domingo, 5 de octubre de 2014

La viña que Dios ha puesto en nuestras manos es nuestro mundo que tenemos que transformar desde una civilización del amor

La viña que Dios ha puesto en nuestras manos es nuestro mundo que tenemos que transformar desde una civilización del amor

Is. 5, 1-7; Sal. 79; Filp.4, 6-9; Mt. 21, 33-43
La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido’. Podemos decir que por aquí, con estas palabras, comienza a dársenos la clave de la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado sobre todo al proponernos la imagen de la viña, ya fuera ‘la viña de mi amigo’ a la que el profeta quiere cantar en nombre de su amigo un canto de amor, ya sea la viña arrendada a unos labradores por aquel propietario que tan bien la había preparado.
Está por una parte lo que significa la figura del amigo que tenía una viña que cuidaba con todo mimo esperando sus frutos, o de aquel propietario que había plantado una viña que había preparado cuidadosamente antes de arrendarla para que la trabajasen aquellos labradores. Está por otro lado lo que significa en sí la imagen de la viña tan primorosamente cuidada para que diera los mejores frutos. Pero están también finalmente por otra parte aquellos a los que se había confiado el trabajo de la viña para obtener sus frutos.
El primer mensaje nos está hablando de esa solicitud paciente y amorosa de Dios que  cuida de su viña como aquel propietario, que así nos cuida y nos regala con su gracia. ‘La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas’, que decía el canto de amor del profeta por la viña de su amigo; que son por otra parte todos los cuidados de aquel propietario preparando el terreno, plantando buenas cepas, construyendo un lagar y la casa del guarda, rodeándola de una cerca. Los que hemos estado relacionados con este mundo de la agricultura y en concreto de la viticultura, bien por razones familiares o por vivir en zonas agrícolas conocemos bien lo que son estos trabajos pero también el amor que ponen los agricultores en estos trabajos del campo y podemos entender bien el sentido de la imagen que se nos ofrece.
‘¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no lo haya hecho?’ se preguntaba el canto profético. ¿Qué podía hacer Dios por nosotros que continuamente nos regala con su gracia después que nos ha entregado a Jesús para enriquecernos con su salvación? El canto de amor del profeta por la viña de su amigo se convierte en lamentos y congojas ante la respuesta negativa.
Es lo que nos tiene que hacer pensar y es el segundo aspecto del mensaje. ¿Cuáles son los frutos? ‘¿Por qué esperando que diera uvas dio agrazones?’ Dios siempre está esperando pacientemente nuestra respuesta. El profeta nos está hablando de que después de tanto amor que había puesto por su viña y cómo la había cuidado con esmero, los frutos no fueron buenos.
Pero con la parábola contemplamos al tiempo la paciencia de Dios en la imagen del propietario que envía a sus criados una y otra vez, aunque fueran maltratados esperando poder recoger los frutos de aquella viña que tan cuidadosamente había preparado, enviando incluso hasta su propio hijo. Tendría que hacernos pensar, recapacitar para encontrar el camino por el que demos los frutos que el Señor nos pide cuando nos ofrece tanto amor.
Pero está también ese tercer aspecto al que hacíamos referencia al principio y que se nos refleja más en la parábola del evangelio. Aunque se habla de la viña plantada para obtener unos frutos, se incide más en el desarrollo de la parábola en aquellos a los que se confió la viña para que la trabajasen y se pudieran recoger unos frutos. Ya en la motivación de la parábola el evangelista nos dice que ‘dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo’.
Jesús en la parábola hace poco menos que un resumen de la historia de la salvación del pueblo de Dios. Una referencia clara a aquellos que en medio del pueblo de Dios tenían la misión de ayudar al pueblo a mantenerse en la fidelidad de la Alianza, en la fidelidad al Señor. Pero no fueron fieles, no rindieron los frutos que esperaba el Señor, muchas veces rechazaron también a los hombres de Dios, los profetas, que el Señor les enviaba, como finalmente terminarían rechazando al Hijo de Dios.
 Claro que cuando ahora nosotros escuchamos y meditamos esta Palabra del Señor no nos vamos a quedar en pensar en los otros, sino que tenemos que pensar en nosotros mismos. Esa viña del Señor Dios nos la ha puesto en nuestras manos, porque es nuestra propia vida enriquecida con la gracia, y de qué manera como hemos dicho, desde la que tenemos que ofrecer frutos de santidad y de gracia que no siempre damos como es debido. Pero pensamos también - y lo decimos al hilo de la parábola - en la responsabilidad que todos tenemos de cuidar esa viña del Señor.
¿Qué significa ese cuidar la viña del Señor? No somos ni podemos ser unos seres pasivos en medio de la vida de la Iglesia en donde siempre estemos pensando lo que vamos a recibir; todo lo contrario, esa gracia que Dios ha puesto en nosotros nos obliga a preocuparnos de los demás, a tomarnos en serio con toda responsabilidad lo que es la misión de la Iglesia y entonces nuestra misión en medio de nuestro mundo. Así tenemos que asumir nuestros compromisos dentro de la Iglesia y lo que es la vida de la comunidad cristiana. Es el puesto que cada uno tiene dentro de la Iglesia y es todo lo que nosotros podemos y tenemos que aportar para la vida de la Iglesia, para la propagación de la fe.
Hemos de trabajar esa viña del Señor, que es también la responsabilidad que tenemos y hemos de asumir en todas sus consecuencias para hacer que nuestro mundo sea mejor; un mundo del que hemos de desterrar toda maldad y toda violencia; un mundo que tenemos que hacer más solidario y con más corazón; un mundo en el que hemos de trabajar más por la paz y la armonía en la convivencia de todas las personas alejando discriminaciones, desterrando envidias y orgullos, ambiciones materialistas que nos llevan a esa corrupción en todos los aspectos que vemos en nuestra sociedad y que tanto nos duele.
Dios hizo al hombre y al mundo bueno; recordemos las primeras paginas de la Biblia donde vemos ese mundo hermoso y lleno de felicidad cuando se nos habla del jardín del paraíso, y de lo que es imagen esa viña tan bien preparada de la que se nos habla hoy en los dos textos; pero pronto lo hemos llenado de maldad, de violencia, de recelos y resentimientos, de actitudes egoístas e insolidarias, de robos y de injusticias; es lo que nos refleja la parábola con la actitud de aquellos labradores que querían hacerse con la viña de su amo y en lo que estamos viendo como en un espejo todo lo que sucede en el entorno de nuestro mundo donde parece que no hay un día donde no nos despertemos con una nueva noticia de maldades y de corrupciones.
Tenemos que trabajar la viña del Señor que es nuestro mundo, pero de otra manera, desde otra visión y sentido de lo que ha de ser un mundo mejor. Son los frutos de una civilización del amor que será la que ofrezcamos a nuestro mundo desde ese sentido y esos valores del Evangelio. Es la tarea comprometida que tenemos los cristianos con nuestro mundo, desde la fe que tenemos en Cristo y nos hace cristianos comprometidos. Y ¿cómo nos vamos a comprometernos en ese trabajo en la viña de nuestro mundo si consideramos y vemos cuanto es el amor que el Señor nos tiene y cómo nos cuida con su amor que hasta nos ha entregado a su Hijo para nuestra salvación?

1 comentario:

  1. Muy hermosa apreciacion de este pasaje profético, digno de ser predicado en nuestras Iglesias para despertar el espíritu de la misma

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