sábado, 4 de noviembre de 2017

No hagamos de la vida una lucha con la que pretendemos quedar por delante o por encima de los demás sino un camino que hacemos juntos y nos hace mutuamente más felices


No hagamos de la vida una lucha con la que pretendemos quedar por delante o por encima de los demás sino un camino que hacemos juntos y nos hace mutuamente más felices

Romanos 11,1-2a.11-12.25-29; Sal 93; Lucas 14,1.7-11

Qué bonito que en la vida fuéramos con la sencillez de los amigos y la humildad de los que se sienten hermanos y saben quererse de verdad. Sería un trato fraterno donde nos sentimos iguales aunque cada uno con sus valores y cualidades y la sencillez y la cercanía fuera nuestra manera de ser y de estar. Sabríamos caminar juntos en la vida sin hacer distinciones ni estaríamos apeteciendo el ponernos por delante y por encima porque pensamos que así destacamos más.
No brillan más los que pretenden imponerse y sobresalir sino quienes saben poner autenticidad en su vida y saben estar siempre a la misma altura de los demás. Quienes falsamente se quieren poner por delante para sobresalir pronto se va a descubrir la falsedad de su vida y hay el peligro de que queden aislados en sus torres de apariencia que lo que hacen es separarles de los demás.
Jesús a quien había invitado a comer un personaje principal entre los judíos se encuentra con los empujones y los codazos de los que quieren resplandecer en los primeros puestos. Esas ambiciones por destacar por encima de los demás podríamos decir que es tan viejo como el mundo y seguiremos encontrándonos esas mismas posturas y ambiciones. Seguimos hoy dándonos empujones y codazos; seguimos encontrando quiere quitar de en medio a quien le pueda hacer sombra; seguimos viendo a los demás como a unos contrincantes contra los que tenemos que luchar.
Y Jesús quiere hacernos pensar para que nos demos cuenta qué es lo verdaderamente importante para la persona. Nos encandilamos, es cierto, con los reconocimientos humanos y dice le gente que a quien no le halaga un dulce. Pero esas apetencias que podamos sentir dentro de nosotros tenemos que saber transformarlas para saber encontrar lo que hace verdaderamente importante a la persona.
Hemos convertido demasiado la vida en una lucha en que nos enfrentamos unos otros, yo diría innecesariamente. Tenemos que aprender a hacer los caminos juntos para poder saber llegar a la meta, encontrar ese camino que nos ayude a todos. Es cierto que no todos somos iguales porque no todos tenemos las mismas cualidades y valores, pero tenemos que saber poner juntos nuestros granos de arena que unidos a los de los demos harán ese mundo mejor, ese mundo más hermoso. Así no estaremos quitándonos ya sea el lugar o la riqueza que pueda tener el otro, sino que nos enriqueceremos mutuamente porque todos nos sentiremos beneficiados de lo bueno que son, tienen o hacen los demás.
Por eso Jesús nos enseña un camino de sencillez y de humildad, que es un camino de servicio y de darnos por los demás, que será lo que verdaderamente nos hace grandes. La importancia de nuestra vida se medirá por la humildad de nuestro servicio realizado con mucho amor con que hacemos más feliz al que está a nuestro lado.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Dejémonos conducir por el espíritu del amor y fluirán de nuestra vida los gestos de amor que harán más felices a cuantos nos rodean y construiremos así un mundo mejor

Dejémonos conducir por el espíritu del amor y fluirán de nuestra vida los gestos de amor que harán más felices a cuantos nos rodean y construiremos así un mundo mejor

Romanos 9,1-5; Sal 147; Lucas 14,1-6

Los gestos de amor nos sorprenden y desconciertan. Bueno, me diréis, los gestos de amor nos agradan, nos sorprenden quizá cuando no los esperamos de alguien, pero es algo con lo que nos sentimos felices y agradecemos. Es cierto. ¿A quien no le gusta recibir un cariñito? ¿A quien no le gusta sentirse amado? Pero aun así sigo afirmando que los gestos de amor nos desconciertan.
Un amor generoso, altruista, solidario, sincero y que es capaz en quien lo realiza de hacer que se olvide de si mismo y las posibles repercusiones que pueda tener en su vida y aun así sigue siendo generoso para darse totalmente hasta se capaz de quedarse sin nada, nos descolocan, nos desconcierta, porque tenemos la tentaciones de ponerle en ocasiones vallas y limites al amor que le tengamos a los demás, no nos sentimos quizá capaces de hacer nosotros lo mismo. A lo más que decimos es ‘no me lo esperaba’.
Por eso los gestos que le vemos realizar a Jesús en el evangelio, vemos que por una parte hay gente que se siente admirada y entusiasmada, sin embargo otros se sienten sorprendidos porque quizá por una parte no es lo que ellos esperaban y por otra parte se sienten denunciados porque ellos no son capaces de realizarlos.
Lo han invitado a comer en casa de un hombre principal que además era fariseo. Allí están al acecho de los gestos de Jesús. Hay un hombre enfermo y comenzó a resplandecer el amor. Y ahí está el gesto de Jesús. Aquel hombre es liberado de su mal. ¿Sorpresa? Quizá no tanto porque era lo normal de Jesús. Pero les desconcierta, es un sábado. Pero las palabras de Jesús les interrogan por dentro. ¿Quizá nos preocupamos más si se nos cae al pozo el animal que tenemos para nuestros trabajos? ¿Por qué no  nos vamos a preocupar por una persona que sufre? Son los caminos del amor al que no podemos ponerle vallas.
Es la disponibilidad que ponemos en nuestra vida cuando dejamos inundar nuestro corazón de amor. Es el camino que nos va a llevar a la verdadera felicidad, en nosotros mismos porque sentimos lo bueno y la satisfacción por lo que hemos hecho, y vamos repartiendo felicidad a los demás cuando vamos liberando ataduras, cuando vamos mitigando sufrimientos, cuando vamos sembrando esperanza e ilusión, cuando ponemos una nota de alegría en la vida. Y el amor nos hará ir encontrando esas ocasiones, esos momentos en que podemos regalar tanto bueno a los que nos rodean.
Y cuando entramos en esa tesitura las cosas van fluyendo con naturalidad de nosotros y llegaremos a ser capaces de hacer lo que no imaginábamos que pudiéramos hacer. Porque el amor es creativo, toma siempre la iniciativa, provoca en nosotros esos deseos del bien, no aguanta el sufrimiento de los demás y buscará la forma de mitigarlo, hará vayamos sembrando sonrisas de esperanza y felicidad en cuantos nos rodean. También nosotros seremos capaces de sorprender a los demás. Dejémonos conducir por ese espíritu del amor.

jueves, 2 de noviembre de 2017

La trascendencia con que vivimos la vida y la esperanza de vida eterna que tenemos nacida de nuestra fe nos hace mirar con una mirada nueva nuestra propia vida y la realidad de la muerte

La trascendencia con que vivimos la vida y la esperanza de vida eterna que tenemos nacida de nuestra fe nos hace mirar con una mirada nueva nuestra propia vida y la realidad de la muerte

Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Sal 24; Juan 11, 17-27

La actitud o la postura que tomemos ante la muerte son la actitud y la postura con que hemos vivido  nuestra vida. El sentido y el valor que le hemos dado a nuestra vida nos hará comprender o no el sentido de la muerte. Cuando nos ponemos con una actitud de amargura ante el hecho de la muerte, preguntémonos como  hemos vivido nuestra vida, cual es la esperanza con que hemos vivido.
Claro que si hemos vivido la vida sin ningún tipo de trascendencia al llegar al umbral de la muerte nos encontraremos ante un final detrás del cual no esperamos ninguna cosa; si hemos vivido solo pensando en nosotros mismos, solo en disfrutar sea como sea, una amargura aparecerá en lo más hondo de nosotros mismos porque se nos acaba ese disfrutar y entonces nos desesperaríamos porque quizá no pudimos disfrutar todo lo que hubiéramos querido. Y así podríamos seguir analizando cual es el sentido o el valor, como decíamos, que le hemos dado a nuestra vida.
Ya nos decía san Pablo en ese texto que quizás tantas hemos escuchado que nosotros los creyentes en Cristo Jesús no podemos amargarnos ante la muerte como aquellos que no tienen esperanza.  Ayer cuando celebrábamos la fiesta de todos los santos algo en lo que queríamos incidir es la esperanza de vida eterna que anima nuestra vida desde la fe que tenemos en Jesús.
La muerte no es esa puerta que se nos abre ante nosotros en un momento dado, en el momento que quizá menos esperamos, ante una negrura sin fin en la que no hay nada. La muerte no es ese punto final en la que se acaba todo y ya nada más podemos esperar. Esa no es nuestra fe, la fe que proclamamos en el Credo que nos sabemos de memoria y tantas veces habremos recitado. Creemos y esperamos en la vida eterna, traspasamos ese umbral de la muerte esperando encontrar en la misericordia de Dios esa vida de dicha en plenitud que Dios nos tiene reservada. La muerte no nos conduce a una inseguridad y a un vacío sino que nos abre a la vida eterna.
Si mientras hemos caminado en esta vida lo hemos hecho con esa esperanza, con los pies bien firmes en nuestra tierra pero con nuestra mente y nuestro espíritu puesto en Dios, lo que hemos hecho tiene un valor para la eternidad, un valor que nos conduce a una plenitud de vida que Dios nos quiere regalar.
‘Venid vosotros, benditos de mi Padre, al Reino que os tiene preparado desde la creación del mundo…’ nos dice Jesús en el Evangelio. Y nos dirá que El va a prepararnos sitio, porque donde está El quiere que estemos nosotros, y nos promete vida sin fin para quienes creemos en El, y nos pide que guardemos nuestros tesoros en el cielo donde no hay ladrón que nos los robe, ni polilla que se los carcoma.
Y esto lo pensamos para el sentido de nuestra vida y de nuestra muerte, y ese pensamiento de esperanza nos acompaña cuando fallecen nuestros seres queridos. Nuestra esperanza es que vivan para siempre en Dios en donde un día también con ellos nos encontraremos. Y porque sabemos que todos somos débiles, la experiencia la tenemos en nosotros mismos, la muerte de nuestros seres queridos la acompañamos con nuestra oración porque los ponemos en las manos de Dios para que los acoja en su misericordia, los perdone y los llene de vida para siempre.
Sentiremos la tristeza y el desgarro de la separación, pero con la esperanza de que un día volveremos a encontrarnos en el Señor. Por nuestras lagrimas no tienen que estar llenas de amargura y desesperación, por eso la esperanza ha de animar esos momentos de tristeza y de dolor.
Hoy, dos de noviembre, la Iglesia quiere hacer una conmemoración de todos los difuntos; es cierto que nosotros continuamente recordaremos a nuestros seres queridos y elevaremos una oración llena de esperanza por ellos, pero en este día no solo queremos recordar a los nuestros de una forma egoísta, sino que queremos abrir nuestro corazón para que nuestra oración sea más universal y quepan todos en nuestro corazón.


miércoles, 1 de noviembre de 2017

Al celebrar a todos los santos sentimos el estimulo de sus vidas para vivir nosotros también esa santidad y elevamos nuestro espíritu con la esperanza de la vida eterna en la plenitud de Dios

Al celebrar a todos los santos sentimos el estimulo de sus vidas para vivir nosotros también esa santidad y elevamos nuestro espíritu con la esperanza de la vida eterna en la plenitud de Dios

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a

Aunque en el común del pensamiento de la gente hablar de la fiesta de todos los santos les hace pensar sobre todo en sus difuntos, en aquellos seres queridos que han muerto, realmente esa conmemoración corresponde más al día dos de noviembre que a este día primero del mes. Es como decíamos la fiesta de Todos los Santos, así sencillamente pero también con un hondo significado.
Hablamos de los santos y pensamos sobre todo en aquellos a los que la Iglesia ha reconocido su santidad y están incluidos sus nombres en ese catálogo, llamémoslo así, teniendo su fiesta o memoria en unos días determinados a lo largo del año. Sin embargo lo que la Iglesia quiere conmemorar y celebrar en este día son todos los santos, estén o no incluidos en ese catálogo oficial, porque ya gozan de la visión y la gloria de Dios en el cielo.
Claro que al hablar de santos podemos pensar también en los que aún caminan sobre la tierra, y que resplandecen por la santidad de sus vidas y contemplamos su entrega y su amor, la rectitud con que viven y su fe inquebrantable en Dios. Más aún no podemos dejar de pensar en aquello que mencionaba el apóstol cuando al dirigir sus cartas a las diferentes comunidades eclesiales se refería a los santos de aquella comunidad; y es que no podemos olvidar que en virtud de la consagración de nuestro bautismo todos estamos llamados a la santidad y si tratamos en verdad de ser fieles así podría y tendría que llamársenos a todos los que estamos bautizados.
Estamos, pues, viendo un sentido de esta solemnidad que hoy estamos celebrando que se convierte así en el ejemplo de los santos en un estímulo y acicate para el camino de nuestra vida cristiana. La propia palabra de Dios que en esta celebración se nos proclama nos señala también cuales han de ser esos caminos que nos conduzcan a esa dicha y felicidad que nos promete Jesús. Una buena reflexión tendríamos que hacernos en las bienaventuranzas que nos propone Jesús desde el sermón del monte en el Evangelio y que pueden marcar la pauta de lo que ha de ser nuestro camino.
Pero hay un aspecto en el que yo quisiera fijarme ahora. Algunas veces tenemos la tentación de caminar por esta vida como si ésta vida terrenal es lo único que pudiéramos vivir. Todo se reduce y se acaba a los días que vivamos acá sobre la tierra y entonces intentamos vivir con la mayor rectitud posible, buscando siempre el bien y la justicia, es cierto, queriendo lograr un mundo mejor donde todos seamos más felices y nadie tenga que sufrir por ningún motivo. Buscamos ser solidarios los unos con los otros, ser justos en lo que hacemos, evitando todo tipo de sufrimiento como si quisiéramos solo conseguir un paraíso sobre esta tierra.
Perdemos así una referencia muy importante, la trascendencia que le queremos dar a nuestra vida y nuestros actos que tiene que ir más allá que lo que ahora y aquí podamos conseguir; perdemos la trascendencia y la esperanza de la vida eterna y en lo menos que pensamos mientras vivimos los afanes de esta vida, aun queriendo vivir en la mayor rectitud, es en esa vida futura, en esa vida eterna de la que tanto nos habla Jesús en el evangelio.
Cortamos, de alguna manera, las alas de plenitud que todos llevamos en nuestro interior y que bien sabemos que solo en la realidad de esta vida no podemos llegar a conseguir en su totalidad. Si no tenemos la esperanza de esa plenitud total yo diría que nuestra vida se ve mermada, se ve limitada, porque cuando llegue la hora de la muerte, de terminar este camino aquí en la tierra se nos acaba todo y pareciera que caemos en un pozo oscuro y sin fondo.
Son parte de nuestra fe en la tenemos el peligro de no pensar. Vivimos como si solo existiera la realidad de este mundo. Perdemos el sentido de Dios en quien ansiamos encontrarnos para poder llegar a vivir esa plenitud total que solo en Dios podemos alcanzar. Si perdemos de vista todo lo que sea esa referencia a la vida eterna, a la vida del mundo futuro, aunque digamos que somos creyentes, nuestra fe en Dios se queda muy titubeante, muy debilitada. Y muchos que incluso nos llamamos cristianos vivimos sin esa esperanza, sin esa referencia a la plenitud de la vida eterna.
Quería fijarme en este aspecto precisamente hoy cuando estamos celebrando la fiesta de todos los santos. No queremos solamente recordar a unos hombres y mujeres que hicieron su camino antes que nosotros y trataron de vivir en la mayor rectitud y con el más profundo amor, sino que estamos celebrando a quienes viven y viven en la plenitud de Dios porque han alcanzado esa vida eterna de dicha y de felicidad.
Viven ya la felicidad y la plenitud del Reino de Dios que como nos dicen las bienaventuranzas poseerán los pobres, tendrán como recompensa los que se han mantenido fieles al camino del evangelio, los que gozan de la plena visión de Dios porque apartaron de sus vidas la malicia, los que ven saciados plenamente sus deseos y su hambre de justicia y de paz, y los que ahora gozan del consuelo de Dios tras los sufrimientos y tribulaciones que hayan podido vivir en esta vida terrena. Ahora gozan de la plenitud de Dios, ahora viven esa felicidad eterna que solo en Dios se puede alcanzar.
Es la esperanza de la vida eterna que anima nuestra vida y que nos hace sortear esos caminos muchas veces tan llenos de tribulaciones, lo que nos mantiene firmes en nuestras luchas y nos hace saber desprendernos de nosotros mismos por el amor que inflama nuestros corazones. Hoy miramos a lo alto, contemplamos esa multitud innumerable de la que nos habla el libro del Apocalipsis, y nuestro espíritu se eleva al contemplar a los santos, y nuestros corazones se llenan de esperanza, y ansiamos de verdad que un día podamos disfrutar de esa vida eterna en la plenitud de Dios.

martes, 31 de octubre de 2017

Crecer y multiplicarnos es la señal de la vitalidad que hay en nosotros y esos tienen que ser los signos que den nuestras comunidades cristianas


Crecer y multiplicarnos es la señal de la vitalidad que hay en nosotros y esos tienen que ser los signos que den nuestras comunidades cristianas

Romanos 8, 18-25; Sal 125; Lucas 13, 18-21

La vida es un continuo crecimiento y renovación. Las células del organismo se multiplican y se renuevan y eso es señal de que hay vida; cuando las células no se renuevan es señal de que el organismo comienza a morir, se entra en un estado que podríamos llamar de vejez, de agotamiento que hace incapaz esa renovación y la vida va decayendo poco a poco. No sé si me aclaro lo suficiente, pero los biólogos o a quien corresponda esa parte de la ciencia, nos lo pueden explicar mejor pero en mi torpeza para expresarme creo que no estoy lejos de lo que es el vivir y ya no me quedo en lo que sea la vida corporal sino la vida en si misma.
Nos sucede en nuestra sociedad, en nuestras comunidades, en lo que es el vivir de cada día de nuestro mundo. Vemos una comunidad que se queda estancada, que se queda siempre en lo mismo, en la que no aparece la savia nueva y joven de nuevos componentes, que va perdiendo iniciativas y es incapaz de renovarse, cualquiera puede augurarle que es una comunidad sin vida y que puede tener a desaparecer. Nos sucede en asociaciones, en clubes sociales, en organismos culturales, en equipos que se pueden crear en el mundo deportivo, en distintos ámbitos de la sociedad.
Es importante que sepamos darles vida, que sus miembros tengan nuevas ilusiones que hagan surgir nuevas iniciativas, que se sea capaz de atraer a nuevas personas a formar parte de esa comunidad o sociedad, que se vaya haciendo una renovación constante, que no significa cambiar lo que son las metas o los ideales con los que se formó, pero a lo que hay que dar siempre una nueva vitalidad. Algo tiene que haber en nuestro interior que nos impulse y nos llene de vitalidad, un espíritu renovador tenemos que sentir allá en lo más hondo.
Al hilo de esta reflexión que no venimos haciendo quizá tengamos que preguntarnos que hay o puede haber de todo esto en nuestras comunidades cristianas. Muchas veces los cristianos damos señales de esa falta de vitalidad que hace languidecer a nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias en concreto, nuestra iglesia. Nos avejentamos y no solo porque muchas veces quienes participan en la vida de la comunidad, sobre todo en las celebraciones somos cada vez más mayores, sino porque tenemos el peligro y la tentación de caer en un letargo que no nos motiva a una renovación y a un rejuvenecimiento de las parroquias, por ejemplo.
Jesús en el evangelio para hablarnos del Reino de Dios muchas veces emplea la imagen de la semilla. La semilla siempre será algo pequeño, insignificante en ocasiones, pero de la que al germinar surgirá una planta vigorosa que crece y crece hasta madurar y darnos fruto. Hoy Jesús en el evangelio nos habla de una semilla bien insignificante, la mostaza, pero que sin embargo, como nos dice Jesús, nos dará una planta, un arbusto que puede hacerse frondoso de manera que hasta puedan anidar las aves en él. No podemos menospreciar lo que nos parece pequeño, porque de ahí puede surgir una hermosa planta.
Así nos compara Jesús hoy al Reino de Dios. Seremos pequeños pero no nos podemos anular. Surge como una pequeña semilla pero hemos de saberle dar a la iglesia esa vitalidad de esa planta nueva capaz de acoger a todos, de multiplicarse y de extenderse. Esa planta que crece y llega a producir frutos, hará que de ella surjan nuevas semillas que multipliquen esas plantas que así vayan extendiéndose por doquier. ¿No hemos visto quizá como la semilla de una nueva especie se ha introducido en un lugar en donde no era endémica y pronto vemos como a su alrededor van surgiendo nuevas y nuevas plantas de esa especie que antes quizá era extraña en aquellos sitios?
Es la fuerza misionera que tendría que haber en el corazón de nuestras comunidades. No nos podemos contentar con ya nosotros tenemos esa fe y tratamos de vivirla de una forma o de otra. Si esa fe es vida en nosotros, nos llenará de esa vitalidad para propagarnos, para comunicarnos, para contagiar a los demás, para despertar en tantos otros esa misma fe que nosotros profesamos. ¿Nos multiplicamos y crecemos, ampliamos nuestro campo queriendo llegar a los demás? Es el signo de nuestra vitalidad. Es el signo de que en verdad queremos vivir de manera sincera el Reino de Dios.
Con la imagen de la otra parábola que nos propone hoy Jesús en el evangelio, la levadura, pensemos cómo con lo que nosotros vivimos y queremos vivir intensamente queremos contagiar a nuestro mundo, queremos hacer fermentar ese mundo en los valores nuevos del Reino de Dios. No podemos ser comunidades muertas y sin vida.

lunes, 30 de octubre de 2017

Nada debe hacernos ir encorvados por la vida porque nos impida vivir con autenticidad lo que somos y lo que es la búsqueda sincera del bien de los demás

Nada debe hacernos ir encorvados por la vida porque nos impida vivir con autenticidad lo que somos y lo que es la búsqueda sincera del bien de los demás

Romanos 8,12-17; Sal 67; Lucas 13,10-17

Hay cosas que vamos aprendiendo en la vida, que se nos van inculcando desde pequeño y que pretenden enseñarnos unos valores, hacer que tengamos buenas costumbres en las que no solo nos manifestemos con dignidad sino que también tratemos con dignidad a los demás, que se van convirtiendo en norma, en plantilla por así decirlo, de nuestra conducta.
Es bueno y necesario que vayamos aprendiendo esos principios que van configurando nuestra vida, le van dando un sentido y tenemos que comprender bien el por qué lo hacemos, lo que pretendemos, y evitar que se conviertan en una rutina o que las hagamos así porque así sin darle una razón o sentido y al final vayamos siendo esclavos de esas normas que de entrada lo que pretendían era lo mejor para nosotros.
Que tengamos que lavarnos las manos o nuestro cuerpo por razones de higiene personal y también por dignidad y respeto a los que nos rodean, está bien, ahora que lo convirtamos en un escrúpulo que nos hace esclavos de esa limpieza de manera que sea una obsesión para nosotros ya no es tan bueno. Hemos de darle sentido a las cosas y vivirlas en su propio sentido y valor.
El respeto al día del Señor era algo inculcado en el pueblo judío con mucha intensidad, por una razón teológica por una parte porque era un reconocimiento de que Dios es el centro de la vida y a El hemos de mostrar todo nuestro amor y rendirle culto, pero también iba acompañado de una razón humanitaria por así decirlo, porque ese descanso es necesario para el hombre para no hacerse esclavo de trabajo y para tener un tiempo para si y para los suyos en un tiempo, por así decirlo, lúdico.
De ahí nacía el descanso sabático que buscando ese descanso y ese día para el Señor te impedía realizar cualquier tipo de trabajo. Pero eso pronto en Israel se llenó de normas y preceptos que prescribían hasta el más mínimo detalle lo que se podía y no se podía hacer. Y allá estaban los cumplidores fariseos, obsesionados con el descanso sabático para exigir el más estricto cumplimiento. ¿Es bueno el descanso sabático? No lo podemos negar pero no podemos convertirlo en una obsesión que llegue a impedirnos actuar con verdadera libertad.
En ese marco sucede el episodio que nos narra el evangelio hoy. Era sábado. Estaban en la sinagoga, para el culto, la oración y la proclamación de la lectura de la ley y los profetas. En medio anda una mujer encorvada a causa de la enfermedad. Y Jesús la cura. Surge la sorpresa porque era sábado. Para allá andan los fariseos con ojo avizor. Pero vemos la libertad de la actuación de Jesús, el amor que lo motivo, y la liberación que quiere significar para todos aquel signo.
No quiere Jesús que vayamos encorvados por la vida. muchos pesos pueden caer sobre las espaldas de nuestra vida que resten nuestra libertad. La vida superficial a la que nos sentimos abocados tantas veces resta mucho la valoración profunda que le hemos de dar a lo que hacemos; el estar pendientes de lo que puedan pensar o decir los demás nos puede impedir que nos mostremos tal como somos y manifestemos también lo que son nuestros verdaderos principios; las rutinas con que hacemos las cosas, simplemente porque hay que hacerlas pero sin buscarle su verdadero sentido pueden ser también un lastre para nuestra vida; el dejarnos arrastrar por la corriente de lo que todos hacen puede terminar volviéndonos insolidarios e injustos en nuestro trato o en la valoración que hagamos de los demás.
Muchas pueden ser las trabas que nos vayamos imponiendo en la vida y que a la larga nos hacen caminar encorvados. Pero Jesús viene a darnos la verdadera libertad, a arrancarnos de esas cosas que nos esclavizan, a abrir nuevos horizontes en nuestra vida y nuevos caminos que nos conduzcan a ser más libres, más solidarios, más justos, más auténticos en nuestro trato con los demás, como manera de hacer un mundo mejor. Dejemos que Jesús ponga su mano de amor sobre nosotros y nos levante.

domingo, 29 de octubre de 2017

Qué hermoso es que toda persona se siente querida y valorada, sepamos tenerle en cuenta y hacer que se sienta alguien



Qué hermoso es que toda persona se siente querida y valorada, sepamos tenerle en cuenta y hacer que se sienta alguien

Éxodo 22, 20-26; Sal 17; 1Tesalonicenses 1, 5c-10; Mateo 22, 34-40

El que se siente amado se siente valorado y se siente protegido, porque se sabe que se le tiene en cuenta, que es alguien para alguien. Cuando pensamos en la pobreza quizá muchas veces pensamos primero que nada en la carencia de unos medios que le ayuden a subsistir; pero no solo es pobreza, me atrevo a decir que la soledad de quien se siente abandonado, de quien no es tenido en cuenta, de quien no significa nada para los demás, de quien quizá se ha convertido en un número sin rostro es lo que produce mayor dolor en alma porque se siente desamparado y no alcanza a ver un camino de luz por donde salir de su soledad.
Quizá no tenga para comer, una ropa con la que cubrirse, un techo bajo el cual guarecerse pero si encima siente que nadie tiene una mirada para él, oscuro se le ponen los caminos para salir de su situación, de su pobreza. Y así caminan muchos sin rumbo en su soledad por la vida sin encontrar caminos y no somos capaces de verlos, no queremos quizá ni pensar que existen. Qué triste seria escuchar de labios de alguien ‘a mi nadie me quiere’.
¿Por qué me hago estas consideraciones al comenzar mi reflexión sobre el evangelio y toda la Palabra de Dios de este domingo? Es que hoy se nos habla de amor, en concreto, del amor a Dios y del amor al prójimo. Pero quiero pensar en ello más que en una palabra en rostros concretos en los que falta ese amor, a los que no les tenemos ese amor aunque podamos decir muchas cosas bonitas.
El evangelio nos habla de que los principales entre los judíos, fariseos, sumos sacerdotes, gentes del sanedrín, estaban buscando la manera de coger, como se suele decir, en un renuncio a Jesús, confundirle en sus palabras. Vienen a preguntarle por el mandamiento principal lo que podríamos decir que era innecesario porque bien claro estaba en la Escritura y era algo que se sabía bien de memoria todo judío. Y Jesús les responde con las palabras exactas de la ley, el amor a Dios sobre todas las cosas, pero une a ello haciendo que tengan una semejanza en la fuerza del mandamiento lo que en otra parte también se lee en la Escritura, ‘y el segundo es semejante a él porque amarás al prójimo como a ti mismo’. No hay vuelta de hoja. Por eso concluye Jesús ‘en esto se encierran la ley y los profetas’.
Jesús nos viene a decir que no hay verdadero amor a Dios al que hay que amar ‘con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser’ si no amamos al prójimo también. Y es aquí donde tenemos que ver las cosas concretas, es aquí donde tenemos que ver los rostros a los que tenemos que amar y ponerle nombre para que ese amor no sea una palabra bonita sino sea algo muy concreto.
Ya sabemos que en otro lugar del evangelio ante esa respuesta de Jesús el maestro de la ley le preguntará y se preguntará, ‘¿quien es mi prójimo?’ No necesitamos hoy ir a ese texto paralelo del evangelio de Lucas sino simplemente fijarnos en los textos que se nos han ofrecido en la liturgia de este día. Es un texto del Éxodo que nos va describiendo lo que era la ley del Señor para su pueblo e irá detallando allí donde se ha de manifestar el amor y la compasión para con los pobres y desamparados.
Y se nos habla de unas situaciones muy concretas que luego a través de toda la Biblia se repetirán como una muletilla para hacer referencia a aquellos a los que primero hay que atender. Nos habla de los forasteros, de los huérfanos y de las viudas; luego seguirá poniéndonos situaciones muy concretas en las que se ha de manifestar esa misericordia y compasión. Pero fijémonos en esas como tres categorías que se nos señalan que van a ser como el paradigma de lo que es la situación de pobreza que pueda vivir el ser humano.
Forasteros, huérfanos y viudas, nos dice. ¿Por qué? Podríamos decir que son el paradigma de quienes se sienten abandonados y sin protección de nadie. El forastero esta lejos y fuera de su tierra, de su ambiente, de sus familiares y amigos, nadie lo conoce, es un extraño, vivirá tremendamente la soledad. Y no digamos nada cuando se meten en la sociedad los rabillos de la discriminación, del racismo y la xenofobia. Pensemos en lo que a nosotros mismos nos sucede muchas veces cuando nos encontramos con un extraño, alguien de otra raza o que viene de otro lugar, con quien por su idioma quizás no nos podemos entender, la desconfianza que se nos mete muchas veces dentro. ¿Cómo se sentirá el que es mirado así y no se siente querido, sino más bien quizás desplazado o rechazado?
El huérfano ha perdido todo su apoyo cuando le falta uno de sus padres y no digamos si le faltan los dos. No es solo la protección y la atención que podría recibir sino el calor del cariño de un padre, de una madre. La pobreza de su vida es grande, aunque quizá haya unos medios materiales, porque es grande la soledad de su corazón. Quizá su situación nos puede mover a la compasión, pero pudiera ser que el compromiso no vaya más allá.
Y en la misma situación vemos a la viuda, a quien le falta el apoyo de un esposo, con unos hijos quizá que cuidar, teniendo que enfrentarse sola a los problemas de la vida. Ya me diréis que al menos en nuestro entorno hay prestaciones sociales, apoyos y ayudas de muchas maneras, pero algo faltará en su corazón. Y bien sabemos que no en todos los lugares hay la misma protección.
Ahí tenemos reflejado lo que reflexionábamos en el principio de este comentario. Pero si nos hemos extendido un poco es para que en nuestra reflexión nos demos cuenta de cómo tenemos que hacer efectivo y concreto nuestro amor. No son palabras bonitas, no son solo las ayudas materiales que podamos ofrecer a quien pasa necesidad, es algo más lo que en nuestro amor podemos y tenemos que hacer con nuestra cercanía, con nuestro acompañamiento, con nuestra escucha, con nuestra mano tendida pero con nuestro corazón bien abierto para sintonizar con la otra persona.
Terminemos recordando lo que quizá volvamos a encontrarnos en el evangelio en las próximas semanas. En el atardecer de la vida seremos examinados del amor. Y Jesús nos va a decir que lo que le hayamos hecho o lo que hemos dejado de hacer con uno de estos hermanos a El se lo hicimos. Le toca a cada uno sacar las conclusiones para nuestra vida viendo como tenemos que ofrecer nuestro amor en la valoración que hacemos del hermano y en el amor concreto que le podemos ofrecer.