domingo, 5 de julio de 2015

Nos asombramos ante las maravillas de Dios y nos dejamos transformar por su Espíritu para hacer nacer un hombre nuevo y un mundo nuevo

Nos asombramos ante las maravillas de Dios y nos dejamos transformar por su Espíritu para hacer nacer un hombre nuevo y un mundo nuevo

Ez. 2, 2-5; Sal. 122; 2Cor.12, 7-10; Mc. 1-6
Los paisanos de Jesús en Nazaret estaban asombrados pero no convencidos. Hasta ellos habían ido llegando noticias de que Jesús, el hijo de María, el hijo del carpintero, el pariente de Santiago y José, y Judas y Simón, cuando había venido del Jordán iba recorriendo desde Cafarnaún las aldeas de Galilea e iba enseñando algo nuevo: que llegaba el Reino de Dios y había que creer esa buena noticia; al mismo tiempo les contaban cómo hacía milagros porque curaba a los enfermos y expulsaba a los demonios.
Ahora había vuelto por su pueblo y el sábado se adelantó en la sinagoga a hacer la lectura y dirigir la oración con su enseñanza. Estaban asombrados. ¿Dónde había aprendido lo que ahora enseñaba? No tenían conocimiento de que hubiera asistido a las escuelas de los rabinos ni en Jerusalén ni en ningún sitio, porque la juventud la había pasado allí entre ellos en el mismo oficio que José. ‘¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esta que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos?’ Aunque allí aún no había realizado ninguno.
Estaban asombrados, pero no convencidos. No terminaban de creer ni de confiar. ‘No desprecian a un profeta más que entre sus parientes y en su casa’, les había dicho. Bien sabemos que es así, porque a los más cercanos es a los que más les cuesta creer, porque creen conocerlo desde siempre y se preguntan de donde saca todas esas cosas que ahora enseña. Más tarde también los fariseos y los maestros de la ley vendrán preguntando algo así como que en qué escuela rabínica ha aprendido Jesús todas esas cosas para hablar con esa autoridad. Porque todos reconocerán que habla con autoridad, que nadie ha hablado como El; y le harán preguntas para ponerlo a prueba para ver si enseña algo contrario a la ley o a sus tradiciones.
El evangelista Marcos no nos explicita lo que fue la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret mientras en el texto paralelo de san Lucas nos habla de la lectura del profeta Isaías que anunciaba al que venía lleno del Espíritu para anunciar la Buena Nueva y proclamar el año de gracia del Señor. Marcos quisiera quizá insistir más en el asombro, pero al mismo tiempo en la falta de fe. Por eso dirá que ‘no pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos, y se extrañó de su falta de fe’.
¿Pensaban quizá más en el Jesús taumatúrgico que en el propio mensaje que Jesús pudiera ofrecerles de la llegada del Reino de Dios? Es lo que nos puede suceder muchas veces en muchas expresiones de nuestra religiosidad. Buscar el milagro, buscar la cosa asombrosa, pero no escuchar el mensaje y hacernos participes de la salvación. Pensemos en lo que buscamos muchas veces en nuestras visitas a los santuarios de mayor devoción. La salvación que buscamos se nos puede quedar en la búsqueda del remedio para nuestros males, para nuestras necesidades materiales o nuestras enfermedades, pero no llegamos a ahondar lo suficiente para sentir cómo el Señor con su salvación llega a nosotros para transformar nuestros corazones.
Es esa transformación del corazón lo que tendríamos que buscar para vivir esos valores nuevos que Jesús nos ofrece en la Buena Noticia del Evangelio. Que arranquemos de nosotros esas actitudes negativas, esas posturas de comodidad o de rutina, esos planteamientos egoístas y materialistas que nos hacemos en la vida que nos encierran en nosotros mismos y en nuestros intereses, esos resentimientos y envidias que nos amargan el corazón y con los que amargamos y hacemos sufrir también a cuantos están a nuestro lado, esas violencias que aparecen muchas  veces en nuestras reacciones con las que podemos hacer daño a los demás.
Ese es el verdadero milagro que Jesús quiere hacer en nuestra vida transformando nuestro corazón. Es la Buena Noticia que Jesús viene a traernos, de que es posible que seamos ese hombre nuevo que El quiere de nosotros y que es posible hacer que nuestro mundo sea mejor. Tenemos la garantía de su gracia, de su presencia, de su Espíritu que estará siempre con nosotros.
Que se despierte la verdadera fe en nuestros corazones. Que en verdad queramos escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos, no quedándonos solamente en el asombro, sino que demos pasos en esa transformación del corazón. Sí, nos sentimos asombrados ante sus maravillas, ante su Sabiduría infinita de la que queremos beber, cantamos nuestra alabanza al Dios bueno que tanto nos ama, pero al mismo tiempo nos dejamos conducir por su gracia, por la fuerza de su Espíritu, porque además todo eso que recibimos del Señor hemos de comunicarlo, trasmitirlo a los demás, contagiándolos de esa fe y de esos deseos de un mundo mejor.
Nos asombramos ante las maravillas de Dios, ante la Sabiduría de Dios que se nos manifiesta en Jesús y nos queremos dejar transformar por su Espíritu para hacer nacer un hombre nuevo y un mundo nuevo.


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