miércoles, 27 de septiembre de 2017

Tenemos que ponernos en camino porque es grande la tarea que tenemos que realizar con las obras de nuestro amor, nuestra presencia y cercanía a todos los que sufren


Tenemos que ponernos en camino porque es grande la tarea que tenemos que realizar con las obras de nuestro amor,  nuestra presencia y cercanía a todos los que sufren

Esdras 9, 5-9; Sal.: Tb. 13,2.3-4.6 Lucas 9,1-6
‘Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes’. Un día se habían sentido atraídos por la palabra y la persona de Jesús, le habían escuchado, les daba gusto estar con él, las esperanzas renacían en sus corazones, sentían que en verdad siguiendo a Jesús era posible un mundo nuevo y mejor.
Jesús les anunciaba el Reino de Dios y les iba dando las señales en que había de manifestarse ese Reinado de Dios, los hombres se amarían de verdad y se sentirían hermanos, el sufrimiento era mitigado con el amor de todos, el mal tendría que desaparecer de ese mundo si sus corazones eran transformados por el amor, algo nuevo tendría que comenzar a vivirse entre todos porque todos centraban sus vidas en Dios.
Eso habrían de comenzar a vivirlo ellos mismos, lo estaban intentando hacer cuando se sentían unidos en torno a Jesús, pero esa buena noticia había de llevarse a los demás, había de anunciarse a todos para que en todos renacieran las esperanzas y todos comenzaran a vivir en ese estilo y sentido nuevo. Ahora Jesús los envía. Han de anunciar el Reino, han de anunciar ese mundo nuevo, han de hacer posible que allí por donde estén se vaya realizando ese mundo nuevo, ese nuevo sentido de vivir.
El amor habría de comenzar a florecer de nuevo en medio de los hombres porque tendrían que hacer desaparecer todo mal, arrancar el odio y la malquerencia de los corazones, desterrar los orgullos y las envidias, que nunca mas apareciesen los brotes de cizaña de las discordias o de los egoísmos. Era lo que Jesús les mandaba realizar.
Las expresiones que emplea el evangelio son muy propias de algunos de los signos externos que habían de realizar pero eran muy significativas de lo que habían de ser las señales de ese reino nuevo que se habría de vivir. El anuncio no ha de ser solo de palabra sino con obras, y habla de curar enfermos y de expulsar demonios.
Curar enfermos no es solo levantarlos de la cama si en ella están postrados; la cercanía y la presencia nuestra junto a un enfermo ha de ser siempre una presencia de vida y de amor y quien se siente amado se está comenzando a llenar de vida, se está comenzando a sanar. Las cegueras de las que nos habla el evangelio, la invalidez de algunos miembros corporales, la sordera que nos impide comunicarnos o la lepra que aísla a los que la padecen son bien significativas de ese mal que hay dentro de nosotros tantas veces y del que tenemos que liberarnos, o del que tenemos que ayudar a liberarse a quienes lo padecen.
Por eso nuestra presencia tiene que ser signo de liberación porque aquel que sufre y al que nos acercamos se siente amado cuando nos interesamos por él. Y no hay mejor cosa que nos ayude a superarnos a nosotros mismos que el sentirnos valorados por alguien. Cuanto podemos hacer en este sentido, cuanto tenemos que hacer. A cuantos tenemos que ayudar a levantarse de su postración porque se sientan valorados y amados de verdad.
Qué hermosa tarea tenemos en nuestras manos, en nuestra presencia, en nuestra cercanía a los demás. Tenemos que ponernos en camino porque es grande la tarea que tenemos que realizar. Jesús a nosotros también nos envía con esa misión. Realizando esos gestos que quizá nos puedan parecer sencillos estamos anunciando el Reino, estamos proclamando la buena nueva de Jesús.


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