sábado, 23 de abril de 2016

En Jesús contemplamos el rostro misericordioso de Dios que llena de paz nuestro corazón

En Jesús contemplamos el rostro misericordioso de Dios que llena de paz nuestro corazón

Hechos 13, 44-52; Sal 97; Juan 14, 7-14

‘Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y aún no me conoces…?’ Fue la queja de Jesús a Felipe y en consecuencia al resto de los apóstoles ante las preguntas que le hacían porque no terminaban de comprender lo que les estaba diciendo.
Nos cuesta conocer a las personas, aunque pensemos que ya las conocemos; nos cuesta introducirnos de verdad en el misterio de la persona y no quedarnos en detalles, en superficialidades, en cosas externas por las que fácilmente juzgamos y hasta tantas veces condenamos. Por supuesto me atrevería a decir que cada persona es un misterio, porque encierra en si misma muchas cosas que no siempre somos capaces de percibir. Conocer el pensamiento o el interior de la persona no podemos llegar a él si la persona no se nos comunica, abre su interior. Pero una mirada atenta a la persona, fijándonos bien en su trayectoria, siguiendo atentamente sus palabras y lo que va manifestando de si misma nos ayudará a comprender, a ir penetrando en ese misterio, como decíamos, de la persona, para no quedarnos en superficialidades, que nos lleven a ese juicio temerario, a la murmuración o a la critica a lo que nos sentimos tantas veces tentados.
¿Será acaso una queja que Jesús también nos haga a nosotros? ¿Le conocemos de verdad? Hemos venido reflexionando mucho sobre esto. Porque hay ocasiones en que por nuestras actitudes y comportamientos, o incluso por la manera de mantener nuestra relación con Dios, da la apariencia de que aun no terminamos de conocer plenamente a Jesús. Y es que conocer a Jesús nos llevará a conocer a Dios; en Jesús se nos revela todo el misterio de Dios. Por eso decimos en nuestro lenguaje teológico que es el Verbo, la Palabra del Padre que se nos revela.
Necesitamos de verdad escuchar a Jesús, su Palabra, su revelación de Dios. Y es algo que muchas veces nos cuesta porque nos distraen tantos ruidos de nuestro mundo. Hoy nos dice: ‘Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto’. Es de donde surge la petición de Felipe: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’. A lo que Jesús le terminará respondiendo, tras su queja, ‘quien me ha visto a mí ha visto al Padre’.
Jesús nos manifiesta con su persona, con su vida, con sus palabras y gestos el rostro misericordioso y lleno de amor de Dios. Ahí tenemos sus parábolas, como aquella parábola tan hermosa y que tantas veces hemos meditado que nos manifiesta al padre compasivo y misericordioso siempre dispuesto a acoger al hijo pródigo que se ha marchado de la casa. Es el rostro de Dios.
Ahí tenemos también sus gestos, su cercanía con los pobres, con los niños, con los que sufren, con los pecadores. El no viene a condenar porque nos está manifestando al Padre misericordioso siempre dispuesto a perdonar. Y acoge a los pecadores y come con ellos, y siempre tendrá la palabra oportuna para salvar a la persona como cuando llega ante El la mujer pecadora, y estará dispuesto incluso a disculpar para ofrecer el perdón – ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’o para abrir las puertas de la salvación eterna al pecador arrepentido que le reconoce como el Señor y el Salvador – ‘hoy estarás conmigo en el paraíso’ –.
Qué gozo y que paz podemos sentir en nuestro corazón; somos pecadores pero tenemos la certeza de los brazos amorosos del padre que nos acoge y nos perdona y nos llena de vida. Es la maravillosa revelación de amor que nos hace Jesús.

viernes, 22 de abril de 2016

El camino de la vida se nos puede llenar de dudas y de preguntas pero será siempre un camino de pascua, un camino desde la fe hecho al paso de Dios


El camino de la vida se nos puede llenar de dudas y de preguntas pero será siempre un camino de pascua, un camino desde la fe hecho al paso de Dios

Hechos 13, 26-33; Sal 2; Juan 14, 1-6

‘Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí’. Andaban inquietos los discípulos en la noche de la cena. Muchos signos extraordinarios se habían sucedido a lo largo de aquella cena que tenía que estar llena de alegría como eran siempre para los judíos la celebración de la pascua. Pero las palabras de Jesús hacían barruntar algo que ellos, a pesar de tantos anuncios que Jesús había realizado, seguían sin comprender. Las palabras de Jesús tratan de infundir calma en sus corazones invitándoles a poner toda su confianza en El, a poner toda su fe en Dios, porque era la pascua, el paso definitivo de Dios en sus vidas y en la historia.
Andamos inquietos también muchas veces ante cosas que nos desconciertan. Y cuando nos sentimos así parece que el mundo tiembla bajo nuestros pies. Contratiempos en los problemas que cada día nos van apareciendo, situaciones difíciles de las que no sabemos cómo salir, enfermedades que nos hacen sufrir ya sea porque nos afecten a nuestra propia salud o porque veamos enfermar a los que queremos y están a nuestro lado quizás con enfermedades incurables que les aboquen a la muerte, acontecimientos extraordinarios que se suceden en la sociedad que no llegamos a entender, catástrofes naturales que siegan la vida de tantos y que llenan de dolor a poblaciones enteras…
Parece que nos llenamos de dudas ante las cosas que nos suceden o lo que contemplamos en nuestro entorno y nos surgen muchas preguntas desde lo hondo del corazón. Miremos simplemente lo que cada día sucede en nuestro entorno, o las calamidades que se suceden unas tras otras en el hoy de nuestra historia. Podríamos recordar muchas cosas y hacer una lectura de nuestra historia.
 Pero escuchemos la palabra de Jesús: ‘Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí’. Jesús nos invita a hacer otra mirada distinta sobre la vida y sobre todo eso que nos sucede. Jesús nos invita a levantar la mirada hacia lo alto con otras metas distintas y más sublimes. Jesús nos invita a una trascendencia de nuestra vida que no se termina en el hoy que ahora vivimos y que puede concluir en la muerte.
Nos habla Jesús de su vuelta al Padre pero de que quiere que estemos con El para siempre. Jesús nos habla de otras estancias en las que podremos encontrar una vida superior y donde ya no habrá muerte ni luto ni dolor.
Los discípulos no entienden, quieren buscar caminos y no saben por donde encontrarlos. Pero Jesús les dice que El es el Camino, que El es la Verdad plena y absoluta, que El es la Vida que dura para siempre. Jesús les está enseñando que no han de hacer otra cosa que seguirle a El, poner toda su fe en El y hacer su mismo camino.
Será un camino de pascua, pero que es un camino que conduce a la vida. Es un camino que haremos al paso de Dios. Y el paso de Dios está también ahí en nuestros sufrimientos, en nuestras dudas e incertidumbres, en nuestros miedos y desánimos,  en esos problemas que nos aparecen cada día o en esos sufrimientos, los propios o los de los que están en nuestro entorno. Y si lo hacemos al paso de Dios todo eso nos llevará a la vida. Se nos puede hacer duro y nos costará muchas veces entender haciendo que surjan preguntas dolorosas en nuestro interior. Pero pongamos nuestra fe en el Señor y todo se llenará de luz y de vida. 

jueves, 21 de abril de 2016

En cuántas cosas concretas de la vida hemos de traducir ese amor que arde nuestro corazón, encendido en el fuego del amor divino

En cuántas cosas concretas de la vida hemos de traducir ese amor que arde nuestro corazón, encendido en el fuego del amor divino

Hechos 13,13-25; Sal 88;  Juan 13,16-20

Con toda seguridad todos tenemos la experiencia de aquellos tiempos de nuestros estudios, ya fuera en la escuela elemental, en los estudios secundarios o acaso en los superiores si llegamos a ellos, de un maestro – y empleo esta palabra ‘maestro’, no profesor con toda razón – que dejó huella en nosotros; no solo se preocupaba profesionalmente de enseñarnos cosas, de enseñarnos la materia correspondiente, sino que realmente nos enseñaba para la vida; de ahí sus sabios consejos, sus reflexiones que nos hacían pensar, aquellos pensamientos que dejaban huellas en nosotros y sentaban principios en nuestra vida.
Ya no era solamente lo que nos hacia reflexionar, sino que por la rectitud de su vida actuando según sus principios se convertía para nosotros en ejemplo que de alguna manera deseábamos imitar; por eso decía, no solo profesor, sino maestro del que queríamos ser sus discípulos, porque realmente nos sentíamos impulsados a seguir sus pasos, a imitarle. Dichosos si tuvimos un maestro así al que estaremos eternamente agradecidos y de alguna manera vaya como homenaje.
A Jesús en el evangelio lo llamaban el Maestro; así lo escuchamos en labios de los discípulos más cercanos, como veremos también que es la sensación que tienen aquellas multitudes que acudían de todas partes para escucharle. Es el Maestro que nos enseña, a quien tenemos que escuchar y a quien tenemos que seguir. Por eso a aquellos que acudían a él para escucharle y que estaban con El los llamamos discípulos. El discípulo es el que sigue los pasos de su maestro, no solo lo escucha, sino que lo imita. Somos discípulos de Jesús porque escuchamos a Jesús pero porque seguimos a Jesús.
En la cena, cuando Jesús se despojó de su manto y se puso a lavarles los pies los discípulos escandalizados pensaban que eso no era la tarea de su maestro; por eso cuando Jesús termina les dice ‘me llamáis el Maestro y el Señor, y en verdad lo soy; pero esto que he hecho con vosotros tenéis que hacerlo los unos a los otros…’ Es el Maestro que enseña con sus gestos, con su vida, con su acción. Muchas veces había día que había que hacerse el ultimo y el servidor de todos, ahí, en la cena lo contemplamos haciéndose el último, haciendo el servidor de todos.  ‘Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’. Es lo que nos está pidiendo Jesús. 
Es en lo que hoy Jesús quiere insistir. No nos podemos creer mayores ni mejores que nuestro Maestro y Señor, sino que como El hemos de sabernos hacer los últimos, los servidores de todos. No nos tiene que dar vergüenza el servir; es nuestro orgullo el ser servidor de todos, el prestar siempre con total disponibilidad servicio a los demás. Así haremos creíble el mensaje cristiano porque no enseñamos doctrinas, sino que trasmitimos vida a través de nuestros gestos, de nuestras actitudes, de nuestras acciones, de nuestro espíritu de servicio.
Seremos en verdad discípulos, seguidores de Jesús porque haremos lo mismo que hizo Jesús. En cuantas cosas concretas de la vida hemos de traducir ese amor que arde nuestro corazón, encendido en el fuego del amor divino.

miércoles, 20 de abril de 2016

No rechacemos la luz, no nos apartemos del camino de la fe, busquemos de verdad a Jesús queriendo conocerle más y más iluminándonos con su luz para tener vida

No rechacemos la luz, no nos apartemos del camino de la fe, busquemos de verdad a Jesús queriendo conocerle más y más iluminándonos con su luz para tener vida

Hechos 12, 24-13, 5; Sal 66; Juan 12, 44-50

Tener a nuestro alcance la luz, y preferir hacer el camino a oscuras no nos parece lo más sensato. No tiene sentido el que pudiendo llevar una luz en nuestra mano nos introduzcamos en un lugar oscuro, ya sea un camino, ya sea un lugar cerrado, y vayamos tropezando con todo lo que nos encontremos, con el peligro incluso de hacernos daño, por no querer tomar esa luz.
Quizá en la materialidad de esos hechos no lo hagamos y ya procuraremos alumbrarnos debidamente para introducirnos en un lugar oscuro y que no conocemos, pero hay muchas facetas en la vida en la que sí ponemos en riesgo de peligro nuestro ser más profundo por rechazar la luz que se nos pueda ofrecer. Es el que rechaza un sabio consejo de un amigo previniéndonos contra algunos peligros que nos podamos encontrar en la vida; es el que rechaza la posibilidad de unos mejores conocimientos, no aprovechando quizá unos estudios, que nos darían una mayor estabilidad en la vida o unas mejores posibilidades de crecimiento como persona. Pero es también el que se cierra a la luz de la fe que nos podría llevar por caminos de una mayor plenitud.
Es el que se niega a creer en el orgullo de su autosuficiencia que cree que por si mismo encontrará el pleno sentido de su vida, o el que se reduce a una fe pobre y descafeinada que se contenta con lo de siempre esto ha sido así, pero no es capaz de avanzar, profundizar en ese conocimiento de Dios quizá por un temor a que le pueda llevar a unos nuevos compromisos en su vida.
La fe tiene que ser algo vital en nosotros, algo vivo que realmente nos haga crecer espiritualmente y como personas, por eso el verdadero creyente está siempre en deseos de querer conocer más y más a Jesús y a su evangelio para tratar de impregnarse profundamente del sentido que Cristo quiere dar a nuestra vida. La fe no se puede quedar en un barniz exterior que un día se puede diluir y perder todo su color; la fe no puede ser como un vestido o un disfraz que nos ponemos en ocasiones, pero que en el resto de la vida actuamos como si la fe no nos afectara en absoluto; la fe tiene que ser algo profundo en nosotros porque en fin de cuentas será un llenarnos de Dios que es el que verdaderamente dará plenitud de sentido a nuestra existencia.
‘Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas’, nos ha dicho hoy Jesús en el evangelio. Todo es una invitación a escuchar a Jesús porque es escuchar a Dios, conocer a Dios, vivir a Dios. ‘El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado…  Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre’. Es lo que escuchábamos desde la voz del cielo en el Tabor: ‘Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadle’.
No rechacemos la luz, no nos apartemos del camino de la fe, busquemos de verdad a Jesús queriendo conocerle más y más. Dejémonos iluminar por su luz porque así tendremos vida, una vida que nos conducirá a la plenitud del sentido de nuestra existencia.

martes, 19 de abril de 2016

Recordar la historia de amor de Dios en mi vida es hacer una profesión de fe y una protesta de amor para escucharle y seguirle siempre

Recordar la historia de amor de Dios en mi vida es hacer una profesión de fe y una protesta de amor para escucharle y seguirle siempre

Hechos  11,19-26; Sal 86; Juan 10, 22-30
‘¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente’. Es, por así decirlo, la eterna pregunta. ‘¿Quién eres tú?’ Lo conocían, sabían de sus obras, escuchaban sus enseñanzas, se entusiasmaban con los signos y milagros que realizaba, pero seguían con la inquietud de la duda en su interior. ¿Sería o no sería el Mesías prometido? No cuadraba en muchas cosas con lo que ellos habían imaginado que sería el Mesías, por las deducciones que hacían de lo anunciado por los profetas. En las palabras proféticas no terminaban de descifrar en su sentido las señales con las que se anunciaba su venido; por eso seguían ahora en su confusión y seguían preguntando. ‘Dínoslo francamente’, le decían.
Como nos sucede a nosotros en tantas cosas, en tantas circunstancias. Ya sea en nuestra relación con los demás, a los que creemos que conocemos pero nos sorprenden en muchas ocasiones; como nos sucede de cara a nosotros mismos que muchas veces quizá parece que no sabemos lo que queremos; como nos sucede con los principios que son como soporte de nuestra vida, en lo que nos entran dudas en algunos momentos cuando vemos el actuar de otras personas, cuando nos presentan otras maneras de ver las cosas y nos ponemos de alguna manera críticos ante todo.
Nos sucede en nuestra vida cristiana, en nuestro seguimiento de Jesús donde también nos hacemos preguntas, nos cuestionamos si en verdad lo que vivimos es el evangelio y nos hacemos muchas revisiones, que también nos son necesarias.
El evangelio insiste en el mensaje que hemos venido escuchando estos últimos días. Con Jesús nos sentimos seguros porque El es en verdad el Buen Pastor de nuestras vidas. ‘Somos suyos y el rebaño que El guía’, como hemos meditado estos días con los salmos. Somos del Señor, somos su rebaño, le conocemos y El nos conoce. Queremos escucharle y seguirle. Ha de ser nuestro propósito. ‘Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano’.
No nos podemos sentir confundidos. Y no nos sentimos confundidos cuando nos sentimos amados. Es la experiencia más hermosa, reconocer el amor y la misericordia del Señor en nuestra vida. Cuando uno se siente amado se siente en verdad seguro y nada le confundirá. Tenemos que revivir continuamente en nosotros esos momentos en que de manera especial hemos experimentado el amor del Señor.
La historia de la salvación no es otra cosa que un ir recordando esa historia de amor de Dios para con su pueblo. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia historia de la salvación, esa historia del amor de Dios en nuestra vida cuando tantas veces nos hemos sentido perdonados, cuando tantas veces hemos sentido su protección y hemos experimentado con su evangelio ha sido luz en nuestra vida en las circunstancias concretas que hayamos vivido. Recordar esa propia historia de salvación es como hacer una profesión de fe y una profesión de amor que nos hará sentirnos fuertes y seguros en el Señor.



lunes, 18 de abril de 2016

No están reñidas nuestra autonomía personal y nuestra fe porque siguiendo a Jesús, nuestro Buen Pastor, encontraremos la mayor grandeza y dignidad

No están reñidas nuestra autonomía personal y nuestra fe porque siguiendo a Jesús, nuestro Buen Pastor, encontraremos la mayor grandeza y dignidad

Hechos 11,1-18; Sal 41; Juan 10,1-10

Toda persona aspira a tener su autonomía personal y el irlo logrando forma parte de ese crecimiento y maduración de la personalidad de cada uno; es tener nuestro pensamiento, el saber caminar por la vida tomando sus decisiones personales con total libertad, sentirse libre y nunca coaccionado por nada ni por nadie, tener sus propias metas e ideales, tener voluntad para hacer su propio camino.
Pero esa autonomía y libertad con que vivamos nuestra vida no significa que en el fondo queramos tener unas seguridades, tener alguien que camine a nuestro lado y sea como un estimulo que nos fortalezca interiormente, y también al mismo tiempo querer aprender de quien en verdad puede ser algo más que acompañante porque sea guía y luz de nuestra vida. Todo eso desde una decisión personal por nuestra parte y desde ese deseo de encontrar ese camino recto para nuestra vida. Aún con nuestra autonomía sabemos que necesitamos esa luz, esa guía, esa fortaleza interior, ese estimulo para nuestro caminar, ese alguien que nos señale claramente esas metas altas a las que hemos de aspirar y por las que luchar.
Alguien quizá cuando le hablan de la fe y de seguir un camino desde lo que Jesús en el evangelio nos señala piensa que eso puede coartar su libertad y su autonomía en una confusión quizá de lo que es el sentido de una verdadera fe. Es cierto que es un don sobrenatural, y por eso nos sobrepasa por así decirlo, pero la fe nunca va a restar nuestra libertad pero nuestra respuesta, - y la fe es también una respuesta por nuestra parte -, la realizamos con total libertad. No está reñida nuestra autonomía personal con nuestra fe, porque la ve nos ayudará precisamente a descubrir la verdadera grandeza y dignidad del hombre. Además recordemos que Jesús nos dirá que el que le sigue encuentra la verdadera libertad, porque precisamente nos va a liberar de tantas ataduras interiores y exteriores que son las que verdaderamente nos esclavizan. ‘La verdad os hará libres’, nos dice y El es esa Verdad plena y total para nuestra vida.
Decir que Jesús es el Buen Pastor y nosotros somos su rebaño, no significa que seamos unos borregos que ciegamente sigamos a Jesús. La imagen del pastor nos habla de mansedumbre y de amor, de preocupación por sus ovejas y del cuidado que de ellas tiene el pastor buscando para ellas los mejores pastos; decir que somos el rebaño que sigue a Jesús significan que en El hemos encontrado ese amor que nos motiva a seguirle porque en El encontramos ese verdadero sentido de nuestra vida y siempre su voz nos va a conducir a lo mejor, a la mayor plenitud de nuestra vida. Para el verdadero creyente es un gozo, el mayor de su vida, el seguir al Buen Pastor, seguir el camino de Jesús.
Hoy en el evangelio Jesús nos habla de cómo en El vamos a encontrar esa plenitud, que es lo que El quiere para nosotros. Le seguimos y escuchamos su voz y lo hacemos con total libertad desde lo hondo del corazón porque en El encontramos lo que en verdad da el mayor sentido y valor a nuestra vida. Por eso nos dice: Yo soy la puerta: quien entra por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos…  Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante’.
Busquemos a Jesús, queramos en verdad escucharle, hagámonos verdaderos discípulos siguiendo sus pasos y caminos y alcanzaremos la mayor plenitud de nuestro ser.

domingo, 17 de abril de 2016

Que aprendamos en verdad a escuchar la voz del Señor para seguirle porque somos su pueblo, el rebaño que El apacienta

Que aprendamos en verdad a escuchar la voz del Señor para seguirle porque somos su pueblo, el rebaño que El apacienta

Hechos 13, 14. 43–52; Sal 99; Apocalipsis 7, 9. 14b-17; Juan 10, 27-30
El salmo que hoy nos ofrece la liturgia es toda una invitación a la alegría, al júbilo, a aclamar al Señor con todo nuestro corazón y nuestra vida. ‘¡Aclamad al Señor, habitantes de toda la tierra, servid al Señor con alegría, entrad ante El con cánticos de júbilo!’, nos invita. Y no es para menos. Seguimos viviendo la alegría de la Pascua, seguimos proclamando a Cristo resucitado. No lo podemos olvidar.
Es una alegría expansiva, no se puede quedar en nosotros, se extiende y se contagia a todos. Así tendría que ser siempre la alegría que vivimos los cristianos, aunque algunas veces no lo sabemos expresar. No siempre somos capaces de dar los síntomas de esa alegría que tenemos que llevar dentro y envolver toda nuestra vida. Y no es para menos cuando nos sentimos amados del Señor.
Como sigue diciendo el salmo ‘sabed que el Señor es Dios, que El nos hizo y suyos somos, su pueblo y ovejas de su rebaño que él apacienta’. Cuando hemos contemplado en la celebración de la Pascua, en el triduo pascual, la entrega de Jesús hasta la muerte por nosotros para darnos vida, para resucitarnos con El, esto lo tenemos que ver bien claro. ‘Porque el Señor es bueno y su amor es eterno, su fidelidad permanece de generación en generación’, continuamos diciendo con el salmista. Cuánto tenemos que considera esa bondad del Señor y su fidelidad. ‘Permanece de generación en generación’, nos dice, porque nos ama aunque nosotros no le hayamos amado.
‘Su pueblo y ovejas de su rebaño, ovejas que Él apacienta’. Este cuarto domingo de pascua es llamado el domingo del Buen Pastor, por el tema que se nos ofrece en el evangelio. El texto que se nos ofrece en este ciclo es breve, pero conectamos perfectamente con los textos paralelos que se nos ofrecen en los otros ciclos y todo lo que Jesús nos dice en este sentido en el evangelio.
‘Mis ovejas escucharán mi voz y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna y no perecerán para siempre…’ nos dice Jesús en el evangelio. Qué relación más hermosa podemos establecer con el Señor, Pastor de nuestras vidas. Escuchamos su voz, le seguimos, y el Señor nos conoce – y podríamos decir por nuestro nombre – y nos ama hasta el punto de inundarnos de su vida. Expresa el amor del Señor por nosotros, pero quiere expresar cómo nosotros hemos de responder. Escucharle y seguirle.
Escucharle es prestar atención. Podemos oír muchas voces, como oímos muchos ruidos, pero no queremos distraernos y escuchamos con atención. Es entrar en nosotros mismos en un silencio interior para poder escuchar la voz del Señor. Es prestar atención solo a su voz que es la que nos guía, la que en verdad va a iluminar nuestra vida. Es la actitud permanente de escucha y contemplación que siempre ha de tener un cristiano. No podemos en verdad llamarnos cristianos porque seamos verdaderamente discípulos para seguirle si no escuchamos, si no contemplamos de verdad desde lo más hondo de nosotros mismos esa voz, esa Palabra del Señor.
El cristiano tiene que verdaderamente un hombre de oración, de contemplación, de escucha. Cuánto nos cuesta porque como decíamos hay muchas voces, muchos ruidos que nos distraen, muchos cantos de sirena que quieren atraernos por otros derroteros y por otros caminos. Es esa oración que cada día, y si queremos en cada momento, hemos de saber hacer, no como un acto rutinario, sino como un verdadero encuentro para escuchar. Es esa oración que no se reduce a decir cosas, a pedir cosas, aunque mucho sea lo que tenemos que pedir, sino que hace silencio para escuchar.
Es la postura de oración, la actitud de escucha y contemplación que hemos de tener ante la Palabra de Dios. Esa palabra que sí podemos escuchar individualmente en cualquier momento, pero que tiene una relevancia especial cuando es proclamada en la celebración. Es la actitud que en uno y en otro momento hemos de tener. Es una lástima que  muchas veces en nuestras celebraciones no le demos la importancia debida a ese momento de la proclamación de la Palabra que tendría que ir acompañada por nuestra parte por ese silencio para la verdadera acogida, para poder escucharla de verdad y rumiarla gozándonos en ella en nuestro interior, de la misma manera que ha de ser el ambiente que en la celebración se ha de crear para que esto sea así.
A muchas más consideraciones nos tendría que llevar esta escucha de la Palabra. Como María hemos de saber plantarla en nuestro corazón para que dé fruto. Escuchan su voz y le siguen. Ser verdaderos discípulos que seguimos el camino de Cristo. Es el Pastor que nos guía, que va delante de nosotros, que nos ofrece pastos de vida eterna, y que nos busca cuando andamos perdidos.
No quiero terminar esta reflexión sin una ultima palabra que haga referencia a cómo en este día hemos de orar por nuestros pastores, que en nombre del Señor pastorean el pueblo de Dios, y orar por las vocaciones a la vida sacerdotal y a la vida religiosa. Hoy es la jornada mundial de oración por las vocaciones. Pidamos al Señor que envíe abundantes y santos pastores para el pueblo de Dios.