domingo, 10 de diciembre de 2017

Necesitamos reencontrarnos con la esperanza que nos dé la certeza de un mundo nuevo y mejor que podemos entre todos construir y en la Navidad eso ha de ser realidad para nosotros


Necesitamos reencontrarnos con la esperanza que nos dé la certeza de un mundo nuevo y mejor que podemos entre todos construir y en la Navidad eso ha de ser realidad para nosotros

Isaías 40, 1-5. 9-11; Sal 84; 2Pedro 3, 8-14; Marcos 1, 1-8

Unas lágrimas que surcan el rostro de alguien muchas veces nos dejan mudos y sin saber como reaccionar y cómo consolar; no encontramos palabras, no sabemos como acercarnos a la persona, nos sentimos como indefensos.
Sean las lagrimas de un niño o sean las lagrimas de un anciano desde su soledad; sean las lagrimas de una persona que sufre una penosa enfermedad, o de cualquiera que sea que se ve envuelto en problemas y con su corazón angustiado porque no sabe cómo afrontarlos o cómo salir adelante; serán quizá también las lágrimas que nosotros nos bebemos amargamente en nuestros problemas o desesperanzas, en la desorientación con la que caminamos en la vida sin saber qué camino coger porque todos nos parecen igual de oscuros al menos en su principio, en nuestros sufrimientos o cuando contemplamos el sufrimiento de los demás que hacemos también nuestro; o será todo ese mundo que a veces nos angustia porque contemplamos tantas cosas que hacen sufrir a las personas, o a tantos que en su maldad solo buscan su provecho o sus intereses sin importarle nada ni nadie.
Necesitamos un consuelo que sea algo más que palabras bonitas que quieran reconfortarnos pero que parece que no nos valen de nada; necesitamos un consuelo que puede ser una presencia de una mano amiga, del calor de un corazón que sabe que te quiere, de algo que te haga levantar la esperanza porque te ayuda a vislumbrar que detrás de esas oscuridades que nos ofrece la vida siempre podremos encontrar una luz.
Necesitamos reencontrarnos con la esperanza que nos dé la certeza de un mundo nuevo y mejor que podemos entre todos construir. Necesitamos la esperanza que nos haga mirar a lo alto para buscar altos ideales y mejores metas, que nos hagan encontrar un sentido espiritual a nuestras vidas, que nos ayuden a encontrar esos nuevos caminos que nos lleven a una plenitud de lo mejor de nuestra existencia.
Con el profeta en este camino de adviento encontramos una invitación al consuelo que podamos encontrar para nosotros y que aprendamos a ofrecer de la mejor manera a los demás. ‘Consolad, consolad a mi pueblo, –dice vuestro Dios–; hablad al corazón de Jerusalén…’ Palabras que fueron dichas por el profeta en momentos en que el pueblo se sentía perdido, se creía abandonado de Dios, pesaba sobre él la culpa de su infidelidad y pecado, Vivian momentos de crisis con el pueblo roto y desterrado lejos de su patria. Y viene sobre ellos esta palabra del Señor que les habla de caminos nuevos que se abrirán incluso en el desierto y en la estepa, en que van a sentir de nuevo sobre ellos la presencia del Señor que llega a ellos con su misericordia y su perdón.
Podíamos decir que se les abrían los cielos, renacía en sus corazones una nueva esperanza porque podían llegar a comprender que Dios seguía amándoles; aparece la imagen del pastor que recoge en sus brazos a los corderos y a las ovejas, para ayudar a las más débiles, para curar a las que están heridas y enfermas, para ofrecerles a todos nuevos pastos que les alimenten.
Nosotros también escuchamos esta palabra del profeta en nuestro camino de Adviento, en este segundo domingo que nos acerca a la Navidad. Y las escuchamos desde eso que es nuestra vida, con sus sufrimientos y sus lágrimas, con sus desesperanzas y sus agobios, con sus desorientaciones y oscuridades. Tenemos que reconocer nuestra realidad y la realidad concreta que se vive en nuestra sociedad. No todo es fácil. Hay mucho sufrimiento. Muchos han perdido también las esperanzas y pareciera que para ellos no hay ningún tipo de consuelo.
La Palabra del Señor que escuchamos no son solo bonitas palabras que pudieran haber servido a hombres y mujeres de otro tiempo. En nuestra desorientación o en nuestro orgullo quizás hasta podemos pensar que son palabras de otro tiempo que hoy a nosotros ya no nos dicen nada. No nos equivoquemos. Abramos nuestro espíritu, despertemos nuestra fe, abramos los ojos para vislumbrar esa luz que el Señor nos ofrece y sepamos escuchar allá en lo hondo del corazón.
La misericordia del Señor nunca se acaba. La fuerza del espíritu del Señor en verdad puede hacer de nosotros un hombre nuevo y crear un mundo nuevo. Solo tenemos que dejarnos conducir. Con el profeta como en un eco ya más cercano contemplamos y escuchamos a Juan Bautista, el que ya inmediatamente preparó los caminos del Señor ante su inminente venida. A nosotros sus palabras también nos pueden ayudar a abrir nuestro corazón a Dios.
‘Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el jordán’. Así nos dice el evangelista para describirnos la acción del Bautista. Como decíamos antes tenemos que comenzar por reconocer nuestras oscuridades, nuestros miedos, nuestros desánimos y todo ese mundo turbio que se nos ha metido en el corazón.
Muchas veces tenemos un tesoro pero no lo vemos porque está oculto con la suciedad que lo ennegrece y parece que le quita valor. Tenemos también nosotros que purificarnos para descubrir la riqueza grande que hay en nuestro corazón y cuantas cosas podríamos realizar. Dejémonos conducir por la palabra de Juan el que venia a preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor y en nosotros también se obrará esa maravilla.
Sintamos que en verdad el Señor viene, viene a nuestra vida y nos transforma. Lo que vamos a celebrar es algo más que un recuerdo, tampoco se puede quedar en añoranzas como de ninguna manera vivirlo desde la frivolidad y la superficialidad. Celebrar la Navidad es sentir de verdad que el Señor viene para hacer de nosotros ese hombre nuevo y con nosotros hacer ese mundo nuevo. Y esto es lo que tendremos que comenzar a vislumbrar que comienza a haber en nosotros a partir de todo lo que vamos a celebrar; pero será si lo hacemos con hondura, con profundidad, con verdadero sentido.
Y sentiremos el consuelo de Dios que se nos manifestará de mil maneras y podremos ofrecer también ese consuelo a tantos que de una forma o de otra sufren en nuestro entorno. No son palabras vacías, sino que tiene que ser una realidad que vivamos en nuestra vida.

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