domingo, 11 de mayo de 2014

Un buen pastor es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una comunidad eclesial



Un buen pastor es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una comunidad eclesial

Hechos, 2, 14.36-41; Sal.22; 1Ped. 2, 20-25; Jn. 10, 1-10
‘El Señor es mi pastor, nada me falta… en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas  y repara mis fuerzas…’ Así hemos rezado en el salmo en este domingo que se le suele conocer como el domingo del Buen Pastor.
Un buen pastor cuida de sus ovejas; un buen pastor busca los mejores pastos; un buen pastor procurará que no le falte el agua para beber sus ovejas; un buen pastor se preocupa de buscar a la oveja descarriada o perdida y curar a la herida o que está enferma. Hoy todo eso lo vemos como en imagen para referirnos a Cristo, nuestro Buen Pastor.
¿Qué es lo que vemos en el evangelio? ¿Cómo podemos contemplar a Jesús como Buen Pastor de nuestra vida? Aparte de lo que hemos escuchado en los textos del día de hoy podemos recordar otros momentos. Cuando las multitudes acuden a Jesús queriendo escuchar su Palabra o llevarle a sus enfermos con sus dolencias, caminando hasta los lugares más apartados porque tienen deseos de estar con Jesús, dirá el evangelista que sintió lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles con calma y al final multiplicará los panes para que nadie se quede sin comer.
Pero por otra parte cuando es prendido en el huerto, los discípulos que quedan y están allí llenos de miedo ante lo que se avecina, ‘todos le abandonaron y huyeron’, contarán los evangelios, pero ya antes Jesús había recordado el anuncio profético de ‘heriré al pastor y se dispersarán sus ovejas’.
No quiere Jesús que nos perdamos, que vayamos errantes de un lugar para otro sin saber donde encontrar el alimento que necesita nuestra vida. Estará siempre dispuesto a alimentarnos para que tengamos vida y vida en abundancia y El mismo será nuestro alimento y nuestra vida porque se hará Pan de vida para que le comamos y para que podamos tener vida para siempre.
¿No podemos recordarle también como el que va al encuentro de aquel enfermo a quien nadie mira ni atiende como el paralítico de la piscina o el ciego de nacimiento de la calle, o también ofreciéndose a ir allí donde hay alguien que sufre ya sea el criado del centurión o la hija de Jairo?
Cuando nos ve heridos o descarriados siempre querrá estar atrayéndonos hacia El, manifestará la sed que tiene de nosotros, pero nos manifestará sobre todo lo que es el amor del padre que nos espera, que nos regala con su amor y su perdón y además hace un banquete para celebrar nuestra vuelta.
Y es que más alegría habrá en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse, y entonces nos hablará del pastor que va a buscar a la oveja perdida, mientras deja a las otras noventa y nueve a buen recaudo para que no se pierdan volviendo con la oveja perdida sobre los hombres e invitando a sus amigos a la fiesta porque ha encontrado la oveja pedida, o también de  la mujer que barre y revuelve toda la casa para encontrar la moneda que se le había extraviado.
Es el que nos conoce allá en lo más hondo de nuestro corazón porque nada podemos ocultar a su amor y por eso siempre tiene la paciencia de esperarnos, de llamarnos, de buscarnos, pero también de revelarnos todo lo que es su amor y su vida para que como El nos conoce también nosotros lo conozcamos. Por eso hoy nos dice ‘y las ovejas atienden a su voz, y El las va llamando por el nombre a sus ovejas… camina delante de ellas, y las ovejas le siguen porque conocen su voz…’
Jesús es nuestro Buen Pastor, pero ¿nosotros  reconoceremos su voz y le seguimos? No nos basta decir que El es nuestro Buen Pastor si luego nosotros no lo escuchamos y lo seguimos; no nos basta decir que es nuestro Buen Pastor si luego nosotros no nos dejamos alimentar por su vida. Pensemos cuanta gracia derrama el Señor sobre nuestra vida buscándonos y llamándonos, pero cómo tantas veces nos hacemos oídos sordos a esas llamadas del Señor. Cuántas veces no queremos aceptar su Palabra, su enseñanza y rechazamos su gracia porque los caminos que seguimos no son precisamente los caminos que nos señala el Señor.
Hoy nos dice también que El es la puerta, la única puerta por la que podemos entrar para alcanzar la salvación; la única puerta donde vamos a ir y encontrar la fuente del agua viva de la gracia que nos santifica; la única puerta por la que podemos acercarnos para escuchar su Palabra, una Palabra que nos llena de vida, que nos santifica, que nos conduce por los verdaderos caminos que nos conducen a Dios. ‘Yo soy la puerta; quien entra por mí se salvará y podrá entrar y salir y encontrará pastos’, nos dice el Señor.
Pero Jesús además ha querido dejarnos también a quienes en su nombre sean pastores del pueblo de Dios para que realicen ese mismo actuar de Cristo. Escogió a los Doce apóstoles a los que enviará por el mundo con su misma misión, pero sigue llamando a los que El quiere que continúen con la misma misión. Son los pastores del pueblo de Dios que en nombre de Cristo siguen anunciándonos la Palabra del Señor y siguen conduciéndonos a la fuente de la gracia divina que nos sane, que nos llene de  vida, que nos alcance la salvación.
Hoy es un buen momento para que todos reconozcamos y oremos por aquellos que realizan esa misión pastoral dentro de la Iglesia en nombre de Cristo Buen Pastor. Es una tarea grande que el Señor ha querido confiar a personas como nosotros, a los que llama de manera especial, con una vocación especial, instrumentos de barro con las mismas debilidades que los demás cristianos pero que han de asemejarse a Cristo Buen Pastor para realizar su misión. Y aquí toda la comunidad eclesial ha de estar al lado de sus pastores, valorando la misión que de Cristo han recibido, pero orando por ellos para que no les falte nunca la gracia del Señor para realizar su misión de la manera más santa posible.
Por eso hoy es también día de oración por las vocaciones. La mies es abundante, pero los obreros son pocos, nos decía Jesús en el Evangelio cuando aquellas multitudes se acercaban a El para escucharle. Orad al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies, nos decía Jesús. Es lo que siempre hemos de hacer, pero que de manera especial hacemos en este domingo, pidiendo al Señor que sean muchos los llamados al sacerdocio, a consagrarse en la vida religiosa en sus diferentes carismas por el Reino de Dios, o a los distintos ministerios en tantos campos de apostolado que tenemos ante nosotros.
Oramos para que haya buenos pastores para el pueblo de Dios según el corazón de Cristo. Como decía el santo Cura de Ars, ‘un buen pastor, según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, a una comunidad eclesial, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina’.
Que así elevemos siempre nuestra oración al Señor para que conceda esos tesoros a la Iglesia con abundantes vocaciones; pero así hemos de elevar también nuestra oración al Señor pidiendo por nuestros pastores, por los sacerdotes, por los religiosos y religiosas, por los misioneros, por todos los que realizan una función pastoral dentro de la Iglesia; que se manifieste así la misericordia del Señor. Cristo, Buen Pastor, nunca nos abandona.

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