miércoles, 11 de octubre de 2017

Jesús nos enseña a orar para que aprendamos a entrar en un dialogo de amor con Dios y sintamos como desde nuestra oración nuestra vida se ve implicada y comprometida


Jesús nos enseña a orar para que aprendamos a entrar en un dialogo de amor con Dios y sintamos como desde nuestra oración nuestra vida se ve implicada y comprometida

 Jonás 4,1-11; Sal 85; Lucas 11,1-4

Solemos decir que hablando se entiende la gente. Muchas veces porque no hablamos, porque no entramos en diálogo con los demás quizá nos creamos prejuicios en nuestra mente, porque realmente no conocemos, no sabemos nada de aquella persona, porque no hemos tenido ese tú a tú en el que nos hemos intercambiado nuestro pensamiento, nuestra manera de ver las cosas, en fin de cuentas, no hemos penetrado en su yo, como tampoco hemos dejado que penetren en nuestro yo.
Cuando hablamos y lo hacemos con sinceridad muchos prejuicios se caen y desaparecen, comenzamos a entender al otro, y en fin de cuentas entramos en una nueva relación que nos puede llevar a la amistad y a un amor sincero. No amamos lo que no conocemos, solemos decir también.
Por eso esa relación y ese intercambio es el mejor comienzo para llegar a una amistad sincera, o al menos darnos cuenta del pensamiento del otro y ver cuanto en común hay entre ambos y cuanto podemos hacer no solo por nuestra vida sino también por ese mundo en el que vivimos. Esa comunicación, ese diálogo de alguna manera nos compromete, nos implica en algo nuevo para nuestra vida.
Me pregunto si no nos sucederá así en nuestra relación con Dios. Están quienes quieren negarlo sin haberse quizá preguntado seriamente sobre el sentido de Dios, sin querer conocerle. Pero están también los que aun diciendo que creen en Dios adolecen de un conocimiento verdadero de Dios, porque les falta una verdadera y autentica relación con El.
Pueden ser incluso personas que se dicen muy religiosas y que rezan o que participan en actos religiosos pero que su relación con Dios no va mucho más allá de ese formulismo de unos rezos, de unas oraciones aprendidas y repetidas, pero sin entrar esa profunda relación. Rezar es orar, es cierto, pero muchas veces nuestros rezos no llegan a ser verdadera oración porque no hay ese encuentro verdadero en el corazón con Dios. Su oración no llega a ser ese dialogo con Dios en ese encuentro de tú a tú en lo intimo del corazón.
Es por eso por lo que tenemos que revisarnos en nuestras prácticas religiosas para hacerlas de forma autentica y la oración sea ese verdadero diálogo con Dios. Entraremos entonces en ese conocimiento de Dios que nace del amor, comprenderemos mejor el misterio de Dios que se hace presente en nuestra vida, llegaremos a hacer que de verdad busquemos la gloria del Señor alabándole desde lo más profundo de nuestro corazón, y sintiendo como Dios nos pone en camino, no hace entrar en un compromiso nuevo por los demás.
La oración entonces no será un puro formulismo que realicemos porque repitamos quizá muy escrupulosamente unas oraciones aprendidas de memoria sino que será ese entrar en profunda comunión con ese Dios que nos ama y que nos enseña a amar. La oración será entonces ese dialogo de amor con Dios con el gozo de sentirnos amados y un amor profundo a Dios que renace en nuestro corazón para buscar su gloria, para descubrir su voluntad, para mantener el deseo de querer vivir siempre en esa unión con Dios y nada nos separe de El.
Nace así una oración comprometida, que se implica en nuestra vida y que nos implica en el bien de los demás. La verdadera oración nos compromete desde lo  más profundo de nosotros mismos. Es lo que Jesús quiere enseñarnos. Los discípulos le piden que les enseñe a orar y Jesús les da el sentido de la oración. Hemos cogido quizá literalmente las palabras de Jesús para aprendérnoslas – y eso está bien – y para repetirlas mecánicamente sin dejar que impliquen nuestra vida. No es lo que Jesús quiso enseñarnos. Nos estaba dando sobre todo un sentido, un modo de entrar en relación con Dios, que tenemos que aprender a vivir desde lo  más profundo del corazón y con toda nuestra vida.

Os confieso con sinceridad que todo esto que estoy compartiendo con vosotros es algo que quiero experimentar en mi mismo y es mi tarea y mi lucha diaria para que sea cada vez más autentica mi oración.

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