martes, 18 de abril de 2017

Nuestras lágrimas no nos pueden impedir encontrar a Jesús mirando sobre todo las lágrimas de cuantos nos rodean

Nuestras lágrimas no nos pueden impedir encontrar a Jesús mirando sobre todo las lágrimas de cuantos nos rodean

Hechos de los Apóstoles 2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18
‘¿Por qué lloras? ¿a quien buscas?’ lloramos por desaliento, lloramos por desconsuelo, cuando buscamos y no encontramos, cuando nos agobian los problemas, cuando sentimos la soledad, cuando nos parece que nadie nos entiende, cuando sentimos deseos de cariño y parece que nadie nos tiene en cuenta, cuando el dolor no solo nos mortifica corporalmente sino sobre todo cuando nos duele en el alma, cuando sentimos que nos hacen daño, cuando nos vemos impotentes en la vida para reaccionar, para responder, para hacer aquello que ansiamos, cuando nuestras metas parece que se oscurecen y se alejan… tantas cosas por las que lloramos y no sabemos donde encontrar consuelo, como encontrar respuesta. ‘¿Por qué lloras? ¿A quien buscas?’ Nos cegamos quizás y no encontramos a quien estamos buscando.
¿Por qué lloramos? ¿Lloraremos acaso por el sufrimiento de los hermanos que nos rodean? Abramos los ojos para ver su sufrimiento; no nos insensibilicemos, es nuestro peligro. Es la madre que no tiene un pan que dar a sus hijos; es el enfermo que se ve atenazado en una enfermedad incurable; es el que sufre la violencia de los demás; son los matrimonios rotos y los hijos que parece ya que no son de nadie; son los que sufren incomprensiones, son juzgados y criticados, los que nadie quiere y se sienten discriminados, los que llevan la condena para siempre en sus vidas porque no alcanzan el perdón de los demás; son los que son victimas inocentes de las guerras y violencias que hacemos desde nuestras ambiciones egoístas y terriblemente injustas; los que se sienten engañados y son manipulados por tantas vanidades de la vida; los que sufren por el odio que llevan en su corazón y no son capaces de perdonar para encontrar la paz. ¿Seremos capaces de llorar por nuestro pecado que así se convierte en un mal para los demás y los hace sufrir?
Maria Magdalena lloraba desconsolada a las puertas del sepulcro. Había venido a buscar el cuerpo de Jesús al que habían crucificado tres días antes y el sepulcro estaba vacío. Por mucho que los Ángeles le anunciaran la resurrección de Jesús ella no encontraba consuelo, porque seguía buscando a Jesús en el lugar de los muertos. Lloraba y sus ojos se cegaban porque ni a Jesús supo reconocer en quien le hablaba y pensado que era el encargado del huerto que se había llevado el cuerpo de Jesús a otro lugar, andaba preguntando donde estaba para ella llevárselo consigo. Sus lágrimas, su dolor, la búsqueda de Jesús donde no podía encontrarlo cegaban sus ojos para no descubrirle presente ante ella ahora mismo.
Es cierto que era grande su amor por Jesús, pero incluso el amor le cegaba y no le dejaba razonar para poder encontrar verdaderamente a Jesús. ¿Nos pasara de manera semejante a nosotros desde tantas cosas que hacen brotar lágrimas en nuestros ojos y en nuestro corazón y al final no sabremos ni buscar ni encontrar a Jesús?
Tenemos que escucharle mas, recordar con todo detalle cuantas cosas nos ha dicho y enseñado de cómo hemos de buscarle para que llegue la luz a nuestros ojos y se ilumine también nuestro corazón. El nos ha señalado bien por donde hemos de encontrarle, en quien hemos de encontrarle, y aunque sean muchas las cosas personales que nos hagan llorar el corazón – no nos quedemos en ellas -, comencemos a ver las lagrimas de los que nos rodean y podremos encontrar a Jesús. Sintamos como nuestro el dolor de los demás, hagamos nuestras sus lágrimas y estaremos sintonizando con Jesús y le podremos encontrar. Es esa la mirada nueva que hemos de aprender a tener contemplando a Cristo resucitado.


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