lunes, 14 de abril de 2014

Nuestra vida ha de estar llena siempre de la fragancia y del buen olor de Cristo



Nuestra vida ha de estar llena siempre de la fragancia y del buen olor de Cristo

Is. 42, 1-7; Sal. 26; Jn. 12, 1-11
Estamos de nuevo en Betania; era un lugar que frecuentaba Jesús en sus estancias en Jerusalén, además de quedar de paso en su subida a la ciudad santa. Allí están sus amigos que ahora le ofrecen una cena, después de la resurrección de Lázaro.
Y se multiplican los signos y los gestos; por allí vemos a Marta siempre sirviendo, siempre preocupada por atender de la mejor manera a sus huéspedes; pero veremos también los detalles de María, la que en otra ocasión se sentó a los pies de Jesús para beberse ensimismada sus palabras que le valiera la queja de su hermana; ahora es otro hermoso gesto el que realiza al ponerse de nuevo a los pies de Jesús pero con un caro frasco de perfume de nardo purísimo y costoso con los que querrá ungir a Jesús enjugándoselos con su cabellera.
Son muchas las cosas que pueden decirnos para nuestra vida esos signos y gestos que contemplamos en esta escena del Evangelio. No  nos pueden pasar desapercibidos esos hechos que nos narra el evangelio con el hermoso mensaje que nos trasmite.
Surgirán, es cierto, las interpretaciones del gesto de María y por allá anda Judas interesado en el dinero que se ha gastado, escudándose en la atención a los pobres, pero ya el evangelista nos hace ver algo distinto. Pero Jesús quiere darle otro sentido al gesto de María de Betania, porque nos dice que está adelantándose a su sepultura, con lo que le está dando un sentido pascual a lo que está sucediendo. ‘Lo tenía guardado para el día de mi sepultura’, dirá Jesús saliendo en defensa del gesto de aquella mujer. En fin de cuentas estamos hablando de una unción y estamos haciendo referencia a Jesús, el Ungido del Espíritu del Señor, que viene a nosotros con su salvación.
Es bien significativo el gesto. ‘La casa se llenó de la fragancia del perfume’, dice el evangelista. Ya sabemos que el nardo produce un olor muy intenso; sin embargo podríamos preguntarnos, ¿cuál es en realidad la fragancia y el olor que todo lo estaba invadiendo? Ya hacíamos referencia a Jesús como el Ungido por el Espíritu, recordando al profeta Isaías, pero recordando también lo sucedido en la Sinagoga de Nazaret cuando Jesús proclamó ese texto del profeta.
¿No será en verdad el olor de Cristo, por hablar de alguna manera empleando la misma simbología, el que todo lo está invadiendo con su presencia? Olor de Cristo que es contemplar su vida; olor de Cristo que es ver sus obras; olor de Cristo que es su amor en una entrega total hasta el final; olor de Cristo que nos sabe a gracia y a salvación, a nuevas virtudes y valores a cultivar en nuestra vida; olor de Cristo que nos hace contemplar la gloria de Dios y que nos impulsa en consecuencia a una vida santa.
Y es que de la misma manera que un perfume no pasa desapercibido sobre todo cuando es de un olor intenso como el nardo, la presencia de Cristo tampoco puede pasar desapercibida para quienes creemos en El. Ante Jesús, ante sus gestos, ante las obras que realiza, ante su mensaje, ante su vida nadie puede quedarse impasible y como si nada pasara. La presencia y la palabra de Jesús siempre nos interpelan, nos hace interrogarnos allá en lo más hondo de nosotros mismos, nos impulsa a algo nuevo y mejor porque traza ante nosotros horizontes grandes y altos y nos propone las mejores y más trascendentes metas para nuestra vida.
Pero creo que este texto nos puede estar recordando algo más: lo que tiene que ser nuestra vida desde que nos manifestamos como creyentes en Jesús y optamos seriamente por seguirle y vivir su misma vida. ¿No tendríamos que dar nosotros también ese buen olor de Cristo? En nuestro Bautismo y en la Confirmación hemos sigo ungidos con el Crisma santo para marcarnos con el sello de Cristo, de manera que siempre seremos para El, siempre hemos de manifestarnos como cosa de Cristo, como personas de Cristo; pero ungidos con el Crisma santo hemos de dar ese buen olor de Cristo, queriendo parecernos cada día más a El.
En nuestra vida ya no podemos reflejar otra cosa que a Cristo; en nuestra vida siempre ha de aparecer la gracia y la santidad de Cristo; en nuestra vida hemos de resplandecer en esos valores y en esas virtudes nuevas que aprendemos de Cristo; en nuestra vida que ha de dar siempre el olor de Cristo ha de resplandecer la gracia de Dios y todo será siempre ya para la gloria de Dios.

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