jueves, 22 de mayo de 2014

Sentirnos amados y ser capaces de amar desinteresadamente es la mejor fuente para nuestra alegría



Sentirnos amados y ser capaces de amar desinteresadamente es la mejor fuente para nuestra alegría

Hechos, 15, 7-21; Sal. 95; Jn. 15, 9-11
‘Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud’. Podrían sonarnos extrañas estas palabras de Jesús considerando sobre todo cuando fueron dichas, en la última cena cuando todo tenía sabor de despedida y de alguna manera la tristeza podía ir anidando en sus corazones. Sin embargo Jesús les dice que todo lo que les está manifestando es para su alegría no falte en sus corazones a pesar de los momentos de tensión y tristeza que viven y esa alegría llegue a su plenitud.
Creo que estas palabras nos viene bien escucharlas a nosotros y aprendamos la lección, porque cuando las cosas no nos salen como nosotros quisiéramos, los problemas van apareciendo en nuestra vida, nos podemos sentir abrumados también y llenos de tristeza por los agobios. Es necesario que nos demos cuenta que estas palabras de Jesús son para nosotros como rayo de luz y de esperanza.
Y es que tenemos que reconocer que el sentirnos amados y ser nosotros capaces de amar también de una forma desinteresada y generosa es la mejor fuente para nuestra alegría y para nuestra dicha. Esa certeza de sentirnos amados, esa posibilidad de nosotros salirnos de nosotros mismos para poner amor en lo que hacemos y ser capaces de darnos por los demás olvidándonos incluso de nosotros mismos nos harán ver los problemas y dificultades con otro sentido y serán para nosotros fuente de esperanza y de alegría.
Es la esperanza que suscita en nosotros el amor, el sentirnos amados para ver que las cosas tienen un sentido y un valor,  y mirando a Cristo en su entrega, en su amor, en su pasión y su muerte nos hace sentirnos a nosotros de una forma distinta porque aparece un sentido nuevo para nuestra vida.
¿Qué nos está diciendo Jesús? Que somos amados de Dios y que tenemos que aprender a amar nosotros de la misma manera. Somos amados de Dios con un amor semejante al que el Padre siente por el Hijo. Y así nos ama Jesús. ‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor’.  Permanecer en ese amor que nos tiene el Señor; podríamos decir no perder esa conexión de amor en nuestra vida, y no de un amor cualquiera sino con el amor que nos tiene Jesús.
¿Qué significará permanecer en su amor? Ya nos lo explica. Cuando amamos a alguien siempre queremos lo bueno para el amado; cuando amamos a alguien trataremos de ser buenos con él y agradarle con lo que hacemos, no le contrariamos de ninguna manera. Vamos a querer permanecer en el amor de Dios, todo aquello que hacemos o decimos se ha de convertir en nosotros en una ofrenda de amor con la que correspondemos al amor que El nos tiene.
Por eso cuando amamos a Dios, y decir Dios no es decir cualquier persona o cualquier sino el Señor que nos entregó a su propio Hijo por nuestra salvación, buscaremos entonces hacer en todo su voluntad. ‘Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y he permanecido en su amor’. Aquí está la respuesta a la pregunta que nos hacíamos de qué significa permanecer en su amor. Y sus mandamientos se encierran en el amor.
Nos sentimos amados y queremos amar, ahí tenemos, como decíamos, la mayor fuente de nuestra alegría, una alegría que quiere Jesús que llegue a su plenitud. Cuando nos damos por los demás, cuando somos generosos en nuestro amor, cuando buscamos el bien del otro sea quien sea, aunque no seamos correspondidos, nos sentimos las personas más felices del mundo. Y si además todo eso lo hacemos con el gozo hondo de sentirnos amados - ¡y de qué manera! - por nuestro Padre de Dios, esa alegría nuestra llegará a la plenitud.

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