jueves, 11 de junio de 2015

Profetas y misioneros en comunidades proféticas y misioneras

Profetas y misioneros en comunidades proféticas y misioneras

Hechos,  11, 21-26; 13 1-3; Sal 97; Mateo 10,7-13
La comunidad de Antioquia era una comunidad abierta al evangelio pero con un espíritu misionero para llevar el anuncio de la Buena Nueva a los demás. Aquel primer pequeño grupo de creyentes en Jesús, que precisamente en esa comunidad comenzaron a llamarse cristianos, abrió sus puertas para que se incorporaran al camino del evangelio no solo los judíos sino también los que provenían del mundo pagano.
Allá envían desde la comunidad de Jerusalén a Bernabé - cuya fiesta hoy celebramos - que al ver ‘cómo Dios los había bendecido, se alegró mucho, animó a todos a que con corazón firme siguieran fieles al Señor… Y así mucha gente se unió al Señor’. Pero no se quedó ahí la misión de Bernabé sino que va en busca de Saulo hasta Tarso para traerlo e incorporarlo a la tarea de la evangelización.
Los primeros momentos de la predicación de Saulo después de su conversión estuvieron llenos de peligros dado su ardor, y los discípulos le recomendaron que se fuera a su ciudad de Tarso; es por lo que lo encontramos allí. Pero ahí está la visión profética de Bernabé para saber contar también con Saulo en la tarea del anuncio del Evangelio.
Pero hoy escuchamos al final del texto cómo, inspirados y con la fuerza del Espíritu, aquella comunidad se desprenderá de la presencia de Bernabé y Saulo para enviarlos a la misión del anuncio del Evangelio por otros lugares. Será el inicio del primer viaje apostólico de Saulo, que pronto comenzará a llamarse Pablo, y luego de otros muchos, siempre partiendo de aquella comunidad llevando el evangelio por toda el Asia Menor y saltando al continente europeo en Macedonia, Tesalónica y Grecia.
Es ese ardor profético y misionero de aquella comunidad y de aquellos apóstoles lo tenemos que resaltar y que tendría que ser buen ejemplo y estimulo para nuestras comunidades hoy. ¿Serán así nuestras comunidades cristianas? ¿Hay en nosotros ese empuje misionero para llevar el anuncio de Jesús y su evangelio a los demás? Hoy hemos escuchado en el evangelio el mandato de Jesús de ir por el mundo anunciando su evangelio.
Los cristianos muchas veces vivimos como adormecidos en nuestra fe y se nos enfría ese empuje apostólico. Tenemos el peligro de llenarnos de rutina haciendo siempre las mismas cosas y viviendo encerrados en nuestro círculo. Pero quien ha recibido el anuncio del Evangelio esa alegría de la fe no se la puede guardar solo para sí; tiene que contagiarla, trasmitirla, comunicarla. El mundo en que vivimos necesita de ese anuncio del evangelio que lo llene de esperanza.
De la misma manera que aquella comunidad de Antioquia supo sintonizar con el Espíritu y se dejó conducir, así necesitamos hacerlo hoy en el momento que vivimos. Escuchemos al Espíritu que mueve nuestros corazones. No nos hagamos sordos ni insensibles a sus mociones y a su llamada.


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