miércoles, 31 de diciembre de 2014

Seguimos postrándonos ante el misterio de la Encarnación de Dios

Seguimos postrándonos ante el misterio de la Encarnación de Dios


‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’.
Seguimos contemplando el misterio de la Navidad; seguimos postrándonos ante el misterio de la Encarnación de Dios. Seguimos meditándolo, rumiándolo en nuestro interior, haciéndolo oración.
Es Dios que se hace carne, que se hace hombre como nosotros. Es la Palabra que es Dios. Es la Palabra que es la Luz de nuestra vida. Es la Palabra que es la única Vida a la que hemos de aspirar. Es la Palabra que es la única Verdad en la que vamos a encontrar la Salvación y ser verdaderamente libres.
Que las tinieblas no nos oscurezcan la vida. Que la maldad de la mentira no nos oculte la Verdad. Que sepamos encontrar el camino; que sepamos encontrar a Cristo. Es lo que tenemos que seguir contemplando sin cansarnos. Es a donde tenemos que encaminar nuestros pasos sabiendo que el camino es El.  ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’, nos dirá más tarde. Es de lo que tenemos que dejarnos inundar, porque sabemos que teniéndole a El tenemos vida, porque tenemos gracia, porque tenemos perdón, porque tenemos paz, porque tendremos amor, porque tenemos la Salvación.
Hoy nos dice que las tinieblas no quisieron recibir la luz; que en el mundo estaba pero el mundo no le recibió. ‘La luz brilla en la tiniebla, pero la tiniebla no la recibió… vino   a los su casa y los suyos no la recibieron…’ Nosotros sí queremos esa luz; nosotros sí queremos recibirle. ‘Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre’. Queremos recibirle, queremos vivir como hijos de Dios, queremos sentir su paz y su vida en nuestro corazón.
Sabemos que muchas veces hemos preferido las tinieblas a la luz, pero ahora nos damos cuenta y queremos encender nuestra luz en su luz, y alimentarla de su gracia para que no se apague nunca más. Que no nos falte nunca el aceite de tu gracia para mantener encendida la lámpara de nuestra fe.
Señor, concédenos que siempre caminemos iluminados por tu luz. Concédenos tu perdón y tu gracia para que sintamos para siempre tu paz en nuestro corazón. Nos acogemos, Señor, a tu misericordia que es grande. Revélanos, Señor, tu amor; revélanos a Dios porque sabemos que solo en ti y por ti podremos conocerlo, porque ‘a Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre es quien nos lo ha dado a conocer’.

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