sábado, 17 de junio de 2017

Que solo sea necesario una vida de autenticidad para hacernos verdaderamente creíbles poniendo así en juego nuestra propia honorabilidad para ganarnos el respeto de todos

Que solo sea necesario una vida de autenticidad para hacernos verdaderamente creíbles poniendo así en juego nuestra propia honorabilidad  para ganarnos el respeto de todos

2Corintios 5, 14-21; Sal 102; Mateo 5, 33-37
Hay personas que parece que para hacerse creíbles en lo que hablan no saben decir dos afirmaciones seguidas sin que por medio pongan como si fuera una muletilla ‘te lo juro’. ¿Será quizás que ellos desconfían de todo el mundo, no creen nunca lo que la gente les dice y necesitan así afirmarse en lo que hablan con un juramento? ¿Será acaso que ellos mismos no se creen creíbles porque quizá muchas veces hayan engañado a los demás con sus afirmaciones? Sea de una forma o de otra, o por la razón que sea, esa muletilla está siempre en sus labios y creo que habría que hacerse una buena consideración en esas rutinas que se nos meten en la vida.
Jurar es una afirmación muy seria en la que para, por así decirlo, ratificar nuestra veracidad nos apoyamos en la autoridad de alguien que por si mismo es creíble y vendría a ratificar aquello que nosotros decimos. ¿No seria suficiente nuestra propia veracidad, que nos hagamos creíbles por la sinceridad que siempre expresamos en nuestras palabras y en nuestra vida, y por la rectitud con que siempre nos manifestamos?
En el mundo laico y secularizado en que vivimos hoy también es normal que escuchemos en las formulas de juramentos la expresión que se jura o se promete por el propio honor. Sin embargo en el ámbito de los creyentes el juramento tiene además de hacerlo uno desde su propia honorabilidad el poner por testigo de la veracidad de lo que afirmamos o con lo que nos comprometemos al mismo Dios.
En un mundo en que se siente la presencia de Dios en la vida el juramento se hace por Dios, poniendo por testigo a Dios de lo que decimos o prometemos. Lo que para el creyente lo eleva a una mayor solemnidad y que en consecuencia tendríamos que hacerlo con una mayor seriedad y responsabilidad.
De ahí que siempre se nos ha enseñado que no solo no debemos jurar en falso, es decir con mentira o sin intención de cumplir lo que prometemos, sino que tampoco debe hacerse irresponsablemente y por frivolidad. Es una consideración que tendríamos que hacernos con toda seriedad.
Algunas veces nos comportamos de manera infantil en lo que hacemos o decimos y vivimos con excesiva superficialidad.  Por delante ha de estar siempre nuestra honorabilidad y la sinceridad, la autenticidad con que vivimos siempre nuestra vida. Si vivimos una vida autentica y sincera no necesitaremos estar apoyándonos en juramentos para corroborar la verdad que decimos. De esa manera hemos de presuponer siempre la verdad y sinceridad de los otros, siendo capaces de aceptarnos y respetarnos. Hagamos que confien en nosotros sabiendo nosotros tener confianza en los demás.
De esto nos habla Jesús hoy en el texto del evangelio. Comienza recordándonos la gravedad de un juramento en falso, para terminar diciéndonos que a nosotros nos basta decir sí o no. Es lo que hemos venido reflexionando.
En ocasiones quizá por la gravedad del asunto que se trata o en determinadas circunstancias quizá sea necesario llegar al juramento, pero que siempre sea con verdad, en justicia y en verdadera necesidad. No olvidemos que como creyentes estamos poniendo a Dios por testigo de lo bueno que hacemos o decimos.

viernes, 16 de junio de 2017

Cuidemos de vivir superficialmente la vida rodeados de vanidades, disimulos y apariencias porque nuestro orgullo y amor propio nos pueden jugar malas pasadas

Cuidemos de vivir superficialmente la vida rodeados de vanidades, disimulos y apariencias porque nuestro orgullo y amor propio nos pueden jugar malas pasadas

2Corintios 4, 7-15; Sal 115; Mateo 5, 27-32
La fidelidad igual que las otras virtudes que hemos de cultivar en la vida no las hemos de vivir como algo meramente formal y externo. Es cierto que en aquello que hacemos se manifiesta la que llevamos dentro y esa fidelidad también hemos de expresarla con gestos, con actos positivos que vivamos en nuestra vida, pero hemos de cuidarnos muy mucho de que se solo se quede en esa apariencia o formalidad externa, porque las actitudes de nuestro corazón, nuestros pensamientos interiores estén muy lejos de eso que aparentemente queremos manifestar. Somos muchas veces verdaderos maestros para el disimulo, para la apariencia en nuestras vanidades o en nuestros orgullos.
No nos vale decir si con nuestras palabras si nuestros hechos, nuestros pensamientos y deseos o lo que llevamos en el corazón está muy lejos o en contradicción con ese si que manifestamos en las promesas o en las palabras. De la misma manera que tenemos que cuidar el evitar todo aquello que pueda mermar de alguna manera esa fidelidad.
Muchas veces nos decimos eso no tiene importancia, total es un mal pensamiento que le viene a uno en un momento determinado, pero si no sabemos enfrentarnos a ese peligro o tentación terminamos cayendo por la resbaladiza pendiente que nos va enfriando en nuestros planteamos y primigenios deseos. Es una lucha, es cierto, pero que merece la pena mantener para conseguir esa fidelidad o esa virtud que adorne profundamente nuestra vida.
Esto forma parte de ese crecimiento humano, de esa maduración de nuestra personalidad en la que hemos de empeñarnos cada día. Nos cuesta, porque son muchos los señuelos que nos aparecen por aquí o por allá. Pero hemos de mantener esa pureza de nuestro corazón, esa entereza de nuestra vida, esa fidelidad a nosotros mismos y a lo que son nuestros compromisos, y todos entendemos bien que hablamos también en esa fidelidad en el amor. Tenemos que arrancar de raíz en nuestra vida aquellas cosas que pudieran poner en peligro nuestra fidelidad.
Es la fidelidad de los amigos, la lealtad que hemos de mantenernos unos con otros, pero hoy se nos está hablando también de esa fidelidad en el amor matrimonial. Somos débiles, lo reconocemos, y nos pueden aparecer los cansancios, los atractivos diferentes por un lado o por otro, en el mundo en que vivimos casi nos hemos acostumbrado a esa infidelidad, a esos enfriamientos en el amor, a esas rupturas que ya lo vemos todo por igual. Vivimos muchas veces en un mundo muy superficial y cuando vivimos superficialmente nos rodeamos de muchas vanidades, disimulos, apariencias y tenemos el peligro de que prevalezcan nuestros orgullos y nuestro amor propio.
Pero es algo que hemos de cuidar mucho, comenzando por no tomar nunca decisiones precipitadas y antes de un compromiso hemos de aclarar muy bien lo que queremos, si es en verdad el amor de nuestra vida analizándolo todo muy bien y nuestra capacidad para ese compromiso de fidelidad. Es el análisis también cuidadoso que hemos de hacer cuando nos venga la duda, la debilidad, la tentación pues tras un mal momento que todos podemos tener vienen decisiones de las que luego nos podemos arrepentir. Con demasiada superficialidad vivimos muchas veces las diferentes circunstancias de la vida.
De todo esto nos ha hablado hoy Jesús en el evangelio. Les invito a que leamos con detenimiento de nuevo la cita del texto que hoy se nos ofrece. Tratemos de descubrir la hondura con que Jesús quiere que vivamos nuestra vida. 

jueves, 15 de junio de 2017

El reconocimiento de nuestras debilidades siendo capaces de pedir perdón es lo que nos hace crecer y madurar y nos va haciendo más grandes cada día

El reconocimiento de nuestras debilidades siendo capaces de pedir perdón es lo que nos hace crecer y madurar y nos va haciendo más grandes cada día

2Corintios 3, 15-4, 1. 3-6; Sal 84; Mateo 5, 20-26
El camino de todo ser humano es el del crecimiento y la superación personal. No es solo la consecución de unas metas en el sentido de lograr situarnos en unos puestos, adquirir unas riquezas materiales que nos hagan vivir una vida mejor y más cómoda, conseguir un bienestar para nosotros y para los nuestros con todo lo bueno que eso también significa, sino que en lo personal y más intimo de la persona hemos de ir logrando ese crecimiento y maduración, superando nuestras debilidades y defectos, corrigiendo errores, profundizando en unos principios, desarrollando unos valores que nos hagan más persona, más humanos.
No podemos darlo todo por conseguido, ya sea en aquellas metas de bienestar para nosotros y los que de nosotros dependen, sino también en esos valores y virtudes que como decíamos nos ayuden a ser más persona. Siempre podemos mejorar algo en nuestra vida, porque bien sabemos de nuestras debilidades e imperfecciones, de los tropiezos que cada día podemos tener, y siempre podemos conseguir algo mejor en el desarrollo de esos valores y virtudes.
Esto lo decimos como seres humanos que somos y dentro de ello lo consideramos también en lo que es el camino cristiano que como creyentes en Jesús queremos hacer en nuestra vida. No podemos nunca pensar que lo tenemos todo conseguido, que ya somos buenos y hacemos algunas cosas buenas. Un buen cristiano, como todo ser humano, se revisa, se traza nuevas metas, trata de crecer y el cristiano lo hace iluminado por el evangelio. Es nuestro vademécum, que llevamos siempre con nosotros, volvemos a leerlo y rumiarlo, meditarlo en nuestro corazón confrontando nuestra vida.
Hoy Jesús en el evangelio nos hace reflexionar sobre varios aspectos de nuestra convivencia con los demás, en el respeto mutuo que siempre hemos de tenernos evitando todo lo que nos pueda dañar u ofender. Para que tengamos el corazón lleno de paz, hemos de saber estar en paz con los demás, siendo capaces de reconocer los errores que hayamos podido cometer y pedir perdón cuando de alguna manera hemos ofendido a nuestro hermano. Esa humildad del reconocimiento de nuestras debilidades y fallos siendo capaces de pedir perdón es lo que nos hace crecer y madurar, lo que nos va haciendo grandes cada día.  
No nos podemos contentar con aquello tan fácil que se dice yo no tengo pecado porque yo no mato ni robo. El amor que hemos de tener al otro ha de estar lleno de delicadeza, de buenos detalles, de buenas y agradables palabras evitando todo lo que pueda ser ofensivo para el otro, de generosidad en nuestro corazón, de sensibilidad para ver lo que puede estar haciendo sufrir al otro y ser capaz de acercarme a él para ayudarle.
Son tantos los detalles que puede tener el amor en nuestra relación con los demás, tantas las cosas con las que nos llenamos de paz porque llevamos esa paz a los que están a nuestro lado. Son muy necesarias en este mundo violento en que vivimos y hemos de comenzar por nuestras palabras en nuestra relación con los otros; empleamos excesivamente palabras fuertes e hirientes en nuestro trato – nos hemos acostumbrado - y en el fondo manifiestan la violencia que quizás sin quererlo llevamos en el corazón.

miércoles, 14 de junio de 2017

El mandamiento del Señor es nuestra sabiduría, lo que enriquece nuestro espíritu y embellece nuestra vida con las más hermosas y bellas virtudes

El mandamiento del Señor es nuestra sabiduría, lo que enriquece nuestro espíritu y embellece nuestra vida con las más hermosas y bellas virtudes

2Corintios 3, 4-11; Sal 98; Mateo 5, 17-19
Nos debatimos muchas veces interiormente entre una rebeldía que nos llevaría a prescindir de toda norma o precepto, a vivir en la anarquía de no querer aceptar ninguna ley que nos fuera impuesta porque queremos hacer lo que nos apetezca en cada momento, y por otra parte el buscar esa regla, esa norma que nos diga lo que tenemos que hacer, lo que podemos o  no podemos hacer, hasta donde podemos llegar y tener todo reglamentado como con unos protocolos que nos digan en cada momento lo que podemos hacer.
No son cosas que podamos decir a unos les pasa en un sentido y a otros en el sentido contrario, sino que muchas veces esa contradicción la tenemos en nuestro propio interior. Yo se lo que tengo que hacer, decimos, a mi nadie me tiene que decir por donde llevo mi vida, pero luego vamos pronto con la casuística a buscar o preguntar quien nos diga hasta donde podemos o no podemos llegar. Y ahí tenemos la vida llena de normas, de reglamentos, pues cualquier grupo que se precie enseguida lo que se propone es un reglamento, unas cláusulas que puedan regir hasta el más mínimo detalle las actividades que como grupo ha de realizar. Hasta los más anárquicos tienen sus normas.
Quizás en la época de Jesús sucediera algo igual, en fin de cuentas las rutinas de la vida de cada día se repiten una y otra vez en la historia, y allí estaba lo que prescribía la ley del Señor  en la tradición mosaica, lo que Moisés les había dejado mandado – tendríamos que leer con todo detalle los distintos libros del Pentateuco, o libro de la Ley – pero estaban luego las interpretaciones que las distintas escuelas rabínicas hacían de la ley del Señor y los numerosísimos preceptos que se habían impuesto. Por otra parte estaba el grupo de los fariseos, celosos guardianes de la ley del Señor, que trataban de cumplir a rajatabla la letra de la ley, y que se acrecentaba con todas las normas que se habían impuesto para ayudarse en ese ritual y fiel cumplimiento.
Aparecía ahora un profeta – al menos eso era lo que muchos pensaban con la aparición y predicación de Jesús de Nazaret – que anunciaba un mundo nuevo, lo que El llamaba el Reino de Dios, donde señalaba una transformación de la vida y de las cosas, ¿venía El a liberarlos del peso de la ley? Quizá en su interior sentían esos deseos y que así fuera con el Mesías esperado y que ya muchos vislumbraban en la figura del profeta de Nazaret.
Pero Jesús habla claro. No ha venido a abolir la ley. Ahí estaba claro y manifiesto lo que era la voluntad de Dios y que en lo trasmitido por Moisés reflejaba esa ley natural inscrita por Dios en todos los corazones. Jesús lo que quiere es que le demos plenitud al cumplimiento de la ley, que le demos sentido de plenitud a todo aquello que hacemos. Que seamos capaces de ir a lo más hondo para descubrir lo que verdaderamente es importante y que aunque nos parezca pequeño y sencillo seamos capaces de vivirlo y hacerlo con toda fidelidad. El que no sabe ser fiel en las cosas pequeñas no sabrá ser fiel en las cosas que nos pueden parecer más importantes, nos dirá en otro momento.
Tenemos que empaparnos del espíritu del Evangelio, escuchar en lo más hondo del corazón la Palabra de Jesús saboreando la sublime sabiduría que en ella encontramos. Sí, la ley del Señor es nuestra sabiduría y nuestro alimento. Es la luz que nos guía, es la Palabra que nos habla al corazón, es la dulzura que enriquece nuestra vida y le da verdadero sabor, es lo que hace bella nuestra vida porque nos adorna con las mas hermosas virtudes, es el más hondo sentido de nuestra existencia.

martes, 13 de junio de 2017

Como la sal que se diluye en nuestros alimentos contagiemos a nuestro mundo de ilusión y esperanza, con la alegría de nuestra fe

Como la sal que se diluye en nuestros alimentos contagiemos a nuestro mundo de ilusión y esperanza, con la alegría de nuestra fe

2Corintios 1, 18-22; Salmo 118; Mateo 5, 13-16
Cuando tenemos momentos de convivencias, ya sean encuentro de amigos o reuniones familiares porque celebremos alguna conmemoración o acontecimiento o simplemente porque queramos pasar el rato juntos, deseamos o valoramos que haya siempre alguien que anime el encuentro, que tenga la palabra fácil o la ocurrencia que nos alegre el momento y nos lo haga pasar bien; de esa persona decimos que tiene chispa, que tiene salero, que tiene sal porque siempre tendrá esa ocurrencia que nos alegre, ese tema de conversación que nos una a todos y ese don especial que nos ayude en nuestra convivencia o en nuestro mantenernos unidos en ese encuentro. Es la sal de nuestra convivencia.
Pero algo más que eso necesitamos en la vida, o podríamos decir también, de la mano del evangelio que hoy escuchamos, que eso es lo que quiere Jesús que seamos nosotros en medio del mundo, no simplemente porque se lo hagamos pasar bien a los que están a nuestro lago – lo que ya en si mismo es también un valor – sino porque desde nuestra fe ayudemos a quienes están a nuestro lado a encontrar un sentido en la vida.
Esa fe que tenemos no es un adorno de quita y pon, algo de lo que nos podamos valer en momentos difíciles, pero que luego pronto podamos relegar a un lado como si  no nos hiciera falta. Por nuestra fe encontramos en Jesús ese sentido y ese valor de nuestra vida. Ya nos dirá Jesús que El es la luz del mundo. La luz ilumina nuestro camino, la luz nos hace ver donde nos encontramos, la luz nos señala a donde tenemos que ir, la luz nos hace mirar mas allá de lo inmediato, de lo que tenemos simplemente ante las narices, la luz nos hace abrirnos a unos horizontes mas amplios que nos llenan de esperanza. La luz que nos hace encontrar el sentido de nuestra vida.
Y esa es la luz que hemos de llevar a los demás. Ese es el sabor que le damos a nuestra vida y el sabor que le hemos de dar a nuestro mundo. Es lo que nos hace ser de verdad sal en medio de nuestro mundo, porque en nosotros hay algo muy especial por la fe que tenemos que Jesús que hemos de trasmitir a los demás, con lo que hemos de contagiar a nuestro mundo, hacer que encuentren ese sabor de la vida que solo desde la fe podemos encontrar.
Para eso estamos en medio del mundo; quizás aparentemente no se note nuestra presencia porque nos diluimos en ese mundo; es que además no es a nosotros a quienes tenemos que anunciarnos, sino que el anuncio que hacemos con nuestra vida es el anuncio de Jesús, es ese anuncio que transforma nuestro mundo verdaderamente en reino de Dios. No se nos va a notar porque hagamos cosas como las que hace nuestro mundo, sino que calladamente, como lo hace la sal en nuestros alimentos, nosotros vamos dando sabor, vamos dando un sentido nuevo a lo que hacemos, vamos contagiando de nuestra esperanza, de nuestra ilusión, de la alegría de nuestra fe a quienes nos rodean, y así los transformaremos. Hemos de ser de verdad conscientes de ello.
Hoy la iglesia nos esta recordando continuamente que somos discípulos y misioneros; se nos esta recordando como tenemos que ir a ese mundo que nos rodea con el anuncio de nuestra fe. Es lo que nos esta pidiendo hoy el evangelio, es lo que nos dice Jesús cuando nos dice que somos la luz del mundo y la sal de la tierra.
Pero nos preguntamos con sinceridad, ¿seremos en verdad esa sal que da un sabor nuevo un sentido nuevo al mundo que nos rodea? ¿Contagiáramos al mundo con nuestra ilusión y con nuestra esperanza, con la alegría de nuestra fe?

lunes, 12 de junio de 2017

Actuando de la manera que nos enseña Jesús nos sentiremos llenos de verdad, felices de verdad, porque vemos felices también a los que nos rodean


Actuando de la manera que nos enseña Jesús nos sentiremos llenos de verdad, felices de verdad, porque vemos felices también a los que nos rodean

2Corintios 1, 1-7; Sal 33; Mateo 5,1-12
Es cierto que todos queremos ser felices. Es uno de los anhelos profundos de toda persona; buscamos la manera de ser felices, aunque hemos de reconocer que todos la buscamos de la misma manera. Ahí están los que buscan la felicidad en la posesión de las cosas, y nos volvemos avaros y egoístas; ahí están los que no quieren saber nada de sufrimiento y ya no es solo el suyo propio, sino que se desentienden del sufrimiento de los demás porque eso puede empañar su propia felicidad, y aparece la insolidaridad desde egocentrismo en que todo lo centramos en el propio yo; ahí están los buscan la felicidad pronta, la inmediata, y al final se desesperan y no terminan de apreciar lo que es la felicidad porque no la consiguen tan pronto como quisieran y se cansan y se aburren, al final lo que aparece en su vida es la amargura.
Entonces, ¿es que no podemos ser felices? Porque el sufrimiento nos aparece en la vida de muchas maneras, no conseguimos esa felicidad tan pronto quisiéramos, la felicidad en solitario no nos satisface, ¿qué podemos hacer para ser felices? Buscamos subterfugios, nos valemos de cosas que nos hagan entrar en un mundo de fantasía, nos rodeamos de cosas que nos den una felicidad artificial, pero ¿dentro de nosotros al final como nos sentimos? Es el desencanto de tantos, son muchas vidas rotas quizás por no haber sabido aceptar lo que es la realidad de la vida y cual seria el verdadero camino y e verdadero sentido que tendríamos que darle a la vida.
Pudiera parecer pesimista en mis palabras como si tuviéramos que resignarnos a no conseguir esa felicidad que anhelamos. Lejos de mi tal pensamiento. Podemos ser felices, tenemos que ser felices, tenemos que hacer felices también a los que nos rodean – esto último no lo podemos olvidar en un buen camino que queramos emprender -. En mi fe cristiana encuentro esos caminos, se me abren las puertas de mi espíritu para que seamos verdaderamente felices.
No vivimos una fe de resignación, de aguante como sea ante los sufrimientos que nos puedan aparecer en la vida; mi fe me abre un camino de felicidad porque confieso que Dios quiere la felicidad de todos los hombres. ¿No nos habla la Biblia de que el Creador nos puso en un jardín de felicidad? Ahí está el deseo de Dios.
Hoy nos habla Jesús de felicidad, nos llama dichosos y felices, nos dice bienaventurados. Normalmente llamamos a este texto las bienaventuranzas. Es un texto y un mensaje paradójico. Nos habla Jesús de pobreza, de sufrimientos, de llantos, de hambre, de sufrir incluso persecuciones. Por eso puede parecer en una primera lectura paradójico. ¿Cómo se pueden mezclar unos y otros conceptos? ¿Es que ahí vamos a tener felicidad?
No quiere Jesús que vivamos en la pobreza o en el sufrimiento, no nos quiere hambrientos o con el corazón siempre lleno de lágrimas. No es eso lo que Jesús quiere.
Sí, nos estará hablando de un necesario desprendimiento que nos haga verdaderamente libres y sin ataduras de ningún tipo, una empata con los que sufren para hacer nuestras sus preocupaciones y sus luchas, nos habla de una rectitud en nuestra vida que nos hace buscar siempre lo bueno y nos hace tener una capacidad de confianza en los otros, nos habla de un camino de superación para lograr la paz en nuestro interior pero que luego se refleje en nuestras relaciones con los demás y contagie nuestro mundo.
Esto muchos no lo entenderán, porque como decíamos al principio vivimos demasiado centrados en nuestro yo que nos hace, como decíamos, egoístas e insolidarios. Incluso habrá quien se ría de nosotros porque tenemos esos ideales, esas normas de conducta, esa manera de hacer y estar con los demás. Pero sentiremos dentro de nosotros que en verdad estamos construyendo el Reino, y en esa pequeña felicidad que estamos consiguiendo para los demás nos hará verdaderamente felices a nosotros con una felicidad que nadie nos la podrá quitar.
¿Paradojas? ¿Ideales? ¿Sueños? Metas por las que luchar para hacer un mundo nuevo, un mundo mejor, donde encontraremos los verdaderos caminos de la felicidad. No necesitaremos subterfugios, sucedáneos, alicientes o estupefacientes externos que nos puedan dar un momento de algo que decimos felicidad, pero que luego nos dejará más vacíos.
Cuando vamos actuando de esta manera que nos enseña Jesús nos sentiremos llenos de verdad, felices de verdad, porque vemos felices también a los que nos rodean. Mi fe en Jesús me descubre todas esas cosas, me da fuerza para vivir ese camino.

domingo, 11 de junio de 2017

Un misterio de comunión que experimentamos en Dios y nos hace entrar en una nueva dimensión que da sentido a nuestro ser y en un nuevo camino de plenitud


Un misterio de comunión que experimentamos en Dios y nos hace entrar en una nueva dimensión que da sentido a nuestro ser y en un nuevo camino de plenitud

Éxodo 34,4b-6.8-9; Sal.: Dn 3,52-56; 2Corintios 13,11-13; Juan 3,16-18
Todos andamos siempre buscando, queremos conocer. No es una mera curiosidad, como quien vaya coleccionando imágenes en su retina como el turista curioso que pasa de un lugar a otro simplemente captando imágenes. Es algo mas profundo, no es una imagen, es algo que quiere calar hondo porque quiere desentrañar el ser de las cosas, de lo que busca, de si mismo cuando al mismo tiempo descubre lo otro y al otro.
Por eso nos hacemos preguntas, queremos encontrar respuestas que nos den vida, que sean importantes para nuestra vida o que nos den un sentido a la vida. Me estoy enrollando, pensará alguno al hilo de este pensamiento, pero es que no queremos respuestas superficiales, aunque nos cueste entender; por eso decíamos que es algo mas que coleccionar imágenes en nuestra retina o en el disco duro de la vida. Y eso cuesta. Todo el recorrido de la vida de una persona es estar en esa búsqueda, en querer encontrar esas respuestas. Es, en cierto modo, preguntarnos por nuestra propia vida aunque terminemos preguntándonos por el misterio de la vida de Dios, como nos encontramos en este domingo.
Hoy es un domingo importante, queremos celebrar algo importante porque estamos metiéndonos, por así decirlo, en el misterio más íntimo y más profundo de Dios. Hoy celebramos el misterio de Dios que es su Trinidad. Ya decimos ‘misterio’ porque nos supera, nos cuesta meterla en la cabeza, pero quizá tendríamos que comenzar por sentirlo en el corazón. Pero para eso tiene que haber una apertura por nuestra parte, dejar que ese misterio nos inunde, que Dios mismo se nos revele.
Es lo que ha sido toda la vida del hombre cuando se ha dejado inundar por Dios, porque es Dios el que quiere revelársenos que es algo más que decir cosas de si mismo. Es sentir a Dios, sentir su presencia en nosotros. Dejar que Dios pase por nuestra vida, pero estar atentos a ese paso de Dios para sentirle, para vivirle.
Es lo que vemos en Moisés en la primera lectura de hoy. Subió a la montaña, quería ver a Dios, pero mas que ver fue sentir el paso de Dios; no era la tormenta, no eran los rayos y relámpagos que pudieran cruzar el firmamento, no era el viento recio que resquebrajada las montañas, era algo distinto. Y Moisés sintió que Dios era compasivo y misericordioso, sintió el amor misericordioso de Dios, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, pudo bajar de la montaña inundado de Dios, resplandeciente de Dios.
Es el Dios que nos ama y nos ama de tal manera que Jesús nos lo enseñará a llamar Padre. El Padre que ama, que se da por sus hijos, que le entrega lo mejor, que los busca y se acerca a ellos siempre con corazón misericordioso. Toda la revelación de Jesús es manifestarnos ese rostro de Dios, del Padre misericordioso. Pero no serán solo palabras sino lo que vamos a sentir y a experimentar en nuestra vida. Es lo que Jesús nos manifiesta con su cercanía y con su entrega.
Por eso podía decirse ‘tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo’. Y fue entrega para el perdón, para la salvación, para la vida nueva, para la gracia, para la renovación total de nuestra vida. Y eso lo podemos sentir en nosotros cuando nos sentimos perdonados, cuando nos sentimos salvados, cuando nos sentimos amados. No son palabras, no son simplemente ideas, son experiencias, son cosas vividas. Así se nos revela Dios. Así nos comunica su Espíritu.
Todo en Dios es amor, es donación de si mismo, comunión en su mismo pero para que nosotros entremos también en esa comunión; porque ya no podremos sentirnos lejanos de Dios y ya aprendemos que ese también es el ser de nuestra vida, el amor y la comunión.
Por una parte podemos recordar aquella primera pagina de la Biblia en la que se nos dice que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, pero podemos recordar lo que Jesús nos decía en el evangelio; que cuando entramos en la orbita del amor y la comunión es que Dios habita en nosotros, ‘vendremos y haremos morada en él’, que nos decía.
Pensar y confesar nuestra fe en la Trinidad de Dios que hoy de manera tan especial celebramos nos ha de hacer pensar que en nosotros hay esa trinidad, porque hay ese amor de comunión, porque tenemos que estar ya para siempre en comunión con Dios, pero también en comunión con los demás. No somos ya para nosotros mismos, es el sentido profundo y valioso de nuestro ser, sino que somos para los demás, nos sentimos amados y estamos a amar y darnos de la misma manera también a los demás. Nos sentimos hijos amados del Padre en Jesús pero con ese mismo amor como Jesús nos damos y nos entregamos amando siempre a los demás; estamos así llenos del Espíritu divino en nosotros que habita en lo mas profundo de nuestro ser.
Buscamos, siempre en búsqueda, porque queremos conocer, decíamos al principio. Buscamos a Dios porque queremos conocerle y entramos en una dimensión nueva y profunda porque ese conocimiento nos viene desde eso de Dios que experimentamos en nuestra vida. Conocer es vivir, conocer nos hace vivir y ese conocimiento de Dios nos hace encontrarnos con Dios y vivir a Dios pero es aprender a entrar en una dimensión nueva de nuestro ser; descubrimos así el sentido profundo de nuestra vida, de lo que somos, de lo que hemos de hacer, de adonde vamos a ir, del camino a recorrer y la meta que alcanzar.