domingo, 20 de abril de 2014

Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado… muriendo destruyó nuestra muerte, resucitando nos dio nueva vida



Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado… muriendo destruyó nuestra muerte, resucitando nos dio nueva vida

Hechos,  10, 34.37-43; Sal 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9
¡Ha resucitado el Señor! verdaderamente ha resucitado, Aleluya. Nos lo repetimos una y otra vez desde que anoche celebrábamos con toda alegría la vigilia pascual en la que cantábamos una y otra vez a Cristo resucitado.
‘Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo’. Rebosantes de gozo pascual el mundo entero desborda de alegría. Nos lo repetimos una y otra vez. Como una nueva primavera rebrota la vida en nosotros con la presencia de Cristo resucitado. Lo sentimos, lo queremos vivir, lo que expresar con nuestros cantos y con nuestra alegría, lo manifestamos con toda nuestra vida. Todo ha de tener el sabor de lo nuevo y de lo vivo cuando cantamos a Cristo resucitado.
Nuestros templos se llenan de flores que no son solo los bellos adornos con que queremos engalanarlos, sino que son nuestros corazones los que sienten ese rebrotar de primavera que todo lo llena de luz y de color que lo expresamos con la alegría nueva de nuestros rostros, pero también con esas actitudes nuevas con que nos acogemos los unos a los otros. Nada puede seguir igual. Todo ha de tener una nueva luz y un nuevo color.
Todo tiene que cambiar cuando sentimos en el alma el gozo grande de la resurrección del Señor. De ninguna manera podemos permitir que persistan sombras de pena o de tristeza en nuestros corazones. Desde Cristo resucitado hasta los sufrimientos o los problemas que podemos tener los asumimos de forma distinta. Anoche nos iluminábamos con la luz de Cristo resucitado, simbolizada en el Cirio Pascual que encendíamos en el fuego nuevo. De allí tomábamos la luz que además queríamos generosamente y con entusiasmo compartir con los demás. No nos podemos guardar la luz solo para nosotros. No podemos ocultar de ninguna manera la alegría de nuestra fe. Todo tiene que ser contagioso. ¡Bendito contagio si somos capaces de compartir esa alegría  de nuestra fe a los demás para que ellos lo vivan también!
Los textos del evangelio que escuchábamos tanto anoche, como hoy en la mañana precisamente eso nos lo hacen ver. A las mujeres que fueron al sepulcro, los ángeles las enviaron con la buena noticia de que Cristo había resucitado para que fueran a comunicarla a los demás. Hoy hemos contemplado a María Magdalena que cuando ve que el sepulcro de Cristo está vacío corre al encuentro de los hermanos para llevarles la noticia. Vendrán Pedro y Juan hasta el sepulcro, vieron y creyeron, que hasta entonces no habían entendido la Escritura de que había de resucitar de entre los muertos.
‘Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado; El es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo’, como había anunciado el Bautista; ‘muriendo destruyó nuestra muerte, resucitando nos dio nueva vida’. La muerte y el pecado ha sido vencida. Ha brotado la nueva vida de la gracia. El gran Sacerdote ha completado la ofrenda con la que le veíamos subir en la tarde del viernes santo al altar de la Cruz. Ha llegado a su consumación y se ha convertido para nosotros en autor de salvacion eterna. Dios lo levantó sobre todo  nombre y por la resurrección de entre los muertos lo ha constituido Mesías y Señor, para que todos los que creen en El reciban por su nombre el perdón de los pecados.
Pero la resurrección de Jesús es también nuestra resurrección. Como escuchábamos anoche a san Pablo ‘por el bautismo fuimos con El sepultados en su muerte, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, asi también andemos nosotros andemos en una vida nueva… en una resurrección como la suya…vivos para Dios en Cristo Jesús’.
Por eso nos decía hoy de nuevo san Pablo ‘ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba … aspirad a los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre, no a los de la tierra’. Ya decíamos que ahora nuestra vida tiene que ser distinta. Hemos dejado atrás las tinieblas del pecado. Renunciamos a todo lo que sea muerte para poder vivir la vida nueva que nace de nuestra fe.
La profesión de fe que en este día de Pascua hacemos ha de tener una especial resonancia en nuestra vida. Vamos a recordar nuestro Bautismo con el Sí que le dimos a Cristo con toda nuestra vida y que a lo largo de nuestra existencia en momentos especiales hemos renovado con toda intensidad. Recordando nuestro Bautismo haremos nuestra renuncia al pecado y a las obras del mal y confesaremos nuestra fe queriendo expresar asi el compromiso de vida nueva que surge brioso, entusiasta de nuestro corazón en la alegría con que estamos viviendo la resurrección del Señor. Luego dejaremos que caiga una vez más el agua bendita sobre nosotros.
Y no olvidemos que la confesión de nuestra fe nos convierte en enviados, en misioneros de esa fe. Muchas oscuridades sigue habiendo en nuestro mundo que tenemos que iluminar. Mucha esperanza tenemos que despertar en el mundo que nos rodea. Tenemos que ayudar a los que caminan a nuestro lado demasiado a rastras de esta tierra a que levanten los ojos, a que miren a lo alto, a que descubran la luz. Cristo es esa luz que necesita nuestro mundo; Cristo es esa buena noticia que puede, que tiene que despertar la esperanza en nuestro mundo, que muchas veces cree que marcha sin rumbo, despertar la esperanza a los que van desilusionados por la vida pensando que todo lo que sufrimos no tiene solución.
Nosotros los cristianos que creemos en Cristo resucitado, aunque muchos sean los problemas con que la vida nos envuelve, no perdemos la esperanza, porque nos apoyamos en aquel que nos ama y ha dado su vida por nosotros. El nos enseñó como podemos hacer un mundo nuevo y esa es nuestra tarea ahora, con la fuerza de su Espíritu. La fe que tenemos en Jesús no nos hace desentendernos del mundo y de su problemas, sino todo lo contrario nos compromete más, sabiendo que la luz del evangelio nos da cauces para vivir una vida nueva y hacer un mundo mejor. Son los compromisos de nuestra fe en Cristo resucitado.
En Cristo resucitado encontramos el sentido y encontramos la fuerza para realizarlo, porque El nos acompaña siempre con la fuerza de su Espíritu. Anoche desde México me llegaba un eco de lo que reflexionábamos en la vigilia pascual que quiero compartir con ustedes. Comentando lo que anoche reflexionábamos me decía: ‘Sí, Éste, Cristo resucitado, es el culmen de la historia de la salvación. Sin la resurrección, esta vida no tendría sentido. Si Jesús no fuera Dios, para mi la vida tampoco tendría sentido’.
¡Ha resucitado el Señor! Verdaderamente ha resucitado, ¡Aleluya! El es nuestra vida, es nuestro Camino, es nuestra Verdad absoluta. Caminemos a su luz. Empapémonos de su Evangelio. Vivamos en la plenitud del amor que El nos ha enseñado. Compartamos la alegría de nuestra fe.
Este es el día del Señor. Es el día grande de la resurrección del Señor y sentimos cómo actuó y sigue actuando el Señor en nuestra vida. Es el día primero, en que resucitó el Señor, el día del Señor que luego cada semana seguiremos celebrando. Es nuestro gozo y nuestra alegría.
Démosle gracias al Señor porque también podemos ver a tantos a nuestro lado que viven ese compromiso de su fe y el Señor sigue actuando a través de ellos, de sus buenas obras, de su compromiso. Será también nuestro gozo y nuestra alegría cuando compartamos esa fe que tenemos en El con los  demás y nos vayamos comprometiendo a hacer ese mundo nuevo que surge, que nace de la resurreción del Señor. Es nuestra tarea y nuestro compromiso. 

FELIZ PASCUA DE RESURRECCION

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