martes, 22 de marzo de 2016

Que la negrura de la noche de nuestro pecado se vea transformada en el resplandor de vida nueva que alcanzamos con la gracia del Señor

Que la negrura de la noche de nuestro pecado se vea transformada en el resplandor de vida nueva que alcanzamos con la gracia del Señor

Isaías 49, 1-6; Sal 70; Juan 13, 21-33. 36-38

Momentos realmente emotivos con anuncios dolorosos que desgarran el corazón, confidencias arrancadas desde el amor, promesas impulsivas desde un deseo grande de mantener la fidelidad y la lealtad hasta el final, anuncios de promesas rotas y de negaciones a pesar de los impulsos del amor, momentos decisivos que son inicio de una traición anunciada, cercanía de la hora de la glorificación aunque no todos terminen de entender, son las emociones que se van desgranando en este episodio del evangelio que en este martes santo se nos proclama en la cercanía ya del inicio de la pasión y de la pascua.
Son momentos, pensamientos, emociones, reflexiones que nos tenemos que hacer y que tenemos que vivir intensamente en esta semana en la que celebramos la pasión de Jesús. No podemos ser insensibles, no podemos quedarnos como espectadores, tenemos que sentir todo eso en lo más hondo del corazón, impregnándonos así de su amor y dejándonos inundar por su vida y por su gracia. Algo nuevo Cristo quiere ofrecernos para nuestra vida.
Ahí está nuestra vida con sus negruras, con tantas oscuridades que con nuestro pecado hemos metido en nuestro corazón. Cuando salió Judas del cenáculo nos dice el evangelista que era de noche. Era la noche que se había apoderado de su corazón. Es la noche en que nos vemos envueltos en nuestras infidelidades, en nuestro pecado, en la debilidad que nos hace tropezar tantas veces en la vida, en nuestras rutinas y nuestros cansancios que nos desgastan, que nos debilitan, que nos ponen en esa pendiente resbaladiza que nos lleva al pecado, a dar la espalda a los designios de Dios.
Queremos salir de la oscuridad a la luz, de la negrura de nuestro pecado al resplandor de la gracia, de la noche de nuestra muerte al día lleno de luz de la vida nueva en Cristo resucitado. Intentemos llenar nuestra vida de amor, impregnándonos de ese amor que contemplamos en Jesús, para que así como aquel discípulo amado logremos entrar en esa intimidad con el Señor. Recostémonos en su pecho como el discípulo amado para sentir el latir de amor del corazón de Cristo sobre nosotros y para sintonizar con cuanto El quiere manifestarnos.
Que como Pedro estemos dispuestos a todo por Jesús pero cuidado no nos llenemos de autosuficiencia para creer que por nosotros solos lo podremos lograr. Queremos, sí, darlo todo por Jesús, pero sabemos que lo podremos hacer si nos fiamos de su gracia, si nos fortalecemos en su amor, si entramos en esa sintonía de Dios cada día con nuestra oración.
Sigamos día a día queriendo vivir con intensidad esta semana de pasión para que sea verdadera pascua en nosotros y podemos alcanzar esa vida nueva porque con Cristo lleguemos a la resurrección.

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