domingo, 26 de marzo de 2017

Tenemos que dejarnos iluminar por la luz de la fe en el encuentro con Jesús para ser luz también que transforme las oscuridades del mundo que nos rodea


Tenemos que dejarnos iluminar por la luz de la fe en el encuentro con Jesús para ser luz también que transforme las oscuridades del mundo que nos rodea

1Samuel 16,1b.6-7.10-13ª; Sal 22; Efesios 5,8-14; Juan 9,1.6-9.13-17.34-38
Si caminamos a oscuras, con los ojos vendados, por un lugar totalmente desconocido para nosotros pero teniendo quizás a nuestro lado alguien que pueda percibir el lugar, las cosas con las que nos encontramos y queriendo orientarnos nos va explicando la dimensión de los objetos, el paisaje por el que pasamos, las cosas que van sucediendo en nuestro entorno, podríamos decir que nos vamos haciendo una idea aproximada de donde estamos o el lugar por el que atravesamos, pero realmente no tendríamos una seguridad absoluta de lo que hay o de lo que sucede en nuestro entorno; podríamos decir que vemos, no por nuestros ojos, sino por la apreciación del que nos explica las cosas lo que no nos daría certezas absolutas, aunque sin embargo nos pueden servir de mucha ayuda en esa búsqueda y deseo de la luz. Si en algún momento pudiéramos abrir los ojos para ver por nosotros mismos entonces si nos podríamos hacer una idea clara de lo que hay a nuestro alrededor y necesitamos, es verdad, quien nos ayude a abrir los ojos y comprender toda la riqueza y la belleza de la luz.
¿Iremos así caminando por la vida? Pudiera sucedernos de que a pesar de que llevemos bien abiertos los ojos de nuestros sentidos corporales, haya otra oscuridad que nos nuble en el sentido mas profundo de la vida y en muchas cosas iríamos dando palos de ciego. No son solo los sentidos corporales los que hemos de llevar debidamente abiertos sino que ha de ser nuestro espíritu el que ha de dejarse iluminar para poder descubrir claramente el sentido mas profundo de nuestra vida.
No es fácil en ocasiones por la ceguera espiritual nos puede aturdir de tal manera que ni siquiera desearíamos salir de ella para encontrar esa verdadera luz de nuestra vida. Alguna vez pudiera sucedernos que nosotros mismos no querríamos salir de esa oscuridad y nos negamos a aquello que pueda elevar nuestro espíritu, nos negamos a dejarnos iluminar por la luz de la fe. Sin embargo hemos de decir también que allá en lo mas hondo de nosotros mismos esta latente ese ansia de la luz que nos ilumine y nos eleve, de ese querer creer en quien pueda ayudarnos a encontrar la verdad de nuestra vida.
Hoy el evangelio nos habla de un ciego de nacimiento que allá en las calles de Jerusalén pedía limosna a los que pasaban. No sabe quienes son los pasan ante el; algunos compadecidos le dejaran sus limosnas, pero no entiende lo que hablan los que ahora están al paso de la calle ni lo que le han puesto en los ojos. Solo ha entendido que vaya a la piscina de Siloé a lavarse de aquel barro que han puesto en sus ojos. Ciego esta sin entender lo que le sucede, como ciegos están los que ahora no entienden y se preguntan del por que de su ceguera. ¿Será su pecado o el pecado de sus padres?, escucha que se preguntan y atina a escuchar que cuanto le sucede es para que se manifieste la gloria de Dios.
De Siloé vuelve el que ha sido ciego porque ha recobrado la visión de sus ojos, aunque todavía quedan algunas oscuridades en su interior que aparentemente se van a agrandar en la oposición y el rechazo que algunos van a manifestar  de cuanto le ha sucedido. Una y otra vez ira explicando a los fariseos y a los sumos sacerdotes que alguien ha llegado junto a el, ha hecho barro con su saliva, se la puesto en sus ojos y lo ha mandado a la piscina de Siloé a lavarse; de allí ha vuelto con la visión de sus ojos recobrada.
Será un costoso proceso el que se va desarrollando en su espíritu, porque va a reconocer que quien le ha hecho esto – aun no sabe que fue Jesús – será o no un pecador por Dios esta con El porque si no fuera así no se podría haber realizado aquel milagro. Para él tiene que ser un profeta o un hombre de Dios. Su confesión en la que su espíritu se va abriendo a la luz le va a producir dificultades, porque incluso será expulsado de la sinagoga por esa confesión que ya va haciendo de la fe que va naciendo en su alma. Será finalmente Jesús el que se acercara hasta el para dársele a conocer plenamente.
‘¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él contestó: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es. Él dijo: Creo, Señor. Y se postró ante él’.
Finalmente se le abrieron en plenitud sus ojos. Pudo hacer una confesión de fe en Jesús. Se dejó conducir y encontró la luz. Ahora todo adquiría un nuevo sentido y un nuevo valor. Sin embargo algunos creían ver y estaban ciegos, porque su espíritu no se abría a la luz de la fe para reconocer a Jesús.
Que no permanezcamos nosotros en esa oscuridad; que lavemos y limpiemos de verdad nuestros ojos no ya en la piscina de Siloé, sino en el que es en verdad el enviado y nuestro salvador. Es el proceso que también queremos ir haciendo ahora de manera mas intensa en este camino cuaresmal que estamos recorriendo. Dejémonos iluminar; que la Palabra de Dios vaya calando hondo en nosotros haciéndonos descubrir nuestra vida y también nuestras oscuridades, esas oscuridades de las que tenemos que salir para vivir con todo sentido la pascua. Muchas serán las cosas de las que tenemos que purificarnos. El Señor nos espera.
Pero no olvidemos que dejándonos iluminar por esa luz de la fe, por esa luz de Jesús nosotros tenemos que convertirnos también en portadores de luz para los que nos rodean. Muchas son las oscuridades de nuestro mundo y de muchas personas en nuestro entorno. Tenemos un compromiso con la luz, ser portadores de esa luz para cuantos nos rodean.

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