miércoles, 21 de enero de 2015

Curar el sufrimiento del hombre es también dar gloria al Señor

Curar el sufrimiento del hombre es también dar gloria al Señor

Hebreos 7,1-3.15-17; Sal 109,1.2.3.4; Marcos 3,1-6
‘Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo… y Jesús, dolido de su obstinación, le dijo al hombre: Extiende el brazo. Lo extendió y quedó restablecido’.
Sufre Jesús por la cerrazón del corazón de los hombres. Lo acechaban, querían acusarlo, pero no era tanto eso por lo que Jesús se siente dolido, sino por la cerrazón del corazón, por la inmisericordia que manifestaban. Y es que quien ama se duele cuando no encuentra amor. Jesús era la manifestación más maravillosa de lo que era el corazón compasivo y misericordioso de Dios y allá por donde pasaba siempre iba haciendo el bien.
Pero los hombres hechos para el amor no aman. Pero Jesús sigue amando, sigue manifestando su amor, su compasión, su misericordia. No teme la reacción que pudiera haber; a Jesús lo que le importa es amar y que nos contagiemos de su amor, que aprendamos a amar con un amor como el suyo; será su continua enseñanza, será su vida.
Para Jesús lo importante era la persona y allí había alguien que sufría. Es cierto que el sábado era para dedicarlo al Señor y por eso todo estaba reglamentado para que no anduviéramos con nuestras preocupaciones sino que supiéramos poner a Dios en verdad en el centro de la vida. Todo para el encuentro vivo con el Señor, escuchando su Palabra, dándole culto, ofreciendo nuestra oración y nuestra acción de gracias al Señor.
Pero, ¿no era en verdad glorificar al Señor mitigar el sufrimiento del hermano que está a nuestro lado? ¿No era dar gloria a Dios el impregnarnos de su amor compasivo y misericordioso para ser nosotros también compasivos y misericordiosos con el hombre que sufre? Era lo que Jesús quería hacerles comprender pero ellos estaban más cegados por letra de la ley que por la apertura del corazón al amor y a la misericordia.
Ese tiene que ser el camino del cristiano, del que sigue a Jesús, vivir en el amor y la misericordia. El que sigue a Jesús lo que ha de hacer es parecerse a Jesús, lo que significa impregnarnos de amor para vivir nosotros también en el amor. Quien no sabe ser misericordioso con los demás no puede decir que está siguiendo el camino de Jesús.
También tenemos muchas veces el peligro de cegarnos y encerrarnos en nosotros mismos, en el cumplimiento legal o en el hacer las cosas a nuestro parecer. Abramos nuestro corazón al amor. Dejémonos empapar por el sentido del evangelio. Pidamos al Señor que su Espíritu inunde nuestra vida y sea el que mueva nuestro corazón. Seguro que lo llenaremos de amor. Eso dará verdadera alegría a nuestra vida. Haremos más felices a los que nos rodean y así estaremos en verdad sembrando semillas del Reino de Dios

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