sábado, 22 de abril de 2017

Sigamos proclamando la fe pascual y que no nos recrimine Jesús por nuestra falta de fe y dureza de corazón manifestada en tantas insensibilidades del corazón

Sigamos proclamando la fe pascual y que no nos recrimine Jesús por nuestra falta de fe y dureza de corazón manifestada en tantas insensibilidades del corazón

Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117; Marcos 16, 9-15
Todavía seguimos celebrando la Pascua, y lo queremos seguir haciendo con la misma solemnidad del primer día. Estamos en la semana de la octava de Pascua que concluirá mañana y todo estos días nos habla de pascua, de resurrección, de vida; todo quiere alentarnos en nuestra fe, despertarnos de nuestras modorras y nuestras dudas, hacernos salir de rutinas y de tibiezas.
Hemos venido escuchando los distintos momentos en que Cristo resucitado se manifiesta a los discípulos según la narración de los distintos evangelistas; hoy hemos escuchado el relato mas breve que es del evangelio mas breve también, el evangelio de Marcos. Nos hace como un pequeño resumen, la aparición a María Magdalena, el encuentro con los discípulos de Emaús, y finalmente la manifestación de Jesús resucitado al grupo reunido en el cenáculo.
Hay un detalle, y son las dudas de los discípulos. Narra María Magdalena su encuentro con Jesús y no la creen; narran los que vienen de Emaús el encuentro de Jesús en el camino y como lo reconocieron en la mesa al partir el pan, y no los creyeron. Y cuando Jesús se manifiesta ‘les echo en cara su incredulidad y dureza de corazón porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado’.
¿Nos pasara a nosotros lo mismo? ¿Seguiremos con nuestras dudas? Podríamos decir que teóricamente quizás no tengamos dudas porque confesamos nuestra fe en Jesús y en su resurrección cada vez que proclamamos el Credo. Pero digo teóricamente porque tendríamos que preguntarnos si en la realidad de nuestra vida nosotros estamos manifestando que creemos en verdad en Jesús resucitado.
Tenemos el peligro de hacer nuestra vida como todo el mundo con pocas actitudes de creyente; tenemos el peligro de seguir con nuestras rutinas y nuestros olvidos, no tener presente a Dios en nuestra vida, no manifestarnos con esas actitudes nuevas y esos comportamientos comprometidos de quien en verdad cree en Jesús como su Señor y Salvador.
Quien dice que cree en Jesús no puede pasar insensible ante las necesidades y los problemas que nos vamos encontrando cada día no solo en nosotros sino en los que nos rodean, en nuestra sociedad, en nuestra comunidad concreta, o los graves problemas que afectan a nuestro mundo. Nuestra reacción no puede ser la de tantos, nuestra reacción tiene que ser distinta, porque con distintos ojos tenemos que mirar a los demás; lejos de nosotros todo tipo de discriminación y de racismo que muchas veces se nos meten en las entretelas de nuestros sentimientos.
¿Cómo acogemos, por ejemplo, al emigrante que toca a nuestra puerta pidiéndonos una ayuda? No puede ser de ninguna manera con desconfianza, marcando distancias, llenos de sospechas aunque no las manifestemos. Es difícil, nos cuesta, escuchamos tantas cosas, pero ¿no tendríamos que escuchar en nuestro corazón también lo que nos dice Jesús? Es así como manifestamos en verdad nuestra fe, no solo con palabras que proclamemos en un momento determinado con toda solemnidad, sino en esas actitudes de cada día.
Que no nos recrimine el Señor resucitado nuestra falta de fe, la dureza de nuestro corazón. Dejemos transformar por el Espíritu de Cristo resucitado.

viernes, 21 de abril de 2017

‘Es el Señor’ que se nos manifiesta en las orillas de los mares y de los caminos de la vida de tantas formas diferentes pero que hemos de saber reconocer

‘Es el Señor’ que se nos manifiesta en las orillas de los mares y de los caminos de la vida de tantas formas diferentes pero que hemos de saber reconocer

Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117; Marcos 16, 9-15
A veces hacemos cosas con la normalidad de la rutina, podíamos decir, de lo que hacemos cada día pero que luego pueden tener hondos significados o tener repercusiones importantes para el resto de nuestra vida. Y no solo es aquello que podemos hacer quizás de una forma negativa por la malicia con que lo hacemos y que siempre traerán consecuencias en el daño que nos hacemos a nosotros mismos y hacemos a los demás convirtiéndose incluso en escándalo para los demás, sino que quiero hoy pensar en cosas buenas, en cosas positivas, pero que hacemos con toda naturalidad y que pueden traernos una gran riqueza espiritual para nosotros o para aquellos a los que les afecten.
Cuantas veces nos decimos, mira eso que hicimos casi sin darnos cuenta y el bien que esta haciendo en los demás, o cuantas veces nos hacen notar que por algo que nosotros hicimos alguien sintió una luz en su vida que le ayudo quizás en decisiones importantes que tenia que tomar. Es importante que cuidemos lo que hacemos, tengamos buen ojo, podríamos decir, porque en cosas así se nos puede manifestar la voluntad del Señor para muchas cosas de nuestra vida. Saber tener una visión positiva y una lectura creyente de lo que hacemos o de lo que incluso contemplamos alrededor.
‘Me voy a pescar’, dice Pedro con la naturalidad del que esta acostumbrado a hacerlo, a salir de pesca cada día para lograr el sustento de su casa y contribuir con su trabajo, aunque sea remunerado, también al mantenimiento de la vida de los demás. Es cierto que un día habían dejado las redes y las barcas y se habían ido con Jesús, que les había prometido hacerlos pescadores de hombres. Ahora tras los acontecimientos que se han sucedido en Jerusalén y tras los avisos recibidos se han venido de nuevo a Galilea. Y en su rutina de cada día se deciden salir a pescar.
Muchas cosas van a suceder desde algo tan sencillo como salir a echar las redes en el lago para pescar. Pero como en otra ocasión se han pasado la noche sin pescar nada, y ya esta amaneciendo. Alguien, a quien no conocer en la turbia luz del amanecer, pregunta desde la orilla si han cogido algo. Ante la respuesta negativa les invita a echar la red por el otro lado de la barca. Y el milagro se produce de nuevo, muchos son los peces, tantos que casi no pueden sacar la red, pero mientras alguien en la barca se da cuenta de quien esta allá en la orilla.
Es el Señor, le dice Juan a pedro, poco menos que al oído. No hace falta mas para pedro lanzarse al agua tal como estaba para llegar a los pies de Jesús. Los demás vendrán en la barca arrastrando la red. Todos quieren estar de nuevo a los pies de Jesús. Sin necesidad de coger de lo que ha sido la pesca, ya se encuentran sobre una brasas un pez y pan, y Jesús les invita a almorzar. Nadie se atreve a preguntar porque todos saben que es el Señor.
‘Es el Señor’. Tenemos que reconocerle. Se nos manifiesta en las orillas de los mares y de los caminos de la vida de tantas formas. Muchas veces se nos puede nublar la vista, entretenidos en nuestras cosas, afanados en nuestras tareas, abrumados por los problemas, agobiados quizás por tanto que vemos que tenemos que hacer, arrastrados por nuestras rutinas que le hacen perder fuerza a lo que hacemos, insensibilizados en nuestra cerrazón y nuestros egoísmos insolidarios, turbios porque el pecado se nos ha metido en el corazón. Pero viene el señor a nuestro encuentro. Que sintamos en verdad brillar su luz sobre nosotros. Su Espíritu nos descubrirá el sentido de todo y nos dacha fuerza para seguir caminando con sentido en la vida.

jueves, 20 de abril de 2017

El encuentro con Cristo siempre tendrá mucho de sorpresa en nuestra vida, es una Buena Nueva que nos tiene que llenar de luz y hacer caminar en el amor

El encuentro con Cristo siempre tendrá mucho de sorpresa en nuestra vida, es una Buena Nueva que nos tiene que llenar de luz y hacer caminar en el amor

Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48
‘¿Por qué os alarmáis?" ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona…’ Se sorprenden, se llenan de alegría, al mismo tiempo sienten temor ante lo inaudito y extraordinario. Ante la sorpresa de lo inesperado no sabemos siempre bien como reaccionar; sentimientos encontrados pueden aparecer en nosotros, temores, alegrías, dudas, inseguridad porque nos sentimos como desestabilizados ante lo sorprendente. Tenemos que saber encontrar serenidad para analizar con calma, para descubrir lo cierto, para que haya luz en nuestra vida.
Estaban hablando de lo que había sucedido, lo que contaban los que habían llegado de regreso de Emaús con todas sus experiencias; ahora Jesús esta en medio de ellos y no terminan de creérselo, piensan si acaso es un fantasma, son visiones, son sueños lo que están contemplando sus ojos. Jesús les muestra las manos y los pies, las manos y los pies del maestro que con ellos había hecho caminos, realizado milagros, tantas veces les había tendido como amistad, como apoyo, pero las manos y los pies que ahora estaban atravesados con las marcas de los clavos. Pero ellos siguen atónitos y llenos de dudas.
Nosotros creemos, es cierto, eso decimos al menos, pero también nos entran dudas muchas veces, como si nos sintiéramos inseguros; nos vienen desde razonamientos internos que nos surgen algunas veces sin saber como, o desde las reacciones que vemos en tantos alrededor, o de la increencia que parece que también a nosotros nos contagia. Queremos ver, pero no vemos, quisiéramos haber podido estar allí para también poder palpar, aunque si hubiera llegado el momento no se que hubiéramos hecho. Necesitamos y buscamos seguridades en nuestra fe, pero la fe es confianza, es fiarnos, es creer en la Palabra que se nos da, en la Palabra que tiene que ser vida y luz para nosotros.
Tenemos que abrir las sintonías de nuestro corazón para poder sentir a Dios, sentir a Cristo presente en nosotros, presente en nuestro entorno, presente en los demás. Es el Señor resucitado que nos da vida, que nos llena de vida, pero muchas veces nuestra mente se nos cierra, se nos ahora el corazón y no lo vemos ni lo sentimos, llegamos a olvidarnos de tantas buenas y hermosas experiencias de Dios que tantas veces hemos experimentado en nosotros.
Y Jesús les explicaba cuanto de El se había anunciado en las Escrituras y ahora se había cumplido. Y nos dice que les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Es lo que vamos a pedirle hoy al Señor, que nos abra nuestro entendimiento, que nos de ese espíritu de sabiduría para conocerlo y para vivirlo, para experimentar su presencia y para saborearlo, para que le encontremos gusto a nuestra fe y se convierta en nuestra certeza y nuestra alegría, para que tengamos luego también la valentía de hacer el anuncio, de trasmitir todo eso que vivimos en nuestra fe a los demás.
Que se nos aclaren las dudas, que se disipen los temores, que no nos dejemos confundir por apariencias o malos argumentos, que abramos el corazón, que sintonicemos de verdad con el misterio de Dios, que nos alejemos de las malas influencias, que nos convirtamos de verdad en testigos, que con nuestra vida y con nuestro compromiso demos testimonio de Cristo resucitado frente a nuestro mundo.

miércoles, 19 de abril de 2017

El Señor siempre nos sale al paso y nos acompaña en los caminos de la vida dándonos su luz aunque muchas sean nuestras oscuridades o nuestras dudas

El Señor siempre nos sale al paso y nos acompaña en los caminos de la vida dándonos su luz aunque muchas sean nuestras oscuridades o nuestras dudas

Hechos de los apóstoles 3,1-10; Sal 104; Lucas 24,13-35
Cuando ponemos nuestra esperanza e ilusión en alguna cosa, una meta quizás que nos hemos propuesto en la vida, unas promesas de algo bueno que habíamos recibido, un empeño de superación de nosotros mismos en el desarrollo de unos valores o unas cualidades, pero de repente todo parece que no sale mal, nuestras expectativas no se ven cumplidas, lo que anhelábamos no lo pudimos conseguir, sentimos deseos, como se suele decir, de tirar la toalla, olvidarnos de todas esas metas que nos habíamos trazado y tomar un rumbo a la inversa quizás en la vida. Es el desaliento y el desanimo que nos apagan las ilusiones, que nos dejan como muertos sin ganas de seguir luchando, el mundo parece que se nos viene abajo. Situaciones así pasamos algunas veces en la vida.
Allá se marchaban de Jerusalén aquellos dos discípulos desalentados quizás buscando alejarse totalmente de lo que habían sido sus ilusiones y esperanzas, poner tierra por medio, como solemos decir, volviéndose a su aldea, a su casa, pero dándole mil vueltas en su corazón desalentado a todo lo que había sucedido.
Tan enfrascados iban en sus pensamientos que no reconocen al caminante que se les ha unido. Entran en conversación y no puede ser otro el tema que todo lo que ha sucedido en aquellos días en Jerusalén. El caminante pregunta y escucha y ellos sacan todas las penas y desilusiones que llevan en su corazón. Pero quien parecía no saber de que iba la cosa comienza a hablarles con palabras que les hacen comprender, con palabras que responden a sus dudas e inquietudes, con palabras que no solo les explica todo el sentido de las Escrituras que se cumplen en lo que ha sucedido, sino que van llenando de paz su corazón.
Quienes iban encerrados en si mismos, sin embargo ahora son capaces de abrir su corazón para la soledad y no quieren permitir que aquel caminante sufra peligro en la noche en aquellos caminos oscuros de Judea. ‘Quedate con nosotros porque atardece y el día va de caída’, es la invitación que le hacen abriéndoles ahora la intimidad de sus hogares.
Paso a paso se habían ido transformando; luego dirán que les ardía el corazón mientras El les explicaba las Escrituras por el camino; ya estaban en su punto para poder reconocer al Señor. Y en el gesto de partir el pan a la hora de la cena, le reconocen. Es el Señor. Mira como ardía nuestro corazón, porque era El quien venia con nosotros y nos lo explicaba todo. Serán capaces de ponerse de nuevo en camino para volver a Jerusalén a hacer el anuncio. ‘Era verdad, ha resucitado el Señor’, les comentan los de Jerusalén mientras ellos cuentan cuantas cosas les han sucedido mientras iban de camino.
¿Dejamos que la oscuridad nos venza? ¿Nos quedamos enfrascados – metidos en el frasco – en nosotros mismos o queremos en verdad buscar la luz para que no se apaguen nuestras esperanzas? En la vida pasamos por esos peligros en mil situaciones de todo tipo que nos puedan suceder. En la vida nos sucede muchas veces así en el campo de la fe que parece que se nos apaga la luz y todo parece oscuro. Tenemos que saber que el Señor esta ahí aunque nos cueste reconocerle.
Abramos en verdad nuestro corazón, nuestra vida para aprender a descubrirle allí donde El quiere manifestársenos en el camino de la vida, que muchas veces será en el sitio y en el momento que nosotros menos esperamos. Pero el Señor nos acompaña siempre en nuestro camino.

martes, 18 de abril de 2017

Nuestras lágrimas no nos pueden impedir encontrar a Jesús mirando sobre todo las lágrimas de cuantos nos rodean

Nuestras lágrimas no nos pueden impedir encontrar a Jesús mirando sobre todo las lágrimas de cuantos nos rodean

Hechos de los Apóstoles 2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18
‘¿Por qué lloras? ¿a quien buscas?’ lloramos por desaliento, lloramos por desconsuelo, cuando buscamos y no encontramos, cuando nos agobian los problemas, cuando sentimos la soledad, cuando nos parece que nadie nos entiende, cuando sentimos deseos de cariño y parece que nadie nos tiene en cuenta, cuando el dolor no solo nos mortifica corporalmente sino sobre todo cuando nos duele en el alma, cuando sentimos que nos hacen daño, cuando nos vemos impotentes en la vida para reaccionar, para responder, para hacer aquello que ansiamos, cuando nuestras metas parece que se oscurecen y se alejan… tantas cosas por las que lloramos y no sabemos donde encontrar consuelo, como encontrar respuesta. ‘¿Por qué lloras? ¿A quien buscas?’ Nos cegamos quizás y no encontramos a quien estamos buscando.
¿Por qué lloramos? ¿Lloraremos acaso por el sufrimiento de los hermanos que nos rodean? Abramos los ojos para ver su sufrimiento; no nos insensibilicemos, es nuestro peligro. Es la madre que no tiene un pan que dar a sus hijos; es el enfermo que se ve atenazado en una enfermedad incurable; es el que sufre la violencia de los demás; son los matrimonios rotos y los hijos que parece ya que no son de nadie; son los que sufren incomprensiones, son juzgados y criticados, los que nadie quiere y se sienten discriminados, los que llevan la condena para siempre en sus vidas porque no alcanzan el perdón de los demás; son los que son victimas inocentes de las guerras y violencias que hacemos desde nuestras ambiciones egoístas y terriblemente injustas; los que se sienten engañados y son manipulados por tantas vanidades de la vida; los que sufren por el odio que llevan en su corazón y no son capaces de perdonar para encontrar la paz. ¿Seremos capaces de llorar por nuestro pecado que así se convierte en un mal para los demás y los hace sufrir?
Maria Magdalena lloraba desconsolada a las puertas del sepulcro. Había venido a buscar el cuerpo de Jesús al que habían crucificado tres días antes y el sepulcro estaba vacío. Por mucho que los Ángeles le anunciaran la resurrección de Jesús ella no encontraba consuelo, porque seguía buscando a Jesús en el lugar de los muertos. Lloraba y sus ojos se cegaban porque ni a Jesús supo reconocer en quien le hablaba y pensado que era el encargado del huerto que se había llevado el cuerpo de Jesús a otro lugar, andaba preguntando donde estaba para ella llevárselo consigo. Sus lágrimas, su dolor, la búsqueda de Jesús donde no podía encontrarlo cegaban sus ojos para no descubrirle presente ante ella ahora mismo.
Es cierto que era grande su amor por Jesús, pero incluso el amor le cegaba y no le dejaba razonar para poder encontrar verdaderamente a Jesús. ¿Nos pasara de manera semejante a nosotros desde tantas cosas que hacen brotar lágrimas en nuestros ojos y en nuestro corazón y al final no sabremos ni buscar ni encontrar a Jesús?
Tenemos que escucharle mas, recordar con todo detalle cuantas cosas nos ha dicho y enseñado de cómo hemos de buscarle para que llegue la luz a nuestros ojos y se ilumine también nuestro corazón. El nos ha señalado bien por donde hemos de encontrarle, en quien hemos de encontrarle, y aunque sean muchas las cosas personales que nos hagan llorar el corazón – no nos quedemos en ellas -, comencemos a ver las lagrimas de los que nos rodean y podremos encontrar a Jesús. Sintamos como nuestro el dolor de los demás, hagamos nuestras sus lágrimas y estaremos sintonizando con Jesús y le podremos encontrar. Es esa la mirada nueva que hemos de aprender a tener contemplando a Cristo resucitado.


lunes, 17 de abril de 2017

Contagiemos al mundo de la alegría y de la esperanza que brota fuerte en nuestro corazón con la fuerza de Cristo resucitado

Contagiemos al mundo de la alegría y de la esperanza que brota fuerte en nuestro corazón con la fuerza de Cristo resucitado

Hechos, 2, 14. 22-32; Sal. 15; Mt 28, 8-15
La alegría siempre tiene prisa en comunicarse, en contagiarse. Cuando hemos recibido una noticia que nos llena de alegría nos falta tiempo para compartirla con los demás, a las personas que queremos y apreciamos, o a todo aquel con quien nos encontremos que aunque no lo digamos con palabras nuestro semblante y nuestros gestos lo dicen todo. Con que rapidez corren las noticias, como las queremos comunicar a los demás sobre todo si es algo que nos llena de alegría porque sea el cumplimiento de lo esperado, o sea por la sorpresa que nos produce lo inesperado.
Es lo que nos muestra el evangelio hoy. ‘Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro’, comienza diciéndonos. ‘Corrieron a anunciarlo a los discípulos, impresionadas y llenas de alegría’. Luego, Jesús que les sale al encuentro y les comunica que vayan a decírselo a los hermanos.
La noticia no se podía quedar encerrada. Aunque luego los sumos sacerdotes busquen la manera de que la noticia no se conozca y si acaso llega a oídos de la gente se tratara de desprestigiar y decir que lo que ha sucedido es que los discípulos se han robado el cuerpo de Jesús y por eso no lo encuentran en el sepulcro; se valdrán de lo que sea, mentiras, sobornos, apaños de todo tipo.
Ayer celebramos con alegría la resurrección del Señor. Y ya desde ayer se nos confiaba la misión de compartir la noticia con los demás, llevar esa Buena Noticia al mundo que tanto necesita de esperanza. Quienes hemos vivido la alegría de la Pascua, quienes hemos sentido allá en lo hondo del corazón la presencia de Cristo resucitado en nosotros, en nuestra vida y para nuestro mundo, no podríamos callar la noticia. De muchas maneras tendríamos que haberla comunicado a los demás. Esa alegría que desborda, pero también eso nuevo que sentimos en nuestro corazón transformado por la pascua no la podemos acallar.
También nosotros podremos temer a esos que van a la contra de lo que nosotros anunciamos; muchos podrán llamarnos ilusos y visionarios, fanáticos o carcas, porque descalificaciones de todo tipo podemos recibir de un mundo que no quiere recibir la buena noticia de la salvación de Jesús. Hay, si, quienes no quieren recibir, acoger, aceptar esa buena noticia, ese evangelio de salvación, porque dicen que tienen otros medios para mejorar nuestro mundo. Pero nosotros no nos podemos acobardar.
Alguna vez nos habrá podido suceder que cuando en un día como hoy felicitamos con la alegría de la Pascua de la Resurrección de Cristo a alguien de nuestro entorno, nos rechace esa felicitación, nos diga que no cree en esas cosas, que pasa de todo tipo de signo o manifestación religiosa; y nos podemos sentir cortados, acobardados, sin saber que responder.
Pero no tendríamos que acobardarnos; que lo acepten o no entra dentro de su libertad que nosotros respetamos también, pero nadie nos puede impedir que nosotros comuniquemos aquello que nos produce una gran alegría, aquello que da sentido a nuestra vida, aquello que es el centro de nuestra fe. Y no lo podemos callar. Y lo tenemos que anunciar. Y tenemos que felicitar al mundo, aunque el mundo no quiera aceptarlo, porque con Cristo resucitado es posible un nuevo mundo y un mundo mejor, porque con Cristo resucitado encontramos la esperanza mas profunda para nuestras vidas desencantadas de tantas cosas.  
Contagiemos a nuestro mundo de esa alegría y de esa esperanza que brota fuerte en nuestro corazón con la fuerza de Cristo resucitado.

domingo, 16 de abril de 2017

Con convicción y entusiasmo anunciamos la alegría de la Pascua impulsados por el Espíritu de Cristo resucitado que ha de ser alegría y esperanza para nuestro mundo


Con convicción y entusiasmo anunciamos la alegría de la Pascua impulsados por el Espíritu de Cristo resucitado que ha de ser alegría y esperanza para nuestro mundo

Mateo, 28, 1-10
‘No temáis… alegraos… no tengáis miedo…’ se repite una y otra vez en el mensaje del Evangelio. Y nosotros decimos ¡Aleluya! y lo cantamos y lo repetimos una y otra vez porque nuestro corazón esta también henchido de alegría.
‘Buscais a Jesús, el crucificado. No esta aquí. Ha resucitado, como lo había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis. Mirad os lo he anunciado’.
Es el anuncio que se proclama en este amanecer de aquel primer día de la semana. Es el anuncio que nos llena de alegría. ¡Aleluya! Es el anuncio mas repetido a lo largo de los siglos. Es el anuncio que hoy la Iglesia proclama ante el mundo. Es el anuncio que nosotros hemos de proclamar también a nuestro mundo. No podemos dejar de hacerlo. Tenemos que repetirlo una y otra vez. Y Jesús nos dice, como les decía a aquellas mujeres que fueron al alborear aquel primer día de la semana al sepulcro que no temamos, que lo vayamos a comunicar a los hermanos.
Parece que hoy no sabemos decir otra cosa y nos repetimos una y otra vez. No nos podemos cansar. Y tenemos que hacerlo con convicción. Es el testimonio que tenemos que dar con nuestras vidas. Porque el mundo no cree, como ha sucedido también a lo largo de los siglos. O el mundo no cree porque no hemos sabido hacer el anuncio, o nuestras palabras no han ido acompañadas del testimonio de nuestra vida.
No puede ser el fervor de un momento, aunque en este día de Pascua necesariamente tiene que hervir fuerte nuestro fervor. Hemos venido celebrando todo el misterio de Cristo dejándonos iluminar por su palabra y hoy llegamos a este momento grande en que proclamamos lo que es el centro de nuestra fe. Por eso nuestra convicción, el entusiasmo que tenemos que poner, el testimonio que tenemos que dar de unas vidas que se han dejado transformar por Jesús viviendo la Pascua del Señor en nosotros.
Unas vidas transformadas por el amor y para amar con toda intensidad. Y será así con ese fuego del Espíritu divino en nuestras venas, en las venas de nuestra alma como tenemos que salir para ir al encuentro con los demás. En estos momentos eclesiales que vivimos nos encontramos con ese lema y esa consigna para nuestras vidas. ‘En salida’, se nos dice; nos lo repite el Papa Francisco una y otra vez para que seamos capaces de ser valientes para ir al encuentro con todos con nuestro mensaje evangelizador, y es el motivo de los planes pastorales de nuestras iglesias.
No es nada nuevo, tendríamos que reconocer, porque hoy lo hemos escuchado en el evangelio que se ha venido proclamando desde hace veinte siglos. ‘Id aprisa a decir… id a comunicar…’ por dos veces se nos ha repetido en el texto que hoy se nos ha proclamado en la liturgia.
Pero seguimos con nuestros miedos, nuestras indecisiones, nuestros miedos, nuestras cobardías y nos llenamos de temor. Pero ese temor tendría que haber desaparecido si en verdad nos dejáramos inundar por el Espíritu de Dios. El nos da fortaleza como nos da sabiduría para que podamos y sepamos hacerlo. En nuestro corazón hemos de sentir esa alegría del Espíritu de Cristo resucitado.
Cuando estos días pasados nos hemos puesto a la sombra de la cruz de Jesús hemos aprendido a descubrir esa cruz en nosotros, pero sobre todo esa cruz en nuestros hermanos los hombres que caminan a nuestro lado en sus pobrezas, sus soledades, sus angustias, todo ese mal que sufren desde la realidad de nuestro mundo que ni es tan justo ni es tan humano. Y es en medio de ese mundo, y es a esos hermanos crucificados a quienes tenemos que llevar el mensaje de pascua.
Serán nuestras palabras, pero serán nuestros gestos, los signos de compromiso que vayamos realizando en nuestra vida el mejor anuncio, la mejor forma de llevar nuestro mensaje. Así lo hemos meditado en estos días, y así ahora nos sentimos fuertemente impulsados desde la fuerza del Espíritu resucitado que esta inundando nuestras vidas.
Es nuestro compromiso de pascua; es ese camino en salida que tenemos que realizar; es esa pascua que vivimos en nosotros pero que tenemos que ayudar a vivir a los demás, para que todos se encuentren con Cristo que pasa por sus vidas, que se acerca a nuestro mundo y a través nuestro quiere transformarlo.
Que reine una nueva alegría en nuestro mundo; no la alegría efímera de un momento sino la alegría honda de sentir que Cristo vive, que Cristo esta con nosotros, que Cristo reina de verdad en nuestro mundo porque lo hemos transformado con los valores del Reino de Dios.

¡Feliz pascua de resurrección!