martes, 15 de julio de 2014

Una Palabra de vida que nos alimenta y un testimonio que nos ayuda a dar respuesta con fidelidad



Una Palabra de vida que nos alimenta y un testimonio que nos ayuda a dar respuesta con fidelidad

Is. 7, 1-9; Sal. 47; Mt. 11, 20-24
La palabra de Dios que cada día vamos escuchando nos pide respuestas sinceras en nuestra vida. Nos la hemos de tomar muy en serio; no es ni un adorno ni un entretenimiento, no es algo que ponemos como de relleno en medio de nuestra celebración y sea algo que ahí ritualmente tenemos que poner o hacer, pero que nos contentamos con hacerlo y ya está, ya hemos cumplido con el rito.
Es una palabra viva que tiene que llegar al corazón de nuestra vida; una palabra que hemos de escuchar siempre con toda atención y respeto y con mucha fe y amor porque es la Palabra que el Señor nos dice; en nada tenemos que distraernos cuando se nos proclama y nada hemos de hacer que pueda ser causa de distracción para los demás; no nos tendríamos que perder ni un ápice.
Como escuchábamos el pasado domingo es una semilla que se siembra  en nuestra vida, y nuestra tierra, la tierra de nuestra vida ha de estar bien preparada y dispuesta para que dé fruto. Pero ya bien sabemos que no siempre da fruto porque no siempre la acogemos como tendríamos que acogerla. Es una exigencia grande de nuestra fe, que tiene que partir de ese amor tan grande que nos tiene el Señor que así quiere dirigirse a nosotros cada día.
Hoy tenemos ante nosotros dos formas de respuesta, podríamos decir; por una parte lo que nos narra el evangelio, pero no podemos olvidar, por otra parte, la memoria que en nuestra diócesis se hace de los mártires de Tazacorte. Ambos hechos tienen que ayudarnos a la respuesta que nosotros hemos de aprender a dar a esa Palabra que el Señor cada día nos dirige.
Jesús se queja hoy de la respuesta de aquellas ciudades de Galilea donde principalmente realiza su misión, Corozaín, Betsaida, Cafarnaún. Y compara la respuesta que dan aquellas gentes con la respuesta que quizá hubieran dado tanto las ciudades paganas de Fenicia, Tiro y Sidón, como las ciudades llenas de maldad y de pecado que fueron destruidas por el fuego venido del cielo, Sodoma y Gomorra. Jesús les dice que si en unas o en otras se hubiera realizado la predicación que allí en Galilea se está haciendo y se hubieran hecho los mismos signos y milagros, seguro que se hubieran convertido.
Esto ya tiene que ser motivo de reflexión para nosotros. Cada día se proclama ante nosotros la Palabra de Dios y se nos da oportunidad para reflexionar sobre ella y plantarla en nuestro corazón; cada día ante nosotros se realiza el milagro maravilloso de la Eucaristía en que Cristo mismo se nos da como alimento al tiempo que celebramos el memorial de la Pascua del Señor, y con todo ello se está derramando hasta el derroche la gracia de Dios sobre nosotros, y ¿cuál es nuestra respuesta? ¿somos mejores cada día? ¿avanzamos, nos superamos en esas cosas que cada día nos hacen tropezar para hacer que nos corrijamos e intentemos de verdad dar gloria al Señor con nuestra vida? Nuestra respuesta podría ser, tendría que ser más positiva cada día.
Por el contrario tenemos el testimonio de los beatos mártires que hoy celebramos en nuestra diócesis. Aquel grupo de misioneros jesuitas que se dirigían al Brasil y que habían hecho escala en la isla de La Palma en el puerto de Tazacorte, donde en principio se habían refugiado por temor a los corsarios hugonotes que merodeaban por aquellas aguas. Al embarcar de nuevo para dirigirse a Santa Cruz de la Palma, donde el barco había de recoger provisiones para la larga travesía, a la altura de Fuencaliente fueron abordados por los corsarios que por odio a la fe martirizaron a todo aquel grupo de misioneros. Son los llamados mártires de Tazacorte, Ignacio de Acebedo y sus compañeros.
Un testimonio de fidelidad hasta el final. Una respuesta con su vida a la Palabra de Dios que les alimentaba. Contemplar el testimonio de los mártires tiene que alentar nuestra vida de fe y animarnos a dar respuesta a la Palabra de Dios que a nosotros llega cada día. Es un estímulo para nosotros en medio de las dificultades y tentaciones con que nos vamos encontrando cuando queremos vivir con fidelidad nuestra vida cristiana. Vemos quienes han ido delante de nosotros y son para nosotros un ejemplo de santidad, de fidelidad, de amor y de entrega hasta el final. Son también para nosotros intercesores que están delante del Señor y les pedimos que nos alcancen del Señor esa gracia de la fidelidad para ser cada día más santos en nuestra vida.

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