martes, 31 de octubre de 2017

Crecer y multiplicarnos es la señal de la vitalidad que hay en nosotros y esos tienen que ser los signos que den nuestras comunidades cristianas


Crecer y multiplicarnos es la señal de la vitalidad que hay en nosotros y esos tienen que ser los signos que den nuestras comunidades cristianas

Romanos 8, 18-25; Sal 125; Lucas 13, 18-21

La vida es un continuo crecimiento y renovación. Las células del organismo se multiplican y se renuevan y eso es señal de que hay vida; cuando las células no se renuevan es señal de que el organismo comienza a morir, se entra en un estado que podríamos llamar de vejez, de agotamiento que hace incapaz esa renovación y la vida va decayendo poco a poco. No sé si me aclaro lo suficiente, pero los biólogos o a quien corresponda esa parte de la ciencia, nos lo pueden explicar mejor pero en mi torpeza para expresarme creo que no estoy lejos de lo que es el vivir y ya no me quedo en lo que sea la vida corporal sino la vida en si misma.
Nos sucede en nuestra sociedad, en nuestras comunidades, en lo que es el vivir de cada día de nuestro mundo. Vemos una comunidad que se queda estancada, que se queda siempre en lo mismo, en la que no aparece la savia nueva y joven de nuevos componentes, que va perdiendo iniciativas y es incapaz de renovarse, cualquiera puede augurarle que es una comunidad sin vida y que puede tener a desaparecer. Nos sucede en asociaciones, en clubes sociales, en organismos culturales, en equipos que se pueden crear en el mundo deportivo, en distintos ámbitos de la sociedad.
Es importante que sepamos darles vida, que sus miembros tengan nuevas ilusiones que hagan surgir nuevas iniciativas, que se sea capaz de atraer a nuevas personas a formar parte de esa comunidad o sociedad, que se vaya haciendo una renovación constante, que no significa cambiar lo que son las metas o los ideales con los que se formó, pero a lo que hay que dar siempre una nueva vitalidad. Algo tiene que haber en nuestro interior que nos impulse y nos llene de vitalidad, un espíritu renovador tenemos que sentir allá en lo más hondo.
Al hilo de esta reflexión que no venimos haciendo quizá tengamos que preguntarnos que hay o puede haber de todo esto en nuestras comunidades cristianas. Muchas veces los cristianos damos señales de esa falta de vitalidad que hace languidecer a nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias en concreto, nuestra iglesia. Nos avejentamos y no solo porque muchas veces quienes participan en la vida de la comunidad, sobre todo en las celebraciones somos cada vez más mayores, sino porque tenemos el peligro y la tentación de caer en un letargo que no nos motiva a una renovación y a un rejuvenecimiento de las parroquias, por ejemplo.
Jesús en el evangelio para hablarnos del Reino de Dios muchas veces emplea la imagen de la semilla. La semilla siempre será algo pequeño, insignificante en ocasiones, pero de la que al germinar surgirá una planta vigorosa que crece y crece hasta madurar y darnos fruto. Hoy Jesús en el evangelio nos habla de una semilla bien insignificante, la mostaza, pero que sin embargo, como nos dice Jesús, nos dará una planta, un arbusto que puede hacerse frondoso de manera que hasta puedan anidar las aves en él. No podemos menospreciar lo que nos parece pequeño, porque de ahí puede surgir una hermosa planta.
Así nos compara Jesús hoy al Reino de Dios. Seremos pequeños pero no nos podemos anular. Surge como una pequeña semilla pero hemos de saberle dar a la iglesia esa vitalidad de esa planta nueva capaz de acoger a todos, de multiplicarse y de extenderse. Esa planta que crece y llega a producir frutos, hará que de ella surjan nuevas semillas que multipliquen esas plantas que así vayan extendiéndose por doquier. ¿No hemos visto quizá como la semilla de una nueva especie se ha introducido en un lugar en donde no era endémica y pronto vemos como a su alrededor van surgiendo nuevas y nuevas plantas de esa especie que antes quizá era extraña en aquellos sitios?
Es la fuerza misionera que tendría que haber en el corazón de nuestras comunidades. No nos podemos contentar con ya nosotros tenemos esa fe y tratamos de vivirla de una forma o de otra. Si esa fe es vida en nosotros, nos llenará de esa vitalidad para propagarnos, para comunicarnos, para contagiar a los demás, para despertar en tantos otros esa misma fe que nosotros profesamos. ¿Nos multiplicamos y crecemos, ampliamos nuestro campo queriendo llegar a los demás? Es el signo de nuestra vitalidad. Es el signo de que en verdad queremos vivir de manera sincera el Reino de Dios.
Con la imagen de la otra parábola que nos propone hoy Jesús en el evangelio, la levadura, pensemos cómo con lo que nosotros vivimos y queremos vivir intensamente queremos contagiar a nuestro mundo, queremos hacer fermentar ese mundo en los valores nuevos del Reino de Dios. No podemos ser comunidades muertas y sin vida.

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