sábado, 17 de diciembre de 2016

De ti y de mi depende que el mundo conozca el verdadero nacimiento de Dios en esta navidad y no será solo con luces de colores cómo lo hemos de anunciar

De ti y de mi depende que el mundo conozca el verdadero nacimiento de Dios en esta navidad y no será solo con luces de colores cómo lo hemos de anunciar

Génesis 49,1-2.8-10; Sal 71; Mateo 1,1-17
‘Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán’. Así comienza el evangelio de san Mateo. Nos ofrece la genealogía de Jesús, el Señor, entroncándolo con David y con Abraham, padre en la fe y origen del pueblo de Israel, del pueblo de Dios para terminar diciéndonos que de María, casada con José, nació Jesús, llamado Cristo, el Ungido del Señor.
El Emmanuel, Dios con nosotros, como habían anunciado los profetas, al encarnarse y hacerse hombre lo hace en el seno de una familia y en medio del pueblo, el pueblo de la promesa, al que pertenecerá. Es el misterio grande que nos disponemos a celebrar en unos días y para lo que nos hemos venido preparando a lo largo de todo el Adviento. Dios con nosotros, Dios en medio de su pueblo, Dios encarnado en el seno de familia, Dios que se hace presente con su salvación en medio de nuestra historia.
Y es ahí en nuestra historia, nuestra historia personal pero también la historia del mundo y de la sociedad donde vivimos es donde hemos de celebrar la navidad. Porque Dios con su salvación viene a nuestra vida concreta y a nuestro mundo concreto. Es en nuestra vida concreta con sus problemas y sus alegrías, con sus sufrimientos y con sus esperanzas, con las ilusiones que ponemos en lo que hacemos o con los proyectos concretos que tengamos en nuestra vida donde celebramos la Navidad, porque es ahí donde Dios quiere hacerse presente para nosotros.
Para algunos, quizá para muchos, la navidad se convierte en algo triste lleno de nostalgias y eso les hace perder el encanto de la navidad. Pero un verdadero creyente en Jesús sabe cómo Dios se hace presente ahí en esa vida que vivimos también con sus tristezas y nostalgias y quiere transformar nuestra vida, llenar de una esperanza nueva nuestro corazón.
Por eso no podemos vivir una navidad superficial hecha solo de cosas externas, sino que tenemos que vivirla desde lo más hondo de nosotros mismos pero viviendo con intensidad el misterio que celebramos. Y el misterio maravilloso que celebramos es que Dios quiere nacer en nosotros con su salvación, Dios quiere hacerse presente en nuestra vida desde esas circunstancias concretas que vivamos.
La primera navidad no estuvo exenta de problemas y conflictos. María y José se habían tenido que desplazar desde Nazaret a Belén con los problemas y dificultades que acarreaba un viaje tan largo en aquella época y en las condiciones en que iba María; luego no faltaron problemas para aquel matrimonio a la llegada a Belén porque no encontraban sitio donde guarecerse hasta tener que cobijarse en un establo en las afueras de Belén. Y allí se manifestó la gloria del Señor, allí Dios quiso ser Dios con nosotros haciéndose presente en medio del mundo al que no faltaban problemas y dificultades.
Nos quejamos nosotros de nuestros problemas o de los problemas del mundo en que vivimos. ¿Por qué no pensamos que ahí quiere hacerse presente de Dios que viene con su salvación para hacernos a nosotros mejores y hacer mejor nuestro mundo? Quizá pueda depender de nuestra manera de celebrar la Navidad. Hemos de pensar cómo hemos de hacer más presente a Dios en nuestro mundo concreto, ese mundo en el que vivimos, en esta navidad. Y no son solo luces de colores los que van a anunciar al mundo el nacimiento de Dios hecho hombre.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Juan Bautista una lámpara en nuestro camino de adviento que nos descubre los nuevos caminos que hemos de recorrer para el encuentro profundo con el Señor y con los demás

Juan Bautista una lámpara en nuestro camino de adviento que nos descubre los nuevos caminos que hemos de recorrer para el encuentro profundo con el Señor y con los demás

Isaías 56,1-3a.6-8; Sal 66; Juan 5,33-36
‘Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad’, les dice Jesús. Como nos dice el principio del evangelio ‘vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz,  a fin de que todos creyeran por él. No era él la luz, sino testigo de la luz’. Ahora nos dice el evangelista que ‘él ha dado testimonio de la verdad’.
Así se presentaba Juan en el desierto a la orilla del Jordán. Su figura austera, su palabra valiente lo convertían en testigo. Como hoy nos dice el evangelio era la lámpara que estaba junto al sendero para señalarnos el camino. ‘Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz’.
Era la voz que gritaba en el desierto, era el que venia a preparar el camino del Señor, por eso había que enderezar todo lo torcido, igualar todo lo escabroso, nivelar todas las hendiduras, abrir camino en  los desiertos y en las montañas. Ya los desiertos que los caminos que se abrieran en los desiertos parecerían hermosos senderos entre los vergeles floridos y los árboles llenos de frutos. Y es que cuando el camino se hace con esperanza por muy duro que sea en si mismo para el que lo recorre con esa esperanza de lo que se va a encontrar ya será un camino jubiloso y en el que todo parece que ayuda a recorrerlo con sentido. ‘Oráculo del Señor que reúne a los dispersos de Israel, y reunirá otros a los ya reunidos’, nos decía hoy el profeta.
Vamos escuchando esta palabra del Señor en este camino que nosotros vamos recorriendo en este tiempo de Adviento. Un camino que hacemos llenos de esperanza; un camino en que ya se van pregustando las mieles de lo que nos vamos a encontrar, por eso es un camino que hacemos también llenos de alegría.
Llenos de alegría por el encuentro que vamos a vivir con el Señor, y ya estamos saboreando su dulzura; pero llenos de alegría porque es un camino que tiene que ir haciendo que nos encontremos con los demás. Como decía el profeta ‘reúne a los dispersos de Israel y reunirá a otros a los ya reunidos’. No es un camino que hagamos solos, es el peregrinar del pueblo de Dios donde unidos en la misma fe y en la misma esperanza nos vamos reencontrando los unos con los otros.
Hermosa tarea que tenemos que realizar. Ese encuentro algunas veces podría resultarnos costoso, porque todos tenemos nuestras pegas, todos tenemos aristas con las que nos podemos dañar los unos a los otros. Esa imagen del Bautista que nos invita a enderezar lo tortuoso de los caminos o arreglar los escabroso que podamos encontrar en nuestras sendas podríamos traducirlo en esas cosas que pueden hacer escabrosa nuestra vida por nuestro carácter o nuestra manera de ser, por las rutinas con que hemos llenado nuestra vida o las malas costumbres que nos dañan mutuamente.
Dejémonos iluminar por esa lámpara en el camino de nuestro Adviento que es Juan el Bautista para que lleguemos a encontrarnos con la verdadera luz. Esa lámpara que nos señala caminos, que nos hace ver con mayor claridad nuestros pasos, que nos descubre con su luz esos tropiezos que tenemos en nuestra vida, que nos conducirá a una mirada nueva y distinta a los que nos rodean para que nos sintamos todos unidos y reunidos en el Señor.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Que no se frustre el plan de Dios en nosotros preparándonos solo para una navidad superficial y consumista de la que hayamos desterrado la presencia salvadora del Señor

Que no se frustre el plan de Dios en nosotros preparándonos solo para una navidad superficial y consumista de la que hayamos desterrado la presencia salvadora del Señor

Isaías 54,1-10; Sal 29; Lucas 7,24-30
‘¿Qué salisteis a ver en el desierto?’, pregunta Jesús tras marchar la embajada que había venido de parte de Juan. Y es que Jesús comenzó a hablar de Juan el Bautista. ‘ Él es de quien está escrito: Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti’. Y habla de él como el mayor de los hombres nacido de mujer, nos dice que es profeta y más que profeta, reconoce como se hace pequeño pero es grande porque grande fue su misión. Y nos comenta el evangelista que los publicanos y los pecadores que lo habían escuchado y se habían bautizado con Juan en el Jordán se llenaron de alegría, mientras que los fariseos y los maestros de la ley que no habían aceptado su bautismo, frustraron el plan de Dios en sus vidas.
Aquí nos viene bien preguntarnos cuando ahora estamos haciendo este camino de Adviento, de preparación también de la venida del Señor, cómo acogemos y aceptamos en nuestra vida la Palabra del Señor. La figura de Juan va apareciendo delante de nosotros al ritmo de la liturgia de estos días como mensajero del Señor que viene a preparar sus caminos en nuestra vida.
Sí, en nuestra vida, porque somos nosotros los que hemos de preparar nuestro corazón para acoger al Señor en nuestra vida. Cada uno ha de pensar en este sentido en si mismo cuando escuchamos la Palabra del Señor. Y cada uno ha de mirar su corazón, su vida, sus actitudes, sus apegos, sus tropiezos concretos que retrasan ese actuar de la gracia de Dios en nosotros.
Que no se frustre el plan de Dios en mi vida. Y lo frustramos cuando seguimos con nuestras superficialidades, cuando simplemente nos dejamos arrastrar por el ambiente y por lo que todos hacen, por esos falsos oropeles de vanidad que nos presenta el mundo y que nos encandilan, por esas luces engañosas en las que creemos que tenemos la luz y el sentido de nuestra vida pero que realmente nos conducen a la oscuridad. 
Estos días en nuestros ambientes todo suena a navidad, todo nos quiere hablar de navidad, pero ¿de qué navidad nos habla? ¿Nos habla en verdad de la navidad como nacimiento del Señor, como llegada del Emmanuel a nuestra vida para dejarnos transformar por su gracia?
Puede haber, y de hecho las hay, muchas cosas buenas en lo que se vive en estos días, porque es bueno que se viva con alegría, que las personas nos encontremos, que las familias se reúnan, que tengamos buenos deseos de paz y de felicidad para todos, que en el fondo deseos un mundo distinto y muy lleno de vida. pero cuidado nos confundamos porque por ahí anda rondando también el consumismo y el materialismo, por ahí anda rondando una navidad muy ecléctica y que se puede quedar en superficial, por ahí puede andar rondando una navidad muy laica de la que se quita todo sentimiento religioso y al final puede ser una navidad sin Jesús, una navidad sin Dios.
Que todas esas cosas buenas que afloran en estos días en nuestras relaciones humanas las hagamos brotar de donde tiene que brotar la verdadera alegría de la navidad y es el hecho de que Dios se haya querido hacer hombre, se haya encarnado en el seno de María y haya querido nacer hombre entre los hombres para ser nuestra salvación.
No lo podemos perder de vista. Es lo que tiene que dar verdadera profundidad a nuestras celebraciones festivas, porque es ahí donde tienen su origen y su fundamento. Es así como nos vamos a llenar de la gracia del Señor. Es así como daremos pasos para que no se frustre el plan de Dios en nosotros. Escuchemos al mensajero que viene a preparar el camino para que en verdad nos encontremos con el Señor.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Mensajeros de evangelio tenemos que ser también llevando a los demás la Buena Noticia del amor que Dios nos tiene y reconociéndole como el único Señor de nuestra vida

Mensajeros de evangelio tenemos que ser también llevando a los demás la Buena Noticia del amor que Dios nos tiene y reconociéndole como el único Señor de nuestra vida

Isaías 45 y 6b-8. 18. 21b-25; Sal 84; Lucas 7, 19-23
Por los frutos se conoce el árbol y por las obras podemos conocer a los demás. Juan el Bautista estaba ya en la cárcel por las intrigas de Herodías y por la cobardía de Herodes que decía que lo tenía en gran aprecio y le gustaba escucharle, pero porque no le agradaban las denuncias que Juan le hacía lo había encarcelado.
Hasta la cárcel, a través quizá de sus discípulos le llegaban noticias de la actividad de Jesús sobre todo por Galilea donde especialmente realizaba su labor. Quizá los discípulos de Juan se preguntaban y le preguntaban a Juan sobre el sentido de lo que Jesús hacia y si acaso sería el Mesías anunciado.
Ya algunos discípulos de Juan se habían ido con Jesús; recordamos cómo Andrés y Juan, el hermano de Santiago, se habían ido detrás de Jesús cuando Juan lo había señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, probablemente después de la experiencia del bautismo de Jesús, allá en el Jordán.
Ahora Juan envía a algunos de los discípulos que aun le siguen a que le pregunten a Jesús si es el que había de venir, o aun tendrían que esperar a otro. Jesús no responde directamente en principio al planteamiento que le hacen de parte de Juan sino que sigue realizando la labor que siempre realizaba; hasta Jesús llegan siempre los corazones atormentados, los cuerpos llenos de dolor y de limitaciones, los espíritus inquietos que siguen buscando esperanzas por los que seguir buscando y luchando.
Jesús cura a los enfermos que hay a su alrededor; serán aquellos cuerpo atormentados por el dolor, o será sus espíritus ansiosos de nueva vida, para todos Jesús tiene una Palabra de vida, una Buena Nueva que anunciarles, porque lo que hace es manifestarles una y otra vez que el amor de Dios nunca falla y Dios quiere hacer presente en nuestros corazones y en nuestro mundo; es el anuncio del Reino, de que en verdad tenemos que tener al Señor como único Dios de nuestra vida.
Es lo que finalmente les dirá también a los enviados de Juan. Id y anunciad, id a contar a Juan lo que habéis visto y oído… vienen a buscar respuestas para sus interrogantes y los convierte en mensajeros; han de ser los que lleven también la Buena Noticia a Juan, han de ser los que han de seguir propagando esa buena noticia para todos los hombres.
Como dirá el evangelista más tarde, lo que han visto con sus ojos, lo que han palpado en su vida, han de comunicarlo, han de anunciarlo. Es lo mismo que responderán los apóstoles cuando les prohíban hablar de Jesús, no pueden callar lo que han visto y lo que han oído, lo que ha sido una experiencia profunda en sus vidas no pueden callarlo, tienen que trasmitirlo a los demás.
Mensajeros de evangelio, de buenas nuevas, evangelizadores tenemos que ser también nosotros. Recordemos las experiencias más profundas que hayamos tenido en el camino de nuestra fe; todos habremos tenido un momento especial de nuestras vidas donde hemos recibido, palpado en nuestras vidas esa Buena Nueva de Dios, esa experiencia del amor de Dios en nuestras vidas.
Con esa experiencia tenemos que ir a los demás, aunque ha de continuamente una experiencia que vayamos renovando en nuestras vidas. Por eso será tan importante que continuamente estemos abiertos a Dios, en sintonía con Dios en nuestra oración, en nuestra escucha interior para sentir la voz de Dios en nuestro corazón, en ese apertura de nuestros ojos para saber leer con fe cuanto nos sucede y aprendamos a leer lo que Dios nos dice en los acontecimientos, a ver y experimentar continuamente esa presencia de Dios que nos llega a través de lo que nos sucede, de las personas que están a nuestro lado, de esa buena palabra que escuchemos, de ese acontecimiento quizá doloroso que nos pueda suceder.
Con ojos de fe hemos de saber experimentar a Dios y con la valentía de la fe hemos de saber llevarlo a los demás, anunciarlo a cuantos nos rodean. 

martes, 13 de diciembre de 2016

Muy prontos para decir que si y prometer muchas cosas buenas e igualmente prontos para olvidarlo y no cumplir con lo prometido o lo que se nos ha encomendado

Muy prontos para decir que si y prometer muchas cosas buenas e igualmente prontos para olvidarlo y no cumplir con lo prometido o lo que se nos ha encomendado

Sofonías 3,1-2.9-13; Sal 33; Mateo 21,28-32
Qué va a saber ese pobre desgraciado, si no tiene ni donde caerse muerto, es un ignorante, qué es lo que nos puede decir… expresiones así las hemos escuchado o acaso quizá también se nos hayan podido escapar en alguna ocasión, o al menos pensarlo en nuestro interior. Desde nuestro orgullo, nuestra autosuficiencia, nuestra soberbia nos creemos más sabios, nos creemos más perfectos, los demás son unos desgraciados o unos ignorantes, ¿qué nos pueden enseñar? ¿Qué nos pueden decir? Vamos fácilmente en la vida de sobrados, nos creemos los cumplidores, pero quizá todo se nos queda en palabras; miramos por encima del hombro a los demás y quizá nos quedamos en apariencias, o seguimos recordando errores pasados, como si nosotros siempre hubiéramos sido perfectos.
Tendríamos que aprender a mirar de otra manera a los demás, porque quizá esos que nosotros despreciamos, como nos dice Jesús hoy en el evangelio, nos tomen la delantera en el Reino de los cielos. No tenemos derecho a juzgar ni a condenar a nadie. Bien sabemos que grandes pecadores cuando se convirtieron al Señor dejaron su mala vida y luego su vida resplandeció de frutos de santidad.
Tendría que haber más humildad en nuestro corazón, más respeto hacia los otros, y aprender a mirar con nuevos y distintos ojos a los demás valorando los pasos que puedan estar dando en su vida, también con sus dificultades, para ser mejores. ¿O es que acaso nosotros no tenemos que esforzarnos también cuando queremos ser mejores, cuando queremos superar nuestros defectos y debilidades, o los errores que hemos cometido? ¿Acaso podemos tirar la primera piedra?
Hoy Jesús con toda su intencionalidad para que sepamos hacer una lectura correcta primero que nada de nuestra propia vida, nos propone una pequeña parábola. Un padre que envía a sus hijos a trabajar en sus campos, uno que parece muy obediente le dirá que sí al padre pero pronto se olvidará de lo encomendado y de su promesa, mientras el que primero había dicho que no, pronto se arrepentirá y hará lo que su padre le ha encomendado. Son las fluctuaciones de nuestra propia vida; muy prontos para decir que si y prometer muchas cosas buenas e igualmente prontos para olvidarlo y no cumplir con lo prometido o lo que se nos ha encomendado.
Por eso dirá Jesús que los publicanos y las prostitutas se nos adelantarán en el Reino de Dios. Algo que le dolería mucho a los que le escuchaban sobre todo escribas y fariseos tan cumplidores en la apariencia, pero tan olvidadizos de las cosas verdaderamente importantes. Bien vemos en el evangelio que los que primero están para escuchar y para seguir a Jesús serán precisamente los pecadores, porque en la palabra de Jesús encontrarán toda la palabra de esperanza que les anuncia la salvación, mientras que aquellos que se creían los custodios de la ley del Señor no querrán acercarse a Jesús para escucharle con toda sinceridad y deseo de verdadera conversión de sus vidas.
Podríamos encontrar muchas resonancias de este texto en otros momentos del evangelio, ya fuera los publicanos que se acercan a Jesús y le siguen como Zaqueo, como Leví, los pecadores como aquellas diversas mujeres que desde su pecado se acercaron a Jesús con todo su amor porque en El encontrarían la paz y el perdón. Pero nos resuenan como un eco también otras parábolas, como la llamada comúnmente del hijo pródigo, donde el hijo mayor, aparentemente tan cumplidor porque se había quedado en la finca con su padre, sin embargo su corazón estaba bien lejos en sus resentimientos no solo hacia el hermano que no aceptaba a su vuelta, sino también con el padre al que le quería echar en cara muchas cosas.
Y nosotros, ¿Qué? ¿Cuáles son nuestras actitudes? ¿Cómo es la mirada que tenemos hacia los demás? ¿Cuál es la verdadera respuesta que damos a las llamadas del Señor?

lunes, 12 de diciembre de 2016

Preparémonos para celebrar una Navidad donde en verdad hagamos más presente a Dios en nuestra vida y en nuestro mundo frente a los que celebran una Navidad sin Dios

Preparémonos para celebrar una Navidad donde en verdad hagamos más presente a Dios en nuestra vida y en nuestro mundo frente a los que celebran una Navidad sin Dios

Números 24,2-7.15-17ª; Sal 24; Mateo 21,23-27

‘¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?’ Allí se acercaron las autoridades del pueblo de Israel y las autoridades del templo a preguntarle a Jesús por qué enseñaba en público. No era Jesús del grupo de los letrados de Israel, no había pasado por sus escuelas rabínicas para aprender la ley y poder luego enseñarla. Sin embargo Jesús lo hacia con autoridad como el propio pueblo reconocía porque no hablaba como los letrados o escribas que parecía que hablasen con cosas aprendidas de memoria; Jesús lo hacía con autoridad.
Nosotros lo entendemos, pero quizá a ellos les costara más entender, porque tenían sus leyes y sus normas, y Jesús les resultaba incomodo por la libertad con que hablaba, la renovación que quería que se produjera en sus corazones y no se quedara todo en meros cumplimientos. ¿Nos puede pasar a nosotros también? Algunas veces nos incomoda la Palabra del Señor y también de alguna manera queremos eludirla, no darla por escuchada.
Jesús ahora no les responde a lo que plantean, no quiere entrar en esas disquisiciones innecesarias, pero sí les plantea una cuestión que puede llegar a mayor profundidad. ‘El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?’ Se debaten ellos en qué respuesta pueden darle, porque realmente Jesús quiere que reconozcan la misión que había tenido Juan Bautista, y como Precursor cómo había señalado a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Eso seria también entonces reconocer la autoridad de Jesús que ellos no querían reconocer.
Debates innecesarios en las cuestiones de fe y de religión en las que muchas veces quizá nos entretenemos, pero no queremos quizá ir al fondo. Tenemos que en verdad abrirnos al misterio de Dios abrir nuestro corazón para sentir a Dios en nosotros. Tenemos que abrir los oídos del alma para escuchar su Palabra, una Palabra que hemos de plantar en nuestro corazón y en nuestra vida. Recordemos lo que Jesús nos dirá en otras ocasiones, que no importa que digamos muchas veces ‘¡Señor, Señor!’ sino que escuchemos la Palabra de Dios, la plantemos en nuestro corazón, la pongamos en práctica.
Este camino de Adviento que vamos haciendo a eso tendría que ayudarnos para no quedarnos en una navidad hecha solamente de cosas externas, de adornos bonitos y de jubilosas canciones. Pensemos de verdad qué es lo que vamos a celebrar en la navidad: es el misterio de Dios que se hace hombre, que es Emmanuel, que es Dios con nosotros, que así se hace presente en nuestra vida y así hemos de hacerlo presente en nuestro mundo.
Tenemos el peligro de hablar mucho de Navidad, celebrar grandes fiestas porque es Navidad y nos olvidemos de Dios. Muchos celebran una navidad sin Dios y eso no es Navidad. Celebremos, porque lo ponemos de verdad en el centro de nuestra vida, ese Misterio de Dios que se hace carne, que se hace hombre.


domingo, 11 de diciembre de 2016

Hemos de preguntarnos cuáles son los signos que estamos dando de que queremos celebrar una navidad autentica que sea anuncio de esperanza para nuestro mundo

Hemos de preguntarnos cuáles son los signos que estamos dando de que queremos celebrar una navidad autentica que sea anuncio de esperanza para nuestro mundo

 Isaías 35,1-6a.10; Sal 145; Santiago 5,7-10; Mateo 11,2-11
‘¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’, le manda a preguntar Juan desde la cárcel a Jesús. ¿Eres en verdad el Mesías? Yo había invitado a la gente a prepararse a tu venida, pero ahora ¿qué signos, qué señales das de que eres en verdad el Mesías?
Una interesante pregunta que le hace Juan a través de sus discípulos, pero que podría ser también muy significativa que nos la hagamos a nosotros mismos. Juan allá en la orilla del Jordán en el desierto con la austeridad de su vida y con la firmeza y rotundidad de sus palabras había querido preparar los caminos del Señor, cumpliéndose en él lo anunciado por los profetas. ¿Le entrarían dudas a Juan si en verdad aquel profeta de Nazaret era el Mesías? ¿O quizá eran las dudas de los discípulos de Juan que aun le quedaban cercano a pesar de estar en la cárcel porque podría parecerles que no respondía exactamente a lo que Juan les había anunciado?
Conocemos la respuesta de Jesús, aquellos signos que realizaba. ‘Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio’. Allí se estaban cumpliendo los anuncios de los profetas. Aquellas imágenes que describía Isaías, aquello mismo que Jesús había proclamado en la Sinagoga de Nazaret, allí se estaba cumpliendo en los signos que realizaba. .
Este evangelio que ahora en el marco del Adviento estamos escuchando no es solo una proclamación de que en verdad Jesús es el Mesías y en consecuencia de alguna manera nos ayuda a nosotros a proclamar nuestra fe, sino que nos sirve para algo más. Y es que esa Buena Nueva también nosotros tenemos que seguirla escuchando y seguirla proclamando. Porque a nosotros no solo nos ayuda a clarificar nuestra fe, a descubrir los signos de Jesús, a reconocer que en verdad es el Señor y el Mesías, a quien reconocemos por los signos que realizaba pero a quien bien sabemos que Dios así lo había constituido por su resurrección de entre los muertos, sino que además nos viene a recordar cómo esa Buena Nueva también tenemos que seguirla anunciando a los pobres, tenemos que seguirla anunciando al mundo que nos rodea.
Queremos vivir y proclamar nuestra fe en el hoy de nuestra vida y en la realidad concreta del mundo en el que vivimos. Un mundo también lleno de muchos sufrimientos y de muchas angustias, en los pobres, en los enfermos, en los que nada tienen, en los que ven amenazadas sus vidas desde el hambre, la miseria o las guerras, en tantos que viven sin esperanza y desorientados sin tener un rumbo en la vida, en los que tienen sus vidas llenas de negruras, de tinieblas, de dudas, de incertidumbre ante el futuro, en los que viven en un materialismo atroz sin saber darle una trascendencia a su vida.
Ese mundo que quizá camina a tientas por tantas oscuridad, que no sabe a quien creer porque se presentan tantos queriendo darles esperanzas desde los programas de todo tipo que les presentan; ese mundo que quizá por la dureza en la que vive hace que se vuelva indiferente sin querer creer en nada; ese mundo que quizá busca unos signos y tenemos que saber si somos capaces de mostrárselos.
Por dura que sea la tarea no nos podemos desentender. Por difícil que nos parezca el anuncio del Evangelio no nos podemos callar. No podemos dejar que esas sombras entenebrezcan nuestra vida y también nosotros comencemos a dudar. Hemos de presentar con claridad ese anuncio del evangelio, de esa esperanza nueva y verdadera para nuestro mundo. Tenemos que darles señales.
Es nuestra tarea. Es la tarea de la Iglesia. La pregunta que le hacían los discípulos de Juan a Jesús también el mundo nos la haced. Y la respuesta tenemos que dársela a la manera que lo hizo Jesús, mostrándoles los signos de la verdad de nuestro evangelio. ‘Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio’. Tenemos que mostrarles las obras de nuestro amor. Es lo que hará creíble nuestro anuncio.
Miremos entonces cuales son las obras del amor, las obras de misericordia que nosotros practicamos. Ya sabemos que lo que hace la mano derecha no lo debe saber la izquierda, pero eso no quita que demos gloria al Señor mostrando también como vamos en la vida empapados de ese amor.
Ahí están las obras de nuestra Iglesia, madre compasiva y misericordiosa; podemos recordar en nuestra cercanía la labor que realiza Cáritas en nuestras parroquias en la atención de tantas necesidades de tantas personas que nos tienden su mano pidiéndonos ayuda; y no es solo una labor asistencial la que se realiza sino es todo el entramado de proyectos y de obras en búsqueda de una mayor justicia para todos, en tantos programas de desarrollo personal y comunitario que se realizan, en el deseo y la lucha para que todas las personas vivan con una mayor dignidad. Y Cáritas puede realizar esa labor porque detrás están tantos voluntarios que dedican su tiempo, su saber, y hasta sus bienes. Caritas es la comunicación cristiana de bienes de la propia comunidad cristiana que comparte, que se solidariza, que se da por los demás.
Claro que por otra parte podríamos hacer una lista interminable de obras de la Iglesia en tantas y tantas comunidades religiosas que atienden a los ancianos, a los enfermos que nadie quiere y que cuida de día y de noche en sus propias instituciones o personalmente incluso en los domicilios, y en tantas y tantas obras más.
La Iglesia ante la pregunta, semejante a la de aquellos discípulos de Juan, que nos puede hacer el mundo que nos rodea, tenemos que señalarles esos signos de nuestro amor que darán autenticidad al evangelio que anunciamos, que ya no solo lo hacemos con nuestras palabras sino con nuestras obras y con el testimonio de nuestra vida.
No quiero alargarme pero en el fondo detrás de todo esto está la pregunta personal que se nos hace a nosotros o que nosotros personalmente tendremos que hacernos. ¿Cuáles son en verdad los signos que damos y realizamos de nuestra fe en Jesús? Una buena reflexión que tendríamos que hacernos en esta preparación para la navidad, para que hagamos una navidad auténtica, y que sea un verdadero signo de esperanza para nuestro mundo.