sábado, 31 de enero de 2015

Acudimos con fe a Jesús para saber sentir que El está ahí a nuestro lado aunque no lo veamos

Acudimos con fe a Jesús para saber sentir que El está ahí a nuestro lado aunque no lo veamos

Hebreos, 11, 1-2.8-19; Sal.: Lc. 1, 69-75; Marcos, 4. 35-40
‘¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?’ Es la queja de Jesús ante la falta de confianza de los discípulos. Habían acudido gritando a Jesús: ‘Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?’
Iban atravesando el lago como tantas veces en las idas y venidas de Jesús de un lado para otro; o como tantas veces lo habían atravesado porque aquel había sido su lugar de trabajo hasta que Jesús les invitara a seguirle. Muchos vientos recios seguramente habían soportado también en otras ocasiones y como avezados pescadores sabrían soportar la tormenta. Pero ahora parece que no es igual, es más fuerte. ‘Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua’. Jesús estaba allí. Pero ‘estaba a popa dormido sobre un almohadón’. Es cuanto lo despiertan suplicándole, como hemos escuchado.
Pero allí estaba Jesús, ¿por qué habían de temer? Allí estaba Jesús pero en silencio ante su situación, ‘dormido sobre un almohadón’. Se parece a situaciones por las que pasamos tantas veces en la vida. Tentaciones, problemas, luchas, contratiempos, dificultades, cosas en contra como vientos recios, como huracanes y parece que nos hundimos. También gritamos, aunque nos parece que el cielo no nos escucha, como decimos en muchas ocasiones. ¿Nos faltará confianza? ¿Nos faltará a nosotros también fe?
El Señor está ahí aunque no se haga notar. El Señor está ahí y El es de verdad nuestra fuerza y nuestra seguridad. También le gritamos al Señor, le suplicamos desde nuestras angustias, desde nuestras debilidades. Tenemos que suplicarle, sí, poner en El toda nuestra confianza. También tenemos que decirle ‘¿no te importa que nos hundamos?’ Porque además no es solo la confianza que podamos tener en nosotros mismos, o en nuestro saber hacer las cosas o la fuerza de voluntad que nosotros pongamos. Todo eso, es cierto, tenemos que ponerlo, pero nuestra última confianza está en el Señor y a El acudimos.
Y acudimos con fe a Jesús; con fe para saber sentir que El está ahí a nuestro lado aunque no lo veamos; con fe para seguir los caminos del Señor que muchas veces pueden ser diferentes a nuestros caminos; con fe para saber esperar ese actuar del Señor en nuestra vida porque sus tiempos no son nuestros tiempos; con fe para descubrir de verdad cual es su voluntad, porque son sus caminos los que tenemos que buscar.
Que el Señor nos dé esa fe que necesitamos. Que el Señor venga en nuestra ayuda. Que el Señor nos dé la gracia de hacernos sentir su presencia. Que el Señor nos llene de su paz.


viernes, 30 de enero de 2015

Constancia y perseverancia en medio de las luchas y dificultades porque somos hombres de fe

Constancia y perseverancia en medio de las luchas y dificultades porque somos hombres de fe

Hebreos, 10, 32-39; Sal. 36; Mc. 4, 26-34
‘Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa… somos hombres de fe para salvar el alma’. Son las recomendaciones que hace el autor de la carta a los Hebreos a los cristianos de su tiempo. ¿Nos hará también a nosotros hoy? ¿No lo necesitaremos?
Recuerda los momentos difíciles del principio - ‘soportasteis múltiples combates y sufrimientos’, les dice - y les recuerda también aquellos otros momentos hermosos en que se sintieron solidarios con los que sufrían. ‘Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que teníais bienes mejores, y permanentes’.
Ahora es necesario mantenerse fuertes, porque la fortaleza la tenemos siempre en el Señor. al que trata de ser fiel no le faltarán dificultades, bien desde quienes están en contra que siempre tratarán de atraernos al mal, lo cual se convierte en un combate fuerte, bien desde nuestras propias debilidades donde sufrimos la tentación de múltiples maneras. Pero el Señor nos dice hoy ‘no renunciéis a vuestra valentía que tendrá una gran recompensa’.
Y es que en esos momentos difíciles tenemos que sacar a flote nuestra fe; no podemos dejar que se nos apague la fe; ‘somos hombres de fe para salvar el alma’, nos dice. Es la lucha de la vida de cada día; es la lucha y el trabajo que realizamos por el evangelio, por el Reino de Dios. Es nuestra tarea que no siempre es fácil y que se ve envuelta en muchas dificultades que nos ponen a prueba.
Muchas veces quizá no se ve el fruto de la tarea que realizamos; son momentos quizá de silencio o de oscuridad. La semilla para que pueda germinar ha de desaparecer, por así decirlo, porque ha de ser enterrada y allá en el silencio de la tierra, como nos dice la parábola del evangelio, aunque parezca que está perdida, sin embargo está realizando el proceso de la germinación para que surja esa nueva planta, esa nueva vida. Quizá haya muchos momentos en nuestra vida así, de silencio, de ocultamiento, de pasar incluso desapercibidos, pero tenemos la esperanza del fruto que un día el Señor hará surgir.
Es bueno recordar lo que hoy nos está diciendo la carta a los Hebreos y esas palabras con las que hemos comenzado esta breve reflexión. ‘Os hace falta constancia…’ Que no nos falte nunca esa constancia manteniéndonos firmes en nuestra fe, porque nuestro apoyo lo tenemos en el Señor.
Como rezábamos hoy con el salmista ‘el Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva, porque se acogen a El’.
‘Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso; y mi justo vivirá de la fe…’ Palabras de consuelo y de esperanza; palabras que nos fortalecen en nuestro espíritu.


jueves, 29 de enero de 2015

Acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado e inundados de amor

Acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado e inundados de amor

Hebreos, 10, 19-25; Sal. 23; Marcos, 4, 21-25
¿Cómo podemos acercarnos a Dios? ¿Es que nosotros, pequeñas criaturas suyas, podemos atrevernos a acercarnos a su inmensidad y a su grandeza? ¿No será algo que nos supere y que entonces no podamos hacer?
En el Antiguo Testamento, en la Antigua Alianza, el templo era un signo de esa presencia de Dios; era el lugar santo, consagrado al Señor dedicado todo él al culto sagrado, al culto a Dios. Allí se ofrecían los sacrificios con los que el hombre trataba de agradar a Dios, era el lugar para la oración, para el cántico de los salmos y la escucha de la Ley y los Profetas, palabra que Dios había dirigido al hombre.
Pero dentro de la grandiosidad del templo de Jerusalén, aquel templo que David había querido construir, pero que había edificado y consagrado su hijo Salomón, había un lugar de especial presencia de Dios. Además del altar de los sacrificios había un lugar santo especialmente señalado para expresar esa presencia de Dios. Era el centro del templo; dividido en dos estancias estaba primero el lugar llamado ‘el santo’ donde era ofrecido el incienso cada día por el sacerdote de turno, junto a la mesa de los panes de las ofrendas; separado por una cortina que no se podía atravesar estaba el lugar santísimo, donde al principio se guardaba el arca de la Alianza, y al que solo entraba el Sumo Sacerdote una vez al año en el día de la expiación. Nadie podía traspasar aquella cortina sino el Sumo Sacerdote.
Envuelto en nubes de incienso estaba aquel lugar que representaba para los judíos el lugar más santo de la presencia de la divinidad, a la manera como mientras caminaban por el desierto Moisés había levantado la Tienda del Encuentro que se veía envuelta por una nube cuando Dios se hacía presente en medio de su pueblo. Solo Moisés podía acercarse a la Tienda del Encuentro para hablar cara a cara con Dios, mientras guiaba a su pueblo hacia la tierra prometida.
Todo eso venía a significar la grandeza de la gloria de Dios que lo envolvía todo y expresa en todos sus atributos la inmensidad de Dios en todas sus perfecciones y en toda su santidad. El hombre no era digno de poder acercarse a su Dios. Los sacerdotes como mediadores y pontífices - que hacen de puente - se podían acercar para la ofrenda de los sacrificios y de los holocaustos.
Pero el velo del templo se rasgó arriba abajo con la muerte de Jesús, como se señala como un signo en uno de los evangelios. Y es que Dios había querido acercarse al hombre para ser Emmanuel, Dios con nosotros. Como nos dice hoy la carta de los Hebreos ‘teniendo entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús; contando con el camino nuevo y vivo que El ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne… acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado…’
Cristo nos ha abierto las puertas para poder acercarnos a Dios, porque es El mismo quien se ha acercado a nosotros haciéndose Dios con nosotros cuando tomó nuestra carne, pero cuando se ofreció a si mismo como sacrificio de expiación por nuestros pecados. Es el Sumo Sacerdote que ha ofrecido de una vez para siempre el sacrificio que nos redime, que nos salva y que nos santifica. El no solo ha hecho una ofrenda de si mismo al Padre al derramar su Sangre para remisión de nuestros pecados, sino que a nosotros también nos quiere hacer una ofrenda, nos quiere hacer llegar el regalo de su perdón y de su amor.
¿Cómo podemos acercarnos a Dios? Ahora sí podemos acercarnos a Dios desde la humildad, es cierto, pero también con todo nuestro amor porque nos sentimos amados y salvados, llenos de su gracia e inundados de su Espíritu. Aunque no somos dignos El nos ha engrandecido porque nos ha llenado con su gracia.
Con cuánto amor podemos y tenemos que acercarnos a Dios. Ya no vamos desde el temor, sino desde el amor, porque nos sentimos amados y nosotros queremos amar también; quienes se aman permanecen unidos, así nosotros queremos permanecer en el amor del Señor que quiere incluso venir a poner su morada en nuestro corazón. Qué gozo más grande tenemos que sentir en nosotros.

miércoles, 28 de enero de 2015

Hagamos el esfuerzo de ponernos con toda sinceridad ante Jesús y escuchar como si fuera la primera vez esta parábola

Hagamos el esfuerzo de ponernos con toda sinceridad ante Jesús y escuchar como si fuera la primera vez esta parábola

Hebreos 10,11-18; Sal 109,1.2.3.4; Marcos 4,1-20
‘Jesús se puso a enseñar junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca… les enseñó mucho rato en parábolas’. Así nos dice hoy el evangelista. Mucha gente venía a ver a Jesús, a escucharle. Y Jesús les enseña en parábolas. Imágenes o comparaciones con las que se ayuda Jesús para que comprendan lo que es el Reino de Dios; imágenes y comparaciones para hacer reflexionar.
Mucha gente venia a Jesús. Como nos hemos preguntado muchas veces, ¿a qué venían? ¿Qué buscaban? ¿Qué es lo que traían dentro de sí cuando llegaban hasta Jesús y Jesús les enseñaba? ¿Cómo venimos nosotros hasta Jesús? ¿Qué traemos también en nuestro interior?
Con la parábola que Jesús les propone del sembrador que sale a sembrar su semilla, pero semilla que cae en diversas tierras y serán distintos, entonces, también los frutos Jesús quiere hacernos pensar en cómo escuchamos a Jesús. Porque podemos venir y no escuchar. O escuchamos lo que nos interesa. Habrá cosas que nos llamen la atención y cosas a las que no hacemos caso. De una forma o de otra nos pasa muchas veces.
Entre aquellas gentes muchos podrían venir por curiosidad, porque habían oído hablar de aquel nuevo predicador, de aquel nuevo profeta que había surgido; o vendrían algunos desde sus intereses, porque le traían a sus enfermos para que los curasen o ellos mismos venían con sus dolores y enfermedades esperando el milagro por parte de Jesús. Muchos quizá venían y querían prestar atención a sus palabras, porque quizá despertasen alguna sorpresa en su interior, pero quizá en su interior pesaba mucho lo que era su vida de siempre, sus costumbres y rutinas y emprender  un cambio y una transformación era algo que exigía más. A muchos quizá no les convencía demasiado aquello nuevo que enseñaba Jesús, aquellas actitudes nuevas que había que tener, y se quedaban en la distancia a ver por donde terminaba todo. En muchos sí que se despertaba la esperanza de algo nuevo que estaban esperando y deseando y entonces trataban de llevarlo a su vida porque sentían que algo nuevo estaba comenzando.
Son los diferentes tipos de tierras preparadas o no de las que habla Jesús; la tierra dura y pisoteada del camino donde no podría penetrar la semilla que o se llevaba el viento o se la comían los pájaros; sería la tierra llena de malezas, de abrojos o de piedras donde era difícil echar raíz o si nacía la nueva plata pronto iba a ser como engullida por las malas hierbas, o podría ser la tierra buena, dispuesta, labrada, abonada para que la semilla pudiera germinar y dar fruto.
Pero no miramos solo aquellas gentes que aquel día en la orilla del lago de Tiberíades escuchaban a Jesús. Pensamos en nosotros, los que tantas veces hemos escuchado esta parábola y quizá nos hemos hecho buenos propósitos, que pronto quizá hemos olvidado; nosotros que cuando empezamos a escucharla ya decimos que nos la sabemos pero de ahí no pasamos; a nosotros que quizá nos sentimos interpelados pero nos cuesta arrancarnos de esas malas hierbas que hemos dejado brotar en nuestra vida y al final seguiremos como estábamos; a nosotros, a mi mismo, que cuando escucho la parábola antes que pensar en mi mismo tengo la tentación de pensar en los demás a ver como la explico o qué consecuencias puedo sacar para los demás, pero poco pienso en mi mismo.
¿Por qué no hacemos el esfuerzo de ponernos con toda sinceridad ante Jesús y escuchar como si fuera la primera vez esta parábola para plantar la semilla de esta Palabra en nuestra propia vida?

martes, 27 de enero de 2015

Hagamos de nuestra vida una ofrenda de amor unidos a Jesús y así quedaremos en verdad santificados

Hagamos de nuestra vida una ofrenda de amor unidos a Jesús y así quedaremos en verdad santificados

Hebreos 10,1-10; Sal 39,2.4ab.7-8a.10.11; Marcos 3,31-35
‘Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación de cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre’. No son los sacrificios de cosas materiales o terrenas los que nos santifican. La salvación la tenemos en Cristo Jesús. El se entregó por nosotros, ofreció su vida, derramó su Sangre, hizo la oblación de amor de su vida entregada en todo a hacer la voluntad del Padre; en El encontramos la redención, la salvación, la santificación.
El autor sagrado de la carta a los Hebreos nos hace, por así decirlo, una comparación entre los sacrificios y holocaustos de la antigua ley, de la Antigua Alianza, y la ofrenda de la Nueva Alianza que es la Sangre de Cristo. Con aquellos sacrificios ofrecíamos los hombres una ofrenda de nuestras cosas, pero Cristo viene a enseñarnos que la verdadera ofrenda es la que hacemos de nuestra voluntad, de nuestra vida. Nos puede ser fácil ofrecer cosas, porque a la larga nos desprendemos de eso, de cosas que por muy valiosas que sean para nosotros son siempre ajenas a nosotros; lo que en verdad cuesta es ofrecer nuestra voluntad, nuestro yo, hacer ofrenda de nuestra vida.
‘Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quiere sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’. Como diría Jesús en Getsemaní ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’. Como nos diría en otro lugar, su alimento era hacer la voluntad del Padre.
Eso no es fácil; el hombre quiere su autonomía, hacer su voluntad, que nadie que tenga que decir lo que tengo que hacer. Llegar a hacer esa ofrenda de mi voluntad, no es fácil; ponerme en la manos de Dios, hacer lo que el Señor quiere y no simplemente mis deseos es costoso; decirlo es fácil, nos podemos hacer bonitas reflexiones y hermosos propósitos, pero que luego eso se haga vida, realidad en mi vida, negándome a mi yo, a mi deseo, es más costoso, es verdadera ofrenda. Es lo que viene a enseñarnos Jesús. Es lo que podremos hacer si nos dejamos conducir por la fuerza de su Espíritu. ‘En  tus manos, Padre, pongo mi espíritu’, en tus manos pongo mi vida, diría Jesús en la Cruz.
Y los que queremos hacer por encima de todo la voluntad del Padre cumpliendo los mandamientos del Señor  somos en verdad la familia de Jesús. Es lo que hemos escuchado en el Evangelio hoy. Vienen a decirle que allí están su madre y sus hermanos. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ se pregunta Jesús. ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’.
Danos, Señor, la fuerza de tu Espíritu para que sepamos aceptar siempre lo que es la voluntad del Padre; quiero hacer de mi vida una ofrenda de amor. Nos unimos a Jesús, nos unimos a su ofrenda de amor y así quedaremos en verdad santificados.

lunes, 26 de enero de 2015

Reavivar el don de Dios en nuestra vida para no olvidar nunca lo que es el sentido de nuestra vida

Reavivar el don de Dios en nuestra vida para no olvidar nunca lo que es el sentido de nuestra vida

2Timoteo 1, 1-8; Sal 109,1.2.3.4; Marcos 3,22-30
‘Te recuerdo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio…’ Es la recomendación que le hace Pablo a su discípulo Timoteo.
Aunque estas palabras de san Pablo hacen claramente alusión a la imposición de las manos por lo que le confirió a Timoteo a quien hoy estamos celebrando el ministerio de presbítero y pastor de aquella comunidad de Éfeso que le había confiado, sin embargo como cristianos podemos ver también para cada uno de nosotros una alusión a nuestra consagración bautismal. También se nos impusieron las manos en el sacramento de la Confirmación para concedernos el don del Espíritu que consagraba nuestra vida para ser testigos y apóstoles.
Es algo que no podemos olvidar fácilmente. Es más, hemos de saber reavivar ese don del Espíritu Santo en nuestra vida, que nos recuerde y nos impulse a ese testimonio cristiano que estamos llamados a dar. Hay una tentación fácil que podemos sufrir y es el enfriarnos. Ya el Espíritu del Señor nos invita en el Apocalipsis a reavivar aquel amor primero. Ese amor y ese entusiasmo que muchas veces con el paso del tiempo se nos puede enfriar; caemos en la rutina, nos vamos acostumbrando a las cosas, se nos enfría la intensidad de nuestra fe. No lo podemos permitir.
En ese ritmo trepidante de la vida que vivimos nos preocupamos más de lo inmediato, de eso que creemos que tenemos que hacer en este momento y entramos en ese ritmo frenético de la vida y nos llegan los agobios y, es cierto, motivados también por la responsabilidad de lo que tenemos que hacer vamos queriendo resolver las cosas que en cada momento se nos van presentando. Pero es necesario detenerse un poco, para reflexionar, para revisar, para ver cuales eran aquellas motivaciones primeras que teníamos en nuestra vida, y entonces buscar lo que es lo más importante.
Y esto nos sucede en la materialidad de todas las cosas que hacemos, pero nos sucede en nuestra vida espiritual que puede ir entrando en una rutina y puede enfriarse, y podemos olvidar lo que en el fondo tiene que ser el sentido ultimo de todo lo que hacemos. Por eso hemos de saber caldear nuestra fe; tenemos que saber encontrar esos momentos para la reflexión, para la oración, para ese encuentro tranquilo y en paz con el Señor en tú a tú de una oración intensa donde en verdad nos encontremos con Dios y nos llenemos de Dios.
Sí, es lo que tenemos que hacer: Reavivar el don de Dios en nuestra vida para no olvidar nunca lo que es el sentido de nuestra vida


domingo, 25 de enero de 2015

Para aceptar la buena noticia de Jesús hay que cambiar la óptica con la mirada de Dios

Para aceptar la buena noticia de Jesús hay que cambiar la óptica con la mirada de Dios

Jonás 3, 1-5. 10; Sal 24, 4-5ab. 6-7bc. 8-9; 1Corintios 7, 29-31; Marcos 1, 14-20
‘Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertios y creed en el Evangelio’. Jesús iba anunciando una Buena Noticia. Ya llegó el momento; lo que hemos esperado desde los inicios del mundo ya está aquí. Esperaban al Mesías Salvador; los profetas habían ido alentando esa esperanza durante siglos. Ahora llega Jesús y les dice que ya es el momento. Era una buena noticia lo que estaban escuchando y por lo que tenían que llenarse de alegría.
Pero había que creer en esa Buena Noticia. Había que prepararse para recibirla y aceptarla. Ya el Bautista lo había anunciado como inminente e invitaba a prepararse. Habían ido realizando signos de purificación y de penitencia con el bautismo que Juan realizaba allá en el desierto junto al Jordán. Y la tarea del Bautista había acabado porque incluso lo habían arrestado. Todas las señales se iban cumpliendo. Y Jesús comienza a recorrer los caminos y los pueblos y aldeas de Galilea anunciando esa buena noticia: la llegada del Reino de Dios.
Sin embargo era necesario algo para poder creer en esa buena noticia, ese evangelio que es lo que significa. Había que cambiar la forma de mirar las cosas. Por muchos motivos. Primero porque por muy creyentes que fueran no siempre Dios había estado en el centro de sus vidas. Cuántas veces se habían visto tentados por otras cosas de manera que Dios no era el centro de sus vidas. Como nos sucede a nosotros; sí, tenemos que reconocerlo así porque es tentación de los hombres de todos los tiempos.
Confiamos más en nosotros, en nuestras fuerzas o en nuestros saberes que aunque decimos que ponemos toda nuestra fe en El sin embargo no siempre es así. Pensemos, por ejemplo, ¿cuáles son nuestros sueños de felicidad?  ¿qué es lo que aspiramos tener tantas veces para decir que así seríamos felices? Podemos pensar en el dinero o las riquezas, podemos pensar en el poder o en las influencias, podemos pensar en tantas vanidades de las que rodeamos y llenamos nuestra vida.
Pero creer y aceptar el Reino de Dios que llega a nuestras vidas significará que Dios es nuestro único Rey, nuestro único Señor. El tendrá que ser en verdad el centro de nuestra vida. Y en consecuencia todo lo que queremos hacer o queremos vivir tendrá que pasar, por así decirlo, por la óptica de Dios; mirar las cosas, la vida, lo que somos o lo que tenemos desde la mirada de Dios. Es necesario, entonces como decíamos, cambiar nuestra forma de mirar. Es lo que expresamos con la palabra conversión.
Conversión no es simplemente hacer penitencia porque sabemos que somos pecadores. Podemos hacer penitencia, muchos sacrificios pero tenemos el peligro de convertirlo en un rito y luego seguir pensando o viendo las cosas de la misma manera. Conversión es dar la vuelta, mirar las cosas desde otra óptica, desde otra perspectiva, como cuando cogemos una cosa en nuestras manos la estamos mirando por un lado, pero le damos la vuelta y vemos que por el otro lado es distinta.
Por otra parte, se habían hecho una idea muy concreta de lo que iba a ser el Mesías que iba a venir porque lo veían como un caudillo guerrero que les iba a liberar de la opresión de los pueblos vecinos, en este caso los romanos, a los que estaban sometidos. Y esa forma ver las cosas tenía que cambiar. Les iba a costar, bien lo vemos a lo largo de la vida de Jesús con las aspiraciones incluso de aquellos que estaban más cercanos a El que aspiraban a primeros puestos y quienes iban a ostentar el poder después de Jesús.
Aceptar esa buena noticia que Jesús anunciaba les iba a costar, muchas cosas tendrían que cambiar en su mente y en su corazón, de manera distinta habían de ver lo que era la función salvadora de Jesús, del Mesías; por eso, incluso, Jesús casi no quiere que se emplee esa palabra; cuando lo llegan a descubrir les prohíbe hablar de eso para que no hubiera malas interpretaciones. Ya vemos cómo querían hacerlo rey cuando les multiplicó los panes milagrosamente allá en el descampado.
Y cuidado que esa puede ser una visión que nosotros tenemos también que cambiar, algo de lo que convertirnos; en la mirada que hacemos de la Iglesia; en las interpretaciones que hacemos de lo sagrado y de lo religioso; en la lectura que hagamos incluso de los acontecimientos y de la misma Biblia. Muchos ejemplos podríamos poner. Es la visión de un guerrero que se da de Moisés, por ejemplo, en una reciente película sobre el Éxodo. Es la visión que tiene el mundo de lo sagrado, de lo religioso y hasta del sentido cristiano.
Es lo que nos está pidiendo hoy la Palabra de Dios; no nos podemos quedar en comentar lo que Jesús le pedía a las gentes de su tiempo; tenemos que escuchar que es lo que nos dice hoy a nosotros; para aceptar la buena noticia de Jesús hay que cambiar la óptica con la mirada de Dios. ¿Seremos capaces? ¿Tendremos la humildad de las gentes de Nínive de convertir de verdad nuestro corazón al Señor para que sea en verdad el centro de nuestra vida? Vemos ya en el relato del evangelio a unos primeros discípulos que le dicen sí a Jesús, aquellos pescadores a los que llama a seguirle. ¡Qué generosidad y que disponibilidad!
Acojamos de verdad esa Buena Noticia. Jesús llega a nuestra vida concreta con su salvación. Necesitamos acoger con esperanza, una esperanza que pone alegría en el corazón, esa buena noticia de Jesús.