domingo, 11 de junio de 2017

Un misterio de comunión que experimentamos en Dios y nos hace entrar en una nueva dimensión que da sentido a nuestro ser y en un nuevo camino de plenitud


Un misterio de comunión que experimentamos en Dios y nos hace entrar en una nueva dimensión que da sentido a nuestro ser y en un nuevo camino de plenitud

Éxodo 34,4b-6.8-9; Sal.: Dn 3,52-56; 2Corintios 13,11-13; Juan 3,16-18
Todos andamos siempre buscando, queremos conocer. No es una mera curiosidad, como quien vaya coleccionando imágenes en su retina como el turista curioso que pasa de un lugar a otro simplemente captando imágenes. Es algo mas profundo, no es una imagen, es algo que quiere calar hondo porque quiere desentrañar el ser de las cosas, de lo que busca, de si mismo cuando al mismo tiempo descubre lo otro y al otro.
Por eso nos hacemos preguntas, queremos encontrar respuestas que nos den vida, que sean importantes para nuestra vida o que nos den un sentido a la vida. Me estoy enrollando, pensará alguno al hilo de este pensamiento, pero es que no queremos respuestas superficiales, aunque nos cueste entender; por eso decíamos que es algo mas que coleccionar imágenes en nuestra retina o en el disco duro de la vida. Y eso cuesta. Todo el recorrido de la vida de una persona es estar en esa búsqueda, en querer encontrar esas respuestas. Es, en cierto modo, preguntarnos por nuestra propia vida aunque terminemos preguntándonos por el misterio de la vida de Dios, como nos encontramos en este domingo.
Hoy es un domingo importante, queremos celebrar algo importante porque estamos metiéndonos, por así decirlo, en el misterio más íntimo y más profundo de Dios. Hoy celebramos el misterio de Dios que es su Trinidad. Ya decimos ‘misterio’ porque nos supera, nos cuesta meterla en la cabeza, pero quizá tendríamos que comenzar por sentirlo en el corazón. Pero para eso tiene que haber una apertura por nuestra parte, dejar que ese misterio nos inunde, que Dios mismo se nos revele.
Es lo que ha sido toda la vida del hombre cuando se ha dejado inundar por Dios, porque es Dios el que quiere revelársenos que es algo más que decir cosas de si mismo. Es sentir a Dios, sentir su presencia en nosotros. Dejar que Dios pase por nuestra vida, pero estar atentos a ese paso de Dios para sentirle, para vivirle.
Es lo que vemos en Moisés en la primera lectura de hoy. Subió a la montaña, quería ver a Dios, pero mas que ver fue sentir el paso de Dios; no era la tormenta, no eran los rayos y relámpagos que pudieran cruzar el firmamento, no era el viento recio que resquebrajada las montañas, era algo distinto. Y Moisés sintió que Dios era compasivo y misericordioso, sintió el amor misericordioso de Dios, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, pudo bajar de la montaña inundado de Dios, resplandeciente de Dios.
Es el Dios que nos ama y nos ama de tal manera que Jesús nos lo enseñará a llamar Padre. El Padre que ama, que se da por sus hijos, que le entrega lo mejor, que los busca y se acerca a ellos siempre con corazón misericordioso. Toda la revelación de Jesús es manifestarnos ese rostro de Dios, del Padre misericordioso. Pero no serán solo palabras sino lo que vamos a sentir y a experimentar en nuestra vida. Es lo que Jesús nos manifiesta con su cercanía y con su entrega.
Por eso podía decirse ‘tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo’. Y fue entrega para el perdón, para la salvación, para la vida nueva, para la gracia, para la renovación total de nuestra vida. Y eso lo podemos sentir en nosotros cuando nos sentimos perdonados, cuando nos sentimos salvados, cuando nos sentimos amados. No son palabras, no son simplemente ideas, son experiencias, son cosas vividas. Así se nos revela Dios. Así nos comunica su Espíritu.
Todo en Dios es amor, es donación de si mismo, comunión en su mismo pero para que nosotros entremos también en esa comunión; porque ya no podremos sentirnos lejanos de Dios y ya aprendemos que ese también es el ser de nuestra vida, el amor y la comunión.
Por una parte podemos recordar aquella primera pagina de la Biblia en la que se nos dice que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, pero podemos recordar lo que Jesús nos decía en el evangelio; que cuando entramos en la orbita del amor y la comunión es que Dios habita en nosotros, ‘vendremos y haremos morada en él’, que nos decía.
Pensar y confesar nuestra fe en la Trinidad de Dios que hoy de manera tan especial celebramos nos ha de hacer pensar que en nosotros hay esa trinidad, porque hay ese amor de comunión, porque tenemos que estar ya para siempre en comunión con Dios, pero también en comunión con los demás. No somos ya para nosotros mismos, es el sentido profundo y valioso de nuestro ser, sino que somos para los demás, nos sentimos amados y estamos a amar y darnos de la misma manera también a los demás. Nos sentimos hijos amados del Padre en Jesús pero con ese mismo amor como Jesús nos damos y nos entregamos amando siempre a los demás; estamos así llenos del Espíritu divino en nosotros que habita en lo mas profundo de nuestro ser.
Buscamos, siempre en búsqueda, porque queremos conocer, decíamos al principio. Buscamos a Dios porque queremos conocerle y entramos en una dimensión nueva y profunda porque ese conocimiento nos viene desde eso de Dios que experimentamos en nuestra vida. Conocer es vivir, conocer nos hace vivir y ese conocimiento de Dios nos hace encontrarnos con Dios y vivir a Dios pero es aprender a entrar en una dimensión nueva de nuestro ser; descubrimos así el sentido profundo de nuestra vida, de lo que somos, de lo que hemos de hacer, de adonde vamos a ir, del camino a recorrer y la meta que alcanzar.


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