sábado, 13 de junio de 2015

Aprendamos de la espiritualidad de María a rumiar las cosas en el corazón para descubrir y aceptar los designios de Dios

Aprendamos de la espiritualidad de María a rumiar las cosas en el corazón para descubrir y aceptar los designios de Dios

Génesis 27, 1-5. 15-29; Sal 134; Lucas 2,41-51
‘María, su madre, conservaba todo esto en su corazón’. Nos lo repite el evangelio. Cómo tenemos que aprender de María a guardar en el corazón, a mirar con el corazón, a pasarlo todo por el filtro del amor, a tener la mirada de Dios.
Es lo que hacía María. Es lo que haciéndose pequeña la hacía grande. Cuando el ángel se le manifiesta en Nazaret ante su saludo se quedó María rumiando en su corazón aquellas palabras del ángel. Y el ángel le decía que estaba llena de Dios, que la gracia de Dios la inundaba. Es que María rumiaba en su interior cuanto le sucedía para descubrir la acción de Dios en su vida. Llegará a reconocer que el Señor ha hecho obras grandes en ella y por eso bendice y alaba al Señor con toda su alma, con todo su ser.
¿Por qué María podía llegar a decir que era la esclava del Señor y que estaba dispuesta, su corazón y su vida estaban abiertos para que Dios realizara en ella lo que era su voluntad? Porque María era una mujer abierta a Dios. En silencio, rumiando en su interior, meditando, reflexionando, orando, queriendo escuchar a Dios, buscando siempre su voluntad, alabando y bendiciendo a Dios María crecía en su interior; era la mujer llena del Espíritu divino de tal manera que de ella había de nacer el Hijo del Altísimo, el Hijo de Dios. Es la espiritualidad en que nos enseña a crecer María.
Miramos y celebramos hoy ese Corazón de María - celebramos hoy la fiesta del Corazón de María -, aprendiendo de él, queriendo parecernos a María, queriendo copiar en nosotros esa actitud de su corazón, aprendiendo como María a guardar en nuestro corazón para así aprender a descubrir siempre y en todo lo que es la voluntad del Señor.
Algunas veces los caminos pudiera parecernos que se nos vuelven turbios y nos cuesta entender lo que nos sucede y por qué nos sucede. Rumiemos como María en nuestro interior cuanto nos sucede abriéndonos a Dios para descubrir sus designios y aunque nos cueste decirlo que también nos pongamos en las manos de Dios, que también nos sintamos esos humildes siervos del Señor dispuestos a aceptar y hacer lo que el Señor nos pide; que lleguemos a descubrir lo que es la voluntad del Señor y así lo asumamos en nuestra vida, que se cumpla en nosotros lo que es la voluntad de Dios, aunque nos llegue a sangrar el corazón.
Y finalmente un deseo, quisiera estar en el corazón de María; como ella guardaba todo en su corazón, que nos guarde a nosotros, que nos deje introducirnos en su corazón porque así siempre nos sentiremos protegidos en su corazón de madre, así siempre podremos sentir mejor lo que ese corazón de madre querrá decirnos, y es que siempre busquemos a Jesús y hagamos cuánto El nos diga.

viernes, 12 de junio de 2015

Decimos corazón y mirando el Corazón de Cristo pensamos en ternura y amor y encontramos fuerza para transformar nuestro mundo por el amor

Decimos corazón y mirando el Corazón de Cristo pensamos en ternura y amor y encontramos fuerza para transformar nuestro mundo por el amor

Oseas 11, 1b. 3-4. 8c-9; Sal: Is 12; Efesios 3, 8-12. 14-19; Juan 19, 31-37
Decimos corazón y pensamos en ternura y amor; decimos corazón y pensamos en los mejores sentimientos que llevamos dentro; decimos corazón y pensamos en amistad, en generosidad, en horizontes que se abren a lo nuevo y a lo bello; decimos corazón y pensamos en compasión y en misericordia; decimos corazón y pensamos y deseamos tener nosotros y encontrarnos en el camino de la vida con corazones sencillos y humildes que nos acojan y nos llenen de su ternura; decimos corazón y no queremos que en él se metan las malas ideas ni los malos deseos, aunque sabemos que a eso también nos sentimos tentados. Pero pensemos en lo bueno y en lo hermoso que el corazón nos sugiere.
Iniciamos nuestra reflexión con estos pensamientos porque hoy queremos mirar al corazón más hermoso y del que manan para nosotros toda clase de bienes. Hoy celebramos a Cristo Jesús queriendo mirar y contemplar su corazón del que se derrama su amor como un rió impetuoso que todo lo inunda y lo transforma llenándolo de nueva vida.
Venid y aprended de mi que soy manso y humilde de corazón, nos dice en una ocasión; pero es que contemplando a Cristo estaremos contemplando para siempre su amor, la ternura de Dios para con nosotros que se hace misericordia y se hace compasión, que nos regala con su amor dándonos su perdón por tantas veces que vivimos encerrados en nosotros mismos y en nuestro egoísmo y desamor.
Hoy tendríamos que ir de nuevo repasando la vida de Cristo para no solo escuchar sus palabras que tanto necesitamos oírlas, sino para ir contemplando su cercanía a los pobres y los humildes, a los enfermos y a los que sufren, a los pecadores o a los que eran marginados en aquella sociedad, a los niños y a los pequeños, a los que tenían un corazón inquieto para alentarle a cosas grandes, como a los que dudaban para hacerles comprender el camino de la verdad, también a los que lo rechazaban y tramaban contra él a los que siempre llamaría amigos mirándoles al corazón y esperando la mirada de respuesta de amor y de generosidad.
Pero no queremos mirar Cristo desde fuera, como si fuéramos meros espectadores de su hacer y su actuar, sino que queremos meternos en su corazón para dejarnos inundar por sus sentimientos y por su amor; que su Espíritu inunde también nuestro corazón para llenarnos de su paz, para encontrar la verdad de nuestra vida, para alcanzar esa alta sabiduría de su corazón, que es la sabiduría del amor.
Cuando contemplamos toda la maravilla que podemos encontrar nuestro corazón lleno de amor decíamos también que nos podemos sentir tentados y dejar que en él se nos metan los malos sentimientos que nos dañen y puedan dañar también a los demás. Por eso hoy queremos que sea el Espíritu del Señor el que nos transforme por dentro para hacer nuestro corazón semejante al de Cristo; que El nos llene de su fuerza y de su vida para que siempre Cristo sea el centro de nuestro corazón, pero también para hacer nuestro corazón tan grande porque así lo expanda el amor para que en él quepan todos nuestros hermanos.
Que siempre haya un lugar en nuestro corazón para el pobre y el que sufre; que siempre el que está triste pueda encontrar consuelo, alegría y paz en nuestro corazón; que los que andan desesperanzados por la vida y sin ilusión puedan encontrar en el testimonio de nuestra vida llena de amor razones para la esperanza y anhelos de superación; que tengamos un corazón fuerte para que no nos desalentemos por los contratiempos o las tristezas y negruras que nos puedan ir apareciendo en la vida y siempre nos empeñemos en encontrar caminos de luz, en descubrir lo bueno que hay en los demás y en tantas razones que podemos encontrar para despertar nuestra esperanza y la de los demás.
¿Cómo podremos realizarlo? Asemejando nuestro corazón al de Cristo; meciéndonos en El y dejando que El se meta en nosotros y nos transforme llenándonos de nueva vida. 

jueves, 11 de junio de 2015

Profetas y misioneros en comunidades proféticas y misioneras

Profetas y misioneros en comunidades proféticas y misioneras

Hechos,  11, 21-26; 13 1-3; Sal 97; Mateo 10,7-13
La comunidad de Antioquia era una comunidad abierta al evangelio pero con un espíritu misionero para llevar el anuncio de la Buena Nueva a los demás. Aquel primer pequeño grupo de creyentes en Jesús, que precisamente en esa comunidad comenzaron a llamarse cristianos, abrió sus puertas para que se incorporaran al camino del evangelio no solo los judíos sino también los que provenían del mundo pagano.
Allá envían desde la comunidad de Jerusalén a Bernabé - cuya fiesta hoy celebramos - que al ver ‘cómo Dios los había bendecido, se alegró mucho, animó a todos a que con corazón firme siguieran fieles al Señor… Y así mucha gente se unió al Señor’. Pero no se quedó ahí la misión de Bernabé sino que va en busca de Saulo hasta Tarso para traerlo e incorporarlo a la tarea de la evangelización.
Los primeros momentos de la predicación de Saulo después de su conversión estuvieron llenos de peligros dado su ardor, y los discípulos le recomendaron que se fuera a su ciudad de Tarso; es por lo que lo encontramos allí. Pero ahí está la visión profética de Bernabé para saber contar también con Saulo en la tarea del anuncio del Evangelio.
Pero hoy escuchamos al final del texto cómo, inspirados y con la fuerza del Espíritu, aquella comunidad se desprenderá de la presencia de Bernabé y Saulo para enviarlos a la misión del anuncio del Evangelio por otros lugares. Será el inicio del primer viaje apostólico de Saulo, que pronto comenzará a llamarse Pablo, y luego de otros muchos, siempre partiendo de aquella comunidad llevando el evangelio por toda el Asia Menor y saltando al continente europeo en Macedonia, Tesalónica y Grecia.
Es ese ardor profético y misionero de aquella comunidad y de aquellos apóstoles lo tenemos que resaltar y que tendría que ser buen ejemplo y estimulo para nuestras comunidades hoy. ¿Serán así nuestras comunidades cristianas? ¿Hay en nosotros ese empuje misionero para llevar el anuncio de Jesús y su evangelio a los demás? Hoy hemos escuchado en el evangelio el mandato de Jesús de ir por el mundo anunciando su evangelio.
Los cristianos muchas veces vivimos como adormecidos en nuestra fe y se nos enfría ese empuje apostólico. Tenemos el peligro de llenarnos de rutina haciendo siempre las mismas cosas y viviendo encerrados en nuestro círculo. Pero quien ha recibido el anuncio del Evangelio esa alegría de la fe no se la puede guardar solo para sí; tiene que contagiarla, trasmitirla, comunicarla. El mundo en que vivimos necesita de ese anuncio del evangelio que lo llene de esperanza.
De la misma manera que aquella comunidad de Antioquia supo sintonizar con el Espíritu y se dejó conducir, así necesitamos hacerlo hoy en el momento que vivimos. Escuchemos al Espíritu que mueve nuestros corazones. No nos hagamos sordos ni insensibles a sus mociones y a su llamada.


miércoles, 10 de junio de 2015

Busquemos el amor que le dará plenitud a todos los mandatos del Señor y nos los hace vivir en fidelidad

2Corintios 3, 4-11; Sal 98; Mateo 5, 17-19

¿Significan estas palabras de Jesús que tenemos que ser meros cumplidores a la letra de los mandamientos? ¿Nos vamos a quedar en un cumplimiento frío y literal de los mandamientos o tendrán otro sentido las palabras de Jesús? Fijémonos bien en sus palabras que lo que quiere es que le demos hondo sentido a nuestra vida y a todo lo que hacemos. No ha venido, es cierto, a abolir la ley del Señor, sino como nos dice, a darle plenitud, a que le demos profundidad y sentido a nuestra vida.

Ya denunciaba Jesús la actitud de los fariseos que se convertían en unos meros y hasta fanáticos cumplidores de la letra de la ley, un cumplimiento muy lleno de apariencias y vanidades porque muchas veces hacían las cosas solo para que los viesen; y es eso lo que no quiere Jesús para nosotros; como tampoco quiere que nos quedemos en apariencias, sino que realicemos las cosas desde lo más hondo de nosotros mismos para que busquemos por encima de todo siempre la gloria del Señor. Los mandamientos del Señor son como ese cauce por el que hemos de circular en la vida para saber que obramos en rectitud y en la buena dirección, para que en todo lo que hagamos busquemos siempre, no nuestra gloria y vanidad sino la gloria del Señor. 

Por eso nos dice que hasta lo que nos parece menos importante, tiene su importancia porque nos estará dando la medida de nuestra fidelidad. Y el que es fiel en lo pequeño será capaz de ser fiel en lo grande, en lo que es verdaderamente importante. Bien sabemos lo que nos suele suceder que cuando comenzamos a dejamos de lado algunas cosas porque nos parecen que no tienen importancia, fácilmente vamos cayendo por la pendiente de la superficialidad, de las banalidades pero que se pueden convertir pronto en nuestra vida en un pozo hondo y lleno de negrura siendo infieles en cosas de mayor calado, por decirlo de alguna manera. De ahí esa necesaria fidelidad en las cosas pequeñas como hoy nos está diciendo Jesús.

Pero no es cumplir por cumplir, sino encontrarle el verdadero sentido y motivación a todo aquello que vamos haciendo. Y la motivación grande que Jesús nos va a dar en el Evangelio es el amor. La consideración de lo que es el amor grande que Dios nos tiene y la respuesta de amor que en consecuencia nosotros hemos de dar. Ese es el camino que nos lleva a la plenitud. Por eso Jesús terminará diciéndonos en el evangelio que nos deja un solo mandamiento, el del amor. 

Busquemos el amor que le dará plenitud a todos los mandatos del Señor y nos los hace vivir en fidelidad

martes, 9 de junio de 2015

No podemos ser una sal sosa sino una sal que dé en verdad el sabor de Cristo a nuestra sociedad

No podemos ser una sal sosa sino una sal que dé en verdad el sabor de Cristo a nuestra sociedad

2Corintios 1, 18-22; Salmo 118; Mateo 5, 13-16
‘Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente’. Me pregunto, y lo hago primero que nada pensando en mi mismo, ¿nos habremos convertido los cristianos en una sal sosa? Una sal sosa no tiene sentido. Porque es sal o no es sal. Por eso nos dice que si no sirve para su función será tirada y pisoteada.
Mirando el mundo que nos rodea tenemos que ver si en verdad nosotros los cristianos estamos siendo esa sal que dé sentido a nuestro mundo. ¿Dónde está el sentido y el sabor cristiano en nuestra sociedad? No es simplemente que sigamos conservando unos templos grandes en medio de nuestros pueblos y ciudades y que aun nos dejen conservar algún signo religioso en lugares públicos, que ya sabemos que hay quien quiere hacerlos desaparecer, sino que en verdad los signos de Cristo que tiene que haber en nuestro mundo somos nosotros, los cristianos. No tienen que ser solamente unas manifestaciones religiosas populares en unas fiestas, romerías o procesiones lo que tenemos que hacer, porque tenemos el peligro de que se vayan descafeinando y perdiendo su sentido porque solo se pueden quedar en una manifestación folclórica o que recuerde cosas del pasado que ya pueden considerar muchos obsoletas.
Es mucho más lo que tenemos que hacer para que podamos decir con sentido que somos sal en medio de nuestro mundo, como nos pide Jesús. ¿De qué manera influimos en nuestra sociedad? ¿de qué manera estaremos contribuyendo a la construcción de una sociedad mejor si quizá muchas veces ocultamos nuestra condición de cristianos. ¿Serán nuestros valores los que impregnen nuestra sociedad?
Es ahí en ese mundo donde tenemos que manifestarnos sin ningún temor ni cobardía, sino con mucha valentía. Impregnados nosotros profundamente de los valores del evangelio tenemos que contagiar a nuestro mundo. Hemos de saber manifestar públicamente lo que son nuestros valores, lo que son los principios del evangelio que animan nuestra vida; hemos de saber entrar en diálogo con nuestro mundo, pero sin ocultar aquello en lo que nosotros creemos, es más, no solo tenemos que decir aquello, sino decir Aquel en quien creemos, Jesús que es nuestro salvador y que estamos convencidos que es la única salvación para nuestro mundo.
Que en verdad vayamos impregnando del sabor de Cristo a nuestra sociedad, porque nosotros lo vivamos, porque sea lo que dé sentido a nuestras familias, porque sepamos trasmitirlo a los que nos rodean, porque nos manifestemos en todo momento como unos signos y unos testigos de Cristo. No podemos ser una sal sosa sino una sal que dé en verdad el sabor de Cristo a nuestra sociedad.

lunes, 8 de junio de 2015

El nuevo camino de la felicidad que nos traza Jesús en el evangelio, las bienaventuranzas

El nuevo camino de la felicidad que nos traza Jesús en el evangelio, las bienaventuranzas

2Corintios 1, 1-7; Sal 33; Mateo 5,1-12
Es algo connatural al ser humano la búsqueda de la felicidad. Todos queremos ser felices, buscamos la felicidad, utilizamos todos los medios que estén a nuestro alcance con el fin de conseguirla; algunas veces nos sentimos tentados a pensar que desde los medios materiales que tengamos es cómo de la forma más rápida podamos conseguirla. Desde ahí tantas sentencias desde un sentir popular que utilizamos muchas veces engañándonos a nosotros mismos.
Queremos ser felices y queremos vivir en paz con todo el mundo, de la manera que sea; queremos ser felices y trabajamos y trabajamos por tener más cosas pensando que en eso está la felicidad; queremos ser felices y queremos alejar de nosotros todo tipo de sufrimiento y cuando nos aparece en la vida nos llenamos de amargura; queremos ser felices y muchas veces pensamos solo en nosotros mismos queriendo olvidarnos de los demás, pero queriendo poner aparte a aquellos que pudieran ocasionarnos problemas o dificultades; queremos ser felices y no asumimos nuestras limitaciones de todo tipo porque realmente no somos perfectos y siempre hay en nosotros muchos tipos de debilidades.
Hoy escuchamos a Jesús en el evangelio que llama dichosos, bienaventurados, felices, pero ¿a quienes? ¿a los que basan su felicidad en lo que hemos venido mencionando hasta aquí?
Las palabras de Jesús nos desbordan y nos descolocan, como se suele decir. Porque habla de pobres, de los que lloran, de los que sufren, de los que son perseguidos, de los que se olvidan de si mismos, y a esos les dice que son bienaventurados, felices, dichosos. Jesús quiere hacernos descubrir un sentido nuevo.  Y nos dice que en nuestra pobreza o en nuestros llantos podemos ser felices; nos dice que en esa inquietud que pueda haber en nuestro corazón por deseo de cosas mejores para todos aunque eso nos haga luchar y pasarlo mal en ocasiones, ahí seremos en verdad felices. Jesús nos dice que cuando nos olvidamos de nosotros mismos y de lo que son nuestros sufrimientos para romper ese círculo que nos encierra en nosotros mismos es cuando nos ponemos de verdad en un camino de felicidad.
Tenemos que rumiar con mucha calma y con mucha paz las palabras de Jesús  para encontrar su sentido. Quizá eso nos haga nadar a contracorriente de lo que son los caminos de muchos a nuestro alrededor y no nos van a entender, pero nosotros si comprenderemos lo que en verdad puede dar plenitud a nuestra vida. Es amando, olvidándonos de nosotros mismos para buscar el bien y la justicia para los demás, es arrancando de nosotros toda malicia para tener siempre un corazón bueno es como caminamos hacia la felicidad verdadera.
Y dirán mal de nosotros, tratarán de dañarnos o hacernos sufrir, de insultarnos o desprestigiarnos, de querer quitarnos incluso de en medio, pero nosotros queremos ser fieles a un camino, el camino del Reino de Dios que Jesús ha venido a instaurar primero que nada en nuestros corazones y que será del que contagiaremos luego a nuestro mundo. En el Señor encontramos aliento y consuelo, como nos decía san Pablo, con el que nosotros vamos a consolar y alentar a los demás. Estamos llenos de esperanza en el Señor y es la esperanza con la que queremos contagiar a nuestro mundo.
Y ¿no nos sentiremos felices de verdad si vemos una nueva ilusión y esperanza en el mundo que nos rodea y que está tan lleno de sufrimientos? La felicidad en Jesús encuentra un nuevo y más profundo sentido.

domingo, 7 de junio de 2015

Celebrar la comunión con Cristo en la Eucaristía es entrar en comunión con ese Cristo vivo que son nuestros hermanos

Celebrar la comunión con Cristo en la Eucaristía es entrar en comunión con ese Cristo vivo que son nuestros hermanos

Éxodo 24, 3-8; Sal. 115; Hebreos 9, 11-15; Marcos 14, 12. 16. 22-26
Cuando era el día y la hora del sacrificio - cuando se sacrificaba en el templo el cordero pascual, dice el evangelista - los discípulos le preguntan a Jesús donde quiere que le preparen la cena de pascua. Están en Jerusalén y han de depender de la generosidad de alguien que les facilite el lugar. Jesús les da una dirección concreta; han de seguir al  hombre que lleva cántaro de agua para llegar hasta el dueño del lugar. Todo sucede como lo ha señalado Jesús y allí hacen los preparativos.
Era el día y la hora del sacrificio del cordero pascual que cada año les servia de recuerdo de una pascua; celebraban así la pascua comiendo un cordero sacrificado en el templo. Era un sacrificio lo que se realizaba pero era una comida de comunión en la que se participaba. Era ahora el momento en que había llegado la hora, como dirá Juan en su evangelio, en que se iba a realizar la verdadera y definitiva pascua. Los discípulos estaban colaborando en los preparativos sin ser del todo conscientes de lo trascendental no solo para ellos sino para toda la humanidad de lo que iba a suceder.
Recordaban los judíos la liberación de Egipto y todo había de tener aires de fiesta y sentido de comunión. Por eso se sentaban alrededor de la mesa para comer el cordero pascual. Pero ahora Jesús les va a decir tomando el pan en sus manos que aquel Pan era su cuerpo entregado y que lo habían de comer ya para siempre hasta el final de los tiempos recordando y viviendo su pascua, su paso salvador para todos los hombres.
‘Esto es mi cuerpo… esta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos’. Y eso mismo tendríamos que seguirlo haciendo siempre. ‘Haced esto en memoria mía’, para siempre. Y cada vez que comiéramos de ese pan y bebiéramos de esa copa estaríamos recordando para siempre el paso salvador del Señor, su muerte redentora y salvadora que nos liberaba de los pecados. Y eso mismo tendríamos que seguirlo haciendo con ese mismo aire de fiesta y de comunión.
Ahora será ya un nuevo sacrificio el que se celebra y del que para siempre participaremos porque tiene valor y duración eterna. ‘No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna’. Es su sangre derramada, es la sangre de la Nueva Alianza, es la Sangre que si nos traerá el perdón de los pecados, es la sangre que va a derribar para siempre el muro que nos separaba con nuestros odios y desamores, es la sangre que crea una nueva alianza entre los  hombres, que crea una nueva comunión, que estrecha lazos entre los hombres para vivir para siempre en el amor. Está hablándonos Jesús del sacrificio de la propia vida que logra una Alianza eterna.
Y eso es lo que vivimos, hemos de vivir con toda intensidad en cada Eucaristía. No la convirtamos en unos ritos; hagamos de verdad de la Eucaristía ese banquete de comunión porque en verdad vivamos para siempre esa comunión nueva que Cristo ha creado entre nosotros cuando ha derramado su sangre. No podemos celebrar la Eucaristía de cualquiera manera. Siempre tiene que recordarnos la Alianza de Jesús, siempre tenemos que vivirla en la comunión y para la comunión. Y la comunión no es solo que vayamos ritualmente a comer el cuerpo de Cristo en el pan sagrado, sino que tiene que expresar algo más hondo que queremos vivir en nuestra vida.
Queremos, sí, comulgar a Cristo porque queremos entrar en comunión con Cristo, pero entrar en comunión con Cristo es entrar en comunión con ese Cristo vivo que son nuestros hermanos que están a nuestro lado. Por eso ya nos decía que si cuando íbamos a presentar la ofrenda no había esa comunión entre los hermanos fuéramos primero a restablecer esa comunión con ellos para que la comunión de la Eucaristía tuviera verdadero sentido.
Por eso cuando vemos a tantos hermanos nuestros que sufren a nuestro lado en ese mundo en el que vivimos tenemos que luchar por vivir de forma autentica esa comunión con ellos para que nuestras eucaristías tengan sentido profundo. Y si vivimos profundamente nuestras eucaristías de ahí tenemos que salir siempre con un compromiso nuevo para llegar hasta esos hermanos que sufren y compartir con ellos nuestro amor.
Esa presencia de Cristo que llega a nuestra vida en ese paso liberador y salvador es lo que en esta fiesta del Cuerpo de Cristo queremos celebrar. Vayamos a lo hondo. No nos quedemos en cosas externas. Es hermoso que hagamos ese homenaje a la Eucaristía con nuestra procesión eucarística por nuestras calles adornadas de flores, de pasillos, de todos esos signos de fiesta. Pero eso ha de significar cómo tenemos que ir al encuentro de nuestros hermanos; cómo tenemos que ir creando esos lazos de comunión con todos los que nos rodean; cómo nos compromete a hacer un mundo más justo, más fraterno, donde vayamos repartiendo auténtico amor.
Del paso la procesión de Cristo por nuestras calles ha de quedar algo más que unos restos de flores con las que hayamos adornado el paso de Cristo en su procesión; ha de quedar el suave olor del amor porque al día siguiente nos amemos más, nos sintamos más comprometidos con los hermanos que sufren, hayamos creado más comunión entre nosotros.