martes, 13 de enero de 2015

Para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de nuestra salvación

Para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de nuestra salvación


Cuando en la vida nos aparece el sufrimiento, ya sea por la enfermedad que daña nuestro cuerpo, por las limitaciones que nos vayan apareciendo en la vida a causa de nuestras debilidades o también por el paso de los años, ya sea por las injurias que podamos recibir de los demás o por los problemas que nos afectan y nos agobian, nos cuesta aceptarlo, nos rebelamos en ocasiones o surgen muchas preguntas en nuestro interior sobre el sentido de todo lo que nos está pasando, poniendo en peligro en ocasiones incluso hasta nuestra fe. A nadie la gusta el sufrimiento que muchas veces se puede convertir en una prueba muy dolorosa también en un sentido espiritual.
El creyente que sigue a Cristo en El busca y quiere encontrar respuestas. Le miramos a El, el justo y el inocente, que al asumir nuestra naturaleza humana haciéndose hombre como nosotros lo veremos también envuelto en dolores y sufrimientos. Contemplamos el acoso que sufrió de parte de quienes no le entendían ni le aceptaban, pero sobre todo le contemplamos en su pasión y en su cruz. Fue su Pascua que para nosotros fue vida y salvación. Fue su Pascua que fue su entrega de amor en la ofrenda que de sí mismo había hecho desde su entrada en el mundo, ‘aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’.
Es por ese camino donde tenemos que encontrar esa respuesta que buscamos,  ese sentido y ese valor que hemos de aprender a darle a nuestros sufrimientos. No es fácil; como decíamos antes, a nadie le gusta el sufrimiento. Pero nuestra vida encuentra sentido desde el amor.  Y primero que nada miramos el amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús; que se nos manifiesta en Jesús en su entrega suprema de amor que fue su pascua, que fue su pasión y su muerte que culminó en la resurrección.
De eso nos ha hablado hoy la carta a los Hebreos que estamos escuchando en la primera lectura de la liturgia. ‘Al que Dios había hecho poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y su muerte’. Fijémonos en lo que nos dice ‘coronado de gloria y honor por su pasión y su muerte’. No fue ignominia, sino camino de gloria y honor. ‘Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de nuestra salvación’. Gracia redentora para todos los hombres fue el sufrimiento de Cristo en su Pascua. Ofrenda de amor para nuestra salvación.
¿Encontraremos ahí un sentido y un valor para nuestros sufrimientos? ¿Encontraremos en Cristo esa respuesta que necesitamos y que ilumine nuestra vida ensombrecida por el sufrimiento? Cuestión de amor, cuestión de ofrenda de nuestra vida para darle ese valor también redentor y de gracia. Es pascua, decimos, porque ahí y así pasa Dios por nuestra vida, aunque nos cueste verle o que en ocasiones sea duro. Cuando encontramos ese sentido se convierte también para nosotros en una purificación de nuestra vida, y a la larga de una consagración de nuestra vida. Será manifestación de la gloria y el honor del Señor en nuestra vida. Será cauce de salvación y de gracia también para los demás.
¿Aprenderemos a hacerlo? ¿Sabremos decirle sí al Señor? Sabemos que no nos faltará nunca su gracia que nos fortalece y su luz que nos ayuda ver el camino. Que todo sea siempre para la gloria de Dios. La pascua siempre termina en vida, en luz, en resurrección. Que podamos alcanzarla.

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