martes, 29 de marzo de 2016

Que no nos cieguen nuestras lágrimas, soledades, amarguras, silencios para que sepamos descubrir a Jesús y encontrarnos con su vida

Que no nos cieguen nuestras lágrimas, soledades, amarguras, silencios para que sepamos descubrir a Jesús y encontrarnos con su vida

 Hechos  2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18

‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?’ las lágrimas no nos dejan ver con claridad. El sufrimiento nos entumece el corazón y nos ciega. Se nos convierte la vida en un túnel oscuro y nos parece sin salida. Cuántas veces nos pasa en la vida. Los problemas, las soledades, las ausencias que sentimos allá en el fondo del alma. Rupturas, desgarros del alma, dolor incontrolable que nos ciega. Los problemas se nos amontonan y parecen montañas infranqueables. La vida se nos desorganiza y no sabemos qué hacer ni qué camino tomar.
Es el dolor de los que se ven postrados en una cama con una enfermedad que parece no remitir nunca; es la soledad del anciano al que se le van perdiendo en el camino aquellos amores familiares que le habían sostenido en la vida, y que ahora se siente aislado y sin saber con quien contar; es la incertidumbre del que tiene que abandonar lo que había sido su hogar o su solar patrio y ha de buscar nuevos caminos, nuestras lugares donde asentar su vida; es el que busca aquello que lo dignifique en un trabajo donde no solo ganar su sustento y el de los suyos, sino realizarse plenamente en su ser más hondo desarrollando sus valores y posibilidades en la vida.
Tantos dolores, soledades, ausencias, silencios por lo que quizá hemos tenido la suerte de no haber pasado, pero que tenemos que abrir los ojos para ver cuántos lo están sufriendo a nuestro lado y tan insensibles somos que no caemos en la cuenta. Es la mirada distinta con que hemos de mirar en nuestro entorno, pero es la mirada que nos tiene que hacer trascender hasta encontrar respuesta, encontrar luz, encontrar un camino. Una mirada que terminara si lo hacemos de forma autentica hasta un compromiso. Son tantas las búsquedas que hay dentro de nosotros y las respuestas que buscamos.
María Magdalena es una mujer en búsqueda en medio de su dolor. Ya un día se había encontrado con Jesús y su vida había cambiado radicalmente. Pero ahora eran momentos duros de prueba en la muerte de su Señor y en la tumba vacía que ahora se encontraba. En esa búsqueda también sus ojos se obnubilan y le cuesta ver y terminar de creer. Por eso  no reconocerá en principio a su Señor y lo confundirá. En su búsqueda realmente no sabía bien casi lo que buscaba porque todo el dolor que padecía su corazón le hacia quedarse aun en la muerte.
Por eso buscaba en una tumba, pero Jesús estaba fuera de la tumba, Jesús viene a su encuentro como viene siempre a nosotros en medio de nuestros dolores y fracasos. El nunca nos dejará solos sino que siempre se está adelantando para ver a nosotros y hacer que encontremos respuestas, luz, camino, esa vida nueva que El siempre quiere ofrecernos. No busquemos a Jesús entre los muertos porque El vive y siempre viene ofreciéndonos vida.
Tengamos cuidado para no confundirnos, para no buscar lo que no importa, para saber centrarnos en Jesús a pesar de nuestras soledad, nuestros interrogantes, nuestros miedos y cobardías. Jesús quiere salirnos al encuentro para llenarnos de plenitud. Que sintamos y vivamos con toda intensidad la alegría con Cristo resucitado.


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