viernes, 27 de junio de 2014

Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió… fue por puro amor



Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió… fue por puro amor

Deut. 7, 6-11; Sal. 102; 1Jn. 4, 7-16; Mt. 11, 25-30
Podría uno atreverse a decir que enamorarse es una locura de amor. ¿Por qué se enamora uno de alguien? Se le pregunta a dos enamorados por qué se han enamorado y quizá no sabrán responderte claramente; tratarán quizá de decirte que vieron algo en la otra persona que les atrajo y les llamó la atención, podrán enumerarte luego una serie de cualidades o bellezas que hayan descubierto en la otra persona, pero en el fondo quizá no saben bien por qué, cómo empezó, cuales son los motivos sino que apareció el amor, ese  fuego del amor que de alguna manera nos enloquece.
Me hago esta consideración de entrada - quizá alguien se dirá que no viene a cuento - precisamente en este día que estamos celebrando la fiesta del amor de Jesús; sí, es la fiesta del amor, porque decimos que es la fiesta del Corazón de Jesús y representamos la imagen de Cristo emergiendo de su pecho un corazón en medio de una llamarada. El fuego del amor de Dios por nosotros que así se nos manifiesta en Jesús y que lo centramos en esa imagen pero que quiere ir a algo muy hondo que es todo el amor que nos tiene hasta dar su vida por nosotros. ¿No es eso una locura de amor?
He comenzado mi reflexión con estas imágenes o ideas, partiendo precisamente de lo que se nos decía Moisés en el libro del Deuteronomio. Comienza diciéndonos que somos el pueblo elegido por el Señor para que fuéramos pueblo de su propiedad. ¿Por qué esa elección? Una locura de amor de Dios por su pueblo, tendríamos que responder. Así nos dice: ‘Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió… fue por puro amor vuestro…’
Sí, por puro amor; y les recuerda Moisés que no son un pueblo tan especial ni tan numeroso ni tan poderoso -‘sois el pueblo más pequeño’, les recuerda - sino simplemente por el amor que el Señor les tenía. Es hermosa la imagen, Dios que se enamoró de su pueblo, y en su locura de amor cuánto hizo por su pueblo, cuanto hace por todos nosotros, por toda la humanidad.
Algunas veces podemos pensar que somos nosotros los que amamos a Dios, es cierto, que reconociendo sus grandezas y su poder, pero san Juan nos viene a decir algo muy importante: el amor primero es el de Dios, la iniciativa la toma Dios. ‘En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados’. Es lo que tenemos que empezar a reconocer, el amor de Dios en nuestra vida.
¿Por qué nos ama Dios? Simplemente tenemos que decir, por puro amor suyo, no por nuestros merecimientos. Como nos dirá el apóstol en otro lugar de la Escritura ‘el amor de Dios consiste, en que siendo nosotros pecadores, El dio su vida por nosotros’. ¿Queremos mayor maravilla que nos manifiesta cómo Dios está enamorado de nosotros? Somos su criatura preferida.
Pero el amor ha de ser correspondido; es cuando nosotros hemos de dar nuestra respuesta de amor; y ahora, sí, que tenemos que decir que cuando contemplamos tales maravillas de amor de Dios por nosotros hemos de enamorarnos nosotros de Dios. No lo hacemos desde el temor, sino desde una respuesta de amor; pero una respuesta de fe y de amor que va a repercutir de manera maravillosa en nuestra vida.
¿Cuál es esa repercusión? Que por ese amor Dios quiere habitar en nosotros, permanecer para siempre en nuestro corazón y en nuestra vida. No tenemos que hacer otra cosa que abrir las puertas de nuestra fe y de nuestro amor.  Como nos dice hoy san Juan ‘si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud…’  Y volverá a decirnos más adelante ‘quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios’. Maravilloso, ‘Dios permanece en nosotros, nosotros en Dios’.
El amor siempre lleva a la unión más profunda entre aquellos que se aman. Profunda e intima unión de amor, podemos decir ahora, entre Dios y su criatura, entre el Padre que nos ama y el hijo que le responde con fe y amor. Termina diciéndonos: ‘Dios es amor,  y quien permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él’. Es el arrobamiento más pleno por el amor porque es la locura de amor de Dios por nosotros, que ha de corresponderse, entonces, en una locura de amor por nuestra parte hacia Dios. 
De aquí podemos sacar ya todas las conclusiones en esta fiesta tan bonita del Corazón de Jesús. Dios nos manifiesta así su ternura y su amor por nosotros. ‘Te colma de gracia y de ternura’, como decíamos en el salmo, porque ‘el Señor siempre es compasivo y misericordioso’. Por eso nos invita a que vayamos con confianza hasta El porque no vamos a encontrar otra cosa que amor. Es el descanso de nuestra vida, el alivio en nuestros sufrimientos y tormentos, la dicha y la paz para nuestros agobios, la brisa fresca que nos suaviza en nuestras sequedades interiores, la salud y la vida para nuestro dolor y para tanta muerte como se nos mete en el corazón, el perdón para nuestros pecados, la gracia que nos fortalece, la luz que nos ilumina, la verdad que dará el sentido último a nuestra vida. ‘Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré’, nos dice.
Pero también hemos de pensar cómo hemos de imitar en nuestra vida ese amor que el Señor nos tiene; es el modelo de nuestro amor, la plantilla sobre la que hemos de construir nuestro amor para que sea verdadero. ‘Aprended de mí que soy manso y humilde corazón y encontraréis vuestro descanso’, nos dirá también. Mansedumbre, humildad, ternura, compasión, misericordia no son adornos que pongamos por fuera sino que serán cualidades hondas e indispensables que tengamos en lo más hondo de nuestra vida.
También nosotros hemos de desprender esos rayos del fuego del amor que contemplamos en el corazón de Jesús, porque así a todos hemos de amar, como a todos ama Cristo. Y no será porque vayamos a fijarnos solo en las cosas buenas para por esos motivos amar a los demás, sino como el enamorado, como lo hizo el Señor con nosotros, a todos sin distinción nosotros hemos de amar, por puro amor, como lo hizo el Señor.
Celebrar, pues, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús no es para quedarnos simplemente embelesados contemplando su corazón como si ya nos desentendiéramos de todos y de todo, sino aprender de su amor, copiar su estilo de amor en nosotros para hacerlo de la misma manera y tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Porque si creemos en El como el Hijo de Dios y amamos, en que Dios se está apoderando de nosotros, - somos el pueblo de su propiedad, nos decía Moisés - está tomando posesión de nuestro corazón, habita y permanece en nosotros y nosotros en El, y ya no podremos amar sino con el mismo amor de Dios.
Démosle gracias a Dios por tanto amor y por esa revelación maravillosa que nos hace de lo más profundo de su ser. Con espíritu humilde, con corazón sencillo y sintiéndonos pequeños acudamos a Jesús.

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