Que la negrura de la noche de nuestro pecado se vea transformada en el resplandor de vida nueva que alcanzamos con la gracia del Señor
Isaías 49, 1-6; Sal 70; Juan 13,
21-33. 36-38
Momentos realmente emotivos con anuncios dolorosos que desgarran el
corazón, confidencias arrancadas desde el amor, promesas impulsivas desde un
deseo grande de mantener la fidelidad y la lealtad hasta el final, anuncios de
promesas rotas y de negaciones a pesar de los impulsos del amor, momentos
decisivos que son inicio de una traición anunciada, cercanía de la hora de la
glorificación aunque no todos terminen de entender, son las emociones que se
van desgranando en este episodio del evangelio que en este martes santo se nos
proclama en la cercanía ya del inicio de la pasión y de la pascua.
Son momentos, pensamientos, emociones, reflexiones que nos tenemos que
hacer y que tenemos que vivir intensamente en esta semana en la que celebramos
la pasión de Jesús. No podemos ser insensibles, no podemos quedarnos como
espectadores, tenemos que sentir todo eso en lo más hondo del corazón, impregnándonos
así de su amor y dejándonos inundar por su vida y por su gracia. Algo nuevo
Cristo quiere ofrecernos para nuestra vida.
Ahí está nuestra vida con sus negruras, con tantas oscuridades que con
nuestro pecado hemos metido en nuestro corazón. Cuando salió Judas del cenáculo
nos dice el evangelista que era de noche. Era la noche que se había apoderado
de su corazón. Es la noche en que nos vemos envueltos en nuestras
infidelidades, en nuestro pecado, en la debilidad que nos hace tropezar tantas
veces en la vida, en nuestras rutinas y nuestros cansancios que nos desgastan,
que nos debilitan, que nos ponen en esa pendiente resbaladiza que nos lleva al
pecado, a dar la espalda a los designios de Dios.
Queremos salir de la oscuridad a la luz, de la negrura de nuestro
pecado al resplandor de la gracia, de la noche de nuestra muerte al día lleno
de luz de la vida nueva en Cristo resucitado. Intentemos llenar nuestra vida de
amor, impregnándonos de ese amor que contemplamos en Jesús, para que así como
aquel discípulo amado logremos entrar en esa intimidad con el Señor.
Recostémonos en su pecho como el discípulo amado para sentir el latir de amor
del corazón de Cristo sobre nosotros y para sintonizar con cuanto El quiere
manifestarnos.
Que como Pedro estemos dispuestos a todo por Jesús pero cuidado no nos
llenemos de autosuficiencia para creer que por nosotros solos lo podremos
lograr. Queremos, sí, darlo todo por Jesús, pero sabemos que lo podremos hacer
si nos fiamos de su gracia, si nos fortalecemos en su amor, si entramos en esa sintonía
de Dios cada día con nuestra oración.
Sigamos día a día queriendo vivir con intensidad esta semana de pasión
para que sea verdadera pascua en nosotros y podemos alcanzar esa vida nueva
porque con Cristo lleguemos a la resurrección.
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