domingo, 24 de abril de 2016

Con Jesús ha nacido un mundo nuevo donde reina, donde tiene que reinar para siempre el amor


Con Jesús ha nacido un mundo nuevo donde reina, donde tiene que reinar para siempre el amor

Hechos 14, 20b-26; Sal 144; Apocalipsis 21, 1-5ª; Juan 13, 31-33a. 34-35
‘Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros’, les dice Jesús. Suena a despedida. Son las palabras de Jesús en la cena pascual. ‘Me queda poco de estar con vosotros…’ y os voy a hacer una recomendación, quiero dejaros un mandato…
A la manera de cuando nos despedimos de un ser amado, bien porque vayamos a emprender un viaje y vamos a estar largo tiempo separados de aquellos seres a los que amamos, y comenzamos a hacerles recomendaciones, ‘tú cuídate… en sus manos dejo mis asuntos… traten de hacer las cosas bien, de llevarse bien…’; esas recomendaciones que solemos hacer, como para dejar un recuerdo, algo que permanezca en la memoria y sea como una señal de que si vamos a estar lejos queremos que las cosas marchen bien como si nosotros siguiéramos estando presentes; o serían las recomendaciones de unos padres a sus hijos porque ven que les llega su ultima hora, lo que solemos decir las ultimas voluntades, que va más allá del reparto de unas posesiones o unas riquezas, sino que lo que un padre desea es que sus hijos se sigan comportando como tales, que la familia no se descomponga, que permanezcan unidos y se sigan queriendo. 
Es lo que les está diciendo Jesús. Han convivido ya mucho tiempo y El los había ido instruyendo sobre el Reino de Dios que se constituía y que ellos ahora habían de continuar realizando; había ido creando una especial comunión entre ellos, para que nadie se sintiera con privilegios ni nadie se impusiera el uno al otro, porque habían de quererse como hermanos, habían de ser en verdad una nueva comunidad, y de ahí la comunión que entre ellos se había creado.
‘Me queda poco de estar con vosotros… y este es mi mandamiento, os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado’. La insistencia de Jesús a lo largo de todo su anuncio del Reino de Dios era constituir ese mundo nuevo del amor; de una forma y de otra había ido insistiendo como habíamos de amarnos todos, los unos a los otros, al menos como nos amamos a nosotros mismos y como en ese amor tendría que haber ninguna distinción ni nadie había de ser excluido de ese amor. Por eso hablaba del amor a los enemigos, el amor a los que nos habían hecho daño incluso rezando por ellos; hablaba de la nueva relación que nos tendría que llevar al perdón, a la comprensión, a la aceptación del otro, fuera quien fuera. Ni se podía excluir del amor al pecador, ni con nadie habríamos de hacer discriminación.
Ahora, por así decirlo, redondea ese estilo del amor. Ya nos había dicho que habíamos de ser compasivos y misericordiosos como lo era el Padre del cielo, proponiéndonos como modelo de perfección en el amor, el amor infinito de Dios que tanto nos había amado que nos había entregado a su Hijo único. Ahora nos está diciendo que nuestro amor ha de ser como su amor. ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado’, viene a decirnos.
Y es que además cuando amemos a los demás, sea quien sea, es como si le estuviéramos amando a El. Como diría en otro momento ‘todo lo que hicisteis a uno de estos humildes hermanos – y hablaba del hambriento, del que nada tenia y estaba desnudo, del enfermo o del inmigrante, del que estaba condenado en la cárcel, o de aquel que nadie quería – a mí me lo hicisteis’.
Y tal de de ser la intensidad de este amor nuevo que nos está dejando Jesús como su testamento que por eso nos van a distinguir. Ya se admirarían los paganos del amor de los discípulos de Jesús diciendo ‘mira como se aman’. Por eso ahora nos dirá: La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros’. Nuestro distintivo de seguidores de Jesús. No se nos va a distinguir porque recemos mucho o porque vayamos muchas veces a la Iglesia, porque formemos un grupo aparte y cerrado en si mismo ni por los milagros que podamos hacer; se nos va a distinguir por nuestro amor, y no un amor cualquiera, sino un amor como el que nos tiene Jesús.
Va a nacer una nueva comunidad, una nueva comunión, la de los que creemos en Jesús y nos amamos como El nos amó. ‘Ya me queda poco de estar con vosotros…’, pero esta es mi recomendación, está será la señal de que yo sigo para siempre con vosotros, en el amor que os tenéis. Por algo Juan en el Apocalipsis nos hace esa descripción de esa ciudad nueva, de esa nueva Jerusalén que parece bajada del cielo, es la comunidad en la que brilla de manera especial el amor, que resplandece - ‘como una novia que se adorna para su esposo’ – por su amor. Y ahí ya no tiene que haber llanto, dolor, luto, tristeza, ninguna pena, porque donde reina el amor todo eso se ve mitigado, todo eso se ve transformado porque viviremos para siempre en la alegría y la esperanza del amor. ‘Hago el universo nuevo’, que decía el Espíritu en el Apocalipsis, ha nacido un nuevo universo donde reina, donde tiene que reinar para siempre el amor.
Seguramente más de uno mientras nos vamos haciendo esta reflexión se va haciendo muchas preguntas – yo también me las hago – sobre si todo esto que estamos diciendo es una realidad en nosotros hoy, en los que nos llamamos cristianos. Constataremos quizá que la realidad deja mucho que desear, porque no terminamos de amar así, de crear esa comunión de amor entre nosotros. Es cierto. Somos una comunidad de pecadores, pero que queremos ser una comunidad de santos.
La realidad son nuestras debilidades pero también tendríamos que decir – ese tendría que ser al menos nuestro empeño – que reconocemos que somos pecadores, pero que queremos crecer en un amor así. Nos cuesta en nuestra debilidad, pero sabemos que el amor del Señor no nos falta y no nos falta su gracia para superarnos, para crecer cada día más, para obtener también el perdón y la misericordia del cielo ante tantas debilidades nuestras y ante la frialdad de nuestro amor.
Por eso venimos a la Eucaristía, aun sabiendo que no somos lo santos que tendríamos que ser, pero queremos alimentar nuestro amor, queremos crecer en nuestro amor, queremos amar con un amor como el que Jesús nos tiene. Esa es nuestra súplica llena de esperanza.



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