domingo, 22 de junio de 2014

Una nueva comunión de amor que nos tiene que hacer entrar en comunión con nuestros hermanos



Una nueva comunión de amor que nos tiene que hacer entrar en comunión con nuestros hermanos

Deut. 8m 2-3.14-16; Sal. 147; 1Cor. 10, 16-17; Jn. 6, 51-58
 Nos reunimos en torno a la mesa de este sacramento admirable, para que la abundancia de tu gracia nos lleve a poseer la vida celestial’. Es lo que hoy aquí nos congrega en esta fiesta del amor. No se cansa Dios de amarnos y de seguir dándonos pruebas maravillosas de su amor como este Sacramento de la Eucaristía que hoy estamos celebrando. Que la abundancia de gracia que se derrama de la Eucaristía nos inunde de vida eterna.
Para saciar el hambre de los hombres, Dios hizo bajar el maná en el desierto. Lo necesitaba aquel pueblo que caminaba en un duro peregrinar. No era un camino de rosas el que iban realizando por el desierto; muchas eran las espinas que iban apareciendo en aquel duro camino, el hambre, la sed, el cansancio, las dudas que los atormentaban de si realmente merecía la pena atravesar aquellos desiertos, la incertidumbre de lo que iban a encontrar aunque se les prometiera una tierra que manaba leche y miel. Pero Dios estaba con ellos y los alimentaba con el maná, un hermoso signo del verdadero pan del cielo que un día Jesús nos daría.
En el evangelio veremos que para saciar el hambre de los hombres, allá en el descampado Jesús multiplica los panes; muchas veces hemos escuchado el relato de ese milagro de Jesús; era el signo de un pan nuevo pero que tendría que ir acompañado de unas actitudes nuevas. Fue necesaria la colaboración de los apóstoles que buscaban donde hubiera pan y el ofrecimiento generoso para compartir de quien tenía unos pocos panes, pero la muchedumbre había comido un pan nuevo como signo y anticipo también de algo nuevo que significaba el Reino nuevo anunciado por Jesús.
Pero al fin, para saciar definitivamente el hambre de los hombres, Dios mismo se hizo pan, para partirse en una ofrenda nueva de amor y para dejarse comer y pudiéramos tener entonces ya una vida nueva para siempre. Ahora sí que sería el verdadero pan de vida bajado del cielo para que el que lo comiera no supiera lo que era morir para siempre.
Les costó a las gentes de Cafarnaún terminar de entender lo que Jesús les hablaba de ese pan que comiéndolo daría vida para siempre, sobre todo cuando Jesús les dice que El es ese ‘Pan vivo bajado del cielo’ y que ‘el que coma de ese pan vivirá para siempre’. ¿Nos costará a nosotros también? ¿llegaremos a terminar de entender lo que significa comer de ese Pan vivo que Cristo nos da? Podría parecer que no siempre lo tenemos muy claro ni es tan firme la fe que tengamos en las palabras  de Jesús.
Sigamos tratando de ahondar en lo que Jesús quiere decirnos y lo que ha de significar para nuestra vida este misterio de amor que Cristo nos revela. Había pedido Jesús fe en El para poder tener vida. ‘Mi Padre, les había dicho, quiere que todos los que vean al Hijo y crean en El, tengan vida eterna, y yo los resucitaré en el último día’. La fe que tenían en Jesús tenía sus lagunas porque les costaba entender y aceptar las palabras de Jesús sobre todo cuando les diga que tienen que comer su carne y beber su sangre para poder tener vida. ‘Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros’. Y ahora repitiendo casi de forma textual lo que les había dicho de la voluntad del Padre de que habían de creer en El, les dirá también que ‘el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’.
Creer en Jesús significará comerle y quien le coma se llenará de vida eterna, quien le coma está llamado a la resurrección en el último día. Y es que comer a Cristo es hacer que Cristo habite en nosotros y nosotros en El. Comer a Cristo significa llenarnos de vida para que sea su vida la que esté en nosotros para siempre. Pero tenemos que decir más, el que se llena de la vida de Cristo está dejándose inundar de su amor ya para siempre y el que come a Cristo ya no podrá hacer otra cosa que amar con un amor como el de Cristo.
Y esto tendrá muchas consecuencias para nosotros, porque comiendo ese pan bajado del cielo, que ya sabemos que es Cristo mismo, ya nuestra vida va a tener un nuevo sentido y valor y ya seremos capaces de hacer ese peregrinar por la vida, por muy duro que se nos presente, con una nueva fuerza, con un nuevo sentido, con una nueva ilusión. Es que ‘el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en El’, que nos dirá Jesús.
Con Cristo a nuestro lado se nos acaban las dudas y los cansancios porque El es nuestro alimento y el agua viva que sacia nuestra sed. Merecen la pena nuestras luchas por ser ese hombre nuevo que tenemos que hacer y por trabajar por lograr ese mundo nuevo que tenemos que construir. El pueblo que peregrinaba por el desierto se fue amasando como pueblo, el pueblo de la antigua alianza, en aquel peregrinar lleno de pruebas y dificultades con la presencia de Dios en su peregrinar, pero ya nosotros desde Cristo y nuestro bautismo nos sentimos ese pueblo nuevo, ese pueblo de la nueva y eterna alianza.
Habiendo comido a Cristo, Pan vivo bajado del cielo y pan de vida para nosotros, y habitando ya Cristo en nosotros desde la Eucaristía con que nos alimentamos no podemos soportar que haya a nuestro lado hombres y mujeres con hambre, que pasen necesidad o se vean hundidos en sus problemas. De Cristo en la multiplicación de los panes aprendimos cómo nosotros también tenemos que poner a disposición nuestros panes y multiplicarlos todo lo que haga falta para ese compartir generoso y en justicia con los demás.
Saciarnos de Cristo comiéndolo en la Eucaristía nos compromete, y de qué manera, a vivir una nueva comunión, un nuevo sentido del amor y la justicia con todos los que están a nuestro lado. Decíamos que para saciar el hambre de los hombres Dios mismo se hizo pan que se parte y se reparte para poder llenar de vida a todos los hombres.
Comer a Cristo en la Eucaristía, como decíamos antes, hace que Cristo habite en nosotros y nosotros en El, lo que tendrá que hacer que de la comunión salgamos en verdad cristificados, convertidos en otros Cristos, si Cristo en verdad habita en nosotros, y como Cristo y con Cristo hemos de saber nosotros hacernos pan para partirnos y para repartirnos entre y con los demás, para dejarnos comer por los demás desde nuestra entrega de amor. No son ya cosas de  las que tenemos que desprendernos para compartir, sino que hemos de ser nosotros mismos los que nos hemos de partir y repartir en el servicio del amor hacia los demás.
Decíamos que a las gentes de Cafarnaún les costaba entender lo que Jesús les estaba diciendo cuando les estaba anunciando el misterio de la Eucaristía. Nos preguntábamos si acaso a nosotros nos costaría también. Creo que ya no es tanto entender las Palabras de Jesús que muchas veces las hemos escuchado, sino el vivir lo que Jesús nos está diciendo, hacerlo vida en nosotros después de comerle a El. 
Nos es fácil quizá confesar nuestra fe en la presencia de Cristo en las especies sacramentales del pan y el vino de la Eucaristía y decir que es verdadera y realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Lo que quizá ya no sea tan fácil es esa cristificación que se ha de realizar en nuestra vida cada vez que venimos a comulgar. Venir a comulgar a Cristo es hacernos nosotros comunión para los demás viviendo un mismo sentido de amor que el de Cristo. Ir a la comunión eucaristía no lo podemos hacer con todo sentido si no vamos también a la comunión con el hermano partiéndonos y repartiéndonos nosotros por el amor que ya no es solo repartir o compartir cosas, sino que es  dejarnos comer por el hermano, porque así por amor nos damos.
Fiesta del amor, decíamos al principio, que es esta fiesta de la Eucaristía que hoy estamos celebrando. Fiesta y compromiso del amor tenemos que reconocer que es porque de otra manera sin comprometernos no tendría sentido. Es el día de la Caridad, no solo porque sea el día de Cáritas como una invitación a compartir con los hermanos más necesitamos a través de esa obra comprometida de la Iglesia, sino porque comiendo a Cristo nos vamos a impregnar de la caridad de Cristo porque así nos llenamos de su vida.
Riqueza de vida y de gracia que Cristo nos regala. Cuánto tenemos que dar gracias a Dios y con qué intensidad de amor y compromiso hemos de vivir nuestras Eucaristías.

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