sábado, 8 de agosto de 2015

Lléname, Señor, con el don de tu gracia y que nunca pierda mi unión contigo para que sea intensa mi fe

Lléname, Señor, con el don de tu gracia y que nunca pierda mi unión contigo para que sea intensa mi fe

Deut. 6, 4-13; Sal. 17; Mt. 17, 14-19
¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?’ preguntaban los discípulos a Jesús cuando aquel hombre les había traído a tu hijo dominado por un espíritu inmundo, mientras Jesús estaba para el Tabor, y ellos no lo habían podido expulsar.
¿Por qué no podemos conseguir esto?, nos preguntamos tantas veces cuando quizá nos esforzamos por superarnos en nuestras luchas pero no lo conseguimos. Ponemos quizá en un momento determinado empeño, nos hacemos muchas promesas de que vamos a hacer esto o lo otro de esta manera para no enredarnos con nada malo, y viene el momento de la dificultad, viene la tentación y caemos como tontos, no avanzamos, no logramos superar aquellas situaciones, no conseguimos vencen en aquel momento malo. Nos faltó algo, nos fallaron las fuerzas, nos creímos demasiado autosuficientes, pensábamos que nos las sabíamos todas, pero al final nada, tropezamos, no lo logramos, caímos en las redes de siempre; como se suele decir el hombre es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra, y yo diría no dos, sino muchas.
Jesús ya les había dado poder para expulsar los espíritus inmundos cuando los había enviado de dos en dos a anunciar el Reino y en aquella ocasión lo habían logrado; ahora no pudieron y vienen a preguntarle a Jesús qué habían hecho mal, por qué no habían podido. Podíamos decir que Jesús les ayuda a hacer una revisión de vida y la conclusión es que todavía la fe es muy débil. ‘Por vuestra poca fe’, les dice; o como les dirá en el texto paralelo en los otros evangelios, ‘esta clase de demonios solo se expulsa con penitencia y oración’.
Una vez más tenemos que decirnos cómo anda nuestra fe. Podemos tener buenos momentos de fervor, en que nos parece que todo marcha bien, que todo está lleno de luz, que nuestra fe es muy intensa. Pero la fe es una planta muy delicada que tenemos que cuidar mucho. Es un don sobrenatural, por lo que tenemos que reconocer que no es solo cosa nuestra, sino que  tiene que ser apertura por parte de nuestro corazón al don de Dios. Es un regalo de gracia, que tiene que venir muy bien envuelto en nuestro espíritu de oración. Son los mimos de Dios con que tenemos que acoger ese don del Señor.
Y solo si estamos bien fortalecidos en nuestra unión con el Señor podemos conservarla. Y descuidamos fácilmente esa unión con el Señor convirtiendo quizá nuestra oración en una rutina más de nuestra vida; no hacemos de nuestra oración ese encuentro íntimo, vivo y lleno de amor con Dios.
Es el alimento de nuestra fe, no solo porque ahí es donde podemos descubrir profundamente todo ese don del amor del Señor que se manifiesta en nuestra vida, sino que vamos a sentirnos fortalecidos con el Espíritu del Señor que llena más y más nuestra vida, que inunda nuestro corazón a rebosar y que hará que allá por donde vayamos o hagamos lo que hagamos siempre lo vamos a hacer y a vivir desde ese sentido de la fe.
Todo esto me lo digo a mi mismo tantas veces, pero igualmente tantas veces lo olvido y dejo que se debilite mi unión con el Señor y se vea debilitada mi fe. Lléname, Señor, con el don de tu gracia y que nunca pierda mi unión contigo para que sea intensa mi fe.

viernes, 7 de agosto de 2015

La auténtica ganancia en valores es cuando sabemos perder para trabajar generosamente por los demás

La auténtica ganancia en valores es cuando sabemos perder para trabajar generosamente por los demás

Deuteronomio 4,32-40; Sal 76; Mateo 16,24-28
‘¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?’ Una pregunta que hace pensar; una pregunta que hizo cambiar el rumbo de la vida a muchos, de lo que brotarían muchas vidas santas.
Siempre decimos que tenemos que hacernos una escala de valores en la vida para darle mayor importancia y valor a lo que lo tiene. Claro que cada uno se hace su escala de valores; hay cosas a las que quizá tú das menos importancia, pero por las que otros serían capaces de dar la vida. Así, por supuesto, nos encontraremos con diversas opiniones o diversas maneras de entender la vida. Pero todos deberíamos tener bien claro cuál es nuestra propia escala de valores.
Hoy nos habla Jesús de perder la vida o de ganarla. Todos queremos ganarla, por supuesto, pero Jesús nos está diciendo que hemos de ser capaces de perderla para poderla ganar. Nos podría parecer un contrasentido. ¿Cómo perdiendo vamos a ganar? Hemos de entender muy bien lo que significa para Jesús perder la vida. No es gastarla de manera inútil, como cuando perdemos el tiempo porque no lo sabemos aprovechar. Pero el tiempo lo perdemos también cuando somos capaces de no hacer cosas que nos puedan reportar ganancias materiales a nosotros - eso llamaríamos perder porque no ganamos - pero sin embargo somos capaces de gastarlo por los demás. ¿Cuál sería la verdadera pérdida y la verdadera ganancia? Y es que tendríamos que decir que en todo lo que hacemos generosa y altruistamente por los demás significa en verdad una ganancia de las más auténticas.
Jesús nos está hablando de entregarnos, de darnos por amor. Es lo que El hizo. Va delante de nosotros dándonos ejemplo. Por eso hoy nos hablará que para seguirle a El tenemos que ser capaces de tomar la cruz, ser capaces de negarnos a nosotros mismos. ‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga’.
Sin embargo fácilmente vamos obsesionados por la vida por alcanzar grandezas, influencias, honores, riquezas, poder. Queremos ponernos en un pedestal. Vemos en la vida cuántas luchas y cuántos esfuerzos por conseguir esos objetivos. Incluso en aquellas funciones en que se debería estar al servicio de la comunidad porque hayamos optamos por ese puesto o esa función porque tenemos una inquietud interior por hacer que nuestra sociedad, nuestro mundo sea mejor, sin embargo vemos cuántas veces solapadamente o también de manera abierta hay luchas por el poder, por las influencias de todo tipo, por las ganancias materiales.
Vemos cuanta corrupción de este tipo se nos va introduciendo en nuestra sociedad y en los que tendrían que ser nuestros dirigentes. La opción por el servicio cuesta porque es una cosa que hay que hacer de una forma desinteresada, y en nuestro corazón aparecen fácilmente las ambiciones y las vanidades de la vida. Cuánta vigilancia de si mismos han de tener los que quieren servir desinteresadamente a los demás en el servicio de la comunidad. Y es que seguimos queriendo ganarnos el mundo entero, pero, ¿en el fondo así no estaríamos arruinando nuestra propia vida?
Pensemos en lo que nos dice Jesús que nos vale para todas las situaciones de la vida.

jueves, 6 de agosto de 2015

Contemplando la transfiguración del Señor nos sentimos igualmente transfigurados y con su luz queremos transfigurar nuestro mundo


Contemplando la transfiguración del Señor nos sentimos igualmente transfigurados y con su luz queremos transfigurar nuestro mundo

Daniel 7, 9-10. 13-14; Sal 96; 2Pedro 1, 16-19; Marcos 9, 2-10
Contemplamos hoy la transfiguración del Señor en el Tabor para nosotros sentirnos igualmente transfigurados y con esa luz transfiguremos nuestro mundo. Así vengo a resumir el sentido de esta fiesta que hoy celebramos. La experiencia de la transfiguración nos transfigura y es semilla de transfiguración para cuantos nos rodean. Y hemos de decir que si no llegamos a esto es porque nos falta intensidad en esa experiencia de transfiguración.
En la vida suele tener uno en momentos determinados experiencias muy fuertes que nos marcan y dejan huella en nosotros de manera que nuestra vida a partir de ese momento ya no es igual. Un accidente en el que nos hemos visto envueltos y que quizá puso en peligro nuestra vida, un acontecimiento impactante acaecido a nuestro lado o en las personas con quienes tenemos una especial relación, un momento de oscuridad y crisis que nos lo ha hecho pasar mal pero en el que luego se nos abrió una luz que lo cambió todo, el testimonio heroico de alguien a nuestro lado o del que hemos tenido noticias… cosas que nos suceden o que suceden en nuestro entorno y que se convierten en experiencias fuertes en nuestra vida. Fueron para nosotros un rayo de luz que nos hizo ver las cosas de otra manera y ya nuestra vida fue distinta.
Algo así les sucedió a Pedro, Santiago y Juan en lo alto del Tabor de manera que Pedro ya se quería quedar allí para siempre. ‘¡Qué bien se está aquí!’, y ya no quería bajar del Tabor. Jesús les había invitado a subir con El a aquella montaña alta en medio de las llanuras de Galilea. Cuando Jesús se iba a solas a estos sitios apartados es porque buscaba el lugar propicio para la oración y en momentos que iban a ser muy trascendentales en su existencia en medio de nosotros lo vemos que busca esos lugares y momentos para la oración.
Iban a emprender el camino de subida a Jerusalén y ya había comenzado a anunciarles a los discípulos lo que iba a significar aquella subida; era la subida para la Pascua, pero no iba a ser una pascua como la de todos los años en que se contentaban con recordar y celebrar aquella pascua de la salida de Egipto de sus padres. Iba a ser su Pascua, iba a ser el paso definitivo del Dios de la Salvación en medio de la historia de los hombres. Y aquella pascua iba a significar pasión y muerte, porque ya no sería el cordero sacrificado en recuerdo de la antigua pascua, sino que iba a ser la sangre definitiva derramada para la salvación de los hombres; habría pasión y habría cruz, habría muerte pero también se vislumbraba la luz de la resurrección.
Era la oración de Jesús, mientras sus discípulos como siempre andaban medio dormidos porque aun no habían aprendido a entrar en la intensidad de la oración de Jesús. Era la oración que transfiguraba a Jesús y de El emanaban todos los resplandores de su gloria. Aquel Jesús que iba a padecer estaba lleno de la gloria de Dios. ‘Este es mi Hijo amado, escuchadlo’, era la voz que iban a oír los discípulos mientras ellos también se veían envueltos en la gloria del Señor como se veían todos envueltos en aquella nube que lo cubría todo. Y ellos sintieron sin terminar de comprenderlo del todo la gloria del Señor que les envolvía.
Era una experiencia nueva la que estaban viviendo. Se querían quedar en aquellos gozos y en medio de aquellos resplandores. Pero Jesús les dice que hay que bajar de la montaña, hay que volver a los caminos de la vida, pero ahora iluminados por aquellos resplandores; había que volver hasta los hombres sus hermanos para llevar aquella luz, para transformarlos también con la luz nueva, con lo vida nueva del evangelio que había de anunciar.
No sería ahora, sería más tarde, después que sucediera aquella pascua, después de la resurrección cuando tendrían que comenzar a hablar. Ellos no lo entienden pero acatan la palabra de Jesús. ¿No les había dicho la voz venida desde el cielo que habían de escuchar a Jesús? Es el camino nuevo de transfiguración que van a emprender.
Es lo que hoy nosotros queremos vivir. Tenemos que aprender a subir al Tabor de la oración para tener profundamente esa experiencia de Dios que nos transforme, que nos ilumine, que nos transfigure también a nosotros, que ahora nos ponga en camino para llevar esa luz, para hacer ese anuncio de pascua, para comenzar a transfigurar a nuestro mundo. Tras aquella experiencia los discípulos se sintieron marcados y de una manera especial escogidos y se lanzarían por el mundo hasta sus últimos confines para llevar ese anuncio de Buena Nueva, ese anuncio de salvación.
En esa experiencia fuerte de Dios que tiene que ser nuestra oración de cada día, que tiene que ser siempre nuestra celebración de la Eucaristía también nos sentimos fortalecidos con la fuerza del Espíritu para que se acaben nuestras dudas, para que desaparezcan nuestros miedos y cobardías, para que desterremos de nosotros todo tipo de complejos y temores, para que vayamos haciendo ese anuncio claro y valiente de Jesús y su salvación a nuestro mundo. Con nosotros está, a nosotros nos transfigura y a través de nosotros quiere que se transfigure nuestro mundo para hacerlo imagen del Reino de Dios.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Disponibilidad humilde para la misericordia en nuestro corazón que nos hace experimentar con mayor gozo la misericordia del Señor

Disponibilidad humilde para la misericordia en nuestro corazón que nos hace experimentar con mayor gozo la misericordia del Señor

Números 13,1-2.25; 14,1.26-30.34-35; Sal 105; Mateo 15,21-28
Aquella mujer era perseverante porque era una mujer de una fe grande. Tenía toda la confianza en que iba a ser escuchada y eso le daba perseverancia en su oración, en su petición aunque en principio no pareciera ser atendida. Lo que la hacía ser una mujer humilde, como humildes son los que se sienten pobres y necesitados. No son exigencias sino es confianza llena de humildad. Se sentía pobre y no digna, pero sabía de quien se confiaba.
Cuánto tenemos que aprender de la mujer cananea. Tenía una hija enferma y sabía que Jesús podía curarla. Pero sabía también cual era la relación que había entre los judíos y los que no fueran tales. Aun así se siente como el cachorrillo que está rondando bajo la mesa esperando que caiga algo de las manos de sus amos. Es la humildad con que acude aquella mujer hasta Jesús. Por eso insiste, persevera en su petición. Iba detrás gritando: ‘Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo’. Hasta los discípulos se convierten en intercesores, aunque solo fuera por quitársela de encima ante tantos lloros y gritos. Pero la fe de aquella mujer se ganará el corazón de Cristo.
Nos recuerda la petición del centurión para que Jesús cure a su criado. También es un pagano el que viene a pedirle a Jesús y en este caso Jesús se ofrece para ir a su casa a curarlo. Pero con la petición y la seguridad de ser escuchado está la humildad de aquel hombre que no se siente digno de que Jesús entre en su casa. ‘Basta una palabra tuya y mi criado quedará sano’, le dice a Jesús. Y Jesús alabará también la fe aquel hombre como es el caso de la mujer cananea. ‘Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas’.
Nosotros, podríamos decir, tenemos todavía muchos más motivos de confianza para acudir a Jesús. Somos los hijos, los que hemos experimentado en nuestra vida tantas veces el amor que el Señor nos tiene. Nos da confianza, pero no nos ha de faltar la humildad. Nos acogemos a la misericordia del Señor porque sabemos que somos pecadores e indignos. Queremos aprender a llenar también nuestro corazón de misericordia para nosotros alcanzar misericordia. Quien experimenta la misericordia en su vida está más capacitado para tener misericordia con los demás; de la misma manera quien tiene esa disponibilidad para la misericordia en su corazón podrá experimentar con mayor gozo la misericordia que tienen con él.
Tenemos que ser capaces de llenar de estos sentimientos el mundo en el que vivimos. Fácilmente nos hacemos duros e insensibles quizá como consecuencia de la dureza de la vida misma; pero hemos de romper ese círculo de insensibilidad y ser capaces de comenzar a poner ternura en nuestras mutuas relaciones. Puede ser que muchas veces choquemos contra un muro de insensibilidad, pero podemos socavarlo con nuestra ternura, con paciencia, poniendo amor, no cansándonos en nuestra lucha porque sabemos que podemos alcanzar la victoria. Es la tan necesaria perseverancia en aquello que emprendamos en la vida.
Y todo esto lo hacemos movidos desde nuestra fe que es capaz de mover montañas, como nos dirá Jesús en otro lugar del evangelio. Siempre con la humildad en el corazón como buen carril que nos conduzca a conseguir nuestros buenos deseos.

martes, 4 de agosto de 2015

Jesús siempre viene a nuestro encuentro, tiene una palabra de ánimo para nosotros y nos llena de una nueva vitalidad

Jesús siempre viene a nuestro encuentro, tiene una palabra de ánimo para nosotros y nos llena de una nueva vitalidad

Números 12, 1-13; Sal 50; Mateo 14, 22-36
Jesús siempre viene a nuestro encuentro cualquiera que sea la situación en la que nos encontremos. Creo que es algo que no deberíamos olvidar. Sobre todo cuando nos sentimos solos o en los peores momentos de nuestra vida. Nos parece que no podemos, que no avanzamos, que no alcanzamos las metas propuestas, pues abramos bien los ojos de la fe y descubramos su presencia; no nos engañemos, no pensemos en fantasmas, como tampoco estemos buscando hechos especialmente milagrosos, porque llega el Señor cuando menos lo esperamos y de la manera quizá que menos pensamos.
Cuantos miedos nos atenazan en la vida que nos hacen perder el pie, perder la paz. Todo se nos vuelve oscuro porque los problemas pueden ser muchos y quizá duros, o porque nos habíamos trazados unos planes que quizá no eran verdaderamente los planes de Dios, sus designios divinos. Y se nos hace difícil ver, se nos hace difícil creer. Nos parece que nos hundimos.
Es lo que nos refleja el evangelio de hoy. Jesús los pone en camino; han de atravesar el lago para ir a la otra orilla; el trayecto se les está haciendo muy costoso, porque los vientos los tienen en contra y el mar, el lago parece que se va a embravecer. Van solos; o al menos eso es lo que ellos piensan. Porque cuando mas dura se les está haciendo la travesía, resulta que Jesús va a su lado, pero no lo saben ver.
Les parece que es Jesús pero les parece también un fantasma; quieren pruebas; Pedro quiere caminar también sobre las aguas como Jesús, pero sigue dudando y sigue teniendo miedo; con dudas y con miedos no se puede tener seguridad, y comenzó a hundirse. Pero allí está Jesús que tiene su mano.
Cuando Jesús está a nuestro lado siempre nos está tendiendo la mano para que tengamos seguridad; siempre nos está poniendo el camino porque no nos podemos quedar siempre en la misma orilla; con Jesús aparecerán iniciativas nuevas, nuevos impulsos, nos sentiremos siempre estimulados a lo mejor porque no nos podemos quedar en mediocridades, siempre tenemos que tender a más.
‘No tengáis miedo’, les dice Jesús. Y cuando tienen la seguridad de que Jesús está con ellos vuelve la calma; con la seguridad de que Jesús está con nosotros no nos faltará la paz aunque tengamos los vientos en contra, aunque nos sea dificultoso el camino o algunas veces no tengamos por donde salir.
Es la firmeza de nuestra fe. Es la confianza que el Señor despierta en nosotros. Son los nuevos impulsos que sentimos movidos por su Espíritu. Son las nuevas tareas que somos capaces de emprender. Son esas iniciativas que nos sugiere el Espíritu en la tarea de la nueva evangelización. Con Jesús no nos hundimos. Tenemos seguridad. Abramos bien los ojos de nuestra fe para vivir a Jesús que nos sale al encuentro en todo momento, en toda circunstancia, en toda ocasión. Jesús siempre tiene una palabra de ánimo para nosotros y nos llena de una nueva vitalidad.

lunes, 3 de agosto de 2015

La fe no nos hace desentendernos de los problemas de la vida sino que nos compromete a afrontarlos con valor sintiendo la presencia del Señor

La fe no nos hace desentendernos de los problemas de la vida sino que nos compromete a afrontarlos con valor sintiendo la presencia del Señor

Números 11,4b-15; Sal 80; Mateo 14,13-21
Escuchaba un comentario ayer en una noticia que daban en televisión que me hizo pensar sobre la idea que se tiene de la fe y para qué nos vale tener fe. Estaban haciendo referencia a esos centenares de emigrantes que intentan cruzar de Francia a Inglaterra por el túnel ferroviario del Canal de la Mancha. Y en la noticia se reflejaba en breves segundos - como suelen ser las noticias que tengan que ver con el hecho religioso - que dichos emigrantes habían podido tener unos servicios religiosos en el domingo. Y el comentario decía que así podían olvidar por unos momentos el drama que estaban viviendo.
¿La fe nos sirve para olvidar los dramas y los malos momentos que podamos estar pasando en la vida? ¿La fe es un refugio para olvidar? Triste concepto de fe que según esta idea pretende hacernos olvidar los problemas de la vida. ¿Es para eso para lo que nos sirve nuestra fe?
Creo que es cosa de pensar y pensarlo muy bien. No acudimos a Dios para olvidar la vida que vivimos con sus problemas. Acudimos a Dios y queremos en todo momento cantar su alabanza - en las breves imágenes ofrecidas se veían es cierto los cánticos y los signos con los que querían expresar su fe aquellos emigrantes - porque sentimos el amor de Dios en todo momento cualquiera que sea la circunstancia que vivamos en la vida. Sentimos que en verdad es el Señor de nuestra vida que nos ama y siempre merece nuestra alabanza al tiempo que le invocamos para sentir su presencia y su fuerza.
La fe no nos hace desentendernos de los problemas de la vida, sino todo lo contrario. Un verdadero creyente se siente más y más comprometido en su vida no solo afrontando sus propios problemas con el valor y la fuerza de la gracia de Dios que le acompaña, sino que se siente comprometido con el sufrimiento de los demás y con la problemática de la sociedad en la que vive.
Sentimos nuestros problemas y no cerramos los ojos ante ellos; nos sentimos movidos a afrontarlos con valentía y entereza, ponemos nuestro empeño y todas nuestras capacidades e inventivas, por así decirlo, en tratar de resolverlos, pero en esa fe que tenemos en el Dios que es Padre estamos llenos de esperanza, sentimos su presencia y la fuerza de su Espíritu, queremos no huir u olvidarnos de esos problemas sino afrontarlos sintiendo que Dios no nos abandona. Y lo hacemos con esperanza movidos por esa fe que anima nuestra vida. La fe no  nos adormece sino todo lo contrario nos impulsa con fuerza a luchar, a caminar, a hacer que cada día nuestro mundo sea mejor; la fe nos despierta por dentro para encontrar soluciones, caminos de salida.
Me he hecho esta reflexión, al hilo por una parte de la noticia de televisión y su triste comentario, pero dejándome iluminar por la palabra del Señor. Contemplamos en el evangelio hoy que una multitud grande acude a Jesús; llevan tiempo con él y las provisiones se van terminando; están hambrientos. Jesús no se desentiende ni quiere que sus discípulos se desentiendan. Los discípulos vienen preocupados a decirle que los despida para que vayan a las aldeas donde puedan comprar pan, pero Jesús les dice: ‘dadles vosotros de comer’. No tienen sino cinco panes y dos peces, que por allá un muchacho ha aparecido con ellos según el relato de uno de los evangelistas. ‘Traédmelos’, les dice Jesús.
Aportan lo poco que tienen, no se lo reservan para si; no se contentan con que ya es suficiente con estar con Jesús y no habría que preocuparse de buscar comida para aquella gente hambrienta; no se encierran en si mismos. El estar con Jesús les impulsa a luchar, a buscar soluciones, a despertar en el corazón los buenos sentimientos para compartir, a poner todo lo que son para la solución de los problemas de la vida.
No se trata, pues, de olvidar por unos instantes. Estamos con el Señor y sentimos que el Señor es nuestra fuerza para nuestro caminar.

domingo, 2 de agosto de 2015

Buscamos a Jesús queriéndonos alimentar de la Sabiduría de Dios que nos lleva por caminos de vida eterna y plenitud

Buscamos a Jesús queriéndonos alimentar de la Sabiduría de Dios que nos lleva por caminos de vida eterna y plenitud

Éxodo 16, 2-4. 12-15; Sal. 77; Efesios 4, 17. 20-24; Juan 6, 24-35
Buscaban a Jesús. ‘Maestro, ¿cuándo has venido aquí?’ Al no encontrarlo allá donde en la tarde anterior había realizado aquel gran signo de la multiplicación de los panes, habían buscado modo en la mañana de llegar a Cafarnaún. Y aquí se lo encuentran. Y es entonces, la pregunta.
Buscamos a Jesús. ¿Habremos visto nosotros también signos de algo? ¿hay inquietud en nuestro corazón? ¿hay algo que nos ha llamado la atención y nos preguntamos del por qué de las cosas? ¿hay quizá ansias de trascendencia en nuestro corazón? También tenemos que preguntarnos por qué buscamos a Jesús. Ahora mismo estás leyendo esta reflexión. Has ido tantas veces a la Iglesia, o vas a misa todos los domingos o en algunas ocasiones. Hay algo quizá en tu interior que te llama, te hace buscar, te hace hacerte preguntas. ¿Buscamos a Jesús? ¿por qué lo buscamos?
Cuando aquellas gentes de Cafarnaún le están preguntando a Jesús como ha llegado hasta allí porque ellos no le habían visto marcharse, pero luego no lo encontraban, Jesús quiere hacerles pensar, hacer que se pregunten también por qué lo buscan. ¿Sólo por el milagro del que fueron beneficiarios en la tarde anterior? ¿solo porque les curaba a los enfermos? ¿o había alguna otra inquietud en su corazón?
‘Os lo aseguro, les dice, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros’. Algo mucho más hondo tenemos que buscar, aunque algunas veces no sepamos bien lo que estamos buscando. No nos podemos quedar en nuestra relación con Dios en ese milagro fácil que nos resuelva nuestros problemas materiales. Es cierto que también en eso tenemos que acudir al Señor. Pero es algo mucho más hondo lo que El quiere darnos, lo que tenemos que buscar en El.
‘Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre…’ Tenemos que buscar lo que verdaderamente es importante; tenemos que buscar lo que en verdad dé mayor plenitud a nuestra vida, lo que realmente nos haga crecer, lo que verdaderamente nos haga más humanos y más divinos a la vez. Hay valores que son importantes y que no son cosas que podamos palpar con nuestras manos, pero son cosas que nos hacen mejores, que nos hacen encontrar un sentido y un valor a lo que hacemos y a toda nuestra vida.
¿Qué hacer? ¿Cómo hacer? ¿Dónde podemos encontrar todo eso?  Es lo que la gente le está preguntando a Jesús. En cierto modo aunque les cueste entender se están dando cuenta de que es algo más lo que tienen que buscar. Piensan quizá en obras, en cosas materiales, pero Jesús les irá ayudando a que den pasos. ‘¿Y qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?’, se preguntan y preguntan a Jesús.
De entrada es querer dejarnos guiar; no vamos a ser nosotros solos, por nuestra cuenta lo que vamos a encontrarlo. Es la confianza y la fe que hemos de poner en Jesús, en su palabra. ‘La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que El ha enviado’. Creer en Jesús. Aunque han visto sus milagros, como sucederá tantas veces a lo largo del evangelio, todavía siguen pidiendo más pruebas. Seguimos pidiendo pruebas, no terminamos de convencernos, no terminamos de abrir los ojos, o de abrir el corazón. Ellos les recuerdan que Moisés en quien habían confiado sus padres cuando salieron de Egipto - aunque también les costó bastante confiar en Moisés - les había dado milagrosamente el maná, el pan del cielo. Y es lo que ahora le recuerdan a Jesús.
Les está ahora descubriendo Jesús que allí hay alguien mayor que Moisés. Es cierto que Moisés en la misión que Dios le había encomendado les había sacado de Egipto y allá en el Sinaí les dio la ley del Señor. Verdadero constructor del pueblo de Dios podemos decir que fue la misión de Moisés. No solo los condujo por el desierto, los liberó de Egipto o los hizo pasar el mar Rojo sino que fue haciéndolos pueblo, haciéndolos comunidad, ayudándoles a descubrir los designios de Dios, la voluntad del Señor.
Pero ahora en medio de ellos está el que viene en nombre del Señor, el Verbo de Dios encarnado que viene a descubrirnos el más profundo rostro de Dios y el verdadero y más profundo sentido del hombre. No son solo unos milagros lo que Jesús viene a hacer; los milagros son signos de lo más profundo que Dios quiere hacer en el corazón del hombre. Jesús viene como Palabra de Dios, como revelación de Dios y en Jesús vamos a encontrar ese verdadero y más profundo sentido del hombre y de la vida.
Ese alimento que Jesús quiere darnos, en ese pan bajado del cielo, es El mismo, porque El es la Sabiduría de Dios, la Revelación de Dios, la Palabra de Dios que se ha encarnado y se ha hecho Emmanuel, se ha hecho Dios con nosotros. Con nosotros está y con nosotros camina, a nosotros nos muestra el amor de Dios y a nosotros nos enseña a amar con ese mismo amor de Dios. Y, ¿cómo podemos hacerlo? Llenándonos de la vida de Jesús, por eso hoy nos dirá -y es principio de lo que seguiremos escuchando en los próximos domingos - que El es ‘el Pan de vida; quien viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará sed’. Ese pan es la Sabiduría de Dios, es el Verbo de Dios, es la Vida de Dios.
Busquemos a Jesús. Sigamos buscando a Jesús. Sigamos queriendo vivir a Jesús.