miércoles, 30 de agosto de 2017

Necesitamos sinceridad en la vida para mirarnos y aceptarnos, reconocer nuestros valores y también cuánto tenemos que superar para alcanzar metas altas en la vida

Necesitamos sinceridad en la vida para mirarnos y aceptarnos, reconocer nuestros valores y también cuánto tenemos que superar para alcanzar metas altas en la vida

1Tesalonicenses 2,9-13; Sal 138; Mateo 23,27-32

‘Señor, tú me sondeas y me conoces… ¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro’. A los ojos del Señor no nos podemos ocultar. Quizá podemos intentarlo en nuestra relación con los demás y vivir sujetos a la apariencia y al disimulo, pero allá en lo secreto de nuestro corazón no nos podemos engañar, ni podemos engañar a Dios. El nos conoce hasta lo más profundo.
Necesitamos sinceridad en la vida. Algunas veces parece que hasta queremos engañarnos a nosotros mismos, porque no queremos reconocer la realidad de nuestra persona, de nuestra vida. algunas veces no nos atrevemos a mirarnos de frente; hay cosas que no nos gustan de nuestra vida, pero tratamos de disimularlas, como el avestruz ponemos la cabeza debajo del ala, porque pensamos que así pasa el peligro, pero la realidad de lo que somos con nuestros valores y con nuestros defectos está ahí.
Es cierto que tenemos que ser positivos en la vida, ver cuales son nuestros valores, nuestras cualidades, lo que podemos hacer, lo que somos capaces de hacer. Seguro que hay muchas cosas buenas en nosotros, pero que también tenemos el peligro de que no las hayamos descubierto. Quizá tengan que venir momentos malos, de dificultad, para que saquemos toda esa fuerza interior que tenemos y con lo que somos capaces de superar muchas cosas. Pero creo que tenemos que ponernos a pensar en eso bueno que hay en nosotros, nuestros sueños, nuestros ideales, aquellas metas por las que nos gustaría luchar.
No podemos ocultar lo que valemos, no podemos enterrar el talento que hay en nuestra vida; seríamos desagradecidos. Con esa positividad en nosotros podemos llegar muy lejos, a grandes cosas; pongámonos metas que nos ilusionen y nos hagan levantar la mirada para ver más allá de lo presente que muchas veces pudiera estar lleno de oscuridades.
Pero mirar más allá de esas oscuridades porque nos pongamos buenas y altas metas no significa que no miremos nuestra realidad completa, también con nuestras deficiencias, nuestras limitaciones, nuestros tropiezos, el carácter que tengamos, o los tormentos que pudiera haber en ocasiones en nuestro interior. No quisiéramos que hubiera esos tormentos, esas limitaciones o defectos, pero ahí están y de ahí también tenemos que partir sabiendo aceptar lo que somos y tratando por supuesto de superarnos.
No es que vayamos pregonando lo que son nuestros defectos ante todo el mundo, pero no podemos poner cara de ‘niños buenos’ cuando quizá haya tantas malicias que enturbian nuestro interior. No aparentemos lo que somos, pero porque aceptemos lo que somos no significa que no tengamos que superarnos, crecer, purificarnos interiormente, transformar nuestro corazón tantas veces malicioso.
Es la tarea de nuestro crecimiento interior que tenemos que saber emprender, en lo que tenemos que empeñarnos. No nos podemos contentar con decir es que yo soy así y no puedo cambiar, sino que tengo que saber poner mi empeño y mi esfuerzo para ir dando esos necesarios pasos que nos vayan transformando. Y podemos, y seremos capaces, y tenemos fuerza en nosotros para realizarlo. La fuerza de todo eso otro bueno que hay en nosotros nos ayuda, nos impulsa.
Jesús denuncia la actitud de aquellos que no eran capaces de reconocer los errores de su vida, sino que Vivian de apariencias mientras su corazón estaba lleno de maldades. Ciegos guías de ciegos, como les dice Jesús en una ocasión. Trataban de ser guías en medio del pueblo porque por su posición social así se lo creían ellos, pero eran tan ciegos para no reconocer sus errores, las maldades que llevaban en su corazón, y no se dejaban interpelar por la Palabra de Dios, por la Palabra de Jesús que siempre era Palabra de vida y salvación. Que no nos sucede a nosotros igual. Cerca de nosotros está siempre esa mirada de Jesús que nos alienta, nos hace ver la realidad de nuestra vida y siempre en nosotros deseos de grandeza y superación.


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