jueves, 23 de febrero de 2017

Las virtudes con que adornemos nuestra vida serán ese cristal luminoso y brillante a través del cual demos buena luz a los demás con nuestros buenos ejemplos


Las virtudes con que adornemos nuestra vida serán ese cristal luminoso y brillante a través del cual demos buena luz a los demás con nuestros buenos ejemplos

Eclesiástico 5,1-10; Sal 1; Marcos 9,41-50
En otro momento del evangelio Jesús nos decía que tenemos que ser luz y que tenemos que ser sal; la luz tiene que iluminar, la sal tiene que dar sabor. Pero si la lámpara esta oculta no puede dar luz, pero también hemos de decir que si la lámpara esta visible pero el cristal que cubre la llama que da luz esta manchada y rota no podrá reflejar debidamente esa luz, si el cristal esta lleno de suciedad o enturbiado con distintos colores lo que sucederá es que la luz no podrá llegar nítida para iluminar o teñirá de colores no tan agradables su resplandor. O como nos dice refiriéndose a la sal si se vuelve sosa no podrá realizar su acción, si se corrompe nos dará corrupción.
Creo que esto nos pueda ayudar mucho. Vamos a decir, a dar por sentado que somos buenos porque no hacemos grandes maldades, pero bien sabemos que tenemos que cuidar mucho nuestras actitudes, hacer un control de nuestras pasiones más diversas porque muchas veces pueden aparecer en nosotros algunas cosas que ya no son tan buenas, no hay tal pureza de intención, o el descontrol de nuestra vida puede hacer que nos aparezcan actitudes y comportamientos en que nos dejamos llevar por nuestro orgullo, aparecen mezquindades en nuestra vida, nos pueden ir corroyendo por dentro los celos y las envidias y ya aunque aparentemente parezcamos buenos  no todo es bueno en nuestro interior; y eso que tenemos en nuestro interior se va reflejando aunque no queramos en nuestros actos.
Por eso la actitud madura de la persona es querer ir superándose cada día mas, para superar debilidades, para purificar esas posturas, esos gestos, esas acciones que realizamos delante de los demás, porque el mal que hay en nosotros desgraciadamente puede influir en los demás, puede arrastrar a los demás también a realizar lo mismo que nosotros con no tanta pureza realizamos. Ya sabemos que en la vida caminamos siempre como en una pendiente, y el que está en una pendiente y quiere ascender siempre tendrá que estar en tensión para no dejarse arrastrar, para poder seguir dando pasos en esa ascensión y en ese crecimiento de su vida.
El ajetreo de la vida, el encuentro con los demás, el esfuerzo y preocupación por nuestro trabajo y nuestras responsabilidades puede hacer muchas veces que no pongamos toda la tensión y toda la atención en lo que tendría que ser importante en nuestra vida que es ese crecimiento interior, ese crecimiento y maduración como persona. Fácilmente nos pueden aparecer en esos encontronazos que vamos teniendo en la vida por los problemas que nos van como cercando, pueden aparecer, digo, ramalazos de orgullo, de egoísmo, de amor propio, de rivalidades que nos enfrentan, de envidias y celos que tanto daño nos hacen, pero que también pueden hacer mucho daño a los que están a nuestro lado.
Jesús nos previene con sus palabras hoy en el evangelio que nos pueden parecer incluso duras, pero es que tenemos que saber arrancar de raíz esas malas pasiones que se nos meten tan dentro de nosotros; algunas veces parece incluso que no nos damos cuenta de lo que nos sucede o de esos gestos o esas actitudes impropias que podamos tener con los demás. Por eso es tan necesaria la vigilancia. Ya sabemos que una mala hierba no nos vale solo con cortarla, sino que tenemos que arrancarla de raíz porque de lo contrario volverá a reverdecer en nosotros.  A eso nos está invitando Jesús hoy en el evangelio.
Las virtudes con que adornemos nuestra vida serán ese cristal luminoso y brillante a través del cual demos buena luz a los demás con nuestros buenos ejemplos.

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