sábado, 30 de septiembre de 2017

Pidamos al Espíritu del Señor que nos abra el corazón para que no tengamos miedo a las actitudes nuevas que Jesús nos puede pedir que pasan por una nueva apertura a los demás

Pidamos al Espíritu del Señor que nos abra el corazón para que no tengamos miedo a las actitudes nuevas que Jesús nos puede pedir que pasan por una nueva apertura a los demás

Zacarías 2,5-9.14-15ª; Sal.: Jr 31,10.11-12ab.13; Lucas 9,43b-45

Hay ocasiones en que por muy claras que nos digan las cosas no logramos entender; también nos sucede que en ocasiones es porque no queremos entender. Lo mismo que cuando una persona nos dice que no la entendemos porque nos está explicando sus problemas y sus puntos de vista, pero nosotros quizá le aconsejamos lo contrario o cosa distinta a la solución que aquella persona busca para su problema; quizá lo que aquella persona quiere es que nosotros le demos la razón donde nosotros vemos que no la tiene o que la solución no es lo que ella propone, y entonces nos dice que no la entendemos.
De una forma o de otra, en situaciones parecidas de cerrazón de la mente por nuestra parte que no queremos escuchar o de cerrazón de la mente de la otra persona que no acepta que nosotros opinemos distinto nos encontramos muchas veces. Tenemos que aprender a abrir nuestra mente, escuchar y aceptar aquello que incluso no nos gusta o pudiera ir en contra de los sueños o ilusiones que nos habíamos trazado. Con una apertura de la mente así muchas frustraciones nos ahorraríamos y aceptando la realidad, escuchando lo que nos dicen podremos hacer que la vida para todos sea mejor.
Hoy nos dice el evangelio cómo a los discípulos en ocasiones les costaba entender las palabras de Jesús. Sobre todo cuando lo que Jesús les proponía o anunciaba no estaba en línea con falsas e ilusorias expectativas que se habían creado en su mente. Entusiasmados estaban por Jesús, por aquel nuevo estilo de vida que Jesús les proponía, por las esperanzas que se abrían en sus corazones, por ese mundo nuevo y distinto que vislumbraban, tanto era que comenzaban a verlo como el cumplimiento de todas las promesas de los profetas y ya estaban comenzando a creer que era el Mesías anunciado y prometido.
Pero ellos se habían forjado por otra parte, por un mal entendimiento de las palabras de los profetas, unas expectativas del Mesías que lo convertían más en un guerrero y en un libertador político que lo que realmente era la misión del Mesías y que Jesús quería trasmitirles. Por eso no entraba en sus cabezas que el Hijo del Hombre hubiera de padecer. Por eso les costaba entender las palabras de Jesús.
Si nos hacemos esta reflexión no es solo para conocer o juzgar lo que le sucedía a los discípulos en torno a la figura de Jesús, sino para ver como esas cosas reflejan también lo que nos puede suceder a nosotros. No siempre sabemos entender el evangelio de Jesús, no siempre llegamos a escuchar con toda sinceridad sus palabras en nuestro corazón. Nos hacemos una idea de religión, nos planteamos desde nuestros intereses o ilusiones lo que es la vida cristiana, vamos poniendo pegas a lo que Jesús nos dice para aceptar aquellas cosas que nos convengan pero no dejamos siempre que se transforme nuestra vida por el espíritu del evangelio.
Pidamos al Espíritu del Señor que nos abra el corazón, nuestra mente, nuestro entendimiento, los oídos del alma para escucharle y para aceptarle de verdad. No tengamos miedo ni de plantearle nuestras dudas o nuestras quejas allá en la interioridad y la intimidad de nuestra oración, pero no tengamos miedo a las actitudes nuevas que Jesús nos puede pedir. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor. Que esa apertura a las palabras de Jesús nos conduzca a una apertura también de nuestra vida y de nuestro corazón a cuantos nos rodean para saber hacer un camino juntos en la vida.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Los Ángeles y los arcángeles nos ayudan a sentir la permanente presencia del amor de Dios en nuestra vida y con ellos queremos cantar eternamente la gloria del Señor

Los Ángeles y los arcángeles nos ayudan a sentir la permanente presencia del amor de Dios en nuestra vida y con ellos queremos cantar eternamente la gloria del Señor

Daniel 7, 9-10.13-14; Sal 137, 1-5; Juan 1, 47-51
Tradicionalmente decimos que este día del 29 de septiembre es el día de san Miguel Arcángel, pero tras la reforma del calendario litúrgico después del concilio Vaticano II en este día se unificaron las fiestas de los tres Arcángeles, por lo que en este día celebramos también a san Gabriel y san Rafael.
La tradición bíblica y también tradicionalmente en la Iglesia cuando hablamos de los ángeles hablamos de los mensajeros de Dios. Como tales aparecen repetidamente en la Escritura Sagrada pero también como un signo de la presencia y del poder del Señor. Como decimos en la teología y en el catecismo son espíritus puros que están en la presencia de Dios alabando y cantando siempre la gloria del Señor. Pero al mismo tiempo están junto a nosotros, como lo celebraremos también en los próximos días, como mensajeros divinos que están a nuestro lado con su protección y para hacernos sentir las inspiraciones del Señor en nuestro corazón.
Pero tal como aparece en la Biblia diferenciamos entre los ángeles y los arcángeles, por cuanto estos aparecen con una misión especial para hacer presente la presencia y la gracia del Señor y para trasmitirnos su voluntad o su fortaleza que nos llena de vida y nos sana o nos preserva de toda tentación y peligro. La presencia de Dios junto a aquellos grandes patriarcas del Antiguo Testamento normalmente son señalados como el Ángel de Dios, el Ángel del Señor que se les manifiesta. Signos, pues, junto a nosotros de la presencia de Dios y de su amor que siempre nos protege.
Así nos aparecerá Gabriel como especial mensajero divino, junto al sacerdote Zacarías para anunciarle el nacimiento de su hijo y su misión, pero luego también junto a María para manifestarle como estaba llena de Dios y de su gracia – había encontrado gracia a los ojos de Dios como le dice como si fuera su nombre – y cómo  había sido la elegida de Dios para que se engendrase en sus entrañas el Hijo de Dios que se hacia Hijo del Hombre, Emmanuel, Dios con nosotros. Mensaje sublime y trascendental para la salvación del Señor y para la renovación del mundo que también nosotros hemos de escuchar.
Será Rafael, Medicina de Dios como lo llama san Gregorio Magno, para acompañar a Tobías su camino, inspirarle lo mejor para su vida y traerle la salud para los ojos ciegos de su padre. Significativa ese presencia del Ángel del Señor caminante a nuestro lado en los caminos de la vida acompañando nuestros pasos, inspirándonos los mejores deseos y acciones y trayéndonos la gracia de Dios que nos sana y que nos salva.
Finalmente nos fijaremos en san Miguel, el arcángel que aparece en la lucha de Dios contra el mal para vencer y para dominar al enemigo malo. Así aparecerá en el libro de los profetas, pero volverá aparecer en el Apocalipsis y en quien hemos de sentir esa especial protección y fortaleza de Dios en nuestra lucha contra el mal y el pecado. ‘¿Quién como Dios?’ es el significado de su nombre y con la presencia del espíritu divina a nuestro lado nada podrá apartarnos del amor de Dios, como diría el apóstol san Pablo.
Es lo que hoy estamos celebrando en esta fiesta de los santos Arcángeles Miguel Gabriel y Rafael.  Que esto nos ayude a sentir esa protección divina, nos haga escuchar en nuestro interior esa inspiración a lo bueno que ellos siempre nos trasmiten y nos sintamos fortalecidos en nuestra lucha contra el mal. Que nos ayuden a descubrir esa presencia de Dios permanente junto a nosotros de la misma manera que ellos están siempre contemplando el rostro de Dios en el cielo. Que con los ángeles y los arcángeles, y con todos los coros celestiales, como proclamamos en la liturgia, nosotros nos unamos a ese cántico celestial para que con toda nuestra vida siempre estemos buscando la gloria de Dios y cantando sus alabanzas para su gloria.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Es necesaria la apertura del corazón, es necesario abrir los resquicios del alma para que penetre la fe porque será la luz que nos haga conocerle y conociéndole vivirle

Es necesaria la apertura del corazón, es necesario abrir los resquicios del alma para que penetre la fe porque será la luz que nos haga conocerle y conociéndole vivirle

Ageo 1, 1-8; Sal 149; Lucas 9, 7-9

‘¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?’ se pregunta Herodes; y el evangelista añade a continuación: ‘Y tenía ganas de ver a Jesús’. Había oído hablar de Jesús, de su predicación por toda Galilea, de los signos que realizaba, de lo que la gente comentaba de Jesús, del entusiasmo del pueblo a quien veían como un profeta y acaso el anunciado Mesías; eran sus esperanzas.
Por eso Herodes quiere conocer a Jesús. Además en su conciencia pesa y lo recuerda que había encarcelado a Juan y lo había mandado decapitar en la cárcel. Le había resultado incomodo por lo que le decía y la mujer con la que convivía conspiraba contra él. Ahora oye hablar de un nuevo profeta, y en el fondo el sigue siendo un judío, y siente deseos de conocerle.
¿Por qué quería conocerle? Es la pregunta importante, aunque cuando se encuentre entre jolgorios y fiestas olvide los buenos deseos que haya en su corazón y cuando llegue el momento de encontrarse con Jesús se lo tome a broma y al final lo tome como un loco.
Todo esto me hace reflexionar en los deseos o aspiraciones que yo tenga en el corazón también en relación con Jesús. Algunas veces también siente uno inquietud en su corazón - ¿solo algunas veces? – y también andamos en caminos de búsquedas. Nos sucede como sucede a tantos en nuestro entorno.
Algunas veces se suscitan en el corazón de los hombres esos buenos deseos. Y abr muchos que también quieran conocer a Jesús. Y tratan de leer todo lo que caiga en sus manos, provenga de donde provenga, se dejan deslumbrar por cuestiones llamativas que puedan aparecer en la literatura acerca de Jesús haciendo múltiples mezcolanzas. Los medios de comunicación ofrecen en ocasiones noticias sobre descubrimientos de cosas arqueológicas que puedan tener relación con Jesús y quizás mostremos interés por esas cosas. O quizá en su buen deseo no se dejen arrastrar por esas cuestiones llamativas y se tomen más en serio el conocimiento que puedan adquirir quizá hasta emprendiendo unos estudios serios.
¿Solo ese será el camino para conocer a Jesús? Algunos nos dirán que no podemos cerrarnos a todas las posibilidades y hasta nos dirán que en el camino que hasta ahora hemos empleado la Iglesia ha tratado de ocultar muchas cosas que no interesarían poniendo o buscando no sé que razonamientos o intenciones ocultas y torcidas que haya detrás de todo eso. Cuantas veces habremos visto en noticias o en redes sociales hablarnos del descubrimiento sobre Jesús que haría temblar los cimientos de la Iglesia. Y la gente fácilmente se cree esas cosas que realmente han estado ahí desde siempre como pudiera ser lo que los evangelios apócrifos que no nos dicen nada nuevo porque siempre se han conocido sus fantasías.
Muchas cosas podríamos comentar en este sentido, pero en razón de la brevedad de la página de un blogs no tienen cabida en este momento. Pero sí hemos de decir que a Jesús no solo podemos ir a buscarlo como quien va en búsqueda de conocer a un personaje histórico. Es cierto que forma parte de la historia de la humanidad, pero es una historia distinta, porque a Jesús solo si vamos con la apertura de unos ojos que no temen el misterio de la fe es como podremos conocerlo.
Jesús no es solo unas historias que tenemos que leer, sino que tratar de conocer a Jesús es meternos en una vida que se va a hacer vida también en nosotros. Solo cuando le abramos las puertas de nuestra vida y de nuestro corazón es como podremos conocerle y conocerle seré encontrarnos con El como quien se encuentra con la vida verdadera. Es necesaria esa apertura de nuestro corazón, es necesario abrir los resquicios de nuestra alma para que penetre la fe en nosotros porque será la que nos dará la verdadera luz que nos haga conocerle y, como decíamos, conociéndole vivirle.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Tenemos que ponernos en camino porque es grande la tarea que tenemos que realizar con las obras de nuestro amor, nuestra presencia y cercanía a todos los que sufren


Tenemos que ponernos en camino porque es grande la tarea que tenemos que realizar con las obras de nuestro amor,  nuestra presencia y cercanía a todos los que sufren

Esdras 9, 5-9; Sal.: Tb. 13,2.3-4.6 Lucas 9,1-6
‘Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes’. Un día se habían sentido atraídos por la palabra y la persona de Jesús, le habían escuchado, les daba gusto estar con él, las esperanzas renacían en sus corazones, sentían que en verdad siguiendo a Jesús era posible un mundo nuevo y mejor.
Jesús les anunciaba el Reino de Dios y les iba dando las señales en que había de manifestarse ese Reinado de Dios, los hombres se amarían de verdad y se sentirían hermanos, el sufrimiento era mitigado con el amor de todos, el mal tendría que desaparecer de ese mundo si sus corazones eran transformados por el amor, algo nuevo tendría que comenzar a vivirse entre todos porque todos centraban sus vidas en Dios.
Eso habrían de comenzar a vivirlo ellos mismos, lo estaban intentando hacer cuando se sentían unidos en torno a Jesús, pero esa buena noticia había de llevarse a los demás, había de anunciarse a todos para que en todos renacieran las esperanzas y todos comenzaran a vivir en ese estilo y sentido nuevo. Ahora Jesús los envía. Han de anunciar el Reino, han de anunciar ese mundo nuevo, han de hacer posible que allí por donde estén se vaya realizando ese mundo nuevo, ese nuevo sentido de vivir.
El amor habría de comenzar a florecer de nuevo en medio de los hombres porque tendrían que hacer desaparecer todo mal, arrancar el odio y la malquerencia de los corazones, desterrar los orgullos y las envidias, que nunca mas apareciesen los brotes de cizaña de las discordias o de los egoísmos. Era lo que Jesús les mandaba realizar.
Las expresiones que emplea el evangelio son muy propias de algunos de los signos externos que habían de realizar pero eran muy significativas de lo que habían de ser las señales de ese reino nuevo que se habría de vivir. El anuncio no ha de ser solo de palabra sino con obras, y habla de curar enfermos y de expulsar demonios.
Curar enfermos no es solo levantarlos de la cama si en ella están postrados; la cercanía y la presencia nuestra junto a un enfermo ha de ser siempre una presencia de vida y de amor y quien se siente amado se está comenzando a llenar de vida, se está comenzando a sanar. Las cegueras de las que nos habla el evangelio, la invalidez de algunos miembros corporales, la sordera que nos impide comunicarnos o la lepra que aísla a los que la padecen son bien significativas de ese mal que hay dentro de nosotros tantas veces y del que tenemos que liberarnos, o del que tenemos que ayudar a liberarse a quienes lo padecen.
Por eso nuestra presencia tiene que ser signo de liberación porque aquel que sufre y al que nos acercamos se siente amado cuando nos interesamos por él. Y no hay mejor cosa que nos ayude a superarnos a nosotros mismos que el sentirnos valorados por alguien. Cuanto podemos hacer en este sentido, cuanto tenemos que hacer. A cuantos tenemos que ayudar a levantarse de su postración porque se sientan valorados y amados de verdad.
Qué hermosa tarea tenemos en nuestras manos, en nuestra presencia, en nuestra cercanía a los demás. Tenemos que ponernos en camino porque es grande la tarea que tenemos que realizar. Jesús a nosotros también nos envía con esa misión. Realizando esos gestos que quizá nos puedan parecer sencillos estamos anunciando el Reino, estamos proclamando la buena nueva de Jesús.


martes, 26 de septiembre de 2017

No nos basta decir que sabemos muchas cosas de Dios si luego no lo manifestamos en las obras de fe y de amor de toda nuestra vida

No nos basta decir que sabemos muchas cosas de Dios si luego no lo manifestamos en las obras de fe y de amor de toda nuestra vida

Esdras 6, 7-8.12b.14-20; Sal 121; Lucas 8, 19-21

Eso yo ya lo sé, decimos o escuchamos decir tantas veces. Alguien que nos hace una recomendación, algo que tratamos de enseñar a alguien y que puede afectar a su comportamiento, nos lo sabemos, nos creemos que no necesitamos que nadie nos diga algo. Pero de saber a hacer va un trecho, como se suele decir. Una cosa es que nos sepamos las cosas y otra cosa es que las pongamos en práctica, esa sea nuestra manera de hacer y de actuar. Con todo lo que sabemos el mundo tendría que ir sobre ruedas, pero bien vemos cómo va, o mejor, bien vemos como es nuestra manera de actuar en el diario de nuestra vida.
Conscientes o inconscientes, sabiendo lo que hacemos, o simplemente olvidándonos de lo que deberíamos hacer, influenciados por nuestras propias pasiones o simplemente dejándonos llevar por lo que todos hacen, lo cierto es que muchas veces hay un trecho bien grande entre lo que decimos que sabemos y lo que realmente luego hacemos. Será nuestra inconstancia, o será nuestra debilidad, el  miedo a ir contracorriente de lo que todo el mundo hace o nuestras propias apetencias interiores, pero así vamos caminando por la vida.
Hay mucha gente alrededor de Jesús que quiere escucharle. Tanto que llega su madre y sus parientes y no pueden acceder a Jesús. Alguien se acercará para decirle que por allí están su madre y sus hermanos – en aquella terminología semita en que se llamaba hermano a todo pariente cercano – y Jesús no es que no quiera atender a los suyos que llegan hasta El; quiere hacernos comprender que si importantes son los lazos de la sangre y que siempre hemos de valorar, hay otros lazos que se crean entre nosotros para producir una verdadera comunión que es la fe en la Palabra de Dios que se hace vida en nosotros.
Nos dice el evangelista que Jesús mirando en su derredor y contemplando a cuantos quieren escuchar su Palabra les responde. Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra’.
Quienes creemos en Jesús formamos una nueva comunidad; la fe en Jesús crea entre nosotros una nueva comunión; escuchamos su Palabra y dejamos que fecunde nuestra vida; escuchamos su Palabra y nos dejamos transformar por ella. Pero bien sabemos que escuchar no es solo oír unos sonidos que llegan a nuestros oídos; escuchar es dejar que esa Palabra que se nos trasmite llegue a lo más hondo de nosotros para hacerse vida en nosotros; como la comida con que nos alimentamos que se transforma en esa energía que nos hace mantener la vida de nuestro cuerpo, la Palabra es ese alimento que se hace vida en nosotros y se manifiesta por las obras nuevas que realizamos.
No es solo saberla, oírla, sino que escucharla es hacerla vida en nosotros.  No nos basta decir que la sabemos porque la hemos oído y la hemos quizá hasta grabado en nuestra memoria; no la grabamos en la memoria sino en la vida, haciéndola vida nuestra. Ella será también nuestra fortaleza porque nos llena del Espíritu de Dios para hacer frente a las debilidades, las tentaciones, los cansancios, las desesperanzas y desilusiones, la rutina y todo cuando pueda querer quitarle vida.
Aprendamos de María ‘la que guardaba todas las cosas en su corazón’; aprendamos de María que merecería un día la alabanza de que había creído y todo aquello en lo que había creído se cumplía; aprendamos de María de la que Jesús también decía que era dichosa porque guardaba en su corazón la Palabra de Dios y la ponía en práctica.

lunes, 25 de septiembre de 2017

La luz crece en la medida en que la compartimos por eso tenemos que con entusiasmo contagiar a nuestro mundo de la verdad y de la luz del Evangelio

La luz crece en la medida en que la compartimos por eso tenemos que con entusiasmo contagiar a nuestro mundo de la verdad y de la luz del Evangelio

Esdras 1,1-6; Sal 125; Lucas 8,16-18

La luz crece en la medida en que la compartimos. Si nos la guardamos para nosotros y no dejamos que otros puedan iluminarse con esa luz lo que hacemos es oscurecerlo todo. Imaginemos que estamos en medio de una densa oscuridad, pero nosotros tenemos una lámpara encendida si con nuestra luz ayudamos a que otros puedan encender sus lámparas veremos cómo la luz va creciendo y todo puede llegar a llenarse de intensa claridad. Por eso no nos la podemos guardar, no la podemos ocultar para solo iluminarnos nosotros aunque tengamos que correr el riesgo de que al compartirla pudiera verse amenazada su llama por los vientos que corren, pero al compartirla se hace más fuerte y puede llegar a dar mejor resplandor.
Es lo que somos y lo que tenemos en la vida. no nos podemos encerrar en nosotros mismos, no podemos actuar nunca de forma egoísta e insolidaria queriendo eso bueno solo para nosotros; nuestra dicha estará en ver que ese bien llega a los demás y hará surgir nuevas plantas de bien, de bondad, de responsabilidad en la vida haciéndola cada día más preciosa. Todo lo bueno que tengamos y seamos capaces de compartir veremos como fructificará y muchas plantas bonitas de bondad que Irán surgiendo en nuestro entorno. Tenemos que ser optimistas, tenemos que creer en que la bondad se puede multiplicar, que lo bueno que hay en nosotros puede contagiar a los demás. Dichosos contagios.
Es lo que hemos de hacer con nuestra fe. Nos hemos acostumbrado quizá a escuchar las palabras de Jesús enviando a sus discípulos por el mundo a anunciar la Buena Nueva que ya lo oímos como si eso no nos afectara a nosotros. Siempre tenemos que escuchar la Palabra de Jesús como una noticia nueva y buena para nuestra vida; hemos de saber descubrir en cada momento lo que es la novedad del evangelio y no acostumbrarnos a sus palabras que entonces ya no serán evangelio para nosotros ni para el mundo que nos rodea. Esas palabras de Jesús nos afectan, tienen que comprometernos en cada momento.
Con la imagen de la luz que hoy nos ofrece y que nos habla de que la luz no la podemos ocultar debajo de la cama ni debajo de un cajón, sino que tenemos que ponerla muy alta para que ilumine a todos, nos está diciendo lo que tenemos que hacer en todo momento con esa luz de la fe que ilumina nuestra vida. Tenemos que iluminar a los demás, tenemos que trasmitir esa buena noticia del evangelio, nuestra vida resplandeciente por las obras del amor tiene que ser signo de salvación para cuando nos rodean, tenemos que ser evangelio para los demás por esa fe que encarnamos en nuestra vida.
Hemos descuidado demasiado esa responsabilidad de la trasmisión de la luz del evangelio a los demás; nuestro mundo parece que se llena de sombras porque pareciera que prevalece un mundo de violencia y de mentira, un mundo insolidario y de hipocresía, un mundo de desconfianzas y de odios, un mundo roto dividido y tan lleno de materialismo que ha perdido el sentido de lo espiritual. No cargamos las tintas, pero es una realidad que nos rodea y que nos puede contagiar, aunque es cierto también que a veces nos encontramos luces buenas que tintinean por aquí y por allá. Tendríamos que aprovechar mejor esos leves destellos de cosas buenas y justas que siempre aparecen para resaltarlo y sirva de estimulo para buscar la luz verdadera que encontramos en Jesús.
¿Qué hemos hecho del evangelio en el que creemos y que decimos que es el sentido de nuestra vida? ¿Cómo es que no hemos contagiado más a ese mundo de los valores del evangelio? 

domingo, 24 de septiembre de 2017

El amor y la generosidad nos desconciertan pero no olvidemos que nuestras obras de amor tienen que signos provocadores de una nueva humanidad

El amor y la generosidad nos desconciertan pero no olvidemos que nuestras obras de amor tienen que signos provocadores de una nueva humanidad

Isaías 55,6-9; Sal 141; Filipenses 1, 20c-24. 27; Mateo 20, 1-16
En un mundo en que parece que cada uno va a lo suyo y nos encontramos con tantos que no se preocupan de los demás sino solo de sus intereses, y a lo sumo de las personas que caen bajo sus responsabilidad, nos desconcierta el encontrarnos con personas generosas que hasta se olvidan de si mismos en su deseo de ayudar y de compartir lo que tienen y lo que son con los demás.
No es solo ya el preocuparse de actuar de manera justa haciendo que cada uno tenga lo que en justicia se le debe, sino que van más allá en su generosidad. Personas desprendidas, que no miran por sus ganancias, que hacen suyo el sufrimiento de los demás, que no puede permitir desde la sinceridad de su conciencia que alguien pueda estar pasando necesidad si está de su parte ayudarle. Algunos lo llaman altruismo, o lo llamamos también solidaridad, pero todo es fruto del amor.
Y aunque algunas veces no lo veamos o no lo queramos ver hay muchas personas así en el mundo y que son los que realmente lo están haciendo mejor. Pero encontrarnos con personas así nos desconcierta cuando quizá sentimos en nuestro interior muchos ramalazos de egoísmo y cuando nos dicen que la caridad empieza por uno mismo. Es cierto que tenemos que amarnos porque de lo contrario no seriamos capaces de amar a los demás, pero la generosidad del que se olvida de sí mismo pensando siempre en los demás muchas veces nos deja descolocados.
Yo creo que, entre otros muchos mensajes que podríamos aprender de la parábola que nos propone hoy Jesús en el evangelio, el sentido de la misma va por ese camino. Es la generosidad de aquel hombre que no solo se preocupó de que tuvieran trabajo – lo que es un acto también de justicia – aquellos obreros desocupados a cualquier hora del día que los encontrara en la plaza, sino el hecho de darle igualmente el salario digno para aquellas personas fuera la hora en que hubieran comenzado a trabajar. ‘¿Es que vas a tener envidia porque yo soy bueno?’, le responde a aquellos que le dicen que no es justo que les dé a todos igual, cuando les está dando lo que en justicia había contratado con ellos.
Son los caminos de Dios que muchas veces nos cuesta comprender. Ya nos decía en el texto de Isaías que nuestros caminos no son sus caminos y nuestros planes no son sus planes. Los planes y los caminos de Dios nos superan, y nos superan precisamente desde el amor. Es el Señor compasivo y misericordioso que tantas veces hemos escuchado en la Biblia y repetido con nuestros salmos.
Es el camino de la misericordia que tanto nos cuesta comprender y vivir. Es muy fácil emplear la palabra misericordia, pero ser misericordioso de verdad desde el corazón ya no lo es tanto. Pensamos en la justicia, pensamos en que lo pague el que lo hizo, y ponemos nuestros ‘peros’ y nuestras trabas para ser verdaderamente compasivos con los demás de manera que obremos con auténtica misericordia porque pongamos amor de verdad en el corazón y con ese amor seamos capaces de mirar al que ha errado o al pecador que ha hecho mal.
Cuantas veces habremos contrapuesto el amor, la caridad y la justicia preguntándonos cuál es más principal o más importante. No están reñidos el amor y la justicia ni mucho menos, pero el amor va mucho más allá cuando se nos ofrece la misericordia del perdón, la generosidad del que da más de lo que incluso en justicia merecemos, porque nos hace entrar en la plenitud de Dios que es Amor.
Si Dios es misericordioso y nos perdona, por qué nosotros los hombres tenemos que poner penitencias y reparaciones que lo que hacen es marcar con nuevos pesos en su conciencia al que ha hecho mal y se ha arrepentido. Ya nos enseña Jesús que seamos compasivos y misericordiosos como nuestro Padre es compasivo. Y ese es el camino de la perfección que nos propone.
Es el camino que hemos de aprender a vivir. Ya sé que esas cosas nos desconciertan como decíamos al principio porque quizá nuestra mirada turbia muchas veces nos hace sentirnos incapaces de actuar con esa generosidad; pero entrar en esa órbita del amor y de la generosidad, no nos hace olvidar la justicia, por supuesto, pero es que nos está regalando algo más de lo que ya en justicia merece toda la dignidad del hombre porque el amor nos está elevando a un estadio superior.
¿Seremos capaces de actuar siempre de esa generosidad? Probemos a poner mucho amor en el corazón, ese amor que nos hace respetar y valorar a toda persona, a reconocer su dignidad, a procurar siempre el bien, a buscar que toda persona pueda ser feliz porque se sienta amado y se sienta regalado con nuestro amor. Eso lo podremos hacer siempre con la fuerza del Espíritu del Señor que anima nuestra vida.
No olvidemos que siempre hemos de dar testimonio del amor pero es que nuestras obras de generosidad han de ser signos provocadores que nos recuerden que podemos hacer entre todos una nueva humanidad.