nuestra vida y la manera de mirar a los demás para ser capaces de pensar y de ver siempre cosas buenos en los otros. Es una manera de aceptarlos, de facilitar la relación y la convivencia, de crear armonía entre todos, de hacer de verdad un mundo mejor con sinceridad, con espíritu de colaboración, con búsqueda siempre de la paz.
Jesús quiere poner paz en nuestros corazones. Un signo de ello es el milagro que hoy contemplamos en el evangelio, que tan mal interpretado fue por aquellos fariseos llenos de desconfianzas y sospechas. Quiere Jesús valorar todo lo bueno de los demás y por eso alaba la fe y el espíritu solidario de aquellos hombres que traen el paralítico hasta Jesús y hacen todo lo posible porque llegue a sus pies a pesar de las dificultades que encuentran.
No quiere Jesús, por otra parte, que nunca nosotros seamos obstáculos para los demás, sino todo lo contrario, siempre cauces de amor y de cosas buenas, puertas abiertas para que todos por otra parte puedan llegar siempre hasta él. Qué terrible que seamos puertas cerradas para los demás que no solo no les dejemos llegar a nuestra vida, sino que seamos obstáculo para que otros puedan llegar hasta Jesús.
Jesús no solo cura de su invalidez corporal al hombre que llevan hasta El sino que le ofrece la salud más hondo y que todos tendríamos que desear. Los milagros de Jesús son siempre un signo de esa salvación que El nos ofrece, de ese perdón que nos regala, de ese amor con que envuelve nuestra vida. Acojamos su perdón queriendo ofrecérselo a los demás; dejémonos regalar por su amor y empapemos nuestra vida en el amor de Dios, y todo será paz, armonía, buena convivencia alejando de todos tantas esas cosas turbias que nos invalidan y nos hacen morir por dentro.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Necesitamos reencontrarnos con la esperanza que nos dé la certeza de un mundo nuevo y mejor que podemos entre todos construir y en la Navidad eso ha de ser realidad para nosotros


Necesitamos reencontrarnos con la esperanza que nos dé la certeza de un mundo nuevo y mejor que podemos entre todos construir y en la Navidad eso ha de ser realidad para nosotros

Isaías 40, 1-5. 9-11; Sal 84; 2Pedro 3, 8-14; Marcos 1, 1-8

Unas lágrimas que surcan el rostro de alguien muchas veces nos dejan mudos y sin saber como reaccionar y cómo consolar; no encontramos palabras, no sabemos como acercarnos a la persona, nos sentimos como indefensos.
Sean las lagrimas de un niño o sean las lagrimas de un anciano desde su soledad; sean las lagrimas de una persona que sufre una penosa enfermedad, o de cualquiera que sea que se ve envuelto en problemas y con su corazón angustiado porque no sabe cómo afrontarlos o cómo salir adelante; serán quizá también las lágrimas que nosotros nos bebemos amargamente en nuestros problemas o desesperanzas, en la desorientación con la que caminamos en la vida sin saber qué camino coger porque todos nos parecen igual de oscuros al menos en su principio, en nuestros sufrimientos o cuando contemplamos el sufrimiento de los demás que hacemos también nuestro; o será todo ese mundo que a veces nos angustia porque contemplamos tantas cosas que hacen sufrir a las personas, o a tantos que en su maldad solo buscan su provecho o sus intereses sin importarle nada ni nadie.
Necesitamos un consuelo que sea algo más que palabras bonitas que quieran reconfortarnos pero que parece que no nos valen de nada; necesitamos un consuelo que puede ser una presencia de una mano amiga, del calor de un corazón que sabe que te quiere, de algo que te haga levantar la esperanza porque te ayuda a vislumbrar que detrás de esas oscuridades que nos ofrece la vida siempre podremos encontrar una luz.
Necesitamos reencontrarnos con la esperanza que nos dé la certeza de un mundo nuevo y mejor que podemos entre todos construir. Necesitamos la esperanza que nos haga mirar a lo alto para buscar altos ideales y mejores metas, que nos hagan encontrar un sentido espiritual a nuestras vidas, que nos ayuden a encontrar esos nuevos caminos que nos lleven a una plenitud de lo mejor de nuestra existencia.
Con el profeta en este camino de adviento encontramos una invitación al consuelo que podamos encontrar para nosotros y que aprendamos a ofrecer de la mejor manera a los demás. ‘Consolad, consolad a mi pueblo, –dice vuestro Dios–; hablad al corazón de Jerusalén…’ Palabras que fueron dichas por el profeta en momentos en que el pueblo se sentía perdido, se creía abandonado de Dios, pesaba sobre él la culpa de su infidelidad y pecado, Vivian momentos de crisis con el pueblo roto y desterrado lejos de su patria. Y viene sobre ellos esta palabra del Señor que les habla de caminos nuevos que se abrirán incluso en el desierto y en la estepa, en que van a sentir de nuevo sobre ellos la presencia del Señor que llega a ellos con su misericordia y su perdón.
Podíamos decir que se les abrían los cielos, renacía en sus corazones una nueva esperanza porque podían llegar a comprender que Dios seguía amándoles; aparece la imagen del pastor que recoge en sus brazos a los corderos y a las ovejas, para ayudar a las más débiles, para curar a las que están heridas y enfermas, para ofrecerles a todos nuevos pastos que les alimenten.
Nosotros también escuchamos esta palabra del profeta en nuestro camino de Adviento, en este segundo domingo que nos acerca a la Navidad. Y las escuchamos desde eso que es nuestra vida, con sus sufrimientos y sus lágrimas, con sus desesperanzas y sus agobios, con sus desorientaciones y oscuridades. Tenemos que reconocer nuestra realidad y la realidad concreta que se vive en nuestra sociedad. No todo es fácil. Hay mucho sufrimiento. Muchos han perdido también las esperanzas y pareciera que para ellos no hay ningún tipo de consuelo.
La Palabra del Señor que escuchamos no son solo bonitas palabras que pudieran haber servido a hombres y mujeres de otro tiempo. En nuestra desorientación o en nuestro orgullo quizás hasta podemos pensar que son palabras de otro tiempo que hoy a nosotros ya no nos dicen nada. No nos equivoquemos. Abramos nuestro espíritu, despertemos nuestra fe, abramos los ojos para vislumbrar esa luz que el Señor nos ofrece y sepamos escuchar allá en lo hondo del corazón.
La misericordia del Señor nunca se acaba. La fuerza del espíritu del Señor en verdad puede hacer de nosotros un hombre nuevo y crear un mundo nuevo. Solo tenemos que dejarnos conducir. Con el profeta como en un eco ya más cercano contemplamos y escuchamos a Juan Bautista, el que ya inmediatamente preparó los caminos del Señor ante su inminente venida. A nosotros sus palabras también nos pueden ayudar a abrir nuestro corazón a Dios.
‘Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el jordán’. Así nos dice el evangelista para describirnos la acción del Bautista. Como decíamos antes tenemos que comenzar por reconocer nuestras oscuridades, nuestros miedos, nuestros desánimos y todo ese mundo turbio que se nos ha metido en el corazón.
Muchas veces tenemos un tesoro pero no lo vemos porque está oculto con la suciedad que lo ennegrece y parece que le quita valor. Tenemos también nosotros que purificarnos para descubrir la riqueza grande que hay en nuestro corazón y cuantas cosas podríamos realizar. Dejémonos conducir por la palabra de Juan el que venia a preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor y en nosotros también se obrará esa maravilla.
Sintamos que en verdad el Señor viene, viene a nuestra vida y nos transforma. Lo que vamos a celebrar es algo más que un recuerdo, tampoco se puede quedar en añoranzas como de ninguna manera vivirlo desde la frivolidad y la superficialidad. Celebrar la Navidad es sentir de verdad que el Señor viene para hacer de nosotros ese hombre nuevo y con nosotros hacer ese mundo nuevo. Y esto es lo que tendremos que comenzar a vislumbrar que comienza a haber en nosotros a partir de todo lo que vamos a celebrar; pero será si lo hacemos con hondura, con profundidad, con verdadero sentido.
Y sentiremos el consuelo de Dios que se nos manifestará de mil maneras y podremos ofrecer también ese consuelo a tantos que de una forma o de otra sufren en nuestro entorno. No son palabras vacías, sino que tiene que ser una realidad que vivamos en nuestra vida.