domingo, 28 de febrero de 2016

El mensaje del evangelio quiere llegar de forma muy concreta a nosotros y en el hoy de nuestra vida hemos de dar los frutos de conversión que el Señor nos pide

El mensaje del evangelio quiere llegar de forma muy concreta a nosotros y en el hoy de nuestra vida hemos de dar los frutos de conversión que el Señor nos pide

Éxodo 3, 1-8a. 13-15; Sal 102; 1Corintios 10, 1-6. 10-12; Lucas 13, 1-9
Nos quedan aun en nuestra mente y en nuestra manera de concebir muchas cosas restos de fatalismo en la concepción de lo que sucede o también ante situaciones dolorosas por las que tengamos que pasar, calamidades o desgracias que tengamos que sufrir un cierto sentimiento de culpabilidad que nos hace ver eso que nos sucede como un castigo de Dios. Qué habrá hecho en la vida para que ahora le sucedan esas desgracias, nos preguntamos muchas veces, o qué he hecho yo para merecer tal castigo. Una imagen de Dios como un destino o como un duro castigador por aquellas cosas malas que hacemos o hayamos hecho en la vida.
Nada más lejos del mensaje del evangelio. Jesús viene a ser luz que nos ilumine, que despierte nuestra conciencia, que nos hace recapacitar para encontrar un sentido, pero para invitarnos con su misericordia y su amor continuamente a la conversión. Ya lo decía el antiguo testamento, pero Jesús viene a reafirmarlo, que Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta de su mala conducta para que encuentre la vida.
Vienen a contarle a Jesús unos hechos luctuosos y desagradables que se ha atrevido a realizar Pilatos en el templo, que los judíos consideraban como una profanación de lo sagrado. No vamos a entrar aquí a ver exactamente lo que ha sucedido sino que eso se lo dejamos a los exegetas. Pero veamos el comentario de Jesús ante cierta manera de pensar de la gente de su tiempo – y como decíamos antes aun nosotros en muchas ocasiones seguimos pensando igual – que quiere hacerles reflexionar para no ver culpabilidades donde no las hay. ¿Eran más o menos pecadores aquellos a los que le sucedieron estas cosas?,  y les recuerda Jesús un accidente acaecida no hace mucho tiempo.
No es la manera de actuar de Dios castigando y quitando de en medio al que haya hecho mal, como nosotros algunas veces nos planteamos ante las injusticias que vemos en nuestro entorno y que nos pueden hacer sufrir. Pero también hemos de decir que de todo cuanto nos sucede hemos de aprender la lección. En todas las cosas podemos ver una llamada de atención, podemos escuchar la voz de Dios que nos habla también a través de los acontecimientos y nos invita continuamente a caminos de mayor fidelidad.
Jesús nos propone una pequeña parábola; el hombre que va buscar fruto a la higuera que tiene en su huerta y al no encontrar fruto en ella decide cortarla; pero allí está el paciente labrador que le dice que espere, que tenga paciencia, que la va a abonar de nuevo, esperando que dé fruto.
Pensemos en nuestra vida, en la que no siempre damos el fruto que se espera de nosotros, nuestra vida llena de pecados y de infidelidades, nuestra vida que no termina de producir esos frutos del cambio que se espera de nosotros, nuestra vida llena de rutinas, de frialdades, de espíritu pobre a pesar de cuanto recibimos del Señor.
Pensemos en la gracia que el Señor ha derrochado en nosotros en todo lo que ha sido nuestra vida; cuantas veces hemos escuchado la Palabra de Dios que nos señala los caminos que hemos de seguir para ser en verdad fieles al espíritu del Evangelio; cuanta gracia se ha derramado en nosotros en los sacramentos que a lo largo de nuestra vida hemos recibido desde nuestro bautismo; cuantas llamadas que hemos sentido en nuestro interior y que si en un primer momento decíamos que íbamos a cambiar, a ser mejores, a corregirnos en aquello malo que hacíamos, luego volvimos a lo de siempre dejándonos arrastrar por la vida y dejándonos vencer por las tentaciones.
¿No será el momento de escuchar esa llamada del Señor en nuestro corazón? Esta Cuaresma que estamos queriendo vivir debía de ser en verdad un despertar en nuestra vida. Esta invitación que estamos recibiendo de la Iglesia en este Año de la Misericordia al que nos ha convocado el Papa tendría que calar hondo en nosotros para abrirnos de verdad a la misericordia del Señor, pero también para impregnarnos de esa misericordia y amor para vivirlo de igual manera también nosotros con los demás.
Esta cuaresma no puede ser una cuaresma más en la que terminemos de la misma manera. Pensemos en ese momento de gracia que es para cada uno en nuestras circunstancias concretas, en lo que es nuestra vida. Es una gracia y una llamada especial. Aunque nos parezca que nuestra vida es la misma que la de otros años, cada momento tiene sus circunstancias y es ahora donde estamos y con lo que vivimos en donde hemos de responder a esa llamada e invitación del Señor. Por eso tenemos que pensar muy bien qué es lo que ahora, en este momento, en estas circunstancias de mi vida, me dice el Señor, me pide el Señor. Y eso hemos de hacerlo de una forma muy concreta, como en cosas muy concretas hemos de dar nuestra respuesta.
¿Cuál es la vuelta de conversión que le hemos de dar a nuestro corazón hoy y ahora?


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