sábado, 30 de abril de 2016

Sabemos de quien nos fiamos y con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor aunque el mundo no nos entienda y hasta nos persiga

Sabemos de quien nos fiamos y con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor aunque el mundo no nos entienda y hasta nos persiga

Hechos 16, 1-10; Sal 99; Juan 15, 18-21

A quien quiere ser fiel, leal, honrado en la vida no le va a faltar nunca quien le lleve la contraria o quien de alguna manera trate de desacreditarlo buscando oscuridades donde no las va a encontrar. No tendría que ser así, y seguro que pensamos que si nos encontramos una persona así leal, honrada, fiel a sus principios nosotros le damos nuestra admiración y respeto. Es cierto que quizás por nuestra parte queramos actuar así, pero bien sabemos cuanta maldad y cuantas envidias nos encontramos en la vida y los que tienen así ennegrecido el corazón no soportan que brille la luz.
Por eso no nos extrañe que la Iglesia y los cristianos siempre estén en el punto de mira del mundo que nos rodea buscando donde encontrar un fallo, donde poder desprestigiar, y no siendo capaces de reconocer cuanto de bueno se realiza. Pero diríamos que eso es casi lo menor que nos pueda suceder, porque sabemos muy cuanta oposición tiene la Iglesia en medio del mundo que le rodea y a cuantas persecuciones de todo tipo están sometidos los cristianos en todas partes.
No es necesario ir muy lejos para ver todo esto, aunque bien sabemos que en muchas partes del mundo siguen muriendo cristianos a causa de su fe en este mismo siglo en el que vivimos, pero también en nuestro entorno hay muchas maneras de querer hacer desaparecer de la vida pública la acción de la Iglesia y la vida y el testimonio de los cristianos.
Es lo que nos anuncia Jesús hoy. Seguirle a El compromete nuestra vida. ‘Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo…’ Nuestro estilo de vida es distinto y no nos dejamos embaucar por lo que nos ofrezca el mundo. Muchas veces en la vida tenemos que nadar como a contracorriente porque nuestra manera de actuar es desde otros principios, desde otro sentido de la vida. Eso no lo van a querer entender pero es ahí donde hemos de mostrar de verdad que somos fieles a Jesús y a su evangelio, aunque nos cueste.
Pero no hemos de temer porque sabemos bien de quien nos fiamos y con nosotros estará siempre la fuerza y la gracia del Señor. Nos cuesta ser fieles porque nos sentimos tentados; somos pecadores que muchas veces mostramos lo que es nuestra debilidad con nuestros tropiezos en la vida, pero sabemos y queremos levantarnos porque nos fiamos de la gracia del Señor. Tendríamos que ser santos, es cierto, pero somos pecadores, pero aun así nos sentimos amados del Señor y fortalecidos en todo momento por su gracia.
No olvidemos lo que nos dice Jesús: ‘No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán… todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió’. Que por la rectitud de nuestra vida, aún reconociendo que somos pecadores y débiles, lleguemos a mostrarle al mundo el verdadero rostro de Dios. Sabemos que  con nosotros está la fuerza de su Espíritu.

viernes, 29 de abril de 2016

Nos sentimos inundados por el amor generoso de Dios y aprendemos a amar con su mismo amor como nos señala en su mandamiento

Nos sentimos inundados por el amor generoso de Dios y aprendemos a amar con su mismo amor como nos señala en su mandamiento

Hechos, 15, 22-31; Sal. 56; Jn. 15, 12-17
Cuando en verdad nos sentimos gratuitamente amados aprendemos a amar también nosotros con una generosidad nueva y con un amor gratuito. Es maravilloso lo que el amor puede hacer en nosotros; cuando lo sentimos de verdad en nuestra vida nos sentimos transformados y necesariamente tenemos que comenzar a amar también con un amor generoso y gratuito.
El amor experimentado en nosotros, cuando nos damos cuenta incluso que no lo merecemos nos echa debajo de nuestras torres y destruye esas murallas que tantas veces nos encierran en nosotros mismos. El amor generoso nos abre las puertas del corazón y nos pone en camino. Muy mezquinos tendríamos que ser si no actuáramos así cuando nos sentimos amados a pesar de no merecerlo. Por eso el amor en verdad nos engrandece. Y será un amor así el que transforme el mundo. Fue un amor así el que nos salvó.
Es lo que experimentamos en el amor de Dios. ¿Merecíamos que Dios nos amara como nos ha amado desde toda la eternidad? ¿Merecíamos, acaso, que tanto fuera su amor que nos entregara a su propio Hijo para regalarnos así en su amor la salvación que no merecíamos a causa de nuestro pecado? No terminamos de dar gracias a Dios y corresponder con nuestro amor.
No hay amor más grande que el de Dios que se nos manifiesta en Jesús que ha entregado su vida por nosotros. Y así nos ama el Señor. Pero así nos pide que correspondamos a ese amor. Por eso nos dirá que esa será nuestra señal, nuestro distintivo. Con el signo de la cruz, fuimos marcados en nuestro bautismo para que así siempre fuéramos mostrando ese amor de Dios en nuestra vida. Y ¿cómo hemos de hacerlo? Amando con un amor igual.
Nos lo deja como su mandamiento, nos dice hoy en el evangelio. ‘Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado’. No es un amor cualquiera; ya no es amar como nos amamos a nosotros mismos; ahora es amar como El nos ha amado; se convierte en un amor sublime, divino, a la manera de cómo es generoso el amor de Dios.
Es la manera como tenemos que expresar en nuestra vida que el Señor nos ha elegido y nos ha amado. Hoy nos dirá que no somos siervos, nos llama amigos. Amigo es el elegido para ser amado. Así nos eligió el Señor, así nos amó el Señor. ‘No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido… a vosotros os llamo amigos…’ Y nos dice que porque somos sus amados, sus elegidos, sus amigos, nos revela todo el misterio de Dios.
Y nos pide que demos frutos; son los frutos del amor que se van a expresar en mil detalles, en mil gestos, en mil actitudes, en mil momentos generosos de amor para con los demás. Cuantas ocasiones tenemos cada día de vivir un amor así. De cuántas maneras lo podemos manifestar allí donde estemos, allá por donde vayamos, con aquellos con los que convivimos cada día, con todos los que nos vamos encontrando. Y de la manera que es el amor de Dios no será nunca un amor discriminatorio, sino será siempre un amor universal pero hecho de cosas concretas. A nadie podemos excluir; todos tienen que caber ya para siempre en nuestro corazón.
Y ¿todo eso por qué? Porque nos sentimos amados por el Señor, envueltos en su amor y con ese mismo amor aprendemos a amar a los demás.

jueves, 28 de abril de 2016

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

No perdamos la alegría del corazón porque seamos capaces de vivir siempre en el amor sintiéndonos amados de Dios

Hechos 15, 7-21; Sal 95; Juan 15, 9-11

Qué gozo más grande el sentirnos amados. Creo que todos estamos de acuerdo la persona que no se siente amada es la persona más infeliz del mundo; cuánta soledad se siente en el corazón si no palpamos y sentimos que alguien nos ama. Buscamos el amor, y no como un gozo placentero físico, sino como algo que se siente en el alma. Nos sentimos amados y al mismo tiempo nos sentimos impulsados al amor. Dura el es el alma de quien no sabe amar, porque quizá no ha sabido apreciar lo que es sentirse amado por alguien. Se endurece el corazón y se amarga la vida.
Tenemos que aprender a descubrir esas señales del amor que se nos ofrece cada día en tantos que nos aprecian de verdad, pero que algunas veces vamos tan encerrados en nosotros mismos por la vida que no somos capaces de sintonizar. Esa sintonía del amor mutuo haría en verdad un mundo más feliz y dichoso; un mundo mejor, porque quien entra en esa sintonía sólo sabrá ya hacer cosas buenas, siendo hasta capaz de olvidarse de si mismo por hacer el bien a los demás.
Hay tantos detalles y gestos que se nos ofrecen pero que distraídos no sabemos apreciar; pongamos luz en nuestros ojos, limpiemos esas lentes con que miramos la vida y miramos a los que caminan a nuestro lado, para que dejen pasar esos rayos luminosos del amor y nos gocemos en esa luminosidad que así le damos a la vida.
De esto no habla hoy Jesús. Cómo tenemos que sentirnos amados de Dios. Son tantas las señales que va dejando de su amor en el paso del día a día de la vida. Tenemos que abrir los ojos y el corazón. Nos sucede con Dios, como nos sucede tantas veces en la vida con las personas que tenemos cerca y en las que no sabemos  descubrir las señales de su amor. Luego decimos que nos cuesta creer, que nos cuesta mantener la fe; y es porque hemos perdido esa sintonía del amor, del amor de Dios que se nos manifiesta de tantas maneras.
La gran prueba y la gran señal la tenemos en Jesús. Como nos ha dicho en otra ocasión y lo hemos escuchado recientemente quien ve a Jesús ve al Padre, quien ve a Jesús se está encontrando con ese rostro y ese corazón de amor del Padre. ‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’. Y nos dice que nos está revelando esto para que nuestra alegría sea completa. Por eso decimos tantas veces que los cristianos tenemos que ser las personas más alegres y felices del mundo. Por muchas que sean las sombras que pretendan entenebrecer nuestra vida, siempre está brillando para nosotros la luz del amor, la luz del amor de Dios.
Y nos pide Jesús que permanezcamos en su amor y para ello no necesitamos hacer otra cosa que vivir su mismo amor o, lo que es lo mismo, buscar la manera de hacer siempre su voluntad; y la voluntad del Señor es que vivamos en el amor. Como nos diría san Pablo ‘quien ama tiene cumplido el resto de la ley’.
No perdamos la alegría del corazón porque seamos capaces de vivir siempre en el amor porque nos sentimos amados de Dios.

miércoles, 27 de abril de 2016

Un crecimiento interior, un camino de purificación, una riqueza manifestada en santidad, una construcción de un mundo mejor

Un crecimiento interior, un camino de purificación, una riqueza manifestada en santidad, una construcción de un mundo mejor

Hechos 15, 1-6; Sal 121; Juan 15, 1-8

Hoy las imágenes con las que nos habla Jesús son eminentemente agrícolas. Nos habla de vid y de sarmientos, nos habla de poda y de los abonos necesarios para obtener unos buenos frutos. Imágenes todas ellas muy expresivas y tienen perfecta aplicación en todo lo que es nuestra vida.
Queremos que nuestra vida fructifique; nada hay peor que una vida insulsa y sin sentido, una vida sin metas ni objetivos, que no manifieste en aquello que hacemos y vivimos lo más hondo que llevamos dentro. Cada uno se prolonga, podemos decir, en aquellas obras que realiza y así manifiesta la riqueza interior que lleva dentro y que de alguna manera enriquece también a los que nos rodean y enriquecen a la sociedad en la que estamos. Vamos dejando nuestra impronta, nuestra huella, nuestros frutos en lo que hacemos no solo de forma personal para nuestro enriquecimiento personal sino también en bien de la sociedad en la que vivimos.
Eso significará un esfuerzo personal por ese crecimiento interior y por ese crecer y madurar como personas. Una persona sensata y sabia sabe analizar su vida para corregir errores, para mejorar su forma de actuar, para tratar de fijarse metas, para encontrar motivaciones para esa lucha de cada día que le haga mejorar como persona. Y esto en todas las facetas de su vida humana. Así manifestamos la madurez de nuestra vida.
Lo mismo y con mayor motivación, si queremos, en todo lo que atañe a nuestra vida cristiana, de seguimiento de Jesús. Es de lo que en concreto nos habla hoy el evangelio. Y además de esa poda necesaria para corregir errores, para purificar lo malo que pudiera ir apareciendo en nuestra vida, nos habla de algo muy importante que es la necesaria unión del sarmiento con la cepa, con la vid.
El Señor a través de su Palabra, allá en lo más secreto de nuestro corazón, en la intimidad de la oración o en aquellos que como instrumentos de Dios están a nuestro lado para ayudarnos, nos va señalando todo eso que tendríamos que podar en nuestra vida para que nuestros frutos tengan el verdadero sabor. Ya sabemos muy bien que un frutal que no se poda debidamente no nos dará unos buenos y sabrosos frutos de calidad. Es lo que necesitamos ir haciendo en nuestra vida cristiana, porque nuestra vida se puede ir maleando con la influencia negativa de tantas cosas con que nos vamos encontrando y nos pueden ir dañando.
Y todo eso lo podremos ir logrando en verdad con la fuerza del Espíritu divino. Es la necesaria unión con Dios que todo cristiano ha de vivir desde la oración y desde la vivencia de los sacramentos. Bien tenemos la experiencia – o mala experiencia, podríamos más bien decir – de que cuando aflojamos nuestra vida espiritual nos debilitamos, nos enfriamos, entramos en esa etapa de la vida espiritual que no somos ni fríos ni calientes, y la tibieza espiritual es el camino más terrible que nos hará resbalar por la pendiente de la tentación y del pecado.
Leamos y escuchemos allá en lo más hondo de nosotros mismos este hermoso texto del  evangelio de hoy. ‘Permaneced en mí, y yo en vosotros… el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada… Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos…’ Será un fruto que va a revertir en bien de nuestra sociedad y en bien de la Iglesia. Estaremos así construyendo un mundo mejor y realizando el Reino de Dios

martes, 26 de abril de 2016

Es necesario no perder nunca nuestro equilibrio interior llenándonos de la paz que Jesús nos da con la fuerza de su Espíritu

Es necesario no perder nunca nuestro equilibrio interior llenándonos de la paz que Jesús nos da con la fuerza de su Espíritu

Hechos, 14, 18-27; Sal. 144; Juan, 14, 27-31
‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde’, nos dice Jesús. Hay momentos en que perdemos la paz; los problemas, los contratiempos que nos van apareciendo, algo que no nos gusta, un daño que hayamos recibido de alguien en un desaire cualquiera que hayamos soportado, las enfermedades y sufrimientos nos llenan de dolor y limitan nuestras posibilidades… muchas cosas que nos afectan interiormente y con las que podemos perder la paz.
Es necesario que aprendamos a no perder nuestro equilibrio interior, nuestra paz interior a pesar de las dificultades que nos pueda ofrecer la vida, no perder nunca la paz. Es difícil en muchas ocasiones porque esos contratiempos nos oscurecen la vida y nos parece que no tenemos salidas y nos angustiamos y podemos perder la esperanza. De ahí ese necesario crecimiento interior, ese madurar nuestra personalidad, esa necesidad de tener un espíritu fuerte para enfrentarnos a todo eso. Es así como manifestaremos nuestra madurez como personas y nuestra madurez cristiana.
Hemos de buscar la paz, pero la paz verdadera. Hoy nos dice Jesús que nos regala su paz, pero que su paz no es como la que da el mundo. ‘La paz os dejo, mi paz os doy: no la doy como la da el mundo’. Y es que tenemos el peligro de buscar la paz en sucedáneos, en cosas que realmente no son importantes, quedarnos en la superficialidad. El ambiente que nos rodea nos empuja muchas veces a esa manera de actuar.
Una fe madura nos va a ayudar mucho en este sentido. No una fe como refugio para una huida; no nos vamos a esconder de los problemas o de las dificultades. Vamos a enfrentarnos sintiendo esa fortaleza interior; hay una luz que de verdad ilumina nuestra vida y esa luz es Jesús. En el encontramos esa verdadera paz; su Palabra nos ilumina y nos señala caminos.
En el texto que hubiéramos escuchado ayer Jesús nos anunciaba que nos dejaría la fuerza de su espíritu. Nos decía: ‘Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os irá recordando todo lo que os he dicho’. Acercándonos al final de la Pascua y a Pentecostés vamos a escuchar repetidamente ese anuncio de Jesús.
Hoy nos anuncia que llega la hora del príncipe de este mundo; se acerca la hora de su pasión; pero quiere indicarnos también cómo vivimos en un mundo rodeado de dificultades, un mundo donde impera demasiado el mal, el odio, el egoísmo, la ambición, la mentira y la falsedad. Es la realidad que vivimos a nuestro alrededor que muchas veces nos hace mucho daño; pero  no hemos de temer, porque no nos faltará la fuerza del Espíritu del Señor que nos ilumina para lo que tenemos que hacer y nos da su fuerza. Por eso, como reflexionábamos, no hemos de perder la paz, esa paz que el Señor nos regala y que llena nuestro corazón cuando en verdad sabemos llenarnos de Dios.

lunes, 25 de abril de 2016

Nuestra vida, si en verdad nos decimos seguidores de Jesús, tiene que ser evangelio de esperanza para los que nos rodean

Nuestra vida, si en verdad nos decimos seguidores de Jesús, tiene que ser evangelio de esperanza para los que nos rodean

1Pedro 5,5b-14; Sal 88; Marcos 16,15-20

En este día 25 de abril celebramos la fiesta del evangelista san Marcos dentro de este camino pascual que venimos recorriendo desde que celebramos la Resurrección del Señor. La liturgia nos ofrece los párrafos finales de su evangelio con el envío por parte de Jesús de sus discípulos al mundo entero a proclamar la buena nueva del Evangelio.
Evangelio, buena nueva, buena noticia, buena noticia de salvación que hemos de anunciar. Es para detenerse a considerar eso mismo que estamos diciendo. Las buenas noticias nos llenan de alegría; las buenas noticias nos anuncian esperanza, y en este caso, esperanza de vida y salvación. Y Jesús quiere que esa buena noticia llegue a todos. Tenemos que trasmitirla, tenemos que testimoniarla. ¿Será eso en verdad lo que hacemos los cristianos? ¿No nos habremos acostumbrado a eso de ser cristianos, de que en nuestro ambiente, todos se dicen cristianos, y habremos perdido esa alegría de nuestra fe?
Si en verdad sintiéramos en nuestro corazón ese ardor de esa buena noticia que al llega a nuestra vida nos ha transformado porque ha puesto una nueva esperanza en nuestra vida, tendríamos que estar gritando por todas partes que el Señor nos ama y nos regala su salvación para que todos acudamos a ella. Pero mira como somos los cristianos, tan fríos, tan insulsos, tan desganados, con tan poco entusiasmo. Creo que tendría que hacernos pensar.
Pero además hoy se nos dice que a aquellos que creen, aquellos que anuncian y repiten una y otra vez esa buena noticia a todos, les acompañarán unas señales. Y habla de curar enfermos, de echar demonios, de no permitir que pase nada malo que pueda dañar a los demás, de un hablar un lenguaje nuevo que todos puedan entender. Y es que esas señales vienen a confirmar esa buena noticia que anunciamos; con esas señales daremos motivo a quienes nos escuchen a creer en esa palabra que anunciamos y que sí es posible ese mundo nuevo de salvación.
¿Cuáles serían esas señales que hoy tendrían que acompañar nuestra palabra, nuestro anuncio de salvación?  San Pedro en la primera lectura que hoy hemos escuchado nos hacía mirar a nuestro alrededor para ver cuantos son los sufrimientos de los hombres que nos rodean. ‘Resistidle firmes en la fe, nos decía, sabiendo que vuestros hermanos en el mundo entero pasan por los mismos sufrimientos’.
¿Cuáles son los sufrimientos de nuestros hermanos, los hombres de nuestro tiempo hoy? Podemos pensar en esas catástrofes naturales que ahí cercanas tenemos en el tiempo o podemos pensar en cuantos están sufriendo hoy las consecuencias del odio y de las guerras; podemos pensar en esos refugiados que huyen de esos horrores de la guerra y del hambre en tantos lugares del mundo, que se desplazan de un lado a otro de nuestro planeta y van encontrando tanto rechazo y tanta discriminación, o podemos pensar en personas quizá más cercanas a nosotros que sufren las consecuencias de las crisis que vive nuestro mundo; podemos pensar en ese mundo de sufrimiento de los enfermos, de los ancianos solos, o de tantas personas discriminadas por mil cosas y que viven su dolor en la soledad; podemos pensar en tantos atormentados en su espíritu por crisis interiores, por problemas familiares, por desencuentros con aquellos que están a su lado y así podríamos seguir haciendo una lista muy grande de sufrimiento y de dolor.
¿Y el evangelio que anunciamos tiene para ellos una palabra de esperanza? Nosotros, con nuestros gestos, con nuestras actitudes y comportamientos, con nuestra solidaridad y nuestra generosidad, con la apertura de nuestro corazón y con nuestra cercanía, ¿seremos en verdad una palabra de evangelio, de buena nueva de salvación para esas personas que les infunda una nueva esperanza?
No olvidemos nunca que nuestra vida, si en verdad nos decimos seguidores de Jesús, tiene que ser evangelio para los que nos rodean. Mucho tendríamos que hacer y que quizá adormilados como estamos no somos capaces de hacer.

domingo, 24 de abril de 2016

Con Jesús ha nacido un mundo nuevo donde reina, donde tiene que reinar para siempre el amor


Con Jesús ha nacido un mundo nuevo donde reina, donde tiene que reinar para siempre el amor

Hechos 14, 20b-26; Sal 144; Apocalipsis 21, 1-5ª; Juan 13, 31-33a. 34-35
‘Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros’, les dice Jesús. Suena a despedida. Son las palabras de Jesús en la cena pascual. ‘Me queda poco de estar con vosotros…’ y os voy a hacer una recomendación, quiero dejaros un mandato…
A la manera de cuando nos despedimos de un ser amado, bien porque vayamos a emprender un viaje y vamos a estar largo tiempo separados de aquellos seres a los que amamos, y comenzamos a hacerles recomendaciones, ‘tú cuídate… en sus manos dejo mis asuntos… traten de hacer las cosas bien, de llevarse bien…’; esas recomendaciones que solemos hacer, como para dejar un recuerdo, algo que permanezca en la memoria y sea como una señal de que si vamos a estar lejos queremos que las cosas marchen bien como si nosotros siguiéramos estando presentes; o serían las recomendaciones de unos padres a sus hijos porque ven que les llega su ultima hora, lo que solemos decir las ultimas voluntades, que va más allá del reparto de unas posesiones o unas riquezas, sino que lo que un padre desea es que sus hijos se sigan comportando como tales, que la familia no se descomponga, que permanezcan unidos y se sigan queriendo. 
Es lo que les está diciendo Jesús. Han convivido ya mucho tiempo y El los había ido instruyendo sobre el Reino de Dios que se constituía y que ellos ahora habían de continuar realizando; había ido creando una especial comunión entre ellos, para que nadie se sintiera con privilegios ni nadie se impusiera el uno al otro, porque habían de quererse como hermanos, habían de ser en verdad una nueva comunidad, y de ahí la comunión que entre ellos se había creado.
‘Me queda poco de estar con vosotros… y este es mi mandamiento, os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado’. La insistencia de Jesús a lo largo de todo su anuncio del Reino de Dios era constituir ese mundo nuevo del amor; de una forma y de otra había ido insistiendo como habíamos de amarnos todos, los unos a los otros, al menos como nos amamos a nosotros mismos y como en ese amor tendría que haber ninguna distinción ni nadie había de ser excluido de ese amor. Por eso hablaba del amor a los enemigos, el amor a los que nos habían hecho daño incluso rezando por ellos; hablaba de la nueva relación que nos tendría que llevar al perdón, a la comprensión, a la aceptación del otro, fuera quien fuera. Ni se podía excluir del amor al pecador, ni con nadie habríamos de hacer discriminación.
Ahora, por así decirlo, redondea ese estilo del amor. Ya nos había dicho que habíamos de ser compasivos y misericordiosos como lo era el Padre del cielo, proponiéndonos como modelo de perfección en el amor, el amor infinito de Dios que tanto nos había amado que nos había entregado a su Hijo único. Ahora nos está diciendo que nuestro amor ha de ser como su amor. ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado’, viene a decirnos.
Y es que además cuando amemos a los demás, sea quien sea, es como si le estuviéramos amando a El. Como diría en otro momento ‘todo lo que hicisteis a uno de estos humildes hermanos – y hablaba del hambriento, del que nada tenia y estaba desnudo, del enfermo o del inmigrante, del que estaba condenado en la cárcel, o de aquel que nadie quería – a mí me lo hicisteis’.
Y tal de de ser la intensidad de este amor nuevo que nos está dejando Jesús como su testamento que por eso nos van a distinguir. Ya se admirarían los paganos del amor de los discípulos de Jesús diciendo ‘mira como se aman’. Por eso ahora nos dirá: La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros’. Nuestro distintivo de seguidores de Jesús. No se nos va a distinguir porque recemos mucho o porque vayamos muchas veces a la Iglesia, porque formemos un grupo aparte y cerrado en si mismo ni por los milagros que podamos hacer; se nos va a distinguir por nuestro amor, y no un amor cualquiera, sino un amor como el que nos tiene Jesús.
Va a nacer una nueva comunidad, una nueva comunión, la de los que creemos en Jesús y nos amamos como El nos amó. ‘Ya me queda poco de estar con vosotros…’, pero esta es mi recomendación, está será la señal de que yo sigo para siempre con vosotros, en el amor que os tenéis. Por algo Juan en el Apocalipsis nos hace esa descripción de esa ciudad nueva, de esa nueva Jerusalén que parece bajada del cielo, es la comunidad en la que brilla de manera especial el amor, que resplandece - ‘como una novia que se adorna para su esposo’ – por su amor. Y ahí ya no tiene que haber llanto, dolor, luto, tristeza, ninguna pena, porque donde reina el amor todo eso se ve mitigado, todo eso se ve transformado porque viviremos para siempre en la alegría y la esperanza del amor. ‘Hago el universo nuevo’, que decía el Espíritu en el Apocalipsis, ha nacido un nuevo universo donde reina, donde tiene que reinar para siempre el amor.
Seguramente más de uno mientras nos vamos haciendo esta reflexión se va haciendo muchas preguntas – yo también me las hago – sobre si todo esto que estamos diciendo es una realidad en nosotros hoy, en los que nos llamamos cristianos. Constataremos quizá que la realidad deja mucho que desear, porque no terminamos de amar así, de crear esa comunión de amor entre nosotros. Es cierto. Somos una comunidad de pecadores, pero que queremos ser una comunidad de santos.
La realidad son nuestras debilidades pero también tendríamos que decir – ese tendría que ser al menos nuestro empeño – que reconocemos que somos pecadores, pero que queremos crecer en un amor así. Nos cuesta en nuestra debilidad, pero sabemos que el amor del Señor no nos falta y no nos falta su gracia para superarnos, para crecer cada día más, para obtener también el perdón y la misericordia del cielo ante tantas debilidades nuestras y ante la frialdad de nuestro amor.
Por eso venimos a la Eucaristía, aun sabiendo que no somos lo santos que tendríamos que ser, pero queremos alimentar nuestro amor, queremos crecer en nuestro amor, queremos amar con un amor como el que Jesús nos tiene. Esa es nuestra súplica llena de esperanza.